domingo, 21 de julio de 2013

Construyendo Recuerdos - "Capítulo 3"



Sintió una opresión sobre el pecho, seguida de una inyección de aire que la llenaba los pulmones y una reacción extraña la invadió, haciéndola reaccionar.



Escupió una gran cantidad de agua salada mientras sentía como la colocaban de costado. Intentó aspirar el máximo aire posible y volverse, pero entonces unos brazos fuertes rodearon su estómago y la acercaron a un firme pecho, impidiéndola realizar cualquier tipo de movimiento.



Eduardo la estaba abrazando por detrás, con su pecho apoyado contra su espalda y sus brazos rodeándola. Respiraba tan agitadamente como ella y no hacía otra cosa que moverse de delante para atrás como un autómata, con ella entre sus brazos.



-  ¿Estás bien? – había enterrado su rostro en el cabello de ella, lo que dificultaba que pudiera entender lo que le acaba de preguntarle – Carolina… -insistió él separándose levemente de ella y girándola para poder verla el rostro.

-  ¿Qué… - intentó aclararse la voz, pero le resultaba difícil hablar y tragar –…qué ha pasado?

-  ¿Estás bien? – insistió de nuevo él con voz profunda. Ella asintió e intentó incorporarse - Shh… despacio – la mantuvo sujeta cerca de su cuerpo.

-  ¿Qué ha pasado? – volvió a insistir ella también, con la voz un poco dañada y aún algo aturdida.

- ¿No te acuerdas? – ella negó con la cabeza, e intentó moverse y separarse de él, pero sin éxito – te quedaste sin aire… – se apartó de ella lo suficiente para que le mirara - no sé qué pasó – bajó la mirada – fue mi culpa, tenía que haber revisado mejor el equipo, tenía que haberlo comprobado antes de… - se quedó callado y se levantó, alejándose de ella para coger una de las toallas que había al otro lado del barco.

-  No fue tu culpa, yo no….

- Lo siento mucho Carol… - la interrumpió él. Se agachó junto a ella, pasándole la toalla por los hombros y la miró – si te hubiera pasado algo, yo… - cerró los ojos y suspiró – lo siento de veras… - la tomó de la mano y la miró fijamente – perdóname… - ella colocó su mano libre sobre la mejilla, aún mojada, de él y le acarició el rostro con el pulgar sin decir nada.



 Habían vuelto de regreso al hotel en un abrir y cerrar de ojos. O al menos eso le había parecido a ella. Nada más llegar, Eduardo la había acompañado a la habitación y había llamado por teléfono al médico del hotel, a pesar de la firme oposición que ella había hecho.



Tras haber recibido la visita del médico. Había dejado en la habitación a Eduardo, sirviéndose una copa, mientras ella pasaba a darse un baño.



     Media hora después había salido envuelta en una toalla y un poco más tranquila, pero él había desaparecido. En su ausencia, ella se había vestido y había salido a la terraza a contemplar la preciosa vista del océano que desde ella podían disfrutar.



Un rato después, oyó la puerta cerrarse, por lo que entró de vuelta a la casa esperando ver a Eduardo en ella. Y así era. Aún no se había cambiado de ropa, continuaba con el bañador y una camiseta playera puesta y estaba serio, tan serio como nunca le había visto.



-   ¿Dónde estabas?

-  He ido a devolver el equipo… - tiró las llaves sobre una mesa y se acercó a ella, tomándola del brazo y conduciéndola hacia el dormitorio – el médico te recomendó reposo… ¿Qué haces levantada?

-  Estoy bien – le recordó – solo fue un susto.

-  Eso no hace falta que lo digas.

- ¿Qué ha pasado? – le miró preocupada al verle en ese estado.

-  Nada, solo he ido a devolver el equipo… - la miró de nuevo con la mandíbula apretada – y tú ¿Cómo estás?

-  Ya te he dicho que bien – le siguió con la mirada mientras le veía abrir la cama – no hace falta que te preocupes.

-  Ya… - sonrió levemente – venga, a la cama.

-  No voy a meterme en la cama, aún es temprano.

-  Tienes que descansar.

