lunes, 2 de septiembre de 2013

Recortes de una vida... la mía - Parte 3: "Secreto a voces"



-          ¡¿Cómo que estás saliendo con Darío?! – sabía que les iba a sorprender la noticia que tenía que darles, pero no tanto como para que reaccionaran de esa manera.
-          ¿Desde cuando? – Silvia estaba sonriendo, pero en cambio, Leo me miraba totalmente serio.
-          Desde hace unos días, nos encontramos en la boda de tu hermana y quedamos en vernos… – expliqué mirando a Leo, intentando entender lo que le pasaba, el por qué no se alegraba por mí.
-          Que suerte Gaby – Silvia me cogió de la mano y tiró un poco de mí provocando que apartara la vista de Leo – con lo guapo que es…
-          Si… - sonreí y miré de nuevo a Leo, sin entender que le pasaba, si saber por qué no se alegraba por mí, como lo hacía Silvia, como lo haría un buen amigo- ¿y tú? – le dije intentando que al menos dijera algo - ¿no piensas decir nada?
-          ¿Cuánto tiempo llevabas sin verlo? – golpeaba la taza con la cuchara de forma rítmica y aún no había levantado la cabeza para mirarme.
-          Ya sabes cuanto tiempo Leo, desde que dejé de trabajar en la tienda de Mar.
-          Lo que equivale a tres años, más o menos ¿verdad? – yo asentí y miré a Silvia fugazmente para comprobar si ella estaba tan perdida como lo estaba yo – ¿y me estás diciendo que estás saliendo con alguien al que apenas conoces y que llevas tres años sin ver? – hizo esa mueca irónica que siempre utilizaba para quitarse a las mosconas, que lo perseguían, de encima y que nunca había utilizado conmigo y me miró más serio que nunca – no pensé que fueras de esas.
-          ¿Qué? ¿a qué te refieres con “de esas”? – no estaba segura adonde quería llegar, pero me estaba empezando a enfadar y eso era algo que nunca me había pasado con él.
-          Bueno chicos, - intervino Silvia intentando calmar el ambiente que se estaba poniendo tenso por momentos – ¿Qué tal si vamos a comprar las entradas?
-          Que me digas qué es lo que quieres decir con eso – insistí yo sin hacer demasiado caso, he de reconocerlo, a Silvia, pero es que necesitaba aclarar las cosas con Leo.
-          Que te estás comportando como una facilona, no hace ni una semana que fue la boda de mi hermana y ya dices que estás con él… estoy seguro de que hasta te le has metido en la cama.

No podía creer lo que estaba oyendo, es más no podía entenderlo, y menos viniendo de él. No sabía lo que le pasaba, si había tenido un mal día, o simplemente se había levantado con el pie izquierdo, pero no iba a permitir que me hablara en ese tono de desprecio ni que me faltara al respeto, tratándome como a una cualquiera, así que sin darme cuenta de lo que hacía y sin pensarlo tampoco demasiado, me levanté de la mesa y le pegué una bofetada, antes de dirigirme hacia la salida del centro comercial en el que nos encontrábamos con el mayor enfado de mi vida, en lo que respectaba a mi mejor amigo, y con unas terribles ganas de hacer algo que llevaba mucho tiempo sin hacer, llorar.


Llegué a casa totalmente decaída y subí a mi habitación sin reparar en nada ni en nadie de lo que me encontraba en mi camino.

Cerré la puerta de un portazo y me senté en el banco que bordeaba el ventanal que me permitía observar el único lugar que conseguía calmarme, abrazada a mis piernas.

No podía comprender que era lo que le había pasado por la cabeza para decirme toda esa cantidad de idioteces tan hirientes. Se suponía que yo era su amiga, su mejor amiga, y que debía apoyarme, no tratarme como un trapo viejo, pisoteando mis sentimientos.

Yo nunca lo había tratado de una forma parecida, ni siquiera se me había pasado por la cabeza, él era mi amigo y su bienestar era lo principal, lo único que me importaba, ni siquiera le había reclamado que se comportara como un estúpido con todas esas chicas con las que se enrollaba y de las que al día siguiente no recordaba ni sus nombres, nunca me había metido en ese tema, porque aunque a mí no me pareciera ético, era él el que debía darse cuenta de eso, yo no tenía que imponerle mi opinión, y si él era feliz así, yo lo respetaría siempre.

Pero en cambio él no, él me había tratado como una cualquiera, sin dejarme explicar y sin tener en cuenta lo que yo pensara o sintiera, y eso era algo que me dolía mucho. Y a pesar de que él fuera la persona más importante de mi vida, no lo iba a dejar pasar por alto, porque realmente me habían lastimado sus palabras.



