-
¡¿Cómo que estás saliendo con Darío?! – sabía que les
iba a sorprender la noticia que tenía que darles, pero no tanto como para que
reaccionaran de esa manera.
-
¿Desde cuando? – Silvia estaba sonriendo, pero en
cambio, Leo me miraba totalmente serio.
-
Desde hace unos días, nos encontramos en la boda de tu
hermana y quedamos en vernos… – expliqué mirando a Leo, intentando entender lo
que le pasaba, el por qué no se alegraba por mí.
-
Que suerte Gaby – Silvia me cogió de la mano y tiró un
poco de mí provocando que apartara la vista de Leo – con lo guapo que es…
-
Si… - sonreí y miré de nuevo a Leo, sin entender que le
pasaba, si saber por qué no se alegraba por mí, como lo hacía Silvia, como lo
haría un buen amigo- ¿y tú? – le dije intentando que al menos dijera algo - ¿no
piensas decir nada?
-
¿Cuánto tiempo llevabas sin verlo? – golpeaba la taza
con la cuchara de forma rítmica y aún no había levantado la cabeza para
mirarme.
-
Ya sabes cuanto tiempo Leo, desde que dejé de trabajar
en la tienda de Mar.
-
Lo que equivale a tres años, más o menos ¿verdad? – yo
asentí y miré a Silvia fugazmente para comprobar si ella estaba tan perdida
como lo estaba yo – ¿y me estás diciendo que estás saliendo con alguien al que
apenas conoces y que llevas tres años sin ver? – hizo esa mueca irónica que
siempre utilizaba para quitarse a las mosconas, que lo perseguían, de encima y
que nunca había utilizado conmigo y me miró más serio que nunca – no pensé que
fueras de esas.
-
¿Qué? ¿a qué te refieres con “de esas”? – no estaba
segura adonde quería llegar, pero me estaba empezando a enfadar y eso era algo
que nunca me había pasado con él.
-
Bueno chicos, - intervino Silvia intentando calmar el
ambiente que se estaba poniendo tenso por momentos – ¿Qué tal si vamos a
comprar las entradas?
-
Que me digas qué es lo que quieres decir con eso –
insistí yo sin hacer demasiado caso, he de reconocerlo, a Silvia, pero es que
necesitaba aclarar las cosas con Leo.
-
Que te estás comportando como una facilona, no hace ni
una semana que fue la boda de mi hermana y ya dices que estás con él… estoy
seguro de que hasta te le has metido en la cama.
No podía creer
lo que estaba oyendo, es más no podía entenderlo, y menos viniendo de él. No
sabía lo que le pasaba, si había tenido un mal día, o simplemente se había
levantado con el pie izquierdo, pero no iba a permitir que me hablara en ese
tono de desprecio ni que me faltara al respeto, tratándome como a una
cualquiera, así que sin darme cuenta de lo que hacía y sin pensarlo tampoco
demasiado, me levanté de la mesa y le pegué una bofetada, antes de dirigirme
hacia la salida del centro comercial en el que nos encontrábamos con el mayor
enfado de mi vida, en lo que respectaba a mi mejor amigo, y con unas terribles
ganas de hacer algo que llevaba mucho tiempo sin hacer, llorar.
Llegué a casa
totalmente decaída y subí a mi habitación sin reparar en nada ni en nadie de lo
que me encontraba en mi camino.
Cerré la
puerta de un portazo y me senté en el banco que bordeaba el ventanal que me
permitía observar el único lugar que conseguía calmarme, abrazada a mis
piernas.
No podía
comprender que era lo que le había pasado por la cabeza para decirme toda esa
cantidad de idioteces tan hirientes. Se suponía que yo era su amiga, su mejor
amiga, y que debía apoyarme, no tratarme como un trapo viejo, pisoteando mis
sentimientos.
Yo nunca lo
había tratado de una forma parecida, ni siquiera se me había pasado por la
cabeza, él era mi amigo y su bienestar era lo principal, lo único que me
importaba, ni siquiera le había reclamado que se comportara como un estúpido
con todas esas chicas con las que se enrollaba y de las que al día siguiente no
recordaba ni sus nombres, nunca me había metido en ese tema, porque aunque a mí
no me pareciera ético, era él el que debía darse cuenta de eso, yo no tenía que
imponerle mi opinión, y si él era feliz así, yo lo respetaría siempre.
Pero en cambio
él no, él me había tratado como una cualquiera, sin dejarme explicar y sin
tener en cuenta lo que yo pensara o sintiera, y eso era algo que me dolía mucho.
Y a pesar de que él fuera la persona más importante de mi vida, no lo iba a
dejar pasar por alto, porque realmente me habían lastimado sus palabras.
-
Deberías hablar con él.
-
¿Quién lo dice? – removí los hielos de mi coca cola con
la pajita, sin mirar a Silvia, para evitar tener que ver esa expresión de
preocupación que llevaba pintada en su cara desde hacía un mes, cuando Leo y
yo, habíamos hablado, o más bien, discutido, por última vez.
-
Lo dice tu mejor amiga… ¿No te das cuenta de que no
podéis seguir así? Lleváis más de un mes sin hablar y la verdad es que los dos
tenéis un humor de perros desde entonces y yo ya estoy cansada de estar en
medio – se recostó en su silla con los brazos cruzados.
-
Yo no tengo nada que hablar con él.
-
Pero igual él sí, ¿no lo has pensado?