-  No tengo que descansar…

-  Casi te ahogas… - elevó la voz - ¿No te das cuenta? – cerró los ojos y respiró – perdona… no quería gritarte.

-  No… me imagino… - le miró sonriendo – me parece que el que necesita descansar y relajarse eres tú y no yo.

-  Por favor Carolina, por una vez en tu vida, hazme caso – la miró suplicante.

-  Está bien – se acercó a él y se quitó las zapatillas de una patada – te estás volviendo un poco mandón ¿Sabías?        



 Se despertó a la mañana siguiente. No había sido consciente de haber dormido tanto, pero el radiante sol de la mañana ya entraba a través de las cortinas y llenaba de pleno la habitación.



       Se estiraba con energía, desperezándose, cuando Eduardo hizo su aparición en la habitación con una bandeja repleta de comida entre las manos.



- Estás despierta – se acercó y se sentó a su lado colocando la bandeja sobre las piernas de ella.

-  Acabo de hacerlo – miró la bandeja y luego le miró a él – um, que rico

-  Pues es todo para ti, así que disfruta – se acercó a la enorme cristalera y corrió las cortinas volviendo a continuación a sentarse junto a ella.

-  ¿Qué hora es? – preguntó mientras se metía un trozo de piña en la boca.

-  Casi las once, has dormido mucho – le robó un trozo de fruta del plato y se lo comió.

-  Ey, que era todo para mí – se quejó ella aparentando estar enfadada y apuntándole desafiantemente con el tenedor.

-  ¿Cómo estás? – le preguntó él sonriendo ante el comentario de ella.

-  Perfectamente… y deja de hacer eso, te pareces a mi madre.

-  ¿Qué deje de hacer qué? – la miró sin entender lo que quería decir.

-  Mirarme como si pensaras que te estoy mintiendo y estar todo el día encima de mí comprobando si realmente me encuentro bien.

-  No sabía que estaba haciendo eso – sonrió pícaramente y volvió a robarle otro trozo de piña antes de levantarse y acercarse a uno de los aparadores.

-  Ey… - se quejó de nuevo ella.

-  Eres una avariciosa – sacó algo del mueble y escondiéndolo tras su espalda regresó a su lado.

-  ¿Qué llevas ahí? – se intentó incorporar un poco más para ver lo que escondía pero la bandeja se lo impedía.

-   Nada… ¿Me das una tostada?

-   Si tú me dices que es lo que escondes…

-  No hay nada, solo estoy intentando arreglar las cosas… -estiró la mano hacia la bandeja pero ella le dio un golpetazo provocando que él la apartara.

-   ¿Qué quieres decir con eso?

-  Pues que desde que nos casamos, lo único que he hecho ha sido volverte loca y…

-   Eso lo hacías desde antes – le interrumpió ella sonriendo.

-  ... y meter la pata… incluso poner tu vida en peligro… - continuó él serio.

- Eduardo, lo que pasó ayer no fue tu culpa, son cosas que pasan.

-  Sí, claro… - volvió a intentar coger la tostada, pero ella se lo volvió a impedir – ey, ¿Ni siquiera por lo mal que me siento?

-  ¿Me estás haciendo chantaje emocional?

-  Yo nunca haría eso - le dijo con cierta ironía, llevándose una mano al corazón.

-  Ah sí, claro – le miró con los ojos entrecerrados e imitó su tono – yo nunca haría eso… - cogió una tostada y se la tiró – para que no te quejes.

-  Umm, que rica, gracias – la dio un mordisco y la dejó de nuevo en el plato.

- ¿Para eso tanto follón? Para que la des un mordisquito y ya…

- Espera – se limpió las manos en una servilleta y le enseñó lo que tenía escondido detrás de él.

- ¿Qué es eso? – le preguntó mientras se limpiaba ella también, alternando la mirada de su rostro a la cajita que sujetaba en su mano.

-  Una sorpresa para pedir perdón – tomó su mano con la suya y le puso la cajita en ella.



Le miró con desconfianza, pasándose la cajita de una mano a otra, pensando en sí debía abrirla o no.



-  Venga, que la vas a marear… - le insistió él.