-          Deberías hablar con él.
-          ¿Quién lo dice? – removí los hielos de mi coca cola con la pajita, sin mirar a Silvia, para evitar tener que ver esa expresión de preocupación que llevaba pintada en su cara desde hacía un mes, cuando Leo y yo, habíamos hablado, o más bien, discutido, por última vez.
-          Lo dice tu mejor amiga… ¿No te das cuenta de que no podéis seguir así? Lleváis más de un mes sin hablar y la verdad es que los dos tenéis un humor de perros desde entonces y yo ya estoy cansada de estar en medio – se recostó en su silla con los brazos cruzados.
-          Yo no tengo nada que hablar con él.
-          Pero igual él sí, ¿no lo has pensado?
-          Sí él quiere hablar conmigo no me voy a oponer, pero que sea él el que dé el primer paso… - me quedé en silencio durante unos segundo y luego continué hablando con un tono más ofuscado que el que acababa de utilizar – que demonios, si quiere hablar conmigo, lo primero que tiene que hacer es pedirme perdón… no pienso hablar con él hasta que no lo haga… es lo menos que merezco después de lo que me dijo.
-          Si, vale, en eso te doy la razón, Leo se pasó un poco.
-          ¿Un poco? – le pregunté con una ceja levantada, vale que Leo fuera su primo y su mejor amigo, pero estaba siendo demasiado benevolente con él.
-          Vale, se pasó mucho contigo, pero igual tenía sus razones.
-          ¿Qué razones iba a tener? Darío le caía bien, y entre nosotros no había problemas, nunca ha habido un problema entre nosotros – dije en voz baja sin pensar.
-          Hasta ahora.
-          Sí, hasta ahora.
-          ¿Y no te gustaría hacer las paces con él?
-          Claro que me gustaría – dije indignada ante su comentario, como no me iba a gustar hacer las paces con una de las personas más importantes de mi vida – le hecho mucho de menos.
-          Pues arreglar las cosas, por favor… - me miró suplicante, y me di cuenta por lo que debía de estar pasando ella, en medio de nuestro enfado, teniendo que aguantar los reclamos del uno contra el otro y sin poder posicionarse con ninguna de las partes.
-          Está bien, si él quiere arreglar las cosas, yo no me voy a oponer a ello, pero que quede claro que tiene que ser él el que de el primer paso ¿de acuerdo?
-          De acuerdo – Silvia miró su reloj y sonrió traviesamente, lo que conociéndola, solo podía significar que había tramado algo – siempre tan puntual – dijo mirando por encima de mi hombro. Yo me volteé para entender a qué se refería y vi como Leo se acercaba hacia nosotras con no muy buena cara.
-          No me dijiste que ella fuera a estar aquí – le recriminó a Silvia al llegar junto a nuestra mesa sin ni siquiera mirarme, lo que a pesar de estar enfadada con él me hizo sentir muy mal.
-          Ese era el plan – Silvia cogió su bolso y se levantó – te cedo mi sitio y mi coca cola – le dijo a Leo – espero que os comportéis como debéis – se giró sobre sus talones y se fue dejándonos solos.

Yo no sabía que hacer, ni que decir. Me sentía de lo más extraña, tenía ganas de levantarme y abrazarle, de decirle que estaba muy guapo, que le quedaba muy bien el pelo de esa manera, pero sabía que no debía hacerlo, que no podía, porque ahora no estábamos comportándonos como amigos, sino como enemigos.

Y eso era lo que hacía que estuviera tan rara, que me sintiera tan diferente al tenerlo delante, porque nunca había estado así estando con Leo, porque nunca había tenido que controlarme estando con él, porque siempre podía ser yo misma cuando estábamos juntos.

Con él las cosas eran diferentes, podíamos estar horas mirándonos sin pronunciar una palabra, sin sentirnos mal, porque con tan solo una mirada sabíamos comunicarnos, sabíamos lo que sentíamos, lo que nos preocupaba, lo que nos emocionaba, pero eso era antes, cuando no estábamos enfadados.

Ahora, cuando me miraba, me hacía sentir terriblemente incomoda, porque cuando lo hacía, aún me transmitía todo lo que estaba pensando, y podía sentir su enfado conmigo y eso era algo que me dolía más incluso que las palabras que me había dicho hacía un mes. Porque no entendía que había podido hacer que le hubiera molestado tanto.

Nunca nos habíamos enfadado más de dos minutos, nunca habíamos estado tanto tiempo sin hablar, sin vernos. Nunca lo habíamos permitido. Pero las cosas ahora eran diferentes, porque hacía un mes que lo echaba de menos, que le necesitaba junto a mí, un mes que le había perdido, que se había alejado de mi vida sin razón, sin motivo, y ni él ni yo habíamos hecho nada por arreglarlo.

Pero no lo había hecho no porque no quisiera hacerlo, sino porque no sabía que era lo que debía hacer para arreglar las cosas, porque no sabía que era lo que él quería que yo hiciera, y porque realmente me habían dolido sus palabras. Y aunque, cada día, desde que discutimos había estado pensando en él, en volver a tenerle junto a mí, porque era lo más importante, lo que más necesitaba, no había podido hacer nada para cambiar la situación en la que nos encontrábamos.

-          ¿No vas a sentarte? – le pregunté sin atreverme a mirarlo a los ojos.
-          ¿Tú quieres que me siente? – su tono era frío, distante, y no me gustaba que lo utilizara conmigo.
-          A mi me da igual – aunque hubiera preferido decirle que lo estaba deseando, que quería acabar con esa situación, que le echaba de menos, y que no quería pasar un día más sin verle sonreír, pero me contuve, no podía ser yo la primera en dar su brazo a torcer, ni siquiera por él - ¿Tú que quieres hacer? – tenía que tantear el terreno, saber que es lo que le pasaba.
-          Silvia no tenía que haberme hecho esta encerrona – se pasó la mano por el pelo, despeinándoselo un poco, igual que hacía cuando éramos pequeños y algún profesor le pillaba en un renuncio, lo que me dio ganas de sonreírle, pero no podía, no todavía.
-          Yo tampoco sabía que ibas a venir – le miré y él apartó la miraba, pero se sentó frente a mí, algo bueno al fin y al cabo.
-          Ella siempre hace lo que le da la gana – refunfuño él, dando un sorbo a la coca cola de su prima.

