sábado, 4 de enero de 2014

Recortes de una vida... la mía - Parte 6: " Miedo "



Tiempo perdido. El tiempo perdido es aquel que dejamos pasar y que nunca más podremos recuperar. Es el que aunque quieras volver a vivir es demasiado tarde para conseguirlo. Es el que siempre estarás lamentando haber dejado ir.

Es el que yo dejé marchar y que nunca más volveré a recuperar. Mi tiempo perdido es la vida de mi hija.

Cuando mi mujer murió me aislé, me alejé de todo y de todos y perdí lo que más me ha importado en la vida. La perdí a ella. A mi chinita. Perdí los mejores años que un padre y una hija pueden tener, esos años en los que los abrazos son dados sin ningún motivo que los sustente. Esos en los que una hija no ve a nadie más grande, más importante que su padre, en los que no ama a nadie más como lo hace con su padre. Porque su padre para ella es la persona más importante del universo, es su ídolo, el mejor que existe.

Y yo me negué, nos negué a ambos vivir esos momentos. Esos y muchos otros.

En cambio, lo que conseguí fue rencor. Instalar, en ese espacio en nuestros corazones, en el que debería haber crecido amor, un resentimiento que se hacia mayor con cada desplante, con cada desilusión, con cada uno de los minutos que permanecíamos alejados, cada uno de los instantes en los que yo la alejaba de mí.

Tarde reaccioné y tarde hice algo para enmendarlo. Ahora me doy cuenta de que fue demasiado tarde. De que cuando di un paso para cambiar las cosas, el destino había dado tres pasos por delante de mí.

Desde entonces, me he propuesto seguir adelante. Darme una nueva oportunidad, e intentar encontrar el perdón de los que había lastimado. Encontrar su perdón. Rogar para que me permitiera regresar a su vida, para que me dejara ocupar ese lugar que hacía demasiados años había abandonado.

Y lo logré. Conseguí una segunda oportunidad. Pude volver a formar parte de su vida. Disfruté de ella, de su juventud, de su vitalidad. Me permitió volver a sentir, volver a ser feliz. Me dejó participar en momentos importantes para ella, para los dos, en los que pensé que había perdido el derecho a estar.

Pero ahora estoy aquí, esperando. Sintiendo de nuevo esta cruda agonía que me consume por dentro. Viendo como la historia se repite y la tristeza se apodera de mí. Como de nuevo el dolor me rodea.

Y jamás en la vida he tenido tanto miedo. Tanto miedo como estoy teniendo ahora, cuando no se si voy a perder a la única persona que me importa, la única persona que me queda. Mi hija, mi chinita, mi Gaby.

No quiero que ocurra. No puede ocurrir. La vida no puede ser tan cruel, no puede hacernos esto otra vez, no nos lo puede hacer a ninguno, porque ninguno nos lo merecemos. No puedo perderla, a ella no.

Ya una vez sufrí, sufrí más de lo que he sufrido nunca, sentí como si el corazón fuera extraído de mi pecho. Como si una fuerza extraña me golpeara una y otra vez sin darme un respiro, obligándome a caer continuamente, sin darme oportunidad a levantarme. Y no quiero volver a pasar por lo mismo.

Hace tiempo que superé todo eso. Que conseguí enfrentar lo que me vino de frente y pude levantarme, ponerme en pie y encarar de una vez por todas a esa fuerza desconocida que se empeñaba en hundirme en lo más hondo, pero si esto vuelve a ocurrir, si la pierdo a ella también, no podré recuperarme nunca, y nunca jamás podré levantarme.

 -    Gerardo.  
 Su voz me sacó de mis pensamientos. Me volví inmediatamente y le miré en silencio, esperando noticias. Pero en cuanto puse mis ojos sobre él supe que no había nada, que todo seguía igual, la misma tensión de siempre.

Leo estaba pálido, cansado y tan asustado como yo. Sabía lo que estaba sintiendo. Lo sabía porque yo había sentido lo mismo. Porque ahora sentía lo mismo. Quería hacer algo por él, por aliviarle, pero era incapaz de saber qué. Si no sabía parar mi dolor, mucho menos iba a conseguir acallar el suyo.

Me volví a girar para volver a posar mi mirada en la multitud de personas, que se podían divisar por la ventana, paseando, ignorantes del infierno que se estaba desplegando en nuestras vidas, incapaz de poder decir nada en ese momento que aliviara la tensión y el sufrimiento que se cernía sobre nosotros. Así que me limité a constatar lo que mis sentidos me decían.


