Llegaba
tarde. No sabía como lo hacía pero siempre que quedaba con Silvia la dejaba
esperando al menos media hora.
Volvió a mirar
el reloj impaciente mientras esperaba a que el semáforo se pusiera de nuevo en
verde. Pasaban veinte minutos de la hora y aún le quedaba un buen trecho por
recorrer. Taconeó nerviosamente el suelo, intentando entretenerse en algo,
mientras los números que le indicaban cuanto tiempo quedaba para que pudiera
cruzar, cambiaban pausadamente.
Cuando por fin
el semáforo cambió, se apresuró en llegar a la otra acera, sin importarle
tropezar con cuanta persona se interponía en su camino. Miró por enésima vez el
reloj y resopló, aún tenía que atravesar el parque más grande de la ciudad y
una calle bastante transitada para poder llegar hasta el lugar acordado.
Se descolgó el
bolso del hombro y rebuscó en él mientras caminaba. Quería llamar a Silvia para
decirle que llegaría un poco tarde. Ella siempre se quejaba del tiempo que la
hacía esperar sin avisar, pero si esta vez la llamaba para decírselo, Silvia no
podría reclamarle y estaría un poco más tranquila.
Estaba en
mitad del parque, donde los niños corrían libremente de un lugar a otro sin
prestar atención a lo que les rodeaba, sin prestarla atención a ella, al igual
que ella no reparaba más que en su bolso y en su, hasta el momento, perdido
móvil.
Uno de los
niños que correteaba a su alrededor chocó contra ella, desequilibrándola
levemente, pero lo suficiente como para
que su bolso escapara de su agarre, acompañado de una maldición por su parte, y
acabara en el suelo con todas las cosas que había en su interior desperdigadas
por la acera.
Estaba casi
desesperada, llevaba ya más de media hora de retraso y Silvia estaría
subiéndose por las paredes, y con toda la razón del mundo.
Intentó
recoger, lo más rápido posible, todas sus cosas, a excepción del móvil, el cual
mantuvo en la mano para llamar a su amiga.
Cuando hubo
terminado, se puso de nuevo en pie y continuó su marcha con prisa. Casi corría
por los enrevesados caminos del parque, sorteando abuelas charlatanas y parejas
amorosas, cuando una de ellas llamó su atención.
A unos metros
de ella, tenía a una de las personas que más detestaba del mundo. A la que
nunca podría perdonarle el sufrimiento que le hizo pasar a una de las personas,
más importante de su vida, de su mundo. La más importante en realidad.
- Leopardo – le
sonrió nada más verlo - que sorpresa que vengas a buscarme, pensé que nos
veríamos en el cine.
- Gaby, necesito
hablar contigo – se restregó el puño por un ojo y la miró - ¿puedo pasar?
- Claro que puedes
pasar Leo, vaya pregunta… ven – le sujetó de la mano y tiró de él hacia el
interior de la casa – vamos a mi cuarto.
- ¿Qué ha pasado? –
le miró preocupada, su amigo nunca había dado muestras de estar mal, deprimido,
ni nada por el estilo, siempre había sido ella la que había necesitado de sus
consuelos.
- Susana ha roto
conmigo.
- ¡¿Qué?! – le miró
con los ojos abiertos como platos - ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿habéis
discutido? – no entendía que podía haber ocurrido entre ellos, eran la pareja
perfecta, el que hubieran terminado, así sin más, no era una opción posible en
su relación.
- No lo sé – se
sentó a los pies de la cama y escondió el rostro entre sus manos – no lo
entiendo.
- Leo… – se sentó
juntó a él y le acarició suavemente el cabello, intentando transmitirle lo que
no sabía decirle con palabras.
Él lo era todo para ella, su apoyo, su
pilar, su amigo… y no podía verle así…, le partía el alma verle así.
- Yo la quiero….
- Lo sé….
- No a otra, no a
nadie más, yo la quiero a ella – desenterró la cara de entre sus manos y la
miró fijamente – la quiero a ella.
-
Lo sé, cariño, -
le acarició la mejilla - ¿ha sido por eso? ¿Susana cree que estás con otra?...
porque si es así solo tienes que decírselo…
- Ya le he dicho
todo lo que podía, pero no me cree… no quiere creer en mí.
-
Quizá si hablo yo
con ella… - le miró con una sonrisa esperanzada – al fin y al cabo yo soy quién
mejor te conoce, la puedo asegurar que la quieres… - Leo colocó su mano sobre
la de ella, que aún reposaba sobre su rostro.