Nos quedamos de nuevo en silencio, apartando la mirada el uno del otro. Pero estaba cansada de esta situación y aunque me había propuesto que no iba a hablar con él hasta que se disculpara conmigo, no iba permitir que las cosas siguieran así, no iba a dejar pasar la oportunidad de volver a tenerle a mi lado.

-          ¿Qué es lo que te pasa? – él me miro largamente e hizo una mueca.
-          A mí no me pasa nada.
-          No entiendo que problema tienes, y tampoco sé si ese problema es conmigo, contigo mismo o con qué… - insistí – pero si me….
-          Yo no tengo ningún problema… - me interrumpió - solo que me enferma que no hagas más que meter la pata y ni siquiera te des cuenta.
-          ¿A qué te refieres con eso? – resoplé para intentar calmarme, porque las cosas no estaban yendo por buen camino.
-          Si tengo que decírtelo…
-          Sí, si que tienes que decírmelo porque yo tengo la conciencia muy tranquila con respecto a lo que hago, ojala tú pudieras decir lo mismo – le reclamé cansada de su comportamiento infantil.
-          Yo soy el que no tiene nada de lo que arrepentirse…
-          Ah, me encanta saber que llamar puta a la que se supone era tu mejor amiga es totalmente normal para ti, pero podías habérmelo dicho antes, para tenerlo en cuenta más que nada.
-          Está bien… - resopló y me miró como él me miraba siempre, con cariño, provocando que un nudo se instalara en mi garganta y me impidiera decir algo, era la primera vez desde que habíamos empezado con todo esto que me trataba como siempre y eso me emocionaba como una tonta – tienes razón, me equivoqué, no debí decirte lo que te dije…
-          Bueno al menos lo reconoces, algo es algo – sonreí ilusionada y extendí la mano para tomar la suya.
-          Reconozco que me equivoque en la forma pero no en lo que te dije – me quedé petrificada, mi mano se quedo parada a mitad de camino y cuando fui capaz de reaccionar la coloqué sobre mi regazo, intentado que mi gesto pasara desapercibido. No entendía como podía haberme hecho eso, acababa de agarrarme para después dejarme caer al vacío.
-          ¿A qué te refieres con eso? No te entiendo Leo, no entiendo lo que dices, no entiendo lo que quieres, no entiendo nada – estaba desesperada, parecía que no quería hacer las paces, que no le importaba que estuviéramos peleados.
-          ¿Sigues saliendo con el tipo ese? - ¿A qué venía ahora eso ahora?
-          ¿Con Darío? – él asintió – si, sigo con él, pero ¿Qué tiene que ver eso?
-          Pues ese es el problema, que te conformas con cualquier cosa, con un tipo que no te conviene…
-          Espera – me mordí el labio intentando que el enfado que estaba fluyendo en mí no saliera a la luz -  ¿Me estás intentando decir que todo esto es porque estoy saliendo con Darío?
-          Te estoy diciendo que el tipo ese no te conviene para nada, lo único que vas a conseguir es sufrir – dio un golpe sobre la mesa – te va hacer daño, y luego vendrás adonde mí para que te consuele, porque no te has dado cuenta de lo que tenías delante de las narices.
-          Esto es increíble – ahora no solo estaba enfadada, estaba indignada - ¿Quién te crees que eres para decirme esas cosas?
-          Creía que era tú mejor amigo.
-          Los mejores amigos no se comportan como tú lo acabas de hacer.
-          Solo te digo lo pienso.
-          No, lo que estás haciendo es presionarme, ponerme en contra de él para que le deje, porque por una extraña y rebuscada razón no te gusta, algo totalmente ilógico porque hasta que te dije que estaba saliendo con él, Darío te daba exactamente igual.
-          Te estoy dando mi opinión al respecto, allá tú con tu conciencia.
-          Ves, a eso me refiero, “allá tú con tu conciencia”, ¿Qué es eso?, tú nunca me has hablado así, me has dado mil consejos, pero nunca de esta forma, como si fuera algo personal contra ti, como si estuviera cometiendo un crimen.
-          Quizá yo le dé más importancia al hecho de que vayas a destrozar tu vida que tú.
-          Esto es increíble, cada vez me sorprendo más de lo que estoy oyendo, pero ya está, se acabó, no voy hacerte caso en nada de lo que digas sobre este tema, estoy genial con Darío y no voy a dejar que nada lo fastidie, ni siquiera tú con tus sermones sin fundamento – me levanté y cogí mi bolso con ganas de salir de allí de una vez, porque esa conversación había sido horrible.
-          Entonces no tengo más que decirte – y ni siquiera me miró para decirme eso.
-          Ni yo tampoco – tenía ganas de gritar, de pegarle, incluso de llorar – adiós.
-          Que te vaya muy bien en tu nueva vida – el tono era tan hiriente que ni siquiera me planteé decir nada más, me giré y me fui sin mirar atrás. 