-  Está bien – abrió la caja y sacó de ella una fina cadena de oro blanco de la que pendía un precioso diamante en forma de corazón engarzado en una base de oro blanco, que la dejó sin palabras.

-  Sé que no se parece al que te dio tu madre, pero no sabía si ese le iba a poder recuperar, y me sentía tremendamente mal, así que estuve buscando por toda la isla, y lo único que encontré que tuviera un poco de parecido fue esto – habló de carrerilla y sin dejar espacio a una posible respuesta por parte de ella.

-  Eduardo esto es…

-  Sé que no es lo que te hubiera gustado tener, que hubieras preferido recuperar el tuyo antes que tener otro pero…

- No tenías porque haber hecho esto Eduardo, no era necesario… - interrumpió ella las explicaciones que él le estaba dando.

-  Si que era necesario, era lo menos que podía hacer… aunque me hubiera gustado darte el verdadero, pero pensé que no iba a poder recuperarlo, así que me decidí a remplazarlo por este.

-  ¿pensaste?

-  Si, pensé – sacó un pequeño sobre del bolsillo del pantalón - pero resulta que si hubiera esperado un poco de tiempo… - la entregó el sobre – ábrelo – Carolina miró el cuidado embalaje y el remitente procedente de España.

-  Pero está a tu nombre.

-  Sí, pero es para ti – la sonrió – venga, ábrelo de una vez.



Le hizo caso. Rasgó uno de los lados del sobre y miró en su interior, pero no pudo ver nada. Miró a Eduardo para que le diera alguna explicación pero él seguía mirándola expectante, por lo que siguió intentándolo. Puso el sobre boca abajo, y colocó la mano para recoger cualquier cosa que pudiera caer.



     No se imaginaba que era lo que pudiera contener ese paquete, hasta que aquello que tanto había esperado cayó sobre la palma de su mano.



El colgante de su madre estaba de nuevo junto a ella. Eduardo, sin saber cómo, lo había encontrado, lo había recuperado y se lo había devuelto. Y eso la había emocionado mucho más de lo que hubiera podido imaginar.



- ¿Qué… cuándo… cómo lo has recuperado? – estaba tan conmovida que no sabía ni lo que decir.

-  Estuve investigando un poco y al final descubrí que se me había caído en la limusina que nos llevó al aeropuerto, así que solo tuve que pedir que me lo enviaran aquí, acaba de llegar, por eso no te lo di antes.

-   ¿y por qué compraste el otro habiendo recuperado este?

-  Porque hasta antes de ayer no conseguí dar con él… quería compensarte de alguna forma.

-  Eduardo – se mordió el labio inferior intentando controlar la emoción, que  amenazaba con sobrepasarla, para no ponerse a llorar, y le abrazó estirándose por encima de la bandeja que se interponía entre ellos dos – no sabes lo que esto significa para mí.



 El resto de las “vacaciones” habían pasado más amistosamente que los primeros días. Después de la recuperación del colgante por parte de Eduardo, y la preocupación que había demostrado por ella tras el incidente durante la sesión de buceo. Carolina había bajado sus barreras ante su reciente esposo. Y él tampoco le había puesto muchos problemas a su mujer. Por lo que la relación entre ambos había mejorado.



Por fin habían conseguido tratarse sin problemas, aunque nunca lo habían hecho como amantes.



 Pero sus dos semanas de luna de miel, habían concluido, la vuelta a la realidad, a su mundo de falsedad, había regresado. Ahora, durante sus presentaciones en público, volverían a tener que fingir un amor inexistente, aunque por lo menos estando en privado, podrían comportarse como personas civilizadas gracias a esas dos semanas en las que, no sin pequeñas disputas, habían aprendido a convivir en algo parecido a la armonía.



Acababan de llegar a la ciudad y lo primero que habían hecho era ir a conocer la que a partir de ahora sería su nueva casa. Sus padres se la habían entregado como regalo de bodas. Era una gran mansión en una de las zonas más lujosas de la ciudad. Una casa grande, demasiado para ellos, pero entonces no había opuesto objeciones ya que habían pensado que cuanto más espacio tuvieran, menos tiempo tendrían que pasar juntos.



