Tiempo
perdido. El tiempo perdido es aquel que dejamos pasar y que nunca más podremos
recuperar. Es el que aunque quieras volver a vivir es demasiado tarde para
conseguirlo. Es el que siempre estarás lamentando haber dejado ir.
Es el que yo
dejé marchar y que nunca más volveré a recuperar. Mi tiempo perdido es la vida
de mi hija.
Cuando mi
mujer murió me aislé, me alejé de todo y de todos y perdí lo que más me ha
importado en la vida. La perdí a ella. A mi chinita. Perdí los mejores años que
un padre y una hija pueden tener, esos años en los que los abrazos son dados
sin ningún motivo que los sustente. Esos en los que una hija no ve a nadie más
grande, más importante que su padre, en los que no ama a nadie más como lo hace
con su padre. Porque su padre para ella es la persona más importante del
universo, es su ídolo, el mejor que existe.
Y yo me negué,
nos negué a ambos vivir esos momentos. Esos y muchos otros.
En cambio, lo
que conseguí fue rencor. Instalar, en ese espacio en nuestros corazones, en el que
debería haber crecido amor, un resentimiento que se hacia mayor con cada
desplante, con cada desilusión, con cada uno de los minutos que permanecíamos
alejados, cada uno de los instantes en los que yo la alejaba de mí.
Tarde
reaccioné y tarde hice algo para enmendarlo. Ahora me doy cuenta de que fue
demasiado tarde. De que cuando di un paso para cambiar las cosas, el destino
había dado tres pasos por delante de mí.
Desde
entonces, me he propuesto seguir adelante. Darme una nueva oportunidad, e
intentar encontrar el perdón de los que había lastimado. Encontrar su perdón.
Rogar para que me permitiera regresar a su vida, para que me dejara ocupar ese
lugar que hacía demasiados años había abandonado.
Y lo logré.
Conseguí una segunda oportunidad. Pude volver a formar parte de su vida. Disfruté
de ella, de su juventud, de su vitalidad. Me permitió volver a sentir, volver a
ser feliz. Me dejó participar en momentos importantes para ella, para los dos,
en los que pensé que había perdido el derecho a estar.
Pero ahora
estoy aquí, esperando. Sintiendo de nuevo esta cruda agonía que me consume por
dentro. Viendo como la historia se repite y la tristeza se apodera de mí. Como
de nuevo el dolor me rodea.
Y jamás en la
vida he tenido tanto miedo. Tanto miedo como estoy teniendo ahora, cuando no se
si voy a perder a la única persona que me importa, la única persona que me
queda. Mi hija, mi chinita, mi Gaby.
No quiero que
ocurra. No puede ocurrir. La vida no puede ser tan cruel, no puede hacernos
esto otra vez, no nos lo puede hacer a ninguno, porque ninguno nos lo
merecemos. No puedo perderla, a ella no.
Ya una vez sufrí,
sufrí más de lo que he sufrido nunca, sentí como si el corazón fuera extraído
de mi pecho. Como si una fuerza extraña me golpeara una y otra vez sin darme un
respiro, obligándome a caer continuamente, sin darme oportunidad a levantarme.
Y no quiero volver a pasar por lo mismo.
Hace tiempo
que superé todo eso. Que conseguí enfrentar lo que me vino de frente y pude
levantarme, ponerme en pie y encarar de una vez por todas a esa fuerza
desconocida que se empeñaba en hundirme en lo más hondo, pero si esto vuelve a
ocurrir, si la pierdo a ella también, no podré recuperarme nunca, y nunca jamás
podré levantarme.
- Gerardo.
Su voz me
sacó de mis pensamientos. Me volví inmediatamente y le miré en silencio, esperando
noticias. Pero en cuanto puse mis ojos sobre él supe que no había nada, que
todo seguía igual, la misma tensión de siempre.
Leo estaba
pálido, cansado y tan asustado como yo. Sabía lo que estaba sintiendo. Lo sabía
porque yo había sentido lo mismo. Porque ahora sentía lo mismo. Quería hacer
algo por él, por aliviarle, pero era incapaz de saber qué. Si no sabía parar mi
dolor, mucho menos iba a conseguir acallar el suyo.
Me volví a
girar para volver a posar mi mirada en la multitud de personas, que se podían
divisar por la ventana, paseando, ignorantes del infierno que se estaba
desplegando en nuestras vidas, incapaz de poder decir nada en ese momento que
aliviara la tensión y el sufrimiento que se cernía sobre nosotros. Así que me
limité a constatar lo que mis sentidos me decían.
- ¿Qué se sabe? – me preguntó nada más voltearse.
Gerardo estaba
impaciente, yo sabía que necesitaba oír buenas noticias, tanto como yo lo
necesitaba. Pero esas buenas noticias no acababan de llegar.