No lo vi venir, no me di cuenta de nada, hasta que fue demasiado tarde. No tenía ni idea de que las cosas fueran mal, en realidad, para mí, las cosas estaban más que bien.

Reconozco que teníamos nuestros más y nuestros menos, pero en qué relación de casi un año no los había. Todas las relaciones tienes sus altibajos, lo nuestra no iba a ser menos.

Lo que no consigo entender, por mucho que me esfuerce, es el por qué lo ha hecho, por qué ha roto conmigo. Nada en mi cabeza parece tener sentido.

Casi un año de relación y de la noche a la mañana y sin avisar queda conmigo para decirme que no me ve entregada en la relación, que me nota ausente y que no le doy todo lo que necesita.

Pero eso no es justo, no lo es para nada, porque por él he perdido lo más importante de mi vida, por él, por estar con él, he dejado de lado a mi mejor amigo, la persona más importante de mi vida, la única persona que me entendía y que sabía contenerme.

Nunca le reclamé nada, porque no tenía nada que reclamarle, mi relación con Darío era independiente de mi relación con Leo, y si yo había querido estar con Darío, aunque, ello significara pelearme con Leo, fue porque yo lo decidí, no porque Darío me obligara o condicionara a ello.

Le había pedido explicaciones, una y otra vez, le había, no solo pedido, sino ordenado que me dijera cuales habían sido las cosas que yo había hecho mal, porque no tenía ni idea de por qué me estaba diciendo esto. Y como única y aplastante realidad, me dijo que ya no quería estar conmigo, que ya no sentía nada por mí, que no estaba enamorado de mí.

Me dolió. Me dolió profundamente que me dijera aquello,  pero lo que peor me hizo sentir fue que no se hubiera atrevido a decírmelo de una. Que le hubiera estado dando vueltas a las cosas, sin atreverse a ser sincero conmigo.

Podía entender que hubiera dejado de quererme, lo podía llegar a entender y lo tenía que llegar a aceptar, no iba a obligarle a que estuviera conmigo a la fuerza. En cierto modo le agradezco que me lo dijera, que rompiera conmigo antes de que se sintiera forzado y eso produjera que ambos sufriéramos y acabáramos peor.

Pero aunque lo entendiera, no podía dejar de dolerme. Yo aún sentía algo por él, no se si amor, pero si algo importante. Estaba mal, me sentía triste y sola. Silvia estaba de viaje y con Leo no podía contar. Llevábamos demasiado tiempo distanciados por este motivo y no me atrevía a llamarlo, a pedirle su ayuda, porque sería demasiado egoísta por mi parte hacerlo.

Así que no podía contar con nadie que no fuera yo misma. Tenía que superar todo esto yo sola y eso era en realidad lo que más me preocupaba. Porque a pesar de que siempre había estado sola, cuando había necesitado ayuda, siempre había podido contar con ellos.


No había nada que pudiera contrarrestar el sufrimiento, nada que no fuera el tiempo. Sabía que para estar bien, primero tenía que pasar un tiempo mal. Aunque en realidad, no estaba tan mal como hubiera imaginado y esperado estar. Y eso era algo bueno, pero extraño.

            En condiciones normales, hubiera recurrido a mi lugar especial. A ese sitio al que solo iba cuando los problemas me superaban, cuando realmente me sentía caer, cuando estaba desconsolada. Pero a pesar de lo que había ocurrido, a pesar de lo que Darío me había dicho, no necesitaba acudir allí. No me sentía tan decaída como para tener que ir a ese lugar secreto en busca de consuelo.

            Me había quedado sola en casa, como la mayoría de las veces y del tiempo que pasaba en esa gran mansión. Estaba cansada de estar encerrada en la habitación, sin hacer otra cosa que pensar en todo lo que había ocurrido, por lo que decidí bajar al jardín, pasear e intentar relajarme.

Desde que era pequeña me había gustado ese jardín. En él me había pasado, muertas, las pocas horas que estaba en mi casa. Nunca he llegado a saber por qué, quizá porque era uno de los lugares preferidos de mi madre, o porque pasaba horas y horas con ella cuidando de las flores, pero me gustaba estar en ese lugar, disfrutando de todos los olores y toda la naturaleza que allí había y de la que me sentía parte.

Me senté en el balancín y me balanceé suavemente con los ojos cerrados, dejándome llevar por el movimiento dejando que el sol me diera de pleno en la cara e intentado dejar que el dolor saliera de mí. Hasta que una voz a mi espalda me sobresaltó, ya que era la última voz que esperaba escuchar en ese momento.