-
Eso no serviría
de nada… - bajó la vista – solo complicaría más las cosas.
- Pero… - le miró
angustiada – habrá algo que se pueda hacer.
- No hay nada que
hacer, no quiere escucharme, no quiere entender las cosas… – la abrazó con
todas sus fuerzas, dejando correr unas amargas lágrimas, que nunca antes había
visto bañando sus ojos.
Recordaba ese
día como si fuera ese mismo. Ese día, seis años atrás, siempre había estado en
su memoria. Ese día en el que fue testigo de cómo su amigo, su mejor amigo, el
pica flor, se llevaba su primer desengaño amoroso, el día en el que se le
rompía el corazón con tan solo diecinueve años. El día en el que esa chica que
decía ser su amiga, que afirmaba a voces estar tremendamente enamorada de su
amigo, le había dejado sin decir nada, sin dar ninguna explicación. Ese día en
el que había tenido que estar horas con él entre sus brazos mientras se
desahogaba, llorando como un niño, mientras el corazón de ambos se rompía.
Y ahora ella,
estaba ahí, frente a ella, provocando que un nudo se instalara en su estómago.
Llevaba años
sin verla. La última noticia que había tenido de ella era que se había ido a
estudiar fuera, dejando atrás todo lo que había tenido, dejando atrás a su
familia, a los que eran sus amigos y dejando atrás a Leo, con el corazón
destrozado.
La rabia
bullía en su interior. Tenía ganas de acercarse hasta ella, y gritarle a la
cara todo lo que pensaba, todo lo que sentía por ella. De reclamarle por todo
lo que le había hecho pasar a Leo. Pero sabía que no podía hacerlo, porque eso,
solo complicaría las cosas e incluso le buscaría un conflicto con Leo. Y eso
era lo último que quería.
Llevaban un
año juntos, un año como pareja. Y no quería que nada lo estropeara y mucho
menos ella.
Sabía que él era
el único, el verdadero, el que tanto tiempo había esperado. Lo sabía por todo,
por todo lo que había hecho por ella, por todo lo que la había ayudado, por
todo lo que había luchado por ella.
Había habido
momentos difíciles entre ellos, realmente duros, que habían estado apunto de
separarles para siempre, de acabar con su amistad y con todo lo que había
crecido en ellos a lo largo de los años. Pero todos esos obstáculos los habían
salvado y siempre lo habían hecho juntos.
Y ahora lo que
menos quería era tener un problema con él, no quería que él recordara y se
sintiera mal, porque ella también se sentiría mal.
Intentó
serenarse, calmarse y olvidarse de que ella estaba a unos metros de distancia,
para poder retomar su camino, para dirigirse hacia su cita a la que ya llegaba
suficientemente tarde.
Miró por
última vez hacía donde estaba ella y entonces lo vio, con sus propios ojos y su
corazón se paró en seco.
Leo.
Leo estaba con
ella, en ese banco, sentado a su lado.
Leo la estaba
abrazando y besaba su cabello mientras la acariciaba dulcemente la espalda.
Leo.
Su Leo.
Dio unos pasos
inseguros hacia atrás, sin poder apartar la vista de la escena que se estaba
representando frente a ella. Quería salir de allí, alejarse de esa imagen que
la estaba torturando, pero de la que era incapaz de apartar la mirada.
No podía creer
lo que estaba viendo. No podía expresar lo que estaba sintiendo.
Leo no podía
estar haciéndole esto. Leo no podía engañarla, él nunca lo haría. Nunca la
traicionaría, nunca la mentiría de nuevo.
-
Me mentiste Leo,
me mentiste…
-
No, yo….
-
No solo me lo
ocultaste, me engañaste…
- Nunca he querido
hacerte daño Gaby, pensé que no decírtelo era lo mejor, creí que no
contándotelo te estaba cuidando, te estaba protegiendo.
-
Si de verdad me
hubieras querido proteger me lo hubieras dicho ¿Por qué no lo hiciste? ¿Por qué
no me contaste la verdad? – le miró enfadada.
-
Porque pensé que
era lo mejor, ya te lo he dicho – la miró desesperado.
- ¿lo mejor para
quién?
