Sintió una opresión sobre el pecho,
seguida de una inyección de aire que la llenaba los pulmones y una reacción
extraña la invadió, haciéndola reaccionar.
Escupió una gran cantidad de agua salada
mientras sentía como la colocaban de costado. Intentó aspirar el máximo aire
posible y volverse, pero entonces unos brazos fuertes rodearon su estómago y la
acercaron a un firme pecho, impidiéndola realizar cualquier tipo de movimiento.
Eduardo la estaba abrazando por detrás,
con su pecho apoyado contra su espalda y sus brazos rodeándola. Respiraba tan
agitadamente como ella y no hacía otra cosa que moverse de delante para atrás
como un autómata, con ella entre sus brazos.
- ¿Estás bien? – había enterrado su rostro
en el cabello de ella, lo que dificultaba que pudiera entender lo que le acaba
de preguntarle – Carolina… -insistió él separándose levemente de ella y
girándola para poder verla el rostro.
- ¿Qué… - intentó aclararse la voz, pero le
resultaba difícil hablar y tragar –…qué ha pasado?
- ¿Estás bien? – insistió de nuevo él con
voz profunda. Ella asintió e intentó incorporarse - Shh… despacio – la mantuvo
sujeta cerca de su cuerpo.
- ¿Qué ha pasado? – volvió a insistir ella
también, con la voz un poco dañada y aún algo aturdida.
- ¿No te acuerdas? – ella negó con la
cabeza, e intentó moverse y separarse de él, pero sin éxito – te quedaste sin
aire… – se apartó de ella lo suficiente para que le mirara - no sé qué pasó –
bajó la mirada – fue mi culpa, tenía que haber revisado mejor el equipo, tenía
que haberlo comprobado antes de… - se quedó callado y se levantó, alejándose de
ella para coger una de las toallas que había al otro lado del barco.
- No fue tu culpa, yo no….
- Lo siento mucho Carol… - la interrumpió
él. Se agachó junto a ella, pasándole la toalla por los hombros y la miró – si
te hubiera pasado algo, yo… - cerró los ojos y suspiró – lo siento de veras… -
la tomó de la mano y la miró fijamente – perdóname… - ella colocó su mano libre
sobre la mejilla, aún mojada, de él y le acarició el rostro con el pulgar sin
decir nada.
Habían vuelto de regreso al hotel en un
abrir y cerrar de ojos. O al menos eso le había parecido a ella. Nada más
llegar, Eduardo la había acompañado a la habitación y había llamado por
teléfono al médico del hotel, a pesar de la firme oposición que ella había
hecho.
Tras haber recibido la visita del médico.
Había dejado en la habitación a Eduardo, sirviéndose una copa, mientras ella
pasaba a darse un baño.
Media hora después había salido
envuelta en una toalla y un poco más tranquila, pero él había desaparecido. En
su ausencia, ella se había vestido y había salido a la terraza a contemplar la
preciosa vista del océano que desde ella podían disfrutar.
Un rato después, oyó la puerta cerrarse, por
lo que entró de vuelta a la casa esperando ver a Eduardo en ella. Y así era.
Aún no se había cambiado de ropa, continuaba con el bañador y una camiseta
playera puesta y estaba serio, tan serio como nunca le había visto.
- ¿Dónde estabas?
- He ido a devolver el equipo… - tiró las
llaves sobre una mesa y se acercó a ella, tomándola del brazo y conduciéndola
hacia el dormitorio – el médico te recomendó reposo… ¿Qué haces levantada?
- Estoy bien – le recordó – solo fue un
susto.
- Eso no hace falta que lo digas.
- ¿Qué ha pasado? – le miró preocupada al
verle en ese estado.
- Nada, solo he ido a devolver el equipo… -
la miró de nuevo con la mandíbula apretada – y tú ¿Cómo estás?
- Ya te he dicho que bien – le siguió con
la mirada mientras le veía abrir la cama – no hace falta que te preocupes.
- Ya… - sonrió levemente – venga, a la
cama.
- No voy a meterme en la cama, aún es
temprano.
- Tienes que descansar.
- No tengo que descansar…
- Casi te ahogas… - elevó la voz - ¿No te
das cuenta? – cerró los ojos y respiró – perdona… no quería gritarte.