 - Voy a necesitar un mapa para no perderme aquí dentro – Carolina se sentó en uno de los sofás de la sala de estar y miró como el mayordomo se encaminaba a subir sus maletas por la enorme escalinata que llevaba al segundo piso.

-  Puedes dejar miguitas de pan como pulgarcito – Eduardo se sentó frente a ella y la miró con una sonrisa jocosa.

-  Seguro que aún así me pierdo… - miró hacia la puerta donde una de las sirvientas acababa de llegar - ¿Si?

- Ya hemos colocado sus maletas con el resto de las pertenencias en la habitación, señores.

-  Muchas gracias – la señora inclinó la cabeza y salió sin decir nada más.

- ¿Qué quieres hacer esta noche? – le preguntó Eduardo, sacando una cerveza de la nevera de la barra del bar y haciéndole un gesto de invitación.

-  No lo sé – negó con la cabeza – seguramente descansar, ha sido un viaje muy largo y cansado, además, mañana tenemos que volver a la oficina – se estiró sobre el sofá.

-  Pensé que nos tomaríamos unos días más, para aclimatarnos – ella sonrió y se dirigió hacia él.

-  Hay que ser más responsable chico rico – le dio una palmadita en la mejilla y salió sonriendo de la sala.



    Subió a su habitación dispuesta a darse un buen baño y descansar. Necesitaba relajarse, prepararse física y mentalmente para la vuelta a la realidad.



Entró en el baño para elegir cuidadosamente las sales que iba a utilizar. Quería relajarse, calmar su cuerpo para poder echarse una buena siesta antes de ver a sus padres por la noche.



Comenzó a llenar la bañera, mientras se entretenía oliendo las fragancias elegidas, contenidas en los pequeños botes que sus amigas le habían regalado en su despedida, cuando escuchó la voz de Eduardo en la habitación llamándola.



-   Estoy en el baño pasa.

-  ¿puedo pasar? – Eduardo asomó la cabeza tímidamente con los ojos entrecerrados.

-  ¿no te he dicho que lo hicieras? – dejó escapar una carcajada y le miró sonriente - ¿Qué necesitas?

- Yo nada, tu amiguita, está abajo esperándote… - se balanceó sobre sus talones como un niño pequeño que trama algo.

-  ¿Daniella? – él asintió – vale, bajo enseguida, gracias…

- ¿tu amiga nos persigue? – Carolina le miró sin entender – nos persigue, nos tiene vigilados o algo, porque no es normal que media hora después de que lleguemos a casa venga a visitarte…- Carolina se inclinó sobre la bañera para cerrar el grifo y quitar el tapón, divertida ante los comentarios – es eso o que tengo razón y es una bruja… – él murmuró algo más y Carolina, al no entender sus palabras, se volvió y le vio en la misma posición y con la misma mirada pícara

-  ¿Qué le has hecho? – le miró con desconfianza.

-  ¡¿yo?¡- se llevó un dedo al pecho y la miró con los ojos muy abiertos – nada ¿Qué le iba hacer yo?

-  ¿y por qué tienes esa cara?

-  Nací con ella – se encogió de hombros inocentemente.

-  Eduardo, ¿Qué le has dicho a Daniella?

-  Yo nada, ha sido ella.

- ¿y qué ha hecho ella? – le preguntó pacientemente, pero tremendamente divertida ante la actitud de él.

- Pregúntale… - la miró con una sonrisita y salió de la habitación.





-  Por favor, dime que no te has acostado con él – la frase brotó de los labios de Daniella, nada más ver aparecer a su amiga por la puerta.

-  Shhh – la miró molesta – no hables tan alto – se acercó hacia ella y se sentó en el sofá - ¿Qué haces aquí?

- Vine a verte, pero eso no importa ahora… te lo tiraste – su amiga la miró con una mezcla de sorpresa y de repulsión.

-  No, ¿Por qué piensas eso?

-  Porque él me lo dijo…

-  ¿Te lo dijo?

- Me lo dejo caer, me dijo que acababas de subir porque estabas muy cansada después de una luna de miel tan movidita…

- ¿y tú por eso entiendes que me he acostado con él?