-
Lo mejor para ti,
lo mejor para los dos… descubriste la verdad, y ahora te sientes de nuevo mal,
vuelves a pensar en él, en vuestra relación…
- Eso no tiene nada
que ver… lo justo era que yo supiera las cosas, que Darío me contara la verdad…
él no lo hizo, pero tú lo sabías, lo sabías y no me lo dijiste, te lo
guardaste, me lo ocultaste… sabías como me sentía, lo mal que lo estaba pasando
y te dio igual, no te importó.
- Lo hice porque
pensé que era lo mejor, porque te quiero… tienes que creerme Gaby.
- No puedo creerte,
ya no puedo hacerlo, no puedo confiar en ti.</b>
Deseaba cerrar
los ojos y olvidar todo lo que había visto, dejar de pensar en ello, borrar ese
momento de su memoria, y centrarse en los muchos otros que había vivido con
Leo. Esos en los que jamás nada se había interpuesto entre ellos, esos en los
que siempre habían estado juntos, el uno con el otro, apoyándose, cuidándose,
queriéndose.
-
Te he estado
buscando por todas partes… - se sentó junto a ella - ¿Dónde te habías metido?
-
Leo, quiero estar
sola… - giró levemente su pequeño cuerpo para que su amigo no la viera.
-
Silvia me dijo
que había pasado algo con Daniel… pero la tonta de ella no me dijo qué era – se
cambió de posición para quedar frente a ella - ¿estás llorando? ¿te ha pegado?
Porque si te ha pegado, voy adonde él y le parto la cara a ese gafotas, enano…
- No me ha pegado…
y no estoy llorando – metió la cabeza entre sus rodillas y elevó la voz para
que su amigo pudiera escucharla desde su nueva posición – vete, te he dicho
que quiero estar sola.
- No me pienso ir
hasta que me digas que te ha pasado…
- La señora Santos
se va a enfadar si no vas a clase.
- Pues más se va a
enfadar contigo que eres más moco que yo y tampoco has ido a clase…
- Da igual que sea
más pequeña, yo tengo permiso…
- Eres una
mentirosa…- Gaby levantó la cabeza y le
miró ofendida.
- Yo no miento…
- Eso no es verdad,
me dices que no estás llorando y que el gafotas no te ha pegado y es mentira,
porque tienes lágrimas en los ojos.
- No son lágrimas…
- ¿y que son,
lista? Tengo diez años no me puedes mentir.
- Déjame en paz
idiota – le empujó provocando que se cayera hacia atrás sobre el césped.
- No te pienso
dejar en paz hasta que me digas que ha pasado – la gritó.
- No me grites… -
comenzó a llorar.
- Gaby… - la abrazó
– no llores… perdóname…
- Daniel ha dicho
que mi madre se murió porque yo no la quería… - se separó un poco de él y le
miró con los ojos humedecidos – y yo si la quería… - Leo volvió abrazarla.
- Ese gafotas es
idiota y no sabe lo que dice… le voy a partir la cara en cuanto le vea, le voy
hacer comerse la tierra del patio.
- No te pegues con
él, si la sargento se entera te va a castigar… - se separó de él de nuevo y le miró con los ojos aún llorosos – no
quiero que te castiguen por mi culpa.
- No me van a
castigar, Gaby… no lo van hacer… y no pienso dejar que ese idiota del gafotas
te diga esas cosas y te haga llorar… nadie te va hacer llorar… no voy a dejar
que nadie te haga llorar… yo siempre te voy a cuidar.</b>
Leo le había
prometido que siempre iba a protegerla, que siempre cuidaría de ella, que no
permitiría que nadie la lastimara. Pero en ese momento era él el que la estaba
lastimando, el que la estaba haciendo sufrir.
Llegó a su
casa, rogando porque nadie se interpusiera en su camino. Estaba confusa,
cansada, la cabeza le daba vueltas y sus ideas bullían en su interior como
fuegos artificiales.
Aún podía
recordar lo que habían vivido. Todos los momentos en los que habían disfrutado
juntos, en los que se habían dejado llevar por sus sentimientos, en los que simplemente
habían sido felices, sin pensar en nada más, sin tener que esforzarse, porque
ellos simplemente estando juntos, eran felices, solo con mirarse, sabían lo que
sentían, lo que querían.
Podía recordar,
perfectamente, el momento en el que olvidó lo que su cabeza le aconsejaba, para
dejarse llevar por el corazón.
Entró en la habitación y nada más
verlo un sentimiento de tranquilidad se instaló en su interior, en su corazón.