- No… me imagino… - le miró sonriendo – me
parece que el que necesita descansar y relajarse eres tú y no yo.
- Por favor Carolina, por una vez en tu
vida, hazme caso – la miró suplicante.
- Está bien – se acercó a él y se quitó las
zapatillas de una patada – te estás volviendo un poco mandón ¿Sabías?
Se despertó a la mañana siguiente. No
había sido consciente de haber dormido tanto, pero el radiante sol de la mañana
ya entraba a través de las cortinas y llenaba de pleno la habitación.
Se estiraba con energía,
desperezándose, cuando Eduardo hizo su aparición en la habitación con una
bandeja repleta de comida entre las manos.
- Estás despierta – se acercó y se sentó a
su lado colocando la bandeja sobre las piernas de ella.
- Acabo de hacerlo – miró la bandeja y
luego le miró a él – um, que rico
- Pues es todo para ti, así que disfruta –
se acercó a la enorme cristalera y corrió las cortinas volviendo a continuación
a sentarse junto a ella.
- ¿Qué hora es? – preguntó mientras se
metía un trozo de piña en la boca.
- Casi las once, has dormido mucho – le
robó un trozo de fruta del plato y se lo comió.
- Ey, que era todo para mí – se quejó ella
aparentando estar enfadada y apuntándole desafiantemente con el tenedor.
- ¿Cómo estás? – le preguntó él sonriendo
ante el comentario de ella.
- Perfectamente… y deja de hacer eso, te
pareces a mi madre.
- ¿Qué deje de hacer qué? – la miró sin
entender lo que quería decir.
- Mirarme como si pensaras que te estoy
mintiendo y estar todo el día encima de mí comprobando si realmente me
encuentro bien.
- No sabía que estaba haciendo eso – sonrió
pícaramente y volvió a robarle otro trozo de piña antes de levantarse y acercarse
a uno de los aparadores.
- Ey… - se quejó de nuevo ella.
- Eres una avariciosa – sacó algo del
mueble y escondiéndolo tras su espalda regresó a su lado.
- ¿Qué llevas ahí? – se intentó incorporar
un poco más para ver lo que escondía pero la bandeja se lo impedía.
- Nada… ¿Me das una tostada?
- Si tú me dices que es lo que escondes…
- No hay nada, solo estoy intentando
arreglar las cosas… -estiró la mano hacia la bandeja pero ella le dio un
golpetazo provocando que él la apartara.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Pues que desde que nos casamos, lo único
que he hecho ha sido volverte loca y…
- Eso lo hacías desde antes – le
interrumpió ella sonriendo.
- ... y meter la pata… incluso poner tu vida
en peligro… - continuó él serio.
- Eduardo, lo que pasó ayer no fue tu
culpa, son cosas que pasan.
- Sí, claro… - volvió a intentar coger la
tostada, pero ella se lo volvió a impedir – ey, ¿Ni siquiera por lo mal que me
siento?
- ¿Me estás haciendo chantaje emocional?
- Yo nunca haría eso - le dijo con cierta
ironía, llevándose una mano al corazón.
- Ah sí, claro – le miró con los ojos
entrecerrados e imitó su tono – yo nunca haría eso… - cogió una tostada y se la
tiró – para que no te quejes.
- Umm, que rica, gracias – la dio un
mordisco y la dejó de nuevo en el plato.
- ¿Para eso tanto follón? Para que la des
un mordisquito y ya…
- Espera – se limpió las manos en una
servilleta y le enseñó lo que tenía escondido detrás de él.
- ¿Qué es eso? – le preguntó mientras se
limpiaba ella también, alternando la mirada de su rostro a la cajita que
sujetaba en su mano.
- Una sorpresa para pedir perdón – tomó su
mano con la suya y le puso la cajita en ella.
Le miró con desconfianza, pasándose la
cajita de una mano a otra, pensando en sí debía abrirla o no.
- Venga, que la vas a marear… - le insistió
él.
- Está bien – abrió la caja y sacó de ella
una fina cadena de oro blanco de la que pendía un precioso diamante en forma de
corazón engarzado en una base de oro blanco, que la dejó sin palabras.