- Bueno, es tu marido, es algo normal… pero repugnante en todo caso… - puso cara de asco – ese idiota es… puagg.

- Daniella… - la regañó – no te pases…

- Vale, perdona…. ¿Cómo van las cosas con el hombre de hielo? – Carolina sonrió ante el apodo que su amiga Daniella utilizaba para nombrar a su esposo. Iba a ser imposible que se trataran bien, y mucho más que fueran amigos.

- Bueno… van… la verdad es que está siendo más fácil de lo que pensaba.

- ¿ha dejado de comportarse como un estúpido? – su amiga la miró con una ceja alzada, totalmente sorprendida.

- A veces se comporta de forma normal – bromeó ella con una sonrisa.

- No pareces muy enfadada… lo que es bueno, sorprendente, pero bueno, me alegra que no te haga la vida imposible.

-  No, nos llevamos bien, es simpático – Daniella la miró como si estuviera loca – a veces – puntualizó Carolina al ver la cara de su amiga – a veces hacíamos las cosas cada uno por su lado, lo que provoca que…

-  Que la relación sea fácil… - ella asintió.

-  Las cosas van poco a poco.

-  ¿lo que implica qué….?

- Que estamos comenzando a conocernos, tanteando el terreno, intentando ser amigos…

- Siento decirte cariño que no creo que el hombre de hielo tenga amigos.

- Daniella, no seas mala, Eduardo es…

- ¿Raro?

-  No, - se quedó pensativa durante unos segundos - …especial, a veces me desconcierta y otras veces me conmueve, no sé cómo explicarlo…

- Es que ese hombre no tiene explicación amiga, es como el quijote en mandarín, ininteligible.

- Sé que no te cae bien, a mí tampoco al principio, pero estoy intentado conocerle, intentando adaptarme a esta vida que me ha tocado, y te necesito ¿vale?

-  Está bien… me guardaré todos mis reproches ante ese… - la miró – ante ese estupendo marido que te ha caído encima y te diré… buena suerte compañera - la miró sonriendo. Solo ella podía, con sus locuras, hacerla reír y olvidarse de todo en cualquier momento.




*+*+*+*+*+*+*




Rutina. Eso era lo que caracterizaba su matrimonio, una absoluta y aburrida rutina.



Llevaban dos meses casados y apenas se habían comportado como tal, si no fuera porque dormían en la misma habitación, para que los empleados no sospecharan más de la cuenta, su relación se podía limitar a la de compañeros de casa.



Se levantaban, se preparaban, se dirigían hacia la oficina, almorzaban algo rápido en la cafetería o en el restaurante de la esquina, y de nuevo de vuelta a la oficina hasta bien entrada la tarde, cuando regresaban a casa, y tras una cena ligera, se acostaban a una hora prudente. Pero, por supuesto, cada uno por su cuenta.



Incluso los fines de semana estaban más dedicados a cumplir cuestiones sociales, la mayoría individualmente, y rematar algún fleco suelto del trabajo que a mantener una verdadera relación marital.



Aunque de vez en cuando debían acudir a alguna fiesta o cena en pareja, mostrando, como siempre, la perfecta armonía, de cara a la galería, de la que su matrimonio hacía alarde.




-  ¿Sí? – había mirado el número en el identificador de llamadas, descubriendo que pertenecía al del despacho de Eduardo, lo que no dejaba de sorprenderla, porque su amante esposo apenas la llamaba.

-  Hola. ¿tenías pensado algo para esta noche?

-  Había pensado acompañar a Daniella a comprar unas cosas que necesita, cenar algo ligero y meterme en la cama temprano.

-   Que novedad….

-   Ya ves, ¿Por qué lo preguntas, tenías pensado algo mejor?

-  Me ha llamado un viejo amigo de la universidad, está en la ciudad y me ha invitado a cenar, quería presentártelo, pero si no te apetece, o tienes planes con la simpática de tu amiguita, puedo disculparte, de todas formas no le di ninguna respuesta segura, le dije que tenía que preguntártelo.

-  Vale.

-  ¿vale a que te disculpe o a que vienes?

-   Vale a que voy.