Había pasado muchísimo miedo. Desde que Silvia le había dicho que Leo había
sufrido un accidente de moto, no había podido respirar tranquila.
Ahora estaba en esa
inmaculada y estéril habitación, viéndole tumbado en una cama, con algunas
magulladuras por el rostro, pero con el semblante totalmente tranquilo.
Los médicos habían
dicho que no tenían por qué producirse complicaciones y que su estado era
favorable, pero que a pesar de ello, debía permanecer en observación durante
unos días para poder prevenir cualquier dificultad.
Se acercó a él y se
sentó en el borde de la cama, con más cuidado del necesario, pero no podía
evitar pensar que cualquier roce podría dañarle. Le acarició con suavidad la
mejilla recorriendo con dedos temblorosos las heridas y moratones que
comenzaban a parecer en ella.
Llevaba muchos días
pensando en él, en sus palabras. Hacia tiempo que pensaba que su relación había
vuelto a ser la de antes, que volvían a ser amigos, que se llevaban como cuando
eran niños, pero esa tarde en la que le había vuelto a decir que sentía algo
más que cariño por ella, había trastocado, de nuevo, su vida.
Le miró y sonrió para
sí misma. Leo. Él siempre había sido especial, siempre había sido alguien
importante para ella. Él más importante. Siempre le había querido y siempre
había pensado que ese cariño era el mismo que se le tendría a un hermano. Pero con el tiempo se había dado cuenta de
que ese cariño distaba mucho de ser el que se tiene a un hermano. Se dio cuenta
de que realmente sentía algo por él, y que ese algo no era otra cosa que amor.
Él la correspondía, y
lo hacía desde mucho más tiempo de lo que pudiera pensar. Mucho más de lo que
ambos pudieran recordar. Pero él había sido mucho más valiente que ella, él se
lo había confesado, lo había hecho muchas veces, y había soportado sus
incertidumbres, sus dudas y sus negativas.
Había guardado silencio, durante el tiempo
que ella había necesitado, durante el tiempo necesario para que ella se diera
cuenta de lo que sentía, de que realmente sentía algo más por él, y finalmente
había vuelto a decírselo, cuando la había visto más segura, con la esperanza de
que ella por fin lo aceptara, que por fin lo reconociera.
Pero ella le había
vuelto a dar la espalda, se había empeñado en que siguieran tratándose como
amigos. Pero en su cabeza no había dejado de dar vueltas a sus palabras, hasta
ahora.
Ahora que había tenido
miedo, miedo por él, miedo de perderlo, ahora que se había dado cuenta de que
lo único que estaba logrando con su cabezonería era perjudicarles a los dos,
hacerles sufrir innecesariamente y ocultar lo que realmente sentía.
Pero ahora estaba
dispuesta a decirle la verdad, a pedirle que la perdonara por sus
incertidumbres, por sus dudas, que la diera una oportunidad, que se la diera a
ambos. Que se dieran esa oportunidad, que ella les había negado tan solo unos
días antes.
- ¿Gaby?
- Ey, Leo – le
apartó unos mechones de cabello que le caían por la frente - ¿Cómo te
encuentras?
-
Me duele todo –
intentó incorporarse, pero ella se lo impidió.
-
No te esfuerces…
- le sonrió – voy a ir a buscar al médico.
-
¿para qué? Estaba
dormido no en coma irreversible – bromeó.
- No hagas esas
bromas, lo que te ha pasado no es ninguna tontería – le miró seria – podía
haberte pasado algo muy grave.
-
No ha sido nada,
por mí ahora mismo me largaba para casa.
-
No empieces… si
hubiera sido yo la que estuviera en tú lugar…
-
Eso ni siquiera
se menciona Gaby – la interrumpió él molesto.
-
Si fuera yo, no
me dejarías ni moverme…- insistió de nuevo.
-
No lo haría.
-
Mentiroso –
sonrió ella.
-
Si fueras tú la
que estuviera en esta cama… - la acarició la mejilla – yo no me separaría de ti
en ningún momento, no te dejaría sola… haría cualquier cosa para poder sacarte
de aquí cuanto antes, para que te pusieras bien enseguida, y si para ello
tuviera que atarte a la cama o darte mi vida lo haría sin pensar.
-
Te quiero…
-
Yo también te
quiero mi niña, y aunque tú me quieras de forma distinta, eres, y siempre
serás, la personita más importante que hay en mi vida.