 -   ¿Qué se sabe? – me preguntó nada más voltearse.
 Gerardo estaba impaciente, yo sabía que necesitaba oír buenas noticias, tanto como yo lo necesitaba. Pero esas buenas noticias no acababan de llegar.

-  No me dicen nada… siguen con lo mismo, con que hay problemas y las dos corren peligro.

 Me siento frustrado, impotente, sin poder hacer nada, sin saber nada. Estoy desesperado. Yo debería estar con ella, en ese maldito quirófano, tomándola de la mano y susurrándola al oído palabras tranquilizadoras, asegurándola que todo va a salir bien, que nada malo les va a pasar.

Y en cambio, estoy confinado a estas cuatro paredes, que no hacen otra cosa que ahogarme, esperando noticias que no llegan, desgarrándome la mente y el corazón, imaginando un sinfín de torturas, un sinfín de desenlaces que no quiero que se produzcan.

No deseo elegir, las quiero a las dos, a las dos junto a mí. Las amo con locura. Pero si pierdo a Gaby, me volveré loco. Si me ocurre lo que ya una vez le ocurrió a Gerardo, me moriré y sé que, al igual que le ocurrió a él, seré incapaz de afrontar la vida, ni siquiera por la pequeña.

No quiero que se vuelva a repetir la historia. No puede repetirse, porque esta familia ya ha sufrido bastante, porque no se merecen todo lo que han pasado. Porque es injusto que ocurra esto.

Quiero a mi hija, a nuestra hija, de Gaby y mía, la quiero con toda mi alma. La amé desde el primer momento, desde que Gaby me dijo que estaba embarazada. He esperado este momento impaciente, imaginando a cada minuto como sería, lo que sentiría al tenerla entre mis brazos.

Pero no quiero que mi hija nazca a este precio. No permitiré que el precio por tener a mi niñita entre mis brazos sea la vida de Gaby.

No lo haré, simplemente, porque no es justo. No es justo que miles de personas en el mundo tengan a sus hijos sin problemas, disfruten de este momento, como la mayor felicidad de sus vidas, y en cambio nosotros tengamos que estar deseando, rezando, eligiendo entre la vida de ellas dos.

Suficientemente dura ha sido la vida de ella. Demasiado ha tenido que pasar durante toda su vida, como para que ahora que comenzábamos a ser felices, que realmente éramos una familia, se lo arrebaten de las manos, sin apenas haber disfrutado de lo que por justicia se merecía.

Gaby tiene derecho a disfrutar de la vida, de su hija. Y yo tengo derecho a disfrutar de ambas. Y aunque tenga que venderle mi alma al mismísimo diablo las tendré conmigo, estarán a mi lado para siempre.

 - ¿Señor Bárcena? -  antes de que la enfermera hubiera entrado del todo en la habitación, Gerardo y yo ya nos habíamos vuelto.
-  ¿Cómo está Gaby?
- Venía a decirles… - la mujer se aclaró la voz antes de continuar, lo que me produjo el mayor nudo en el estómago que jamás he tenido. Necesitaba oír que estaba bien, que las dos estaban bien – la niña ya ha nacido…

En condiciones normales, ante esa noticia hubiera estallado de alegría. Habría abrazado a mi suegro con la mayor efusividad del mundo e incluso hubiera besado en la mejilla a la enfermera con una sonrisa en mi rostro antes de salir corriendo para encontrarme con ellas, para besar a Gaby y conocer a mi pequeña.

Pero en ese momento, la efusividad, la alegría debían esperar para más tarde, o quizá, nunca se producirían. Porque en mi mente no había otra cosa que preocupación, temor por como estuviera Gaby.

-  ¿Cómo está mi esposa? – quería saberlo ya.
-  La niña parece estar perfectamente, ahora mismo hay un pediatra revisándola y seguramente en un rato podrán pasar a verla.
-  ¡Mi mujer! ¡¿Cómo está mi mujer?! ¡¿acaso es tonta y no me entiende?! – miré a Gerardo desesperando, buscando ayuda en él, pero sabía que poco iba a poder hacer.
-  Mi hija señorita, contéstenos, por lo que más quiera.
-  La señora Cortéz está aún en el quirófano, se han presentado complicaciones…
- Eso llevan horas diciéndonoslo, quiero saber como está ella…
-   Sufre una hemorragia que a los médicos les está siendo muy difícil de controlar, la señora está perdiendo mucha sangre y…
-  ¿Y? no se atreva a decirme que se va a morir… - la advertí.
-  Su estado es grave, señor, los médicos están haciendo todo lo posible, por ahora no queda otra cosa que esperar….

La mujer se dio media vuelta y se fue por donde había venido. Dejándonos aún más nerviosos de lo que nos había encontrado.