-  ¿Estás segura?

-  Sí, quiero conocer a ese amigo tuyo, además me apetece hacer algo distinto… estoy cansada de estar en casa…

-  Genial, pero… no le digas a la loca esa que tienes de amiga que cancelas la cita con ella por mí, bastante manía me tiene ya…

-  Daniella no te tiene manía.

-  Ja, el otro día la pillé intentando tirarme un florero desde la terraza de nuestro cuarto para desnucarme.

-  Que exagerado eres.

-  Ya claro… tú es que siempre la defiendes, es como un niño pequeño, hace las cosas a escondidas y luego pone cara de buena para que la creas a ella.

-  Ahora el que parece un niño pequeño eres tú – comentó ella entre risas – oye… ¿tenemos que hacer la de matrimonio feliz o podemos ser normales?

-  Hombre, tampoco es que tengamos que parecer pegatinas pero sí que parezca que estamos casados.

-  Es que estamos casados Eduardo.

-  Ves, eso es lo que quiero decir.

-  ¿El qué?

-  Acabamos de comportarnos como el típico matrimonio, que discuten por todo y no se entienden… pero sin darnos cuenta

-  Ah, eres de lo que no hay… ¿a qué hora has quedado?

-  A las nueve y media en el hotel real.

-  Vale, estaré lista para las nueve.

-  De acuerdo, nos vemos luego en casa entonces.

-  Ok.

-  Ah y Carol

-  ¿Sí?

-  Gracias.

-  De nada.



 Carolina se había cambiado de ropa lo menos diez veces. No encontraba algo con lo que se sintiera a gusto, con lo que se sintiera bien. Y quería sentirse genial, espectacular. Por alguna extraña razón, no quería defraudarle, deseaba que Eduardo se sintiera orgulloso de ella cuando le presentara ante su amigo. Qué su amigo lo envidiara, y él se enorgulleciera de ello.



       Estaba terminando de arreglarse, cuando Eduardo entró a toda prisa en la habitación, desabrochándose la camisa con una mano, ocupando la otra en lanzar su corbata y su chaqueta, de mala manera, sobre la cama.



-  Voy muy tarde – se quitó los zapatos de una patada y los lanzó por los aires.

-  No, tranquilo, aún hay tiempo de sobra – aunque en realidad no había sido una pregunta sino una afirmación, ella le contestó, intentando calmarle ya que estaba bastante alterado.

-  Se me ha hecho tardísimo, mi padre se empeñó en revisar unos informes, según él importantísimos – puso los ojos en blanco – y el tráfico está imposible, creí que no iba a llegar nunca – se quitó la camisa, y la lanzó hacia donde descansaban el resto de sus prendas y se dirigió hacia el cuarto de baño – voy a ducharme.

- ¿quieres que te ayude en algo? – Carolina se levantó y comenzó a recoger la ropa de su esposo.

-  ¿me frotas la espalda? – se asomó por la puerta y la miró con una sonrisa burlona.

-  ¡Eduardo! –le reclamó ella.

- ¿Qué…? – ella le miró con los ojos entrecerrados, advirtiéndole que se controlara – vale… ¿Tú ya has terminado?

-  Casi…

-  Si me sacaras algo de ropa, sería estupendo – volvió al interior del baño y encendió el grifo de la ducha.

-  Vale, ¿Qué quieres? – se acercó a la puerta para que él pudiera escucharla pero sin entrar.

-  Elige tú… pero no me vistas de pingüino, lo odio.



Carolina retuvo una carcajada y comenzó a rebuscar entre la ropa de su marido. Eligiendo con cuidado lo que él iba a ponerse, todo tenía que ser perfecto esa noche, y todo lo sería. Su amigo se iría a su casa con la misma idea que todos tenían. La idea que manejaba sus vidas. Que ellos eran la pareja perfecta.




-  Nacho, te presento a Carolina, mi esposa – Eduardo le colocó una mano en la espalda y con la otra la sujetó la mano, invitándola a dar un paso hacia delante para saludar a su amigo.