- Sé que no se parece al que te dio tu
madre, pero no sabía si ese le iba a poder recuperar, y me sentía tremendamente
mal, así que estuve buscando por toda la isla, y lo único que encontré que
tuviera un poco de parecido fue esto – habló de carrerilla y sin dejar espacio
a una posible respuesta por parte de ella.
- Eduardo esto es…
- Sé que no es lo que te hubiera gustado
tener, que hubieras preferido recuperar el tuyo antes que tener otro pero…
- No tenías porque haber hecho esto Eduardo,
no era necesario… - interrumpió ella las explicaciones que él le estaba dando.
- Si que era necesario, era lo menos que
podía hacer… aunque me hubiera gustado darte el verdadero, pero pensé que no
iba a poder recuperarlo, así que me decidí a remplazarlo por este.
- ¿pensaste?
- Si, pensé – sacó un pequeño sobre del
bolsillo del pantalón - pero resulta que si hubiera esperado un poco de tiempo…
- la entregó el sobre – ábrelo – Carolina miró el cuidado embalaje y el
remitente procedente de España.
- Pero está a tu nombre.
- Sí, pero es para ti – la sonrió – venga,
ábrelo de una vez.
Le hizo caso. Rasgó uno de los lados del
sobre y miró en su interior, pero no pudo ver nada. Miró a Eduardo para que le
diera alguna explicación pero él seguía mirándola expectante, por lo que siguió
intentándolo. Puso el sobre boca abajo, y colocó la mano para recoger cualquier
cosa que pudiera caer.
No se imaginaba que era lo que
pudiera contener ese paquete, hasta que aquello que tanto había esperado cayó
sobre la palma de su mano.
El colgante de su madre estaba de nuevo
junto a ella. Eduardo, sin saber cómo, lo había encontrado, lo había recuperado
y se lo había devuelto. Y eso la había emocionado mucho más de lo que hubiera
podido imaginar.
- ¿Qué… cuándo… cómo lo has recuperado? –
estaba tan conmovida que no sabía ni lo que decir.
- Estuve investigando un poco y al final
descubrí que se me había caído en la limusina que nos llevó al aeropuerto, así
que solo tuve que pedir que me lo enviaran aquí, acaba de llegar, por eso no te
lo di antes.
- ¿y por qué compraste el otro habiendo
recuperado este?
- Porque hasta antes de ayer no conseguí dar
con él… quería compensarte de alguna forma.
- Eduardo
– se mordió el labio inferior intentando controlar la emoción, que amenazaba con sobrepasarla, para no ponerse a
llorar, y le abrazó estirándose por encima de la bandeja que se interponía
entre ellos dos – no sabes lo que esto significa para mí.
El resto de las “vacaciones” habían
pasado más amistosamente que los primeros días. Después de la recuperación del
colgante por parte de Eduardo, y la preocupación que había demostrado por ella
tras el incidente durante la sesión de buceo. Carolina había bajado sus
barreras ante su reciente esposo. Y él tampoco le había puesto muchos problemas
a su mujer. Por lo que la relación entre ambos había mejorado.
Por fin habían conseguido tratarse sin
problemas, aunque nunca lo habían hecho como amantes.
Pero sus dos semanas de luna de miel,
habían concluido, la vuelta a la realidad, a su mundo de falsedad, había
regresado. Ahora, durante sus presentaciones en público, volverían a tener que
fingir un amor inexistente, aunque por lo menos estando en privado, podrían comportarse
como personas civilizadas gracias a esas dos semanas en las que, no sin
pequeñas disputas, habían aprendido a convivir en algo parecido a la armonía.
Acababan de llegar a la ciudad y lo primero
que habían hecho era ir a conocer la que a partir de ahora sería su nueva casa.
Sus padres se la habían entregado como regalo de bodas. Era una gran mansión en
una de las zonas más lujosas de la ciudad. Una casa grande, demasiado para
ellos, pero entonces no había opuesto objeciones ya que habían pensado que
cuanto más espacio tuvieran, menos tiempo tendrían que pasar juntos.