 Mi hija ya ha nacido. Acabo de ser padre y ni siquiera eso me importa. Ni siquiera me he alegrado cuando la enfermera nos lo ha dicho. Mi mente solo puede pensar en Gaby, en que ella se ponga bien. Y me siento una auténtica basura por no sentir nada hacia mi hija ahora.

Pero solo puedo pensar en Gaby, en el sufrimiento que estará pasando, en como debe sentirse, estará débil y estará sola, porque yo no estoy a su lado. Yo que siempre he estado a su lado. Nunca me he alejado de ella cuando me ha necesitado, y ahora que realmente me necesita, ahora que necesito tomarla de la mano para sentir sus firmes dedos apretando, diciéndome que está conmigo, que seguirá luchando, no puedo estarlo, porque unos malditos medicuchos que no saben lo que hacen no me permiten entrar, no me dejan calmarla.

- Ya eres padre Leo – las palabras frías de Gerardo me recordaron que él continuaba allí.
-   Eso ahora no me importa demasiado.
-  No cometas mis mismos errores, hijo. Si… si Gaby no… si ella…
-  Eso no va a pasar - le miré enfadado. Si ese hombre no fuera quién es le hubiera golpeado – Gaby se va a poner bien ¿me has entendido?
-  Ojala hijo, no hay cosa que más desee en el mundo – bajó la cabeza durante un instante y seguidamente me miró con los ojos repletos de lágrimas – pero si eso no ocurre, no lo pagues con la niña, no cometas mi mismo error, porque lo único que conseguirás es haceros daño a los dos.
-  Gaby va a salir de ese quirófano, - me limpié una maldita lágrima, que me traicionaba, recorriendo mi mejilla – se va a poner bien y vamos a volver a casa para cuidar a nuestra pequeña, ¿lo has entendido, Gerardo, lo has entendido? Porque no hay nada más que decir – pateé una silla cercana con todas mis fuerzas, enviándola a la otra punta de la estancia – no hay nada más que decir.

Y no lo había. Esa era la única verdad existente. Porque esto no estaba ocurriendo, esto no era real.

 Me senté en la cama, la que debería ocupar Gaby en unas horas, cuando regresara, después de salir, en perfecto estado, de la intervención, y fijé mi mirada en un punto invisible de la pared.

No me apetece pensar, no me apetece pasear, ni leer, ni ver a la gente pasar, ni mucho menos hablar. Solo quiero que pase. Solo puedo pensar en que el tiempo pase, en que pase rápido y que todo vuelva a la normalidad.

Ni siquiera soy consciente de lo que me rodea. Sé que Gerardo está conmigo, en la misma sala, o puede que ya no esté, no tengo ganas de comprobar si es verdad, aunque en realidad no sé si me daría cuenta de si se hubiera ido.

Estoy cansado, tan cansado que me cuesta hasta respirar. La cadencia de mis párpados es un movimiento inconsciente que intento controlar. Tengo miedo de olvidarme de abrirlos, de cerrarlos durante más de un instante y que cuando vuelva a recuperar el control, cuando los vuelva a abrir después de ese tiempo, todo haya cambiado, mi mundo, mi vida, tal y como lo conozco ahora, tal y como me gusta ahora, cambie y ya no haya marcha atrás.

Quiero que esto acabe. Que acabe ya, y que acabe bien. Quiero descansar, quiero tumbarme en la cama, junto a Gaby, abrazándola contra mi pecho, apoyando mi mejilla en su suave cabello, inspirando su dulce aroma, mientras ella sujeta en sus brazos a nuestra pequeña. Y será entonces y solo entonces cuando consiga cerrar los ojos, sin miedo a volver abrirlos, porque sabré que cuando lo haga, cuando los abra de nuevo, ellas seguirán estando allí, conmigo.

 La puerta se abrió de nuevo. El sonido que hizo fue sutil, apenas audible, pero mis sentidos estaban alerta a cualquier persona que entrara por ella.

Me levanté de un solo movimiento y me acerqué a la enfermera que había venido la última vez, hacía media hora, una hora o a saber cuanto tiempo había pasado ya.

Su expresión era serena, jovial, pero ella no sentía lo mismo que yo, su vida no se estaba convirtiendo en un martirio.

-  ¿Hay noticias? – le pregunté de nuevo ansioso por qué fuera así, pero totalmente concienciado de que no las había, al menos así lo demostraba mi voz. Parecía la de un extraño, sonaba lejana, ausente, sin ningún tipo de expresión.
-  Lo siento, aún no, todo sigue igual, pero pensé que les gustaría conocer a la niña, al menos el tiempo les pasará más rápido, no es lo habitual, pero….