- Es que si que te
quiero, como tú me quieres a mí. Te quiero – Leo la miró con el ceño fruncido.
-
Dices eso porque
estás asustada, porque tenías miedo de que me hubiera pasado algo.
- No, digo eso
porque es la verdad – se inclinó sobre él, lo suficiente para hacer coincidir
sus miradas – porque te quiero, porque quiero tenerte siempre a mi lado y
porque solo de pensar que pueda llegar a perderte… - cerró los ojos durante un
instante y al abrirlos la cara de Leo estaba aún más cerca de la suya.
- ¿me quieres? -
ella asintió.
-
Te quiero y si
aún quieres que…
-
Te quiero… -
acortó el poco espacio que quedaba entre ellos y la besó por primera vez desde
que eran unos niños.
Aun podía
recordar, palabra por palabra cada una de las veces que él la había dicho lo
que sentía, la sinceridad que encontraba en ellas, en su mirada, en sus gestos.
Por esa razón
se negaba a creer que ahora la traicionara, que se olvidara de todo lo que
habían vivido, de todo lo que habían sentido.
Pero no podía
negar lo evidente, nadie se lo había contado, nadie lo había inventado. Había
sido ella la que con sus propios ojos lo había visto todo.
Se sentó en
ese banco junto a la ventana, que tantas veces la había ayudado a olvidar, a
pensar, y apoyó la cabeza contra el vidrio, cerrando los ojos de forma
inconsciente, deseando que con ese simple gesto, pudiera retroceder en el
tiempo, situarse unas horas antes, cuando todo era perfecto, cuando nada
entorpecía su felicidad.
-
¡¿Gaby?!
La voz de Leo
en la habitación la sobresaltó. Abrió los ojos y le vio acercarse. No sabía que
hacer, ni que quería hacer.
-
Dios Gaby – se arrodilló frente a ella y la abrazó –
estaba muy preocupado…
Gabriela se
separó de él y le miró con el ceño fruncido. No entendía por qué le hablaba
así, por qué iba a estar preocupado. La preocupación por ella era lo último que
hubiera pensado que sentiría, al menos después de lo que había presenciado en
el parque.
- Preocupado ¿Por qué? – su voz sonaba distante, aún sin
proponérselo.
- Silvia me llamó, me dijo que habíais quedado pero que
no apareciste, que no la llamaste y que tampoco cogías el móvil – resopló y
tras bajar la mirada un instante la centró en ella de nuevo y colocó su mano
sobre su mejilla – pensé que te había pasado algo… - apoyó su frente sobre la
de Gaby y cerró los ojos bajando la voz – pensé que te había pasado algo….
- Pues como puedes ver estoy perfectamente – se apartó de
él y se levantó poniendo algo de distancia.
- ¿Qué te pasa? – se levantó él también y dio unos pasos
para acortar el espacio que ella se había molestado en crear.
- No me pasa nada… me duele un poco la cabeza… - caminó
hacia la cama y se sentó en ella – así que es mejor que te vayas, quiero estar
sola.
- No me pienso ir de aquí hasta que me digas que es lo
que realmente te pasa, y eso de que te duele la cabeza no me sirve…
- No me pasa nada – repitió levantándose y cambiando de
posición de nuevo.
- No sabes mentirme cariño – la miró con una sonrisita de
superioridad.
- Entonces – le miró con frialdad - quizás deberías
enseñarme a hacerlo tú, ya que se te da tan bien…
- ¿Qué quieres decir? Yo nunca te he mentido… - Gaby le
miró con la cabeza levemente ladeada y una sonrisa irónica en los labios – esa
fue la única vez… - Leo bajó la cabeza avergonzado y un segundo después volvió
a la carga - ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás a…? – el sonido del teléfono le
interrumpió. El chico sacó el móvil y miró la pantalla para luego mirarla a
ella – tengo que contestar…
- Claro… - movió las manos con indiferencia – por mi
perfecto… y si te vas a hablar a la calle y no vuelves mejor.
Leo la miró
sorprendido por su actitud, pero ante la insistencia de la llamada, contestó,
aunque sin dejar de mirarla, intentando comprender lo que estaba ocurriendo.
Gaby lo miró,
pero él no se movió de la habitación, ni siquiera apartó la mirada Estaba
alterada, demasiado como para continuar con una conversación civilizada.