- Voy a necesitar un mapa para no perderme
aquí dentro – Carolina se sentó en uno de los sofás de la sala de estar y miró
como el mayordomo se encaminaba a subir sus maletas por la enorme escalinata
que llevaba al segundo piso.
- Puedes dejar miguitas de pan como
pulgarcito – Eduardo se sentó frente a ella y la miró con una sonrisa jocosa.
- Seguro que aún así me pierdo… - miró hacia
la puerta donde una de las sirvientas acababa de llegar - ¿Si?
- Ya hemos colocado sus maletas con el
resto de las pertenencias en la habitación, señores.
- Muchas gracias – la señora inclinó la
cabeza y salió sin decir nada más.
- ¿Qué quieres hacer esta noche? – le
preguntó Eduardo, sacando una cerveza de la nevera de la barra del bar y
haciéndole un gesto de invitación.
- No lo sé – negó con la cabeza –
seguramente descansar, ha sido un viaje muy largo y cansado, además, mañana
tenemos que volver a la oficina – se estiró sobre el sofá.
- Pensé que nos tomaríamos unos días más,
para aclimatarnos – ella sonrió y se dirigió hacia él.
- Hay que ser más responsable chico rico –
le dio una palmadita en la mejilla y salió sonriendo de la sala.
Subió
a su habitación dispuesta a darse un buen baño y descansar. Necesitaba
relajarse, prepararse física y mentalmente para la vuelta a la realidad.
Entró en el baño para elegir
cuidadosamente las sales que iba a utilizar. Quería relajarse, calmar su cuerpo
para poder echarse una buena siesta antes de ver a sus padres por la noche.
Comenzó a llenar la bañera, mientras se
entretenía oliendo las fragancias elegidas, contenidas en los pequeños botes
que sus amigas le habían regalado en su despedida, cuando escuchó la voz de
Eduardo en la habitación llamándola.
- Estoy en el baño pasa.
- ¿puedo pasar? – Eduardo asomó la cabeza tímidamente
con los ojos entrecerrados.
- ¿no te he dicho que lo hicieras? – dejó
escapar una carcajada y le miró sonriente - ¿Qué necesitas?
- Yo nada, tu amiguita, está abajo
esperándote… - se balanceó sobre sus talones como un niño pequeño que trama
algo.
- ¿Daniella? – él asintió – vale, bajo
enseguida, gracias…
- ¿tu amiga nos persigue? – Carolina le
miró sin entender – nos persigue, nos tiene vigilados o algo, porque no es
normal que media hora después de que lleguemos a casa venga a visitarte…- Carolina
se inclinó sobre la bañera para cerrar el grifo y quitar el tapón, divertida
ante los comentarios – es eso o que tengo razón y es una bruja… – él murmuró
algo más y Carolina, al no entender sus palabras, se volvió y le vio en la
misma posición y con la misma mirada pícara
- ¿Qué le has hecho? – le miró con
desconfianza.
- ¡¿yo?¡- se llevó un dedo al pecho y la
miró con los ojos muy abiertos – nada ¿Qué le iba hacer yo?
- ¿y por qué tienes esa cara?
- Nací con ella – se encogió de hombros
inocentemente.
- Eduardo, ¿Qué le has dicho a Daniella?
- Yo nada, ha sido ella.
- ¿y qué ha hecho ella? – le preguntó
pacientemente, pero tremendamente divertida ante la actitud de él.
- Pregúntale… - la miró con una sonrisita y
salió de la habitación.
- Por favor, dime que no te has acostado
con él – la frase brotó de los labios de Daniella, nada más ver aparecer a su
amiga por la puerta.
- Shhh – la miró molesta – no hables tan
alto – se acercó hacia ella y se sentó en el sofá - ¿Qué haces aquí?
- Vine a verte, pero eso no importa ahora…
te lo tiraste – su amiga la miró con una mezcla de sorpresa y de repulsión.
- No, ¿Por qué piensas eso?
- Porque él me lo dijo…
- ¿Te lo dijo?
- Me lo dejo caer, me dijo que acababas de
subir porque estabas muy cansada después de una luna de miel tan movidita…
- ¿y tú por eso entiendes que me he
acostado con él?
- Bueno, es tu marido, es algo normal… pero
repugnante en todo caso… - puso cara de asco – ese idiota es… puagg.