La miré de arriba abajo y reparé en lo que decía. En sus brazos llevaba un pequeño bulto, mi niña, y yo ni siquiera me había dado cuenta de ello.

Me quedé quieto, mirándola, en el mismo lugar en el que me encontraba, sin dar ni siquiera un paso, sin mover ni un solo músculo. No sabía que hacer.

Gerardo pasó por a mi lado, apenas rozándome, sin decir nada y se acercó a la enfermera. Se inclinó sobre la niña y la cogió en brazos.

Yo seguía inmóvil mirando cada uno de sus movimientos, como si todo formara parte de una película, en la que yo era un simple espectador.

-  Les dejaré un rato con ella a solas – la enfermera sonrió amigablemente y salió sin decir nada más.

Gerardo acunó a la niña entre sus brazos, cuidadosamente, sin apartar ni un segundo la mirada de su rostro. Ese rostro que aún no conocía y que ni siquiera me atrevía a mirar.

Continué alejado, quieto en el mismo lugar hasta que Gerardo se giró y comenzó a caminar, lentamente, hacia mí. Yo no quería que se acercara, no quería verla, no por ahora, no mientras Gaby no estuviera, no mientras ella corriera peligro.

Retrocedí de espaldas, dando un pequeño paso tras otro, sin apartar la mirada de la de mi suegro.

Y soy consciente de que estoy haciendo todo esto porque tengo miedo. Miedo de mi reacción, miedo de no ser capaz de quererla, de sentir rechazo hacia ella, hacia lo que su vida puede significar para la de Gaby.

No podría vivir conmigo mismo si pierdo a Gaby, pero tampoco voy a poder hacerlo si rechazo a mi hija, a la sangre de mi sangre, al fruto de nuestro amor.

Continué avanzando de espaldas hasta que la cama impidió mi avance. Miré desesperado a mi suegro por última vez y aparté la mirada, dejándome caer abatido sobre la cama.

- Es preciosa, Leo, deberías mirarla, cogerla, es como una muñequita de porcelana.
-  Las muñecas de porcelana se rompen – mi voz volvía a sonar ajena, y eso me asustó.
-   No digas tonterías….

Levanté la vista y Gerardo estaba frente a mí, el pequeño bulto rodeado de una manta rosa, estaba dispuesto a la altura de mi rostro, solo tendría que estirar la mano y podría tocarla, podría verla.

Mi corazón comenzó a acelerarse no sé si por la emoción o por el dolor. Quería volver a poner distancia, pero su cuerpo me obstaculizaba el paso. No podía huir. Era el momento de enfrentar la realidad, era el momento de conocer a mi hija.

- Ten, cógela en brazos – y sin mediar una palabra más, la colocó sobre mis temblorosos brazos – cuidado con la cabeza.
-  No, yo….

Intenté oponer resistencia una vez más, pero entonces ella hizo un ruidito, algo así como un gorgojeo y la miré, y a partir de entonces me perdí, en su rostro, en sus ojos, en su boca, en sus pequeñas manitas.

-  No intentes alejarla de ti, Leo, aférrate a ella.

Ni siquiera alcé la mirada. La voz de Gerardo volvía a parecerme lejana. Todo había vuelto a desaparecer, pero ahora mi atención recaía en algo, en algo importante.

Recorrí su pequeño rostro con el pulgar. Su frente, sus ojos, su boca, todo en ella era tan pequeño, que tenía miedo de lastimarla.

Observé sus manos, sus pies, conté cada uno de sus deditos, comprobando que todo estuviera bien, que ella estuviera sana, y lo estaba. Ella era perfecta.

Su pequeña manita rodeó mi dedo, apretándolo con una fuerza casi inusitada para su tamaño. Sonreí ante ese gesto de fortaleza de mi pequeña.

Es la primera vez que sonrío desde que todo ha empezado y me siento terriblemente mal. No debería hacerlo, no mientras Gaby esté en peligro. No puedo olvidar por lo que ella está pasando.

La acuné en mis brazos, meciéndola suavemente intentando que se calmara. La siento nerviosa, inquieta a mi lado. Y estoy seguro de que es porque siente lo que ocurre, lo que la rodea y eso la pone mal. Al igual que nos ocurre a nosotros.

Me senté en el sofá con cuidado de no alterarla y la miré, observando fijamente cada uno de sus rasgos. Es tan bonita, tan pequeña, tan frágil.

Es igual a ella, igual que su madre. Tiene sus ojos, su misma sonrisa. Esa sonrisa que me vuelve loco, que me enamora cada instante más y más.