- No me dicen nada… siguen con lo mismo, con que hay
problemas y las dos corren peligro.
Me siento
frustrado, impotente, sin poder hacer nada, sin saber nada. Estoy desesperado. Yo
debería estar con ella, en ese maldito quirófano, tomándola de la mano y
susurrándola al oído palabras tranquilizadoras, asegurándola que todo va a
salir bien, que nada malo les va a pasar.
Y en cambio,
estoy confinado a estas cuatro paredes, que no hacen otra cosa que ahogarme,
esperando noticias que no llegan, desgarrándome la mente y el corazón,
imaginando un sinfín de torturas, un sinfín de desenlaces que no quiero que se
produzcan.
No deseo
elegir, las quiero a las dos, a las dos junto a mí. Las amo con locura. Pero si
pierdo a Gaby, me volveré loco. Si me ocurre lo que ya una vez le ocurrió a
Gerardo, me moriré y sé que, al igual que le ocurrió a él, seré incapaz de
afrontar la vida, ni siquiera por la pequeña.
No quiero que
se vuelva a repetir la historia. No puede repetirse, porque esta familia ya ha
sufrido bastante, porque no se merecen todo lo que han pasado. Porque es
injusto que ocurra esto.
Quiero a mi
hija, a nuestra hija, de Gaby y mía, la quiero con toda mi alma. La amé desde
el primer momento, desde que Gaby me dijo que estaba embarazada. He esperado
este momento impaciente, imaginando a cada minuto como sería, lo que sentiría
al tenerla entre mis brazos.
Pero no
quiero que mi hija nazca a este precio. No permitiré que el precio por tener a
mi niñita entre mis brazos sea la vida de Gaby.
No lo haré,
simplemente, porque no es justo. No es justo que miles de personas en el mundo
tengan a sus hijos sin problemas, disfruten de este momento, como la mayor
felicidad de sus vidas, y en cambio nosotros tengamos que estar deseando,
rezando, eligiendo entre la vida de ellas dos.
Suficientemente
dura ha sido la vida de ella. Demasiado ha tenido que pasar durante toda su
vida, como para que ahora que comenzábamos a ser felices, que realmente éramos
una familia, se lo arrebaten de las manos, sin apenas haber disfrutado de lo
que por justicia se merecía.
Gaby tiene
derecho a disfrutar de la vida, de su hija. Y yo tengo derecho a disfrutar de
ambas. Y aunque tenga que venderle mi alma al mismísimo diablo las tendré
conmigo, estarán a mi lado para siempre.
- ¿Señor Bárcena? -
antes de que la enfermera hubiera entrado del todo en la habitación,
Gerardo y yo ya nos habíamos vuelto.
-
¿Cómo está Gaby?
- Venía a decirles… - la mujer se aclaró la voz antes de
continuar, lo que me produjo el mayor nudo en el estómago que jamás he tenido.
Necesitaba oír que estaba bien, que las dos estaban bien – la niña ya ha
nacido…
En
condiciones normales, ante esa noticia hubiera estallado de alegría. Habría
abrazado a mi suegro con la mayor efusividad del mundo e incluso hubiera besado
en la mejilla a la enfermera con una sonrisa en mi rostro antes de salir
corriendo para encontrarme con ellas, para besar a Gaby y conocer a mi pequeña.
Pero en ese
momento, la efusividad, la alegría debían esperar para más tarde, o quizá,
nunca se producirían. Porque en mi mente no había otra cosa que preocupación,
temor por como estuviera Gaby.
- ¿Cómo está mi esposa? – quería saberlo ya.
- La niña parece estar perfectamente, ahora mismo hay un
pediatra revisándola y seguramente en un rato podrán pasar a verla.
- ¡Mi mujer! ¡¿Cómo está mi mujer?! ¡¿acaso es tonta y no
me entiende?! – miré a Gerardo desesperando, buscando ayuda en él, pero sabía
que poco iba a poder hacer.
- Mi hija señorita, contéstenos, por lo que más quiera.
-
La señora Cortéz está aún en el quirófano, se han
presentado complicaciones…
-
Eso llevan horas diciéndonoslo, quiero saber como está
ella…
-
Sufre una hemorragia que a los médicos les está siendo
muy difícil de controlar, la señora está perdiendo mucha sangre y…
- ¿Y? no se atreva a decirme que se va a morir… - la
advertí.
- Su estado es grave, señor, los médicos están haciendo
todo lo posible, por ahora no queda otra cosa que esperar….
La mujer se
dio media vuelta y se fue por donde había venido. Dejándonos aún más nerviosos
de lo que nos había encontrado.