- Daniella… - la regañó – no te pases…
- Vale, perdona…. ¿Cómo van las cosas con
el hombre de hielo? – Carolina sonrió ante el apodo que su amiga Daniella
utilizaba para nombrar a su esposo. Iba a ser imposible que se trataran bien, y
mucho más que fueran amigos.
- Bueno… van… la verdad es que está siendo
más fácil de lo que pensaba.
- ¿ha dejado de comportarse como un
estúpido? – su amiga la miró con una ceja alzada, totalmente sorprendida.
- A veces se comporta de forma normal –
bromeó ella con una sonrisa.
- No pareces muy enfadada… lo que es bueno,
sorprendente, pero bueno, me alegra que no te haga la vida imposible.
- No, nos llevamos bien, es simpático –
Daniella la miró como si estuviera loca – a veces – puntualizó Carolina al ver
la cara de su amiga – a veces hacíamos las cosas cada uno por su lado, lo que
provoca que…
- Que la relación sea fácil… - ella
asintió.
- Las cosas van poco a poco.
- ¿lo que implica qué….?
- Que estamos comenzando a conocernos,
tanteando el terreno, intentando ser amigos…
- Siento decirte cariño que no creo que el
hombre de hielo tenga amigos.
- Daniella, no seas mala, Eduardo es…
- ¿Raro?
- No, - se quedó pensativa durante unos
segundos - …especial, a veces me desconcierta y otras veces me conmueve, no sé cómo
explicarlo…
- Es que ese hombre no tiene explicación
amiga, es como el quijote en mandarín, ininteligible.
- Sé que no te cae bien, a mí tampoco al
principio, pero estoy intentado conocerle, intentando adaptarme a esta vida que
me ha tocado, y te necesito ¿vale?
- Está bien… me guardaré todos mis
reproches ante ese… - la miró – ante ese estupendo marido que te ha caído
encima y te diré… buena suerte compañera - la miró sonriendo. Solo ella podía,
con sus locuras, hacerla reír y olvidarse de todo en cualquier momento.
*+*+*+*+*+*+*
Rutina. Eso era lo que caracterizaba su
matrimonio, una absoluta y aburrida rutina.
Llevaban dos meses casados y apenas se
habían comportado como tal, si no fuera porque dormían en la misma habitación,
para que los empleados no sospecharan más de la cuenta, su relación se podía limitar
a la de compañeros de casa.
Se levantaban, se preparaban, se dirigían
hacia la oficina, almorzaban algo rápido en la cafetería o en el restaurante de
la esquina, y de nuevo de vuelta a la oficina hasta bien entrada la tarde,
cuando regresaban a casa, y tras una cena ligera, se acostaban a una hora
prudente. Pero, por supuesto, cada uno por su cuenta.
Incluso los fines de semana estaban más
dedicados a cumplir cuestiones sociales, la mayoría individualmente, y rematar
algún fleco suelto del trabajo que a mantener una verdadera relación marital.
Aunque de vez en cuando debían acudir a
alguna fiesta o cena en pareja, mostrando, como siempre, la perfecta armonía,
de cara a la galería, de la que su matrimonio hacía alarde.
- ¿Sí? – había mirado el número en el
identificador de llamadas, descubriendo que pertenecía al del despacho de Eduardo,
lo que no dejaba de sorprenderla, porque su amante esposo apenas la llamaba.
- Hola. ¿tenías pensado algo para esta
noche?
- Había pensado acompañar a Daniella a comprar
unas cosas que necesita, cenar algo ligero y meterme en la cama temprano.
- Que novedad….
- Ya ves, ¿Por qué lo preguntas, tenías
pensado algo mejor?
- Me ha llamado un viejo amigo de la
universidad, está en la ciudad y me ha invitado a cenar, quería presentártelo,
pero si no te apetece, o tienes planes con la simpática de tu amiguita, puedo
disculparte, de todas formas no le di ninguna respuesta segura, le dije que
tenía que preguntártelo.
- Vale.
- ¿vale a que te disculpe o a que vienes?
- Vale a que voy.
- ¿Estás segura?