Siento las lágrimas recorrer mis mejillas, pero ni siquiera soy realmente consciente de que estoy llorando. Ni siquiera sé por qué lo hago. Estoy confuso, porque no sé si esas lágrimas expresan dolor o alegría, aunque seguramente hagan las dos cosas a la vez.

Porque estoy triste, temeroso de lo que pueda pasar, de cómo esto pueda terminar, y feliz, contento de tener a mi niñita, sana y salva, en mis brazos.

Nada de lo que pensé que sentiría tenía fundamento. Jamás la rechazaría, nunca podría dejar de quererla, pasara lo que pasara, nunca podría hacerla daño, nunca la lastimaría.

Ella forma parte de mi vida, es parte de mí. Tenerla en mis brazos, observarla, me permite darle un respiro a mis pensamientos. Me enseña que no todo está perdido. Tenerla a mi lado me da esperanza, me anima a seguir, a luchar. Pero no quiero emprender esta lucha yo solo.

-  Te quiero – hablé sin pensar, pero era totalmente cierto. La quiero con toda mi alma – eres preciosa, tu mamá va a estar encantada cuando te vea, seguro que hasta consigues hacerla llorar, y ya sabes lo difícil que es conseguir eso con ella. A partir de ahora, vamos a comenzar una vida nueva los tres juntos. Los tres, juntos y felices.

Bajé la cabeza, apoyando mi mejilla en su cabecita, y cerré los ojos, esperando, dejando que el tiempo pasara y las noticias, las buenas noticias, llegaran de una vez.


-  Siento interrumpir…

Escuché la voz de la enfermera de nuevo y levanté la cabeza para verla. No me había dado cuenta de que hubiera entrado. Miré a mi alrededor buscando a Gerardo, pero él no estaba.

- Supongo que viene a llevársela – me puse en pie y me acerqué a ella.
-  Si, la niña debe tomar el biberón.
- Gaby quiere darle el pecho… - comenté sin darme cuenta, mientras le entregaba a mi niña.
- Eso será más tarde – la miré y ella me sonrió – tengo noticias.
- ¿Qué ha pasado? – la ansiedad podía conmigo,
-  Su esposa acaba de salir del quirófano, está en la UCI.

Tengo ganas de gritar de alegría, Gaby ha salido del quirófano, eso significa que todo va a salir bien, que pronto podré estar junto a ella. Que todo volverá a la normalidad.

-   ¿Cómo está?
-  Bueno, hay que esperar a ver como evoluciona – hizo una mueca y mi alegría desapareció, la oscuridad volvió apoderarse de mí – pero eso se lo explicará mejor el doctor que la ha operado.
-  ¿Puedo verla? – es la única esperanza que me queda, quiero verla, comprobar por mí mismo como se encuentra.
-   Las visitas en la UCI están restringidas.
-   Por favor… - le rogué desesperado.
-  Veré lo que puedo hacer, - me sonrió tristemente, sintiendo lastima por mí – dejo a la niña en el nido e intento conseguirle el permiso.
-   Muchísimas gracias.

Quiero verla. Necesito hacerlo. No puedo estar más tiempo sin saber como está. Sin comprobar con mis propios ojos su estado. Tengo ganas de gritar, pero ahora no quiero hacerlo de alegría, sino de frustración, de dolor.

Quiero que esta pesadilla acabe, quiero volver a casa, volver a la normalidad.

 Miré hacia la puerta, esperando, impaciente, que vuelva a abrirse de nuevo, que la enfermera regrese y me lleve junto a ella. Y por fin ocurre, la puerta se abre de nuevo, pero, desgraciadamente, no es la enfermera que tanto esperaba, es Gerardo, que vuelve aparecer.

-   ¿Alguna noticia?
-  La enfermera me ha dicho que ha terminado la operación. Gaby esta en la UCI, estoy esperando para ver si me dejan verla.
-   ¿Cómo está?
-  No lo sé, tenemos que esperar a que vengan a hablar con nosotros - Le miré y vi en sus ojos lo mismo que estaba sintiendo yo.
-   Bueno, al menos la operación terminó. ¿La niña?
-   Se la llevaron, tenían que darle de comer.
-   Es preciosa ¿Verdad? – asentí y le miré.
-   ¿Dónde estuviste?
-   Me fui. Quería dejarte solo con ella.
-   ¿Por qué?
-   Porque lo necesitabas.

Gerardo me colocó la mano en el hombro, propinándome una afectuosa caricia, y se dirigió de nuevo a la posición que llevaba ocupando durante todo el tiempo que habíamos estado encerrados en esa habitación, junto a la ventana, volviendo a prestar atención a los viandantes que desde ella se podían divisar.