Mi hija ya ha
nacido. Acabo de ser padre y ni siquiera eso me importa. Ni siquiera me he
alegrado cuando la enfermera nos lo ha dicho. Mi mente solo puede pensar en
Gaby, en que ella se ponga bien. Y me siento una auténtica basura por no sentir
nada hacia mi hija ahora.
Pero solo
puedo pensar en Gaby, en el sufrimiento que estará pasando, en como debe
sentirse, estará débil y estará sola, porque yo no estoy a su lado. Yo que
siempre he estado a su lado. Nunca me he alejado de ella cuando me ha
necesitado, y ahora que realmente me necesita, ahora que necesito tomarla de la
mano para sentir sus firmes dedos apretando, diciéndome que está conmigo, que
seguirá luchando, no puedo estarlo, porque unos malditos medicuchos que no
saben lo que hacen no me permiten entrar, no me dejan calmarla.
- Ya eres padre Leo – las palabras frías de Gerardo me
recordaron que él continuaba allí.
- Eso ahora no me importa demasiado.
- No cometas mis mismos errores, hijo. Si… si Gaby no… si
ella…
- Eso no va a pasar - le miré enfadado. Si ese hombre no
fuera quién es le hubiera golpeado – Gaby se va a poner bien ¿me has entendido?
- Ojala hijo, no hay cosa que más desee en el mundo –
bajó la cabeza durante un instante y seguidamente me miró con los ojos repletos
de lágrimas – pero si eso no ocurre, no lo pagues con la niña, no cometas mi
mismo error, porque lo único que conseguirás es haceros daño a los dos.
-
Gaby va a salir de ese quirófano, - me limpié una
maldita lágrima, que me traicionaba, recorriendo mi mejilla – se va a poner
bien y vamos a volver a casa para cuidar a nuestra pequeña, ¿lo has entendido,
Gerardo, lo has entendido? Porque no hay nada más que decir – pateé una silla
cercana con todas mis fuerzas, enviándola a la otra punta de la estancia – no
hay nada más que decir.
Y no lo
había. Esa era la única verdad existente. Porque esto no estaba ocurriendo,
esto no era real.
Me senté en
la cama, la que debería ocupar Gaby en unas horas, cuando regresara, después de
salir, en perfecto estado, de la intervención, y fijé mi mirada en un punto
invisible de la pared.
No me apetece
pensar, no me apetece pasear, ni leer, ni ver a la gente pasar, ni mucho menos
hablar. Solo quiero que pase. Solo puedo pensar en que el tiempo pase, en que pase
rápido y que todo vuelva a la normalidad.
Ni siquiera
soy consciente de lo que me rodea. Sé que Gerardo está conmigo, en la misma
sala, o puede que ya no esté, no tengo ganas de comprobar si es verdad, aunque
en realidad no sé si me daría cuenta de si se hubiera ido.
Estoy
cansado, tan cansado que me cuesta hasta respirar. La cadencia de mis párpados
es un movimiento inconsciente que intento controlar. Tengo miedo de olvidarme
de abrirlos, de cerrarlos durante más de un instante y que cuando vuelva a
recuperar el control, cuando los vuelva a abrir después de ese tiempo, todo
haya cambiado, mi mundo, mi vida, tal y como lo conozco ahora, tal y como me
gusta ahora, cambie y ya no haya marcha atrás.
Quiero que
esto acabe. Que acabe ya, y que acabe bien. Quiero descansar, quiero tumbarme
en la cama, junto a Gaby, abrazándola contra mi pecho, apoyando mi mejilla en
su suave cabello, inspirando su dulce aroma, mientras ella sujeta en sus brazos
a nuestra pequeña. Y será entonces y solo entonces cuando consiga cerrar los
ojos, sin miedo a volver abrirlos, porque sabré que cuando lo haga, cuando los
abra de nuevo, ellas seguirán estando allí, conmigo.
La puerta se
abrió de nuevo. El sonido que hizo fue sutil, apenas audible, pero mis sentidos
estaban alerta a cualquier persona que entrara por ella.
Me levanté de
un solo movimiento y me acerqué a la enfermera que había venido la última vez,
hacía media hora, una hora o a saber cuanto tiempo había pasado ya.
Su expresión
era serena, jovial, pero ella no sentía lo mismo que yo, su vida no se estaba
convirtiendo en un martirio.
- ¿Hay noticias? – le pregunté de nuevo ansioso por qué
fuera así, pero totalmente concienciado de que no las había, al menos así lo
demostraba mi voz. Parecía la de un extraño, sonaba lejana, ausente, sin ningún
tipo de expresión.
- Lo siento, aún no, todo sigue igual, pero pensé que les
gustaría conocer a la niña, al menos el tiempo les pasará más rápido, no es lo
habitual, pero….