-          ¿Gaby? – me volví para mirar, sin poder creer que él estuviera allí, pensando que su voz había sido fruto de mi imaginación, de mi anhelo.
-          Leo – mi voz fue un susurro casi inaudible, pero en ese momento no podía ni siquiera controlarla.
-          He llamado pero nadie me abría… - se acercó hasta quedar frente a mí – supuse que estarías aquí y entré por detrás.
-          ¿Qué… - era la primera vez desde que le conocía que me costaba hablar con él, que tenía que buscar las palabras adecuadas, que pensaba que decir - … estás haciendo aquí?
-          He venido a verte… a saber como estabas…
-          Estoy bien – me levanté y le encaré intentando parecer segura, demostrar que no había nada que me preocupara o que pudiera conmigo – perfectamente.
-          Ya – me sujetó la barbilla, haciendo coincidir nuestras miradas e impidiendo que pudiera apartarla – seguro – su tono era totalmente irónico, porque a pesar de la distancia, del tiempo que habíamos estado separado, me conocía mejor que nadie y nunca iba a conseguir engañarle.
-          Además – le aparté la mano de mi cara y me aleje un par de pasos – creí que ya no te importaba lo que me pasara.
-          Nunca has dejado de importarme… - me miró a los ojos de nuevo pero yo aparte la vista, incapaz de mantenerle la mirada - hablé con Silvia y…
-          Y te dijo que Darío me ha dejado – él asintió y yo apreté la mandíbula y los puños para evitar ponerme a gritar por lo bocazas que había sido mi amiga – estarás contento.
-          Eso depende.
-          De qué
-          De si esa decisión te hace sentir bien o no.
-          ¿Tú qué crees?  - resoplé y me alejé un paso más de él intentando una vez más imponer distancia – Silvia no debió decirte nada…
-          Estaba preocupada por ti… - acortó la distancia que yo me había preocupado en crear y me sujetó con esa delicadeza que tan solo él sabía utilizar conmigo – igual que yo.
-          Pues no lo parecía el día en que me deseaste una feliz vida y desapareciste… - sabía que no era el mejor momento para reclamarle nada, porque me sentía dolida con Darío, con él y con todo el mundo, y no debía de pagarlo con Leo, aunque tuviera buena parte de culpa.
-          Sé que me equivoqué en eso… y lo siento muchísimo, hace tiempo que me di cuenta de ello y que quería venir a pedirte perdón, pero tenía miedo a que no lo hicieras, a qué no me perdonaras.
-          Nunca he sido capaz de guardarte rencor por algo….
-          Ni yo a ti, cariño.

Me abrazó como solo él sabía hacerlo, haciéndome sentir especial, haciéndome olvidar todo, provocando que todo lo que me lastimaba y preocupaba se esfumara. Llevaba demasiado tiempo anhelando ese abrazo, echando de menos su presencia, echándole de menos a él.

-          ¿Cómo estás? – me acarició suavemente la mejilla y me miró con su mirada de comprensión y análisis.
-          Ahora mejor – y era totalmente cierto.
-          ¿Qué pasó con Darío?
-          Supongo – me encogí de hombros – que se cansó de mí.
-          Si le pasó eso es que es un estúpido, no hay nadie en el mundo que pueda cansarse de ti.
-          Te sorprendería la cantidad de gente a la que le pasa eso.
-          Esa gente es imbécil… no saben lo que se pierden, y ese Darío es el peor de todos, nunca supo lo que tenía a su lado, nunca lo valoró y yo…
-          ¿Vas a decir “te lo dije”? – le corté – porque si es así te….
-          No – me acercó a él.
-          Gracias – escondí la cabeza en su pecho y respiré tranquila por primera vez desde que había hablado con Darío.
-          De nada, cariño – me sostuvo entre sus brazos cariñosamente mientras me acariciaba el cabello, manteniéndome tranquila.
-          Leo – me separé levemente de él, y le miré a los ojos. Tenía que hacerle esa pregunta - ¿Me perdonas? – me daba miedo la respuesta pero tenía, necesitaba volver a contar con él.
-          No tengo nada que perdonarte, en todo caso soy yo el que debería pedirte perdón a ti, nunca debí haberte hablado así, no debí alejarme de ti aunque hicieras algo que no me gustara, debí haber estado a tu lado, apoyándote, comportándome como un verdadero amigo y no como un niñato caprichoso.
-          Eso no te lo voy a discutir… me hiciste sentir muy mal… pero igual, yo también te debo una disculpa, yo también debí insistir, intentar hablar contigo, hacer reaccionar a – le golpeé no demasiado fuerte en la cabeza – esa cabeza dura que tienes… aunque viendo el resultado, también tengo que pedirte perdón por no hacerte caso… - bajé la cabeza pensando en cuantos problemas me habría ahorrado si le hubiera escuchado entonces.
-          Ahora no tienes que pensar en eso, ahora lo que tenemos que hacer es pensar formas de recuperar el tiempo perdido, como por ejemplo – se tocó la barbilla mirándome con una de sus sonrisas peligrosas – las sonrisas que me he estado perdiendo este tiempo – me sujetó firmemente y me empezó hacer cosquillas, aún sabiendo que odiaba que lo hiciera, porque no podía controlar mis carcajadas, y parecía una loca desquiciada que no podía parar de reír.
-          Leo – intenté empujarlo para que me dejara, pero no pude ni siquiera moverlo – Leo, por favor para ya, no aguanto más.
-          Vale – me soltó y me miró triunfante mientras intentaba recuperar el aliento – pero que sepas que antes aguantabas más y dabas más pelea, seguro que es por la falta de práctica… pero tú dame tiempo…
-          Ayy – suspiré y me mordí el labio intentando disimular la sonrisa que había aparecido en mi cara desde que había hecho las paces con él y lo miré – entonces, ¿eso significa que… - le miré sabiendo la respuesta de antemano, pero quería oírselo decir a él – me das una segunda oportunidad, que somos amigos otra vez?
-          No – me quedé petrificada, había pensado que las cosas entre nosotros habían vuelto a la normalidad, pero entonces él me sonrió y mi corazón volvió a latir, porque sabía que me estaba tomando el pelo – eso significa, que vuelvo a ser tú mejor, y único mejor, amigo otra vez.
-          Oh, vale… me habías asustado, pensé que no querías seguir siendo amigo mío.
-          Cariño, nunca he dejado de serlo – y me volvió a abrazar como solía hacerlo, como solo él sabía hacerlo, haciéndome olvidar todo lo demás, consiguiendo que solo pensara en nosotros dos.