Me senté de nuevo en el sofá, apoyando los codos sobre las rodillas, intentando en vano que mis piernas dejaran de moverse.

Estoy tan nervioso, que ni siquiera soy capaz de controlar mis movimientos. Mi mirada va de lado a lado buscando algo en lo que entretener mi mente, para poder aguantar la espera de nuevo. Pero nada me sirve.

La desesperación se apodera de mí. No puedo creer que después de todo lo que hemos esperado, nadie sea capaz de venir a informarnos, de decirnos como está Gaby. Si no hubiera sido por esa enfermera ni siquiera hubiera sabido que ya había salido del quirófano.

La puerta se volvió abrir y esta vez sabía que era esa enfermera que sin razón aparente se preocupaba por nosotros. Me levanté y me acerqué, deseoso de que me condujera hasta el lugar donde se encontraba mi esposa. Pero la enfermera no está sola, el médico de Gaby la acompañaba.

-  Leonardo – me tendió la mano amigablemente pero le miré con desconfianza, no me gustaba su expresión, sentía que iba a decir algo que no me iba a gustar – señor Cortéz…
-  ¿Puedo ir a ver a Gaby?
-  De eso mismo venía a hablarles.
- Es un honor que te dignes a hacerlo, después de todo – intenté sacar algo de mi frustración atacándole.
- Disculparme, pero me surgió otra urgencia que tuve que atender.
-   Mi esposa – volví a centrar el tema.
-  Si, el parto se complicó, Gaby tuvo una hemorragia que finalmente, y con mucho trabajo, pudimos controlar, ahora se encuentra en la UCI.
-   Cuéntame algo que no sepa.
-  Ella, aún está muy delicada, la pérdida fue masiva, lo que le produjo un shock, aún estamos realizándole transfusiones, la tenemos sedada y monitorizada, - se encogió de hombros - ahora debemos esperar para ver como evoluciona. Siento no poder traer otras noticias, pero a veces se producen complicaciones…
-   Pero… ¿Mi hija tiene posibilidades, doctor?
-  Eso no se lo puedo asegurar al cien por ciento, debemos esperar.
-  Y ¿Qué debemos esperar, Julián, buenas o malas noticias? – le dije desesperanzado.
-  Siempre hay que esperar buenas noticias, Leo – me colocó una mano sobre el hombro y me dio un apretón – Gaby es fuerte, estoy seguro de que todo ira bien.
-   ¿Esa es una opinión profesional?
-  Me temo que no, es más un deseo. Profesionalmente solo te puedo decir que los riesgos son elevados pero que puede conseguirse, que todo depende de la evolución, de cómo reaccione ella.
-  ¿Puedo verla?
-   No, lo siento.
-   Por favor, necesito verla.
-   Leo…
-   Cinco minutos, no pido más – le rogué desesperado.
-  Bueno – resopló – está bien, cinco minutos Leo… los dos debéis descansar.
-   Gracias Julián, muchísimas gracias.

 Entré en la habitación. Apenas se veía nada. La noche estaba cayendo y las luces estaban apagadas. Active el interruptor, y la luz fluorescente llenó la estancia y la iluminó.

Estaba muy pálida. Me fijé en su vientre, ahora vacío y un escalofrío me recorrió. Las maquinas rodeaban la cabecera de su cama, los tubos la rodeaban a ella. Caminé hacia la cama, temblando como un adolescente asustado.

El miedo a perderla se apoderó de nuevo de mí. La tomé de la mano, temeroso de que el tenerla frente a mí, fuera un espejismo fruto de mi ansia y desesperación. Su mano se adoptó a la mía, tal y como siempre lo había hecho.

Acaricié con el pulgar su suave piel mientras levantaba su mano, acercándola a mis labios. Su tacto era más frío que el habitual, que el que recordaba. Besé su mano una y otra vez, deseando que mis besos la hicieran reaccionar, que supiera que yo volvía a estar a su lado. Que no iba a dejarla sola. Que podía contar conmigo, como siempre, para siempre.

Pero no ocurrió nada. Ella no se movió. Mi parte racional me gritaba que era porque estaba sedada, pero mi corazón me gritaba que la estaba perdiendo, que Gaby se estaba yendo, se estaba alejando de mí.

Apreté su mano con fuerza y la pasé por mi mejilla, para luego colocarla sobre mi corazón, para que sintiera mis latidos, cada vez más suaves. Para que sintiera, como mi corazón se iba parando, sin ella.