-  Caray, Eddie, no me dijiste que tu mujer era así – el hombre de apariencia similar a la de Eduardo, alto, guapo, de cabello negro y ojos oscuros y penetrantes, tomó la mano de Carolina y besó dulcemente el dorso – encantado de conocerte Carolina.

-  Lo mismo digo Nacho - miró a Eduardo con una sonrisa – Eduardo me ha hablado mucho de ti – y no era del todo falso, puesto que la conversación que ambos habían mantenido de camino al hotel, había versado sobre su relación.

- Me gustaría decir lo mismo, pero este bribón – le dio un suave codazo en el vientre a su amigo y sustituyó la mano que esté tenía en la espalda de Carolina por la suya, ayudándola a sentarse en medio de los dos hombres – te tenía muy guardada para sí.

-  No digas estupideces – intervino Eduardo sentándose en una de las sillas vacías y mirándoles a ambos – sabías perfectamente que me iba a casar.

- Sí, pero no que era con esta belleza, si lo hubiera sabido hubiera hecho lo posible para venir a la ceremonia y raptarla para mí – soltó una carcajada y miró intensamente a Carolina – y dime ¿Qué fue lo que te conquistó de este troglodita?

-  Bueno – ella miró a su marido con una sonrisa – entre tú y yo - volvió la vista hasta el otro hombre, acercándose un poco a él a modo de confidencia – aún lo estoy buscando – ambos comenzaron a reírse mientras Eduardo les observaba algo disgustado.

-  Eso me conviene – le guiñó un ojo a su amigo – bueno a ti Eddie ni te pregunto, a la vista está lo que te enamoró, no solo es preciosa, sino que también es evidente que es inteligente y graciosa.

-  Como sigas así vas hacer que me sonroje.

-  ¿Qué pasa, muchacho? ¿no le doras la píldora a tu mujer? – le preguntó Nacho a su amigo recostándose levemente en la silla y mirándole con una sonrisa pícara.

-  Mi mujer sabe lo que tiene que saber – su voz había sido un poco más seca de lo que había pretendido, por lo que no se sorprendió de que Carolina lo mirara de soslayo con un gesto de preocupación.

- Uy, salió el macho dominador – su amigo continuaba gastándole bromas, como siempre hacía – tranquilo Eddie, que para mí la mujer de un amigo es sagrada… - le guiñó un ojo a Carolina y se carcajeó – al menos hasta el divorcio – Eduardo intentó intervenir, pero la aparición del camarero que les tomaría nota, impidió cualquier tipo de réplica por su parte.



 La cena transcurrió fluidamente, la conversación fue espontánea y entretenida entre Nacho y Carolina, mientras que las intervenciones de Eduardo eran algo más retraídas y malhumoradas.



     A la salida del restaurante, Nacho había insistido en continuar la noche, yendo a tomar una copa a algún lugar cercano, algo a lo que Carolina hubiera aceptado encantada, dado lo afable y gracioso que había resultado ser el amigo de su esposo, pero en cambio Eduardo se había negado tajantemente, argumentando que se encontraba muy cansado, y tras despedirse de su amigo, la pareja se había dirigido hacia la casa, en un inquietante silencio.



     Nada más llegar ambos habían subido a la habitación, donde Carolina, había comenzado a desprenderse de sus joyas, en el tocador, mientras Eduardo miraba de forma pérdida por una de las ventanas.

 

-  Te lo habrás pasado estupendamente esta noche ¿verdad? – la voz de su esposo le resulto extraña e inesperada por lo que, sin querer, se sobresaltó.

-  Pues sí – se giró sobre el taburete y le miró sonriendo – tu amigo es encantador, me he divertido mucho.

-  ¿Me puedes explicar qué narices pretendías? – su tono había subido notablemente.

-  ¿Qué? – se levantó y se acercó a él mirándole sorprendida por su comportamiento - ¿De qué me estás hablando?

-  De que solo te faltó besarle los pies.

-  ¿Qué dices?

- Tenía que parecer que eras mi esposa, no que estabas deseando deshacerte de mí, para quedarte con él.

- No sabes lo que dices – le dio la espalda para continuar cambiándose – te estás comportando como un crío.

-  Reconócelo – la sujetó firmemente por el brazo, volteándola para que lo mirara – reconoce que te ha gustado, que te hubiera gustado irte con él.