Habían pasado dos semana desde que Darío había cortado conmigo. Y cada día me sentía mejor. Contar con Leo a mi lado me estaba ayudando mucho, no me dejaba sola, no permitía que mi mente se fuera por las ramas recordando momentos que solo me hacían sufrir.

Nuestra relación, a pesar del tiempo perdido, había vuelto a lo que era antes, a la normalidad, y eso era lo único bueno que había conllevado la ruptura de esa relación.

No había vuelto a ver a Darío, más bien porque no quería verlo. Estaba mejor, pero aún no estaba “curada”, aún me dolía. Y cruzarme con él, viéndole hacer su vida normal y seguramente coqueteando con cuanta falda andante se le pusiera a tiro, a pesar de que fuera su derecho, no era lo más adecuado, ni lo que me apetecía hacer por el momento, porque las cosas estaban demasiado recientes todavía.


-          Gaby, cariño, que sorpresa, no sabía que estabas aquí… mi hermano no me dijo nada – Mar se acercó a mí y me dio dos besos.
-          Mar,  cuanto tiempo sin vernos, estoy esperando a que baje tu hermano para irnos, pero dime, ¿Qué tal te trata la vida de casada?
-          Muy bien – me miró de soslayo y supe que iba a decir algo que no me iba a gustar - ¿y a ti la vida de soltera?
-          No me quejo… - intenté evadir el tema, no me gustaba hablar de eso…
-          ¿Cómo están las cosas con Darío?
-          No están y punto… - me toqué la frente intentando encontrar la razón por la que Mar se empeñaba en hablar sobre el tema.
-          Gaby… yo… - cerró los ojos y al abrirlos su mirada transmitía una seriedad aún mayor que la de su rostro – mira, yo quiero a mi hermano con todo mi corazón, pero a veces hace cosas pensando que es lo mejor, pero sin darse cuenta de que lo que hace no está bien…
-          Mira no sé adonde quieres llegar pero…
-          Tengo que contarte algo… - me interrumpió.
-          Pues hazlo – la apremié nerviosa.
-          Sabes que Darío es como un hermano para mí … por eso creo que debo aclararte las cosas, porque no me parece justo que pienses cosas que no son, porque aunque mi hermano…
-          Mar, al grano ¿Si? – me estaba poniendo más nerviosa por momentos.
-          Leo habló con Darío.
-          ¿Y? – no entendía que tenía de importante que Darío y Leo hubieran estado hablando, al fin y al cabo, Darío era un buen amigo de Mar seguramente habían coincidido en alguna ocasión.
-           No me entiendes… Leo ha hablado con Darío de ti.
-          ¿Cuándo? – Leo siempre se había preocupado por mí, seguramente habría ido a encarar a Darío por haber roto conmigo sin ningún motivo aparente, aunque yo le había dicho que no quería volver a tratar el tema, que prefería dejarlo estar, pero cuando las cosas me atañían a mí, Leo nunca me hacía caso.
-          Dos días antes de que Darío terminara contigo… ellos… él, Leo le pidió que terminara contigo…
-          ¿Qué? – no podía creer lo que estaba oyendo, porque no tenía sentido, porque era imposible, porque Leo jamás me haría eso – no puedo creerlo, ¿quién te lo dijo?
-          Darío.
-          Entonces seguro que te mintió.
-          No tenía motivo para hacerlo.
-          Ni tu hermano tenía motivo para hacer eso, simplemente no voy a creer eso. Te mintió, Darío te mintió – me levanté del sofá en el que estaba sentada demasiado agitada como para poder seguir manteniendo esa conversación con Mar.
-          Le pregunté a Leo si lo había hecho y me dijo que si – me quedé quieta, estática, no podía dar un paso más, ni siquiera quería volverme para mirarla, porque sentía que si lo hacía me derrumbaría.
-          ¿Por qué lo hizo?
-          Darío tiene una oferta de trabajo en Inglaterra, él estaba pensando aceptarla, quería pedirte que le acompañarás…
-          Darío no me contó nada de eso… - sentía como si mi vida fuera una película de la que yo no formaba parte.
-          Lo sé, estaba esperando el mejor momento para planteártelo… Leo se enteró.
-          ¿Cómo?
-          Yo se lo comenté un día… Darío me dijo que habló con él y le convenció.
-          ¿De qué?
-          De que no te pusiera en esa tesitura, de que no te hiciera elegir entre tu vida y él, le dijo que no era justo que te hiciera elegir…
-          ¿Por qué Darío no me dijo nada?
-          Porque pensó lo que le dijo Leo y comprendió que tenía razón, que no te podía pedir eso, que no podía darte a elegir, que no era justo para ti, por eso rompió contigo, para dejarte libre, por eso te dijo que no te quería… y se fue.
-          ¿Cuándo?
-          Hace una semana – apreté los puños con fuerza y caminé hacia la salida – Gaby, los dos lo hicieron pensando en que era lo mejor para ti – no le hice caso, no quería escucharla – Gaby….