Necesitaba pensar, calmarse, porque había comenzado a hablar sin pensar, sin
medir sus palabras, ni las consecuencias que estás podrían traer.
- Intenta estar tranquila ¿vale? allí nos vemos, un beso
– colgó y se guardó el teléfono – lo siento… era…
-
¿Susana? – le interrumpió, hablando de nuevo sin pensar.
-
Si, - la sorpresa recorría su rostro - ¿Cómo lo sabes?
- Será que soy adivina… - ironizó, dándose la vuelta para
no mirarle. Qué él lo reconociera la hacía más daño que el hecho de haberlos
visto antes.
-
Venga, en serio ¿te ha llamado?
-
No, digamos que la he visto por casualidad… - resopló
sonoramente y apretó los puños con fuerza – esta mañana – le miró fijamente
esperando una reacción.
-
Ah, - la miró con cautela - ¿y te ha contado lo que ha
pasado?
-
No he hablado con ella… - estaba furiosa, actuaba como
si nada hubiera ocurrido entre ellos.
- Yo también estuve esta mañana con ella.
-
Lo sé.
- ¿lo sabes? – la miró confundido - ¿Cómo lo sabes?
-
Porque os vi en el parque, cuando iba a encontrarme con
Silvia.
-
¿y por qué no nos dijiste nada?
-
Por vuestra actitud, pensé que estaríais recordando
viejos tiempos, así que preferí no interrumpiros.
-
¿viejos tiempos? ¿a qué te refieres? – Gaby resopló
cansada.
-
Tú sabrás, y ahora ¿te puedes ir? Aún me duele la
cabeza y quiero descansar – Leo la miró con los ojos entrecerrados.
-
Vale. ¿Qué está pasando? Hay algo que no me dices, algo
que te molesta y que no consigo saber qué es… pero está claro que estás
enfadada conmigo…
-
¿y por qué piensas que estoy enfadada contigo? ¿acaso
hay algún motivo por el que tenga que estarlo?
-
No, claro que no…
-
Entonces no tenemos más de que hablar ¿no?
-
Si que tenemos… a ver ¿Qué he hecho para que estés así
conmigo? – la cogió del brazo y la acercó a él.
-
Nada – se soltó de mala manera de él y se alejó unos
pasos.
-
Si no fuera nada, no estaríamos hablado de esto, ni
huirías de mí como lo estás haciendo, ni estarías tan enfadada como lo estás
ahora, ni....
- ¿piensas seguir con esto mucho tiempo? – le interrumpió
ella cruzando los brazos sobre el pecho.
-
Hasta que me digas de una maldita vez que te está
pasando – le respondió él elevando el tono de voz.
-
A mí no vuelvas a gritarme – le dijo ella con el tono
elevado también – si quieres gritar a alguien lo haces a tu amiguita, pero a mí
ni se te ocurra…
-
Así que es eso… estás así porque me viste hablando con
Susana…
-
No estabais precisamente hablando… - le reclamó furiosa.
-
¿Estás así porque estás celosa? – le dijo él sonriendo.
-
Estoy así porque me sale de las narices.
-
Cariño… ¿Cómo puedes pensar que yo…? – intentó
abrazarla pero ella se escapó de él.
-
Porque lo vi con mis propios ojos, por eso no solo lo
pienso sino que lo sé.
-
Pues estás completamente equivocada, no sé que habrás
visto, pero te aseguro que no es nada de lo que piensas.
-
¿Qué no es lo que pienso? Estabas abrazándola, la
estabas besando…
-
Reconozco que la estaba abrazando, pero en ningún
momento la besé, intentaba apoyarla, ayudarla.
-
Pues vaya forma tienes tú de ayudar y apoyar a la
gente…
-
Vamos Gaby, no puedo creer que tú con lo sensata y
madura que eres me estés diciendo esto – resopló – a ver cariño, - la sujetó
por el brazo para evitar que se alejara de él y no le dejara explicarse –
estaba en el parque con Susana porque me llamó y me dijo que necesitaba hablar
conmigo, necesitaba mi apoyo, y yo se lo he dado, punto.
-
¿y por qué necesitaba tu apoyo? ¿O es que no puedo
saberlo? – soltó su brazo de la mano de Leo y se cruzó de brazos frente a él.
-
Si que puedes saberlo… debí decírtelo antes, pero no
quería que…
-
¿Qué me enterara que me estabas poniendo los cuernos?