- Sí, quiero conocer a ese amigo tuyo,
además me apetece hacer algo distinto… estoy cansada de estar en casa…
- Genial, pero… no le digas a la loca esa
que tienes de amiga que cancelas la cita con ella por mí, bastante manía me
tiene ya…
- Daniella no te tiene manía.
- Ja, el otro día la pillé intentando
tirarme un florero desde la terraza de nuestro cuarto para desnucarme.
- Que exagerado eres.
- Ya claro… tú es que siempre la defiendes,
es como un niño pequeño, hace las cosas a escondidas y luego pone cara de buena
para que la creas a ella.
- Ahora el que parece un niño pequeño eres
tú – comentó ella entre risas – oye… ¿tenemos que hacer la de matrimonio feliz
o podemos ser normales?
- Hombre, tampoco es que tengamos que parecer
pegatinas pero sí que parezca que estamos casados.
- Es que estamos casados Eduardo.
- Ves, eso es lo que quiero decir.
- ¿El qué?
- Acabamos de comportarnos como el típico
matrimonio, que discuten por todo y no se entienden… pero sin darnos cuenta
- Ah, eres de lo que no hay… ¿a qué hora
has quedado?
- A las nueve y media en el hotel real.
- Vale, estaré lista para las nueve.
- De acuerdo, nos vemos luego en casa
entonces.
- Ok.
- Ah y Carol
- ¿Sí?
- Gracias.
- De nada.
Carolina se había cambiado de ropa lo
menos diez veces. No encontraba algo con lo que se sintiera a gusto, con lo que
se sintiera bien. Y quería sentirse genial, espectacular. Por alguna extraña
razón, no quería defraudarle, deseaba que Eduardo se sintiera orgulloso de ella
cuando le presentara ante su amigo. Qué su amigo lo envidiara, y él se enorgulleciera
de ello.
Estaba terminando de arreglarse,
cuando Eduardo entró a toda prisa en la habitación, desabrochándose la camisa
con una mano, ocupando la otra en lanzar su corbata y su chaqueta, de mala
manera, sobre la cama.
- Voy muy tarde – se quitó los zapatos de
una patada y los lanzó por los aires.
- No, tranquilo, aún hay tiempo de sobra –
aunque en realidad no había sido una pregunta sino una afirmación, ella le
contestó, intentando calmarle ya que estaba bastante alterado.
- Se me ha hecho tardísimo, mi padre se
empeñó en revisar unos informes, según él importantísimos – puso los ojos en
blanco – y el tráfico está imposible, creí que no iba a llegar nunca – se quitó
la camisa, y la lanzó hacia donde descansaban el resto de sus prendas y se
dirigió hacia el cuarto de baño – voy a ducharme.
- ¿quieres que te ayude en algo? – Carolina
se levantó y comenzó a recoger la ropa de su esposo.
- ¿me frotas la espalda? – se asomó por la
puerta y la miró con una sonrisa burlona.
- ¡Eduardo! –le reclamó ella.
- ¿Qué…? – ella le miró con los ojos
entrecerrados, advirtiéndole que se controlara – vale… ¿Tú ya has terminado?
- Casi…
- Si me sacaras algo de ropa, sería
estupendo – volvió al interior del baño y encendió el grifo de la ducha.
- Vale, ¿Qué quieres? – se acercó a la puerta
para que él pudiera escucharla pero sin entrar.
- Elige tú… pero no me vistas de pingüino,
lo odio.
Carolina retuvo una carcajada y comenzó a
rebuscar entre la ropa de su marido. Eligiendo con cuidado lo que él iba a
ponerse, todo tenía que ser perfecto esa noche, y todo lo sería. Su amigo se
iría a su casa con la misma idea que todos tenían. La idea que manejaba sus
vidas. Que ellos eran la pareja perfecta.
- Nacho, te presento a Carolina, mi esposa
– Eduardo le colocó una mano en la espalda y con la otra la sujetó la mano,
invitándola a dar un paso hacia delante para saludar a su amigo.
- Caray, Eddie, no me dijiste que tu mujer
era así – el hombre de apariencia similar a la de Eduardo, alto, guapo, de
cabello negro y ojos oscuros y penetrantes, tomó la mano de Carolina y besó
dulcemente el dorso – encantado de conocerte Carolina.