La miré de
arriba abajo y reparé en lo que decía. En sus brazos llevaba un pequeño bulto,
mi niña, y yo ni siquiera me había dado cuenta de ello.
Me quedé
quieto, mirándola, en el mismo lugar en el que me encontraba, sin dar ni
siquiera un paso, sin mover ni un solo músculo. No sabía que hacer.
Gerardo pasó
por a mi lado, apenas rozándome, sin decir nada y se acercó a la enfermera. Se
inclinó sobre la niña y la cogió en brazos.
Yo seguía
inmóvil mirando cada uno de sus movimientos, como si todo formara parte de una
película, en la que yo era un simple espectador.
- Les dejaré un rato con ella a solas – la enfermera
sonrió amigablemente y salió sin decir nada más.
Gerardo acunó
a la niña entre sus brazos, cuidadosamente, sin apartar ni un segundo la mirada
de su rostro. Ese rostro que aún no conocía y que ni siquiera me atrevía a
mirar.
Continué
alejado, quieto en el mismo lugar hasta que Gerardo se giró y comenzó a
caminar, lentamente, hacia mí. Yo no quería que se acercara, no quería verla,
no por ahora, no mientras Gaby no estuviera, no mientras ella corriera peligro.
Retrocedí de
espaldas, dando un pequeño paso tras otro, sin apartar la mirada de la de mi
suegro.
Y soy
consciente de que estoy haciendo todo esto porque tengo miedo. Miedo de mi
reacción, miedo de no ser capaz de quererla, de sentir rechazo hacia ella,
hacia lo que su vida puede significar para la de Gaby.
No podría
vivir conmigo mismo si pierdo a Gaby, pero tampoco voy a poder hacerlo si rechazo
a mi hija, a la sangre de mi sangre, al fruto de nuestro amor.
Continué
avanzando de espaldas hasta que la cama impidió mi avance. Miré desesperado a
mi suegro por última vez y aparté la mirada, dejándome caer abatido sobre la
cama.
-
Es preciosa, Leo, deberías mirarla, cogerla, es como
una muñequita de porcelana.
- Las muñecas de porcelana se rompen – mi voz volvía a
sonar ajena, y eso me asustó.
- No digas tonterías….
Levanté la
vista y Gerardo estaba frente a mí, el pequeño bulto rodeado de una manta rosa,
estaba dispuesto a la altura de mi rostro, solo tendría que estirar la mano y
podría tocarla, podría verla.
Mi corazón
comenzó a acelerarse no sé si por la emoción o por el dolor. Quería volver a
poner distancia, pero su cuerpo me obstaculizaba el paso. No podía huir. Era el
momento de enfrentar la realidad, era el momento de conocer a mi hija.
- Ten, cógela en brazos – y sin mediar una palabra más,
la colocó sobre mis temblorosos brazos – cuidado con la cabeza.
- No, yo….
Intenté
oponer resistencia una vez más, pero entonces ella hizo un ruidito, algo así
como un gorgojeo y la miré, y a partir de entonces me perdí, en su rostro, en
sus ojos, en su boca, en sus pequeñas manitas.
- No intentes alejarla de ti, Leo, aférrate a ella.
Ni siquiera
alcé la mirada. La voz de Gerardo volvía a parecerme lejana. Todo había vuelto
a desaparecer, pero ahora mi atención recaía en algo, en algo importante.
Recorrí su
pequeño rostro con el pulgar. Su frente, sus ojos, su boca, todo en ella era
tan pequeño, que tenía miedo de lastimarla.
Observé sus
manos, sus pies, conté cada uno de sus deditos, comprobando que todo estuviera
bien, que ella estuviera sana, y lo estaba. Ella era perfecta.
Su pequeña
manita rodeó mi dedo, apretándolo con una fuerza casi inusitada para su tamaño.
Sonreí ante ese gesto de fortaleza de mi pequeña.
Es la primera
vez que sonrío desde que todo ha empezado y me siento terriblemente mal. No debería
hacerlo, no mientras Gaby esté en peligro. No puedo olvidar por lo que ella
está pasando.
La acuné en
mis brazos, meciéndola suavemente intentando que se calmara. La siento
nerviosa, inquieta a mi lado. Y estoy seguro de que es porque siente lo que
ocurre, lo que la rodea y eso la pone mal. Al igual que nos ocurre a nosotros.
Me senté en
el sofá con cuidado de no alterarla y la miré, observando fijamente cada uno de
sus rasgos. Es tan bonita, tan pequeña, tan frágil.
Es igual a
ella, igual que su madre. Tiene sus ojos, su misma sonrisa. Esa sonrisa que me
vuelve loco, que me enamora cada instante más y más.