- No quería que recordaras cosas que te hacen sufrir… -
la miró pacientemente – la madre de Susana ha muerto, ella me llamó porque lo
está pasando mal y porque yo la conocía del tiempo que estuvimos juntos y ella
me tenía cariño al igual que yo se lo tenía a ella - Gaby le miró mordiéndose
el labio inferior nerviosamente - jamás podría engañarte, amor, nunca te
cambiaría por otra… - Leo la enmarcó la cara con sus manos – tú eres la mujer
que amo, la única mujer que amo y amaré… por nada del mundo te engañaría, y
mucho menos te cambiaría por otra.
-
Yo… - apartó la mirada avergonzada – lo siento. Siento
haber desconfiado, pero os vi y… no sé que me pasó… - escondió el rostro en el
pecho de Leo – tenía tanto miedo.
-
Miedo ¿de qué, cariño? – le acarició el cabello
tranquilizadoramente.
-
Miedo de perderte… - separó la cabeza ligeramente, lo
suficiente para mirarle a los ojos.
-
Nunca me vas a perder – apoyó su frente sobre la de
ella – nunca.
-
Te quiero.
-
Yo también te quiero mi amor - Leo acortó la escasa
distancia que separaba sus bocas y la besó. Intentando tranquilizarla, queriendo
eliminar sus miedos y sobre todo tratando de demostrarle que lo que tenían era
algo firme, duradero, inquebrantable.
Se sentía una
completa estúpida. Había desconfiado de él, había pensado todo lo peor, se
había estado torturando por cosas que no tenían sentido, por sus estúpidos
miedos, por sus temores.
No quería
perderle, no quería que Leo la abandonara, que la traicionara como la mayoría
de la gente que la rodeaba hacía. Y aunque sabía que él nunca lo haría, sus
dudas siempre estaban latentes y a la menor oportunidad salían a relucir,
aunque no tuvieran base ni sentido fuera de su mente.
-
¿Cómo está Susana? – se separó levemente de él y le
miró.
-
Bastante mal… - Leo se sentó en el banco y tiró del
brazo de ella para que lo acompañara.
-
Me gustaría hablar con ella.
- Gaby, no… no creo que sea lo mejor… tú… no quiero verte
mal, hablar con ella solo conseguiría que… - Gaby le silenció colocando un dedo
sobre sus labios.
-
Yo mejor que nadie sé por lo que está pasando… quizá
hablar conmigo la ayude…
-
Pero no es necesario.
-
Para mí es necesario, me siento culpable… además, quizá
puedo ayudarla de alguna manera…
- Está bien… - la acarició la mejilla con una sonrisa
comprensiva – esta tarde la había dicho que nos veríamos, tiene que arreglar
unas cosas y no quería dejarla sola.
-
Vale, entonces esta tarde – recostó la cabeza sobre el
pecho del chico y suspiró tranquila con los ojos cerrados.
Se sentía
nerviosa y estúpida a la vez. No había motivos para estarlo, pero aún así
pensar en el encuentro con Susana la alteraba. Su idea sobre ella no había
cambiado, seguía pensando en el daño que le había causado a Leo, pero de eso
hacía demasiado tiempo, demasiadas cosas habían pasado ya, y aquello había
dejado de tener importancia, por lo que se había propuesto olvidarlo, porque si
Leo lo había hecho, ella también podría hacerlo.
Estaba
avergonzada por desconfiar de Leo y por haber interpretado las cosas como no
eran. Susana necesitaba la ayuda de sus amigos, estaba atravesando un momento
muy duro y ella solo se había preocupado por sí misma, pensando lo peor de
Susana, sin dar oportunidad a la verdad, sin pensar en nada más.
Por eso le
había pedido a Leo que la llevara con ella. Se sentía mal por haber desconfiado
de ella, y por esa razón había sentido la necesidad de verla, de ayudarla. Y aunque
sus motivos, fueran algo egoístas, ya que, quizá, lo único que pretendía, en
realidad, era acallar su mala conciencia. Quería creer, que hacía todo esto
para darle su apoyo y sus consejos, porque de esta forma, podría ayudarla a
pasar este mal trago y hacerla sentir algo mejor, y así, ella también se
sentiría menos culpable.