-  Me ha caído bien, es un chico simpático, nada más – miró la mano que la retenía y luego le miró a él – ¿Me sueltas, por favor?

-  Pues él no piensa lo mismo de ti.

-  Lógicamente porque soy mujer – bromeó ella - ¿Me vas a dejar cambiarme?

-  Sé cómo es Nacho, y esta noche te estaba comiendo con los ojos – ella lo miró y chasqueó la lengua.

-  ¿y qué culpa tengo yo de eso? Habla con él si quieres – se revolvió – suéltame anda.

-  Tú le dabas pie a ello.

-  Bueno, esto es lo que me faltaba… si fui a esa cena, fue porque me lo pediste, no para aguantar esta semejante pataleta de niño de cuatro años al que le quitan un juguete.

-  No estoy teniendo ningún tipo de pataleta.

-  Si que la estás teniendo, pero te aviso que te aguanto la primera y la última, porque nosotros no estamos como para tener esta tontería de celos…

-  Yo no estoy celoso.

-  Lo estás, no de la manera tradicional, pero lo estás… es tu ego, tu orgullo de macho el que está celoso, pero a mí eso me da igual, arréglatelas como puedas pero a mí me dejas tranquila.

- No son celos, ni orgullo, lo que me enferma es que te comportes como si yo no existiera, - la acercó a él más – no pienso permitir que me conviertas en un hazmerreír, en el cornudo de la ciudad.

-  Estás paranoico, tenemos un trato y yo cumplo mis tratos y mis promesas.

-  Pero te morías de ganas por largarte con él, por besarlo.

- Lo que yo quiera o deje de querer no es asunto tuyo – forcejeó de nuevo para soltarse pero sin éxito.

- Si os hubiera dejado solos…

-  Hubiéramos seguido hablando como si nada – le interrumpió intentado hacerle entrar en razón, cansada de su comportamiento.

-  Te hubieras liado con él.

-  Por favor…

-  Hubieras dejado que te besara…

- Me acabas de dejar claro que eres más estúpido de lo que pensaba.

-  ¿Querías que te besara?

- Oh, sí muchísimo, lo deseaba – ironizó ella, siguiéndole la corriente – pero ¿tú te escuchas cuando hablas? – estaba más que enfadada.

- Pues tendrás que conformarte con lo que te queda.

 

Eduardo la sujetó firmemente por ambos brazos y colocó sus labios sobre los de ella con fuerza. Carolina se revolvió nerviosa, le golpeó donde la sujeción de él le permitía acceder y pataleó hasta que él la soltó.



Nada más verse libre, ella le propinó una bofetada y fue entonces cuando él se dio cuenta de lo que estaba pasando. Carolina le miraba con los ojos llorosos, repletos de miedo y la respiración entrecortada.



-   Nunca… jamás en tu vida vuelvas hacerme algo así…

-  Carol… yo… - extendió una mano hacía ella, pero Carolina retrocedió.

-  No, no me toques – continuó andando de espaldas hasta que llegó al baño donde se encerró.



 Estaba nerviosa, temblaba de miedo, pero no era por Eduardo, de eso estaba segura. Su miedo había crecido en su interior a causa de la situación y lo que ella había traído a su memoria.



     Se sentó en la taza del váter y se abrazó a sus piernas, apoyando la mejilla sobre sus rodillas y dejando que las lágrimas fluyeran de sus ojos mientras los latidos de su corazón intentaban volver a la normalidad.



      Al otro lado, en la habitación escuchó los pasos de Eduardo hasta la puerta del cuarto y como esta se cerraba tras él. Y solo entonces expulsó el aire que, hasta ese momento, había contenido sin darse cuenta, y cerró los ojos dejando que los recuerdos de lo ocurrido abandonaran de nuevo su cabeza como habían hecho, ya una vez, hacía tanto tiempo.




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Bueno, la verdad es que esta historia está bastante avanzada en capítulos ya, pero por pereza he ido dejándolo, pero intentaré ir ponniendo los capítulos más seguido :D
Muchas gracias por el interés y espero que siga gustando ;)