Siento las
lágrimas recorrer mis mejillas, pero ni siquiera soy realmente consciente de que
estoy llorando. Ni siquiera sé por qué lo hago. Estoy confuso, porque no sé si esas
lágrimas expresan dolor o alegría, aunque seguramente hagan las dos cosas a la
vez.
Porque estoy
triste, temeroso de lo que pueda pasar, de cómo esto pueda terminar, y feliz,
contento de tener a mi niñita, sana y salva, en mis brazos.
Nada de lo
que pensé que sentiría tenía fundamento. Jamás la rechazaría, nunca podría
dejar de quererla, pasara lo que pasara, nunca podría hacerla daño, nunca la
lastimaría.
Ella forma
parte de mi vida, es parte de mí. Tenerla en mis brazos, observarla, me permite
darle un respiro a mis pensamientos. Me enseña que no todo está perdido.
Tenerla a mi lado me da esperanza, me anima a seguir, a luchar. Pero no quiero
emprender esta lucha yo solo.
- Te quiero – hablé sin pensar, pero era totalmente
cierto. La quiero con toda mi alma – eres preciosa, tu mamá va a estar
encantada cuando te vea, seguro que hasta consigues hacerla llorar, y ya sabes
lo difícil que es conseguir eso con ella. A partir de ahora, vamos a comenzar
una vida nueva los tres juntos. Los tres, juntos y felices.
Bajé la
cabeza, apoyando mi mejilla en su cabecita, y cerré los ojos, esperando,
dejando que el tiempo pasara y las noticias, las buenas noticias, llegaran de
una vez.
- Siento interrumpir…
Escuché la
voz de la enfermera de nuevo y levanté la cabeza para verla. No me había dado
cuenta de que hubiera entrado. Miré a mi alrededor buscando a Gerardo, pero él
no estaba.
- Supongo que viene a llevársela – me puse en pie y me
acerqué a ella.
- Si, la niña debe tomar el biberón.
- Gaby quiere darle el pecho… - comenté sin darme cuenta,
mientras le entregaba a mi niña.
- Eso será más tarde – la miré y ella me sonrió – tengo
noticias.
-
¿Qué ha pasado? – la ansiedad podía conmigo,
- Su esposa acaba de salir del quirófano, está en la UCI.
Tengo ganas
de gritar de alegría, Gaby ha salido del quirófano, eso significa que todo va a
salir bien, que pronto podré estar junto a ella. Que todo volverá a la
normalidad.
- ¿Cómo está?
- Bueno, hay que esperar a ver como evoluciona – hizo una
mueca y mi alegría desapareció, la oscuridad volvió apoderarse de mí – pero eso
se lo explicará mejor el doctor que la ha operado.
- ¿Puedo verla? – es la única esperanza que me queda,
quiero verla, comprobar por mí mismo como se encuentra.
- Las visitas en la UCI están restringidas.
- Por favor… - le rogué desesperado.
- Veré lo que puedo hacer, - me sonrió tristemente,
sintiendo lastima por mí – dejo a la niña en el nido e intento conseguirle el
permiso.
- Muchísimas gracias.
Quiero verla.
Necesito hacerlo. No puedo estar más tiempo sin saber como está. Sin comprobar
con mis propios ojos su estado. Tengo ganas de gritar, pero ahora no quiero
hacerlo de alegría, sino de frustración, de dolor.
Quiero que
esta pesadilla acabe, quiero volver a casa, volver a la normalidad.
Miré hacia la
puerta, esperando, impaciente, que vuelva a abrirse de nuevo, que la enfermera regrese
y me lleve junto a ella. Y por fin ocurre, la puerta se abre de nuevo, pero,
desgraciadamente, no es la enfermera que tanto esperaba, es Gerardo, que vuelve
aparecer.
- ¿Alguna noticia?
- La enfermera me ha dicho que ha terminado la operación.
Gaby esta en la UCI,
estoy esperando para ver si me dejan verla.
- ¿Cómo está?
- No lo sé, tenemos que esperar a que vengan a hablar con
nosotros - Le miré y vi en sus ojos lo mismo que estaba sintiendo yo.
- Bueno, al menos la operación terminó. ¿La niña?
- Se la llevaron, tenían que darle de comer.
- Es preciosa ¿Verdad? – asentí y le miré.
- ¿Dónde estuviste?
- Me fui. Quería dejarte solo con ella.
- ¿Por qué?
- Porque lo necesitabas.
Gerardo me
colocó la mano en el hombro, propinándome una afectuosa caricia, y se dirigió
de nuevo a la posición que llevaba ocupando durante todo el tiempo que habíamos
estado encerrados en esa habitación, junto a la ventana, volviendo a prestar
atención a los viandantes que desde ella se podían divisar.