- Lo mismo digo Nacho - miró a Eduardo con
una sonrisa – Eduardo me ha hablado mucho de ti – y no era del todo falso,
puesto que la conversación que ambos habían mantenido de camino al hotel, había
versado sobre su relación.
- Me gustaría decir lo mismo, pero este
bribón – le dio un suave codazo en el vientre a su amigo y sustituyó la mano
que esté tenía en la espalda de Carolina por la suya, ayudándola a sentarse en
medio de los dos hombres – te tenía muy guardada para sí.
- No digas estupideces – intervino Eduardo
sentándose en una de las sillas vacías y mirándoles a ambos – sabías
perfectamente que me iba a casar.
- Sí, pero no que era con esta belleza, si
lo hubiera sabido hubiera hecho lo posible para venir a la ceremonia y raptarla
para mí – soltó una carcajada y miró intensamente a Carolina – y dime ¿Qué fue
lo que te conquistó de este troglodita?
- Bueno – ella miró a su marido con una
sonrisa – entre tú y yo - volvió la vista hasta el otro hombre, acercándose un
poco a él a modo de confidencia – aún lo estoy buscando – ambos comenzaron a
reírse mientras Eduardo les observaba algo disgustado.
- Eso me conviene – le guiñó un ojo a su
amigo – bueno a ti Eddie ni te pregunto, a la vista está lo que te enamoró, no
solo es preciosa, sino que también es evidente que es inteligente y graciosa.
- Como sigas así vas hacer que me sonroje.
- ¿Qué pasa, muchacho? ¿no le doras la
píldora a tu mujer? – le preguntó Nacho a su amigo recostándose levemente en la
silla y mirándole con una sonrisa pícara.
- Mi mujer sabe lo que tiene que saber – su
voz había sido un poco más seca de lo que había pretendido, por lo que no se
sorprendió de que Carolina lo mirara de soslayo con un gesto de preocupación.
- Uy, salió el macho dominador – su amigo
continuaba gastándole bromas, como siempre hacía – tranquilo Eddie, que para mí
la mujer de un amigo es sagrada… - le guiñó un ojo a Carolina y se carcajeó – al
menos hasta el divorcio – Eduardo intentó intervenir, pero la aparición del
camarero que les tomaría nota, impidió cualquier tipo de réplica por su parte.
La cena transcurrió fluidamente, la
conversación fue espontánea y entretenida entre Nacho y Carolina, mientras que
las intervenciones de Eduardo eran algo más retraídas y malhumoradas.
A la salida del restaurante, Nacho había
insistido en continuar la noche, yendo a tomar una copa a algún lugar cercano, algo
a lo que Carolina hubiera aceptado encantada, dado lo afable y gracioso que
había resultado ser el amigo de su esposo, pero en cambio Eduardo se había
negado tajantemente, argumentando que se encontraba muy cansado, y tras
despedirse de su amigo, la pareja se había dirigido hacia la casa, en un
inquietante silencio.
Nada más llegar ambos habían subido
a la habitación, donde Carolina, había comenzado a desprenderse de sus joyas,
en el tocador, mientras Eduardo miraba de forma pérdida por una de las
ventanas.
- Te lo habrás pasado estupendamente esta
noche ¿verdad? – la voz de su esposo le resulto extraña e inesperada por lo
que, sin querer, se sobresaltó.
- Pues sí – se giró sobre el taburete y le
miró sonriendo – tu amigo es encantador, me he divertido mucho.
- ¿Me puedes explicar qué narices
pretendías? – su tono había subido notablemente.
- ¿Qué? – se levantó y se acercó a él
mirándole sorprendida por su comportamiento - ¿De qué me estás hablando?
- De que solo te faltó besarle los pies.
- ¿Qué dices?
- Tenía que parecer que eras mi esposa, no
que estabas deseando deshacerte de mí, para quedarte con él.
- No sabes lo que dices – le dio la espalda
para continuar cambiándose – te estás comportando como un crío.
- Reconócelo – la sujetó firmemente por el
brazo, volteándola para que lo mirara – reconoce que te ha gustado, que te
hubiera gustado irte con él.