Coloqué su mano sobre la cama de nuevo, aún tomándola entre las mías y me incliné sobre ella, apoyándolas en mi frente y cerré los ojos intentando contener la emoción.

- Mi amor, por favor, tienes que ser fuerte, tienes que recuperarte pronto. Tienes un precioso bebé que conocer, una niña preciosa que te va a necesitar mucho, tanto como te voy a necesitar yo, como te estoy necesitando – me tuve que callar, durante un instante, porque la voz comenzaba a faltarme – por favor, tienes que salir de esta. Tienes que hacerlo por mí cariño, por favor…

Me incorporé, para inclinarme, de nuevo, esta vez, sobre su rostro y la miré, acariciándole la mejilla. Seguía siendo ella, seguía igual de preciosa que siempre, la misma entereza que siempre, esa que me hizo amarla desde el primer día que la vi.

-  Te quiero con todo mi alma, siempre te he querido y siempre te querré.

Besé sus dulces labios suavemente. Apoyé mi frente sobre la suya y cerré los ojos.

-  No me dejes solo, por favor.

Me separé de ella y vi como unas lágrimas corrían por sus mejillas. Mis lágrimas. Las recogí con el pulgar y me pasé la mano por la cara para eliminar, también, las que bañaban mi propio rostro.

La miré una vez más y salí de la habitación, incapaz de seguir viéndola tan estática, tan sin vida.


Ya han pasado tres días. Mi cuerpo no puede más y mi mente tampoco. Soy consciente de que necesito descansar, pero no quiero hacerlo. No quiero separarme de ellas. Sigo teniendo esperanza, aún continúo esperando una mejoría que no llega, pero que estoy seguro que tarde o temprano llegará.

No me he movido del hospital para nada en estos días, y no pienso hacerlo hasta que Gaby reaccione. Gerardo es el que se encarga de ir y venir, trayéndome algunas cosas, mientras yo me paso el tiempo, yendo y viniendo, del nido de recién nacidos a la cristalera de la habitación de Gaby en la UCI. Eso es lo único que me importa, lo demás me es indiferente.

Llevo un rato mirando a mi pequeña, viendo como Elena se mueve, se retuerce, en ese pequeño cubículo que le hace las veces de cama, porque es la única satisfacción que puedo tener, al menos por el momento.

 Me senté en el banco de enfrente a la cristalera y me recosté apoyando la cabeza contra la pared, con los ojos cerrados.

Necesito tanto tener un respiro, si tan solo las buenas noticias llegaran.

- Leo.

La voz de Julián el médico de Gaby me sobresaltó tanto que incluso me puse en pie y le miré nervioso, preocupado.

-   ¿Qué pasa?
- Nada, vengo a traerte noticias – le miré completamente tensado, pero él me sonrió y la esperanza creció en mí – buenas noticias.
-   ¿Gaby? – la impaciencia se apoderó de mí.
-   Si, esta mañana la quitamos la sedación.
-   ¿Por qué no me dijiste nada?
-   Porque bastante tenso estás, como para que encima te pases el día esperando a que despierte, además, prefería no tenerte paseando frente a su puerta, de lado a lado, como un león enjaulado.
-   ¿Ha despertado?
-   Si, hace un rato, la he estado revisando y le he hecho unas cuantas pruebas y está bien.
-   ¿Estás seguro?
-  Completamente, sé que estos días no te he dicho mucho sobre su estado, pero quería ser precavido, hasta que no he estado completamente seguro de que su estado podía ser favorable, no le he retirado la sedación y finalmente todo ha salido bien.
-   Entonces ¿Ella está bien?
-  Estará cansada, algo débil durante unos días, pero sí, está perfectamente y totalmente fuera de peligro, al final ha reaccionado mejor de lo que esperábamos – me dio un apretón en el hombro que apenas sentí – ya te dije que era fuerte.
- ¿Puedo verla? – la ansiedad podía conmigo, tenía tantas ganas de verla, de hablar con ella, de abrazarla.
-  Claro, a eso venía, la hemos llevado a la habitación que le correspondía, cuando quieras…
-  Genial, - caminé unos pasos sin dejarle terminar y me volví - ¿Cuándo le vais a subir a la niña?
- Ahora mismo me encargo de eso, en unos diez o quince minutos podrá conocer a la pequeña.
-  Genial – me acerqué de nuevo a él y le abracé – muchísimas gracias Julián.
-  De nada, hombre, es mi trabajo – le sonreí y salí corriendo hacia el ascensor, ansiaba ver a Gaby bien.

 Entré cuidadosamente en la habitación. Estaba impaciente, pero también preocupado. Confiaba en Julián, pero no iba a concienciarme al cien por ciento de que todo estaba bien, hasta que lo comprobara por mí mismo.