Me senté de
nuevo en el sofá, apoyando los codos sobre las rodillas, intentando en vano que
mis piernas dejaran de moverse.
Estoy tan
nervioso, que ni siquiera soy capaz de controlar mis movimientos. Mi mirada va
de lado a lado buscando algo en lo que entretener mi mente, para poder aguantar
la espera de nuevo. Pero nada me sirve.
La
desesperación se apodera de mí. No puedo creer que después de todo lo que hemos
esperado, nadie sea capaz de venir a informarnos, de decirnos como está Gaby.
Si no hubiera sido por esa enfermera ni siquiera hubiera sabido que ya había
salido del quirófano.
La puerta se volvió
abrir y esta vez sabía que era esa enfermera que sin razón aparente se preocupaba
por nosotros. Me levanté y me acerqué, deseoso de que me condujera hasta el
lugar donde se encontraba mi esposa. Pero la enfermera no está sola, el médico de
Gaby la acompañaba.
- Leonardo – me tendió la mano amigablemente pero le miré
con desconfianza, no me gustaba su expresión, sentía que iba a decir algo que
no me iba a gustar – señor Cortéz…
- ¿Puedo ir a ver a Gaby?
- De eso mismo venía a hablarles.
- Es un honor que te dignes a hacerlo, después de todo –
intenté sacar algo de mi frustración atacándole.
- Disculparme, pero me surgió otra urgencia que tuve que
atender.
- Mi esposa – volví a centrar el tema.
- Si, el parto se complicó, Gaby tuvo una hemorragia que
finalmente, y con mucho trabajo, pudimos controlar, ahora se encuentra en la UCI.
- Cuéntame algo que no sepa.
- Ella, aún está muy delicada, la pérdida fue masiva, lo
que le produjo un shock, aún estamos realizándole transfusiones, la tenemos
sedada y monitorizada, - se encogió de hombros - ahora debemos esperar para ver
como evoluciona. Siento no poder traer otras noticias, pero a veces se producen
complicaciones…
- Pero… ¿Mi hija tiene posibilidades, doctor?
-
Eso no se lo puedo asegurar al cien por ciento, debemos
esperar.
- Y ¿Qué debemos esperar, Julián, buenas o malas noticias?
– le dije desesperanzado.
- Siempre hay que esperar buenas noticias, Leo – me
colocó una mano sobre el hombro y me dio un apretón – Gaby es fuerte, estoy
seguro de que todo ira bien.
- ¿Esa es una opinión profesional?
- Me temo que no, es más un deseo. Profesionalmente solo te
puedo decir que los riesgos son elevados pero que puede conseguirse, que todo
depende de la evolución, de cómo reaccione ella.
- ¿Puedo verla?
- No, lo siento.
- Por favor, necesito verla.
-
Leo…
- Cinco minutos, no pido más – le rogué desesperado.
-
Bueno – resopló – está bien, cinco minutos Leo… los dos
debéis descansar.
- Gracias Julián, muchísimas gracias.
Entré en la
habitación. Apenas se veía nada. La noche estaba cayendo y las luces estaban
apagadas. Active el interruptor, y la luz fluorescente llenó la estancia y la
iluminó.
Estaba muy
pálida. Me fijé en su vientre, ahora vacío y un escalofrío me recorrió. Las
maquinas rodeaban la cabecera de su cama, los tubos la rodeaban a ella. Caminé
hacia la cama, temblando como un adolescente asustado.
El miedo a
perderla se apoderó de nuevo de mí. La tomé de la mano, temeroso de que el
tenerla frente a mí, fuera un espejismo fruto de mi ansia y desesperación. Su
mano se adoptó a la mía, tal y como siempre lo había hecho.
Acaricié con
el pulgar su suave piel mientras levantaba su mano, acercándola a mis labios.
Su tacto era más frío que el habitual, que el que recordaba. Besé su mano una y
otra vez, deseando que mis besos la hicieran reaccionar, que supiera que yo
volvía a estar a su lado. Que no iba a dejarla sola. Que podía contar conmigo,
como siempre, para siempre.
Pero no
ocurrió nada. Ella no se movió. Mi parte racional me gritaba que era porque
estaba sedada, pero mi corazón me gritaba que la estaba perdiendo, que Gaby se
estaba yendo, se estaba alejando de mí.
Apreté su
mano con fuerza y la pasé por mi mejilla, para luego colocarla sobre mi corazón,
para que sintiera mis latidos, cada vez más suaves. Para que sintiera, como mi
corazón se iba parando, sin ella.
Coloqué su
mano sobre la cama de nuevo, aún tomándola entre las mías y me incliné sobre
ella, apoyándolas en mi frente y cerré los ojos intentando contener la emoción.