            No dije nada más, ni siquiera me despedí, simplemente me fui. Sin mirar atrás. Olvidándome de por qué estaba allí, olvidando todo, excepto las palabras de Mar, que acudían a mi mente una y otra vez, partiéndome el corazón en dos, y haciéndome sentir una mezcla confusa de dolor y rabia.

Miles de cosas se me pasaban por la cabeza, amontonadas, miles de sentimientos enfrentados peleaban en mi corazón por hacerse un lugar. Necesitaba salir de allí, estar sola, respirar. Pensar.

            Darío no me había tenido en cuenta, no me había dejado elegir por mí misma. Se había impuesto ante mí, ante mis sentimientos. Le había importado poco lo que habíamos vivido, los momentos que habíamos compartido durante tanto tiempo. Ante la primera dificultad que se nos presentaba había optado por el camino más fácil. Él decidía y yo no tenía nada que hacer al respecto, porque simplemente no me había tenido en cuenta.

            Me había engañado, no solo ocultándome todo lo que estaba pasando, sino también mintiéndome, escondiéndome los verdaderos motivos por los que rompía conmigo e impidiéndome hacer algo al especto. Y para colmo se había ido sin ni siquiera despedirse.

Pero lo peor no era eso. Porque el dolor, el coraje, la profunda furia que sentía no era porque Darío hubiera roto conmigo, lo que de verdad me dolía era que Leo me hubiera engañado, que hubiera tramado todo eso a mis espaldas y luego hubiera actuado frente a mí como si nada hubiera ocurrido.

Lo que más daño me había hecho era que él me hubiera mentido, que hubiera jugado conmigo. Porque yo confiaba en él. Siempre había confiado en él. Incluso en ese tiempo en el que habíamos estado enfadados, separados por todo esto, había confiado en él y había estado planteándome una y otra vez que él tuviera razón, porque sabía que siempre había estado preocupándose por mí, que siempre pensaba en lo que era mejor para mí, y en cambio ahora, me había traicionado en todos los sentido.

Había estado tramando todo a mis espaldas, sin contarme lo que estaba pasando, había actuado conmigo como si no estuviera al corriente de nada. Yo me había torturado por no conocer los motivos de que Darío me hubiera dejado y mientras yo lo hacía, él se había limitado a darme palmaditas de apoyo en la espalda, cuando realmente sabía lo que estaba ocurriendo.

Me había mentido y eso era algo que no podía perdonar… ni siquiera a él.


            Corrí. Corrí calle abajo hasta que mis piernas no pudieron responder. Hasta que me quedé sin aliento y tuve que apoyar mis manos en mis rodillas, flexionadas a causa del esfuerzo, para poder facilitar la entrada de aire a mis pulmones.

            Miré a mi alrededor, intentando averiguar donde estaba, hacia donde había ido. Estaba en un parqué, un parque que jamás había visto. Observé el lugar, los árboles, las personas que se encontraban en él. No había nada fuera de lugar. Caminé despacio, dando una tregua a mis piernas y a mis pulmones, hacia un puente, un pequeño puente que atravesaba un pequeño lago al fondo del parque, en la zona más alejada, en la que no había nadie.

            Crucé hasta la mitad y me asomé, sujetándome a la barandilla con manos firmes. Miré el reflejo que me devolvía las tranquilas aguas, mi cara estaba contraída, tenía la mandíbula apretada y los labios abiertos, enseñando los dientes, resoplando de forma descontrolada, perdiendo el poco aliento que aún conservaba.

            Golpeé la barandilla con los puños, sin importarme el dolor que eso me causaba. Continué haciéndolo una y otra vez hasta que dejé de sentirlas, hasta que el dolor desapareció por la costumbre. Volví a sujetar con fuerza la barandilla y grité. Grité con todas las fuerzas que me quedaban, intentando que todo lo que tenía dentro, todo lo que me estaba destrozando saliera al exterior.

            Y cuando ya no pude continuar, cuando mi voz era solo un susurro y mis manos estaban atenazadas me solté, dejé de gritar, y me dejé caer.

            Caí de rodillas, apoyando la cabeza contra los barrotes de la baranda y cerré los ojos, concentrándome en no traicionarme a mi misma, concentrándome en alejar la fragilidad, obligándome a no dejar que ni una sola lágrima surgiera, porque esa nunca había sido la solución.


            No tenía ni idea del tiempo que pasé en aquel lugar, en aquella posición, controlándome. Pero cuando un anciano, se acercó a mí preguntándome, preocupado, si me encontraba bien, supe que tenía que salir de allí.

            Llegué a mi casa, de nuevo desierta y me dirigí sin pensar a mi habitación. Al entrar todo lo que en ella había me golpeó como un vendaval. Todo lo que en ella había tenía que ver en alguna manera con él, con Leo.