Gaby estaba medio recostada, aún con los ojos cerrados. Me acerqué hasta ella y la observé en silencio. Su color había mejorado, sus mejillas comenzaban a tener ese toque sonrosado que tanto me gustaban y las sombras de su rostro habían desaparecido.

Respiré profundamente intentado sacar toda la tensión que llevaba tanto tiempo acumulando y ella abrió los ojos y me miró.

-  Leo.

Tan solo pronunció mi nombre, apenas en un susurro, pero su voz me recorrió. Volver a oírla me hizo sentir vivo, me hizo consciente de que ella estaba viva y entonces si que todo explotó en mi interior.

Extendí la mano y la acaricié la mejilla, sonriendo, con ganas, por primera vez en todos estos días. El contacto con su piel hizo que me recorriera un escalofrío, que lejos de incomodarme, me hizo sentirme pleno.

-  Por fin – me mordí el labio inferior temeroso de que todo me sobrepasara – pensé que me ibas a dejar aquí tirado – quería quitarle importancia al asunto, por ella, por mí.
-   Jamás te dejaría tirado, cariño.

Me sonrió y todo se vino abajo.

La abracé, escondiendo la cabeza en su pecho y me puse a llorar como un niño pequeño. Quería controlarme, no quería que ella me viera así, pero me resultaba imposible conseguirlo.

- Shhh, cariño tranquilo – me acarició el cabello con movimientos calmados y acompasados – todo pasó.
-   He tenido tanto miedo de perderte… - levanté la cabeza y la miré con el rostro bañado en lágrimas – pensé que te perdía, que te perdía para siempre.
-  No me vas a perder, te lo juro – me acarició la mejilla con ternura – ahora todo va a ir bien.
-   ¿Me lo prometes?
-  Te lo prometo – me sonrió de nuevo, y supe que era verdad.
-   Te quiero tanto.
-   Y yo a ti mi amor, y yo a ti.

Acortó la distancia que nos separaba y me besó, con dulzura, con amor, provocando que una vez más todo en mi diera vueltas. Me parecía increíble tenerla entre mis brazos, hablar con ella, sentir sus labios calidos de nuevo. La había echado tanto de menos….

Nos separamos y nos miramos fijamente, mientras una lágrima recorría su mejilla. Ella me miró sonriente.

-  No ibas a parar hasta conseguir hacerme llorar, ¿verdad?
- La fuerte y blandita Gaby - Los dos nos echamos a reír mientras nos secábamos las lágrimas el uno al otro – pues que sepas que aún te quedan buenas lágrimas por derramar.
- ¿Ah sí?
- Cuando veas a Elena vas a ponerte a llorar como una niña pequeña, es tan linda, Gaby, tan linda.
-  ¿Elena? – me miró emocionada.
- Si, la inscribí con el nombre que tú querías, con el de tu madre.
-  Gracias.
-  No tienes por qué dármelas, cariño, con tal de veros felices....
-  Me encanta verte así.
-  ¿Llorando y maltrecho como un muñeco de trapo?
- Tan emocionado con tu hija – sonrió tímidamente – y conmigo.
-  Es que me estoy volviendo un blandengue – sonreí y la besé de nuevo, incapaz de mantenerme alejado de ella.



-   Perdón por interrumpir – Gerardo entró con Elena en brazos y se acercó a nosotros sonriente - pero mira lo que te traigo, cariño.
- ¡Papá!, cuanto me alegro de verte – Gaby miró hacia los brazos de su padre, y su sonrisa se ensanchó al reconocer el pequeño bulto que había en ellos – ¿Me dejas cogerla?
-  Por supuesto que si hija, Elena está deseando conocer a su madre – Gerardo la colocó en sus brazos y tras darle un beso, cargado de sentimiento, en la frente a su hija, se retiró, mientras mi corazón, al verlas juntas por fin, dio un nuevo brinco de felicidad.
-   Dios, de verdad es preciosa.
-  Ya te lo había dicho – me senté junto a ella y le pasé el pulgar por la cabecita a nuestra hija – es igualita a su madre.
-   Quedaros así, no os mováis, os voy a hacer una foto.

Gerardo, emocionado, sacó una cámara del bolsillo, y nos tomó nuestra primera foto como una familia.

La primera imagen de nuestra nueva vida.




 *-*-*-*-*-*-*

Última parte de esta historia que así queda cerrada.
Espero que os haya gustado conocer de esta forma tan peculiar la vida de Gaby y que haya estado a la altura de vuestras espectativas.