- Mi amor, por favor, tienes que ser fuerte, tienes que
recuperarte pronto. Tienes un precioso bebé que conocer, una niña preciosa que
te va a necesitar mucho, tanto como te voy a necesitar yo, como te estoy
necesitando – me tuve que callar, durante un instante, porque la voz comenzaba
a faltarme – por favor, tienes que salir de esta. Tienes que hacerlo por mí
cariño, por favor…
Me incorporé,
para inclinarme, de nuevo, esta vez, sobre su rostro y la miré, acariciándole
la mejilla. Seguía siendo ella, seguía igual de preciosa que siempre, la misma
entereza que siempre, esa que me hizo amarla desde el primer día que la vi.
- Te quiero con todo mi alma, siempre te he querido y
siempre te querré.
Besé sus
dulces labios suavemente. Apoyé mi frente sobre la suya y cerré los ojos.
- No me dejes solo, por favor.
Me separé de
ella y vi como unas lágrimas corrían por sus mejillas. Mis lágrimas. Las recogí
con el pulgar y me pasé la mano por la cara para eliminar, también, las que
bañaban mi propio rostro.
La miré una
vez más y salí de la habitación, incapaz de seguir viéndola tan estática, tan
sin vida.
Ya han pasado
tres días. Mi cuerpo no puede más y mi mente tampoco. Soy consciente de que necesito
descansar, pero no quiero hacerlo. No quiero separarme de ellas. Sigo teniendo
esperanza, aún continúo esperando una mejoría que no llega, pero que estoy
seguro que tarde o temprano llegará.
No me he
movido del hospital para nada en estos días, y no pienso hacerlo hasta que Gaby
reaccione. Gerardo es el que se encarga de ir y venir, trayéndome algunas
cosas, mientras yo me paso el tiempo, yendo y viniendo, del nido de recién nacidos
a la cristalera de la habitación de Gaby en la
UCI. Eso es lo único que me importa, lo
demás me es indiferente.
Llevo un rato
mirando a mi pequeña, viendo como Elena se mueve, se retuerce, en ese pequeño
cubículo que le hace las veces de cama, porque es la única satisfacción que
puedo tener, al menos por el momento.
Me senté en
el banco de enfrente a la cristalera y me recosté apoyando la cabeza contra la
pared, con los ojos cerrados.
Necesito
tanto tener un respiro, si tan solo las buenas noticias llegaran.
- Leo.
La voz de
Julián el médico de Gaby me sobresaltó tanto que incluso me puse en pie y le
miré nervioso, preocupado.
- ¿Qué pasa?
- Nada, vengo a traerte noticias – le miré completamente
tensado, pero él me sonrió y la esperanza creció en mí – buenas noticias.
- ¿Gaby? – la impaciencia se apoderó de mí.
- Si, esta mañana la quitamos la sedación.
- ¿Por qué no me dijiste nada?
- Porque bastante tenso estás, como para que encima te
pases el día esperando a que despierte, además, prefería no tenerte paseando
frente a su puerta, de lado a lado, como un león enjaulado.
- ¿Ha despertado?
- Si, hace un rato, la he estado revisando y le he hecho
unas cuantas pruebas y está bien.
- ¿Estás seguro?
- Completamente, sé que estos días no te he dicho mucho
sobre su estado, pero quería ser precavido, hasta que no he estado
completamente seguro de que su estado podía ser favorable, no le he retirado la
sedación y finalmente todo ha salido bien.
- Entonces ¿Ella está bien?
- Estará cansada, algo débil durante unos días, pero sí,
está perfectamente y totalmente fuera de peligro, al final ha reaccionado mejor
de lo que esperábamos – me dio un apretón en el hombro que apenas sentí – ya te
dije que era fuerte.
- ¿Puedo verla? – la ansiedad podía conmigo, tenía tantas
ganas de verla, de hablar con ella, de abrazarla.
- Claro, a eso venía, la hemos llevado a la habitación
que le correspondía, cuando quieras…
- Genial, - caminé unos pasos sin dejarle terminar y me
volví - ¿Cuándo le vais a subir a la niña?
- Ahora mismo me encargo de eso, en unos diez o quince
minutos podrá conocer a la pequeña.
- Genial – me acerqué de nuevo a él y le abracé –
muchísimas gracias Julián.
- De nada, hombre, es mi trabajo – le sonreí y salí
corriendo hacia el ascensor, ansiaba ver a Gaby bien.
Entré
cuidadosamente en la habitación. Estaba impaciente, pero también preocupado.
Confiaba en Julián, pero no iba a concienciarme al cien por ciento de que todo
estaba bien, hasta que lo comprobara por mí mismo.