- Me ha caído bien, es un chico simpático,
nada más – miró la mano que la retenía y luego le miró a él – ¿Me sueltas, por
favor?
- Pues él no piensa lo mismo de ti.
- Lógicamente porque soy mujer – bromeó
ella - ¿Me vas a dejar cambiarme?
- Sé cómo es Nacho, y esta noche te estaba
comiendo con los ojos – ella lo miró y chasqueó la lengua.
- ¿y qué culpa tengo yo de eso? Habla con
él si quieres – se revolvió – suéltame anda.
- Tú le dabas pie a ello.
- Bueno, esto es lo que me faltaba… si fui
a esa cena, fue porque me lo pediste, no para aguantar esta semejante pataleta
de niño de cuatro años al que le quitan un juguete.
- No estoy teniendo ningún tipo de
pataleta.
- Si que la estás teniendo, pero te aviso
que te aguanto la primera y la última, porque nosotros no estamos como para
tener esta tontería de celos…
- Yo no estoy celoso.
- Lo estás, no de la manera tradicional,
pero lo estás… es tu ego, tu orgullo de macho el que está celoso, pero a mí eso
me da igual, arréglatelas como puedas pero a mí me dejas tranquila.
- No son celos, ni orgullo, lo que me enferma
es que te comportes como si yo no existiera, - la acercó a él más – no pienso
permitir que me conviertas en un hazmerreír, en el cornudo de la ciudad.
- Estás paranoico, tenemos un trato y yo
cumplo mis tratos y mis promesas.
- Pero te morías de ganas por largarte con
él, por besarlo.
- Lo que yo quiera o deje de querer no es
asunto tuyo – forcejeó de nuevo para soltarse pero sin éxito.
- Si os hubiera dejado solos…
- Hubiéramos seguido hablando como si nada
– le interrumpió intentado hacerle entrar en razón, cansada de su
comportamiento.
- Te hubieras liado con él.
- Por favor…
- Hubieras dejado que te besara…
- Me acabas de dejar claro que eres más
estúpido de lo que pensaba.
- ¿Querías que te besara?
- Oh, sí muchísimo, lo deseaba – ironizó
ella, siguiéndole la corriente – pero ¿tú te escuchas cuando hablas? – estaba
más que enfadada.
- Pues tendrás que conformarte con lo que
te queda.
Eduardo la sujetó firmemente por ambos
brazos y colocó sus labios sobre los de ella con fuerza. Carolina se revolvió
nerviosa, le golpeó donde la sujeción de él le permitía acceder y pataleó hasta
que él la soltó.
Nada más verse libre, ella le propinó una
bofetada y fue entonces cuando él se dio cuenta de lo que estaba pasando.
Carolina le miraba con los ojos llorosos, repletos de miedo y la respiración
entrecortada.
- Nunca… jamás en tu vida vuelvas hacerme
algo así…
- Carol… yo… - extendió una mano hacía
ella, pero Carolina retrocedió.
- No, no me toques – continuó andando de
espaldas hasta que llegó al baño donde se encerró.
Estaba nerviosa, temblaba de miedo, pero
no era por Eduardo, de eso estaba segura. Su miedo había crecido en su interior
a causa de la situación y lo que ella había traído a su memoria.
Se sentó en la taza del váter y se
abrazó a sus piernas, apoyando la mejilla sobre sus rodillas y dejando que las
lágrimas fluyeran de sus ojos mientras los latidos de su corazón intentaban
volver a la normalidad.
Al otro lado, en la habitación
escuchó los pasos de Eduardo hasta la puerta del cuarto y como esta se cerraba
tras él. Y solo entonces expulsó el aire que, hasta ese momento, había
contenido sin darse cuenta, y cerró los ojos dejando que los recuerdos de lo
ocurrido abandonaran de nuevo su cabeza como habían hecho, ya una vez, hacía
tanto tiempo.
*-*-*-*-*-*-*
Bueno, la verdad es que esta historia está bastante avanzada en capítulos ya, pero por pereza he ido dejándolo, pero intentaré ir ponniendo los capítulos más seguido :D
Muchas gracias por el interés y espero que siga gustando ;)
Muchas gracias por el interés y espero que siga gustando ;)