Cuando Gaby y
Leo entraron en la cafetería en la que habían quedado con Susana, no tardaron
en divisarla en una de las mesas. Gaby quería hablar con ella a solas, al menos
de primeras, quería hablarle de su experiencia, intentar conectar con ella, ya
que sabía perfectamente por lo que estaba pasando y eso era mejor hacerlo en
privado.
Por ello, le
pidió a Leo que fuera a pedir algo de beber, mientras ella hablaba con Susana.
Y él compresivo como siempre, le dio un pequeño beso y se dirigió hacia la
barra sin decir una palabra, mientras ella se acercaba a la mesa en la que
esperaba la chica.
-
Hola Susana.
-
Gaby, que sorpresa, no esperaba que tú también
vinieras. Me alegro de verte – sonrió sin mucha convicción.
- No voy a decirte todas esas tonterías que se dicen en
estos casos, porque lo único que se consigue con ellas es parecer idiota y
hacer sentir peor al otro
-
Entonces supongo que debo agradecerte que no me hagas fingir
agradecimiento por esas tonterías que no hacen otra cosa que ponerme aún peor –
ambas sonrieron.
-
¿Cómo lo llevas?
-
Lo llevo.
-
El principio siempre es lo peor, con el paso de los
días va mejorando, no te voy a decir que llegará algún día en el que dejes de
pensar en ella, pero sí que llegará un día en el que dejes de sufrir. La
recordarás, y te pondrás triste, porque ya no está, pero ya no dolerá tanto y sabrás
que siempre estará contigo, acompañándote y que lo que ella más querría es que
tú fueras feliz, que siguieras adelante con tu vida, como si nada hubiera
pasado, como si ella estuviera aún contigo.
-
Gracias – Susana la miró con los ojos vidriosos y un
segundo después apartó la mirada incómoda.
-
No tienes por qué dármelas. Sé lo que estás sintiendo –
guardó silencio durante unos instantes recordando, sin querer, todo lo que
había vivido desde que su madre muriera y se encogió de hombros queriendo
olvidar, aparentando que todo eso ya no la dolía, ya no la importaba– y pensé
que tal vez si hablaba contigo podría ayudarte – Susana la tomó de la mano.
-
Leo tiene mucha suerte.
-
Yo soy la que tiene suerte, Leo es maravilloso…
-
Si que lo es.
-
Supongo que debo darte las gracias por dejarlo marchar
– bromeó, intentando relajar un poco el ambiente, aunque sin conseguirlo.
-
Yo no lo dejé marchar, porque no se puede dejar marchar
algo que nunca se ha tenido.
-
No sé a qué te refieres – Gabriela la miró confundida.
-
Leo nunca estuvo enamorado de mí.
-
¿Qué dices? – la miró como si estuviera loca por no
creer en la veracidad de los sentimientos de Leo - Si que lo estuvo, miles de
veces me lo dijo cuando salíais, yo vi lo mal que lo pasó cuando rompisteis, te
amaba y mucho - Se sentía estúpida al intentar convencer a la ex novia de su
novio de que él había estado perdidamente enamorado de ella.
-
No, él creía estar enamorado de mí, pero en realidad
solo me tenía cariño, su corazón ya estaba ocupado por otra persona, llevaba
mucho tiempo ocupado, y me alegro muchísimo de que por fin estéis juntos.
-
¿Qué me estás queriendo decir?
-
Solo digo que yo vi lo que vosotros dos os negabas a
ver. Si yo dejé a Leo fue porque sabía que estaba enamorado de ti, y por mucho
que yo lo intentara, jamás iba poder cambiar lo que sentía – miró a Leo a lo
lejos – y me alegro de todo corazón que ahora estéis juntos y estéis bien,
porque los dos os lo merecéis.
-
No se que decirte.
-
Pues prométeme algo entonces – Susana la miró fijamente.
-
Claro – Gaby correspondió a la mirada de la chica.
-
Prométeme que no le harás daño, que siempre le
cuidarás.
- Eso está más que hecho, jamás le haría daño, él es… –
miró en la dirección en la que se encontraba Leo y sonrió –…el amor de mi vida.
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Quinto y anteúltimo relato. El título le he cambiado de cuando lo escribí a ahora, pero aquel le puse muy rápido y nunca acabó de gustarme, así que ahora que he tenido oportunidad, he decidido modificarle. No es que este sea uno de los relatos que más me gustan de esta historia, pero hubo que escribir algo así, con mucho salto en el tiempo. Espero que os guste y que no os resulte muy lioso.