Gaby estaba
medio recostada, aún con los ojos cerrados. Me acerqué hasta ella y la observé
en silencio. Su color había mejorado, sus mejillas comenzaban a tener ese toque
sonrosado que tanto me gustaban y las sombras de su rostro habían desaparecido.
Respiré
profundamente intentado sacar toda la tensión que llevaba tanto tiempo
acumulando y ella abrió los ojos y me miró.
- Leo.
Tan solo
pronunció mi nombre, apenas en un susurro, pero su voz me recorrió. Volver a
oírla me hizo sentir vivo, me hizo consciente de que ella estaba viva y
entonces si que todo explotó en mi interior.
Extendí la
mano y la acaricié la mejilla, sonriendo, con ganas, por primera vez en todos
estos días. El contacto con su piel hizo que me recorriera un escalofrío, que
lejos de incomodarme, me hizo sentirme pleno.
- Por fin – me mordí el labio inferior temeroso de que
todo me sobrepasara – pensé que me ibas a dejar aquí tirado – quería quitarle
importancia al asunto, por ella, por mí.
- Jamás te dejaría tirado, cariño.
Me sonrió y
todo se vino abajo.
La abracé,
escondiendo la cabeza en su pecho y me puse a llorar como un niño pequeño.
Quería controlarme, no quería que ella me viera así, pero me resultaba
imposible conseguirlo.
- Shhh, cariño tranquilo – me acarició el cabello con
movimientos calmados y acompasados – todo pasó.
- He tenido tanto miedo de perderte… - levanté la cabeza
y la miré con el rostro bañado en lágrimas – pensé que te perdía, que te perdía
para siempre.
- No me vas a perder, te lo juro – me acarició la mejilla
con ternura – ahora todo va a ir bien.
- ¿Me lo prometes?
- Te lo prometo – me sonrió de nuevo, y supe que era
verdad.
- Te quiero tanto.
-
Y yo a ti mi amor, y yo a ti.
Acortó la
distancia que nos separaba y me besó, con dulzura, con amor, provocando que una
vez más todo en mi diera vueltas. Me parecía increíble tenerla entre mis brazos,
hablar con ella, sentir sus labios calidos de nuevo. La había echado tanto de
menos….
Nos separamos
y nos miramos fijamente, mientras una lágrima recorría su mejilla. Ella me miró
sonriente.
- No ibas a parar hasta conseguir hacerme llorar,
¿verdad?
- La fuerte y blandita Gaby - Los dos nos echamos a reír
mientras nos secábamos las lágrimas el uno al otro – pues que sepas que aún te
quedan buenas lágrimas por derramar.
- ¿Ah sí?
-
Cuando veas a Elena vas a ponerte a llorar como una
niña pequeña, es tan linda, Gaby, tan linda.
- ¿Elena? – me miró emocionada.
- Si, la inscribí con el nombre que tú querías, con el de
tu madre.
- Gracias.
- No tienes por qué dármelas, cariño, con tal de veros
felices....
- Me encanta verte así.
- ¿Llorando y maltrecho como un muñeco de trapo?
- Tan emocionado con tu hija – sonrió tímidamente – y
conmigo.
-
Es que me estoy volviendo un blandengue – sonreí y la
besé de nuevo, incapaz de mantenerme alejado de ella.
-
Perdón por interrumpir – Gerardo entró con Elena en
brazos y se acercó a nosotros sonriente - pero mira lo que te traigo, cariño.
- ¡Papá!, cuanto me alegro de verte – Gaby miró hacia los
brazos de su padre, y su sonrisa se ensanchó al reconocer el pequeño bulto que
había en ellos – ¿Me dejas cogerla?
- Por supuesto que si hija, Elena está deseando conocer a
su madre – Gerardo la colocó en sus brazos y tras darle un beso, cargado de
sentimiento, en la frente a su hija, se retiró, mientras mi corazón, al verlas
juntas por fin, dio un nuevo brinco de felicidad.
- Dios, de verdad es preciosa.
-
Ya te lo había dicho – me senté junto a ella y le pasé
el pulgar por la cabecita a nuestra hija – es igualita a su madre.
-
Quedaros así, no os mováis, os voy a hacer una foto.
Gerardo,
emocionado, sacó una cámara del bolsillo, y nos tomó nuestra primera foto como
una familia.
La primera
imagen de nuestra nueva vida.
*-*-*-*-*-*-*
Última parte de esta historia que así queda cerrada.
Espero que os haya gustado conocer de esta forma tan peculiar la vida de Gaby y que haya estado a la altura de vuestras espectativas.
Espero que os haya gustado conocer de esta forma tan peculiar la vida de Gaby y que haya estado a la altura de vuestras espectativas.