            No podía soportarlo. Me hervía la sangre al ver sus fotos, sus regalos. Tenía que acabar con ellos, descargar toda la frustración que me crispaba por dentro.

            Perdí la cabeza, el control y la tomé con todo lo que había. Tiré uno a uno todos los marcos en los que salía, en los que se intuía su rostro, su silueta, su sonrisa, todos en los que yo sonreía por él, todos los destrocé, sus regalos, sus cartas. Todo. Pero aún no tenía suficiente, seguía furiosa, la rabia aún me controlaba, aún tenía ganas de llorar, aún me sentía vulnerable.

            Tiré los cojines contra las paredes, contra las estanterías, provocando que los libros también cayeran, estrellé contra el suelo los jarrones, la figuritas, por el simple hecho de ver como se rompían, tiré de las sábanas, haciendo que volaran por los aires. Pero aún no era suficiente. Nada sería suficiente.

            Mi móvil comenzó a sonar. Lo saqué del bolsillo trasero del vaquero y al ver su nombre en la pantalla, lo lancé contra la pared, consiguiendo silenciarlo.

            Tenía que salir de allí. Quería huir, buscar un refugio, un lugar donde esconderme, donde poder estar tranquila, donde consiguiera mantener la mente en blanco, olvidándome de todo.

            Miré hacia la ventana, en la lejanía, ese era el lugar, la cala. Necesitaba ir allí, necesitaba estar allí. En mi refugio.


            Me senté en la arena, dejando que mis pies se hundieran, me abracé a las piernas, y coloqué la barbilla sobre las rodillas, dejando que mi mirada se perdiera en la inmensidad del mar.

            Me dejé llevar por el sonido de las olas, por su movimiento. Cerré los ojos y suspiré dejándome conducir por mis sentidos. Dejando mi mente fluir. Consiguiendo que la tensión que sentía, por fin, comenzara a remitir. Que mi cuerpo se comenzara a relajar, dejando paso a un infinito cansancio, que me impedía si quiera pensar.

           
            Sentí una mano sobre mi hombro y abrí los ojos, sabiendo perfectamente a quién pertenecía. Su presencia, su olor, su tacto era inconfundible, solo él.

-          No me toques – moví bruscamente el hombro para apartarlo y me levanté para largarme de allí.
-          He hablado con Mar… te busqué en tu casa, pero… supe que estarías aquí - me miró con gesto preocupado – tienes que dejar que te expliqué – me di la vuelta, encaminándome hacia la salida de la playa, no quería escucharlo. Él me sujetó por el brazo y me giró para colocarme frente a él, pero volví a librarme de su agarre.
-          No me toques – le ordené de nuevo.
-          Gaby, por favor… - aparté la vista de su rostro, no quería mirarle, no podía soportar como me miraba, el dolor que reflejaban sus ojos.
-          No quiero que me vuelvas a hablar. No quiero volver a verte.
-          No quería perderte – comenzó a decir, aunque me propuse no escucharle, continué caminando aún sabiendo que él me seguía – no quería que te alejara, por eso le dije eso….
-          No tenías ningún derecho – me volví cansada de todo, con ganas de golpearle, y arremetí contra su pecho, empujándole con todas mis fuerzas, consiguiendo que el retrocediera con cada acometida mía – no tenías ningún derecho – repetí en un estado de histeria que nunca había sentido.
-          Yo no le obligué a hacerlo, él lo decidió, yo solo le dije lo que pensaba, fue él el que decidió alejarte.
-          Porque tú se lo dijiste – continuaba acometiendo contra su pecho, sin que él se opusiera.
-          Era  libre de hacer lo que quisiera…
-          Me mentiste – ya no solo le empujaba, ahora le golpeaba con los puños cerrados y gritaba, le gritaba las palabras con todas mis fuerzas, deseando que con ellas pudiera hacerle daño, el mismo que él me había hecho sentir a mí – me traicionaste… me engañaste.
-          ¿Y qué querías que hiciera, qué te dijera la verdad para que salieras corriendo tras él sabiendo que no te merecía?
-          Confiaba en ti, a pesar de todo, confiaba en ti y me engañaste.
-          Tuve que hacerlo, ¿no lo entiendes? No podía permitirlo – reaccionó, me sujetó las muñecas y me zarandeó - ¿no lo entiendes? – repitió.
-          No tenías que mentirme, no tenías que ocultármelo – intenté soltarme de su sujeción pero fue en vano.
-          Si que tenía que hacerlo, era lo mejor para ti, no podía permitir que te fueras con él – ahora era él el que estaba gritando y continuaba zarandeándome – tuve que hacerlo.
-          ¿Por qué? – le exigí saber.
-          Porque estoy enamorado de ti – me gritó mirándome con desesperación.

Soltó mis muñecas y caí de rodillas con la mirada fija en la arena, incapaz de sostenerme por mi misma, ni de mirarle a la cara.



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Tres de seis. 
Aunque realmente este fue publicado como el cuarto relato, pero he considerado que es mejor publicar los relatos en orden cronológico, para darle un poco más de consistencia y sentido a la historia, que bastante lio tiene que provocar ya, con los saltos en el tiempo y los cambios en la forma de narrar.
Espero que os guste.