-
Sí él quiere hablar conmigo no me voy a oponer, pero
que sea él el que dé el primer paso… - me quedé en silencio durante unos
segundo y luego continué hablando con un tono más ofuscado que el que acababa
de utilizar – que demonios, si quiere hablar conmigo, lo primero que tiene que
hacer es pedirme perdón… no pienso hablar con él hasta que no lo haga… es lo
menos que merezco después de lo que me dijo.
-
Si, vale, en eso te doy la razón, Leo se pasó un poco.
-
¿Un poco? – le pregunté con una ceja levantada, vale
que Leo fuera su primo y su mejor amigo, pero estaba siendo demasiado
benevolente con él.
-
Vale, se pasó mucho contigo, pero igual tenía sus
razones.
-
¿Qué razones iba a tener? Darío le caía bien, y entre
nosotros no había problemas, nunca ha habido un problema entre nosotros – dije
en voz baja sin pensar.
-
Hasta ahora.
-
Sí, hasta ahora.
-
¿Y no te gustaría hacer las paces con él?
-
Claro que me gustaría – dije indignada ante su
comentario, como no me iba a gustar hacer las paces con una de las personas más
importantes de mi vida – le hecho mucho de menos.
-
Pues arreglar las cosas, por favor… - me miró
suplicante, y me di cuenta por lo que debía de estar pasando ella, en medio de
nuestro enfado, teniendo que aguantar los reclamos del uno contra el otro y sin
poder posicionarse con ninguna de las partes.
-
Está bien, si él quiere arreglar las cosas, yo no me
voy a oponer a ello, pero que quede claro que tiene que ser él el que de el
primer paso ¿de acuerdo?
-
De acuerdo – Silvia miró su reloj y sonrió traviesamente,
lo que conociéndola, solo podía significar que había tramado algo – siempre tan
puntual – dijo mirando por encima de mi hombro. Yo me volteé para entender a
qué se refería y vi como Leo se acercaba hacia nosotras con no muy buena cara.
-
No me dijiste que ella fuera a estar aquí – le
recriminó a Silvia al llegar junto a nuestra mesa sin ni siquiera mirarme, lo
que a pesar de estar enfadada con él me hizo sentir muy mal.
-
Ese era el plan – Silvia cogió su bolso y se levantó –
te cedo mi sitio y mi coca cola – le dijo a Leo – espero que os comportéis como
debéis – se giró sobre sus talones y se fue dejándonos solos.
Yo no sabía
que hacer, ni que decir. Me sentía de lo más extraña, tenía ganas de levantarme
y abrazarle, de decirle que estaba muy guapo, que le quedaba muy bien el pelo
de esa manera, pero sabía que no debía hacerlo, que no podía, porque ahora no
estábamos comportándonos como amigos, sino como enemigos.
Y eso era lo
que hacía que estuviera tan rara, que me sintiera tan diferente al tenerlo
delante, porque nunca había estado así estando con Leo, porque nunca había
tenido que controlarme estando con él, porque siempre podía ser yo misma cuando
estábamos juntos.
Con él las
cosas eran diferentes, podíamos estar horas mirándonos sin pronunciar una palabra,
sin sentirnos mal, porque con tan solo una mirada sabíamos comunicarnos,
sabíamos lo que sentíamos, lo que nos preocupaba, lo que nos emocionaba, pero
eso era antes, cuando no estábamos enfadados.
Ahora, cuando
me miraba, me hacía sentir terriblemente incomoda, porque cuando lo hacía, aún
me transmitía todo lo que estaba pensando, y podía sentir su enfado conmigo y
eso era algo que me dolía más incluso que las palabras que me había dicho hacía
un mes. Porque no entendía que había podido hacer que le hubiera molestado
tanto.
Nunca nos
habíamos enfadado más de dos minutos, nunca habíamos estado tanto tiempo sin
hablar, sin vernos. Nunca lo habíamos permitido. Pero las cosas ahora eran
diferentes, porque hacía un mes que lo echaba de menos, que le necesitaba junto
a mí, un mes que le había perdido, que se había alejado de mi vida sin razón,
sin motivo, y ni él ni yo habíamos hecho nada por arreglarlo.
Pero no lo
había hecho no porque no quisiera hacerlo, sino porque no sabía que era lo que
debía hacer para arreglar las cosas, porque no sabía que era lo que él quería
que yo hiciera, y porque realmente me habían dolido sus palabras. Y aunque,
cada día, desde que discutimos había estado pensando en él, en volver a tenerle
junto a mí, porque era lo más importante, lo que más necesitaba, no había
podido hacer nada para cambiar la situación en la que nos encontrábamos.
-
¿No vas a sentarte? – le pregunté sin atreverme a
mirarlo a los ojos.
-
¿Tú quieres que me siente? – su tono era frío, distante,
y no me gustaba que lo utilizara conmigo.
-
A mi me da igual – aunque hubiera preferido decirle que
lo estaba deseando, que quería acabar con esa situación, que le echaba de
menos, y que no quería pasar un día más sin verle sonreír, pero me contuve, no
podía ser yo la primera en dar su brazo a torcer, ni siquiera por él - ¿Tú que
quieres hacer? – tenía que tantear el terreno, saber que es lo que le pasaba.
-
Silvia no tenía que haberme hecho esta encerrona – se
pasó la mano por el pelo, despeinándoselo un poco, igual que hacía cuando
éramos pequeños y algún profesor le pillaba en un renuncio, lo que me dio ganas
de sonreírle, pero no podía, no todavía.
-
Yo tampoco sabía que ibas a venir – le miré y él apartó
la miraba, pero se sentó frente a mí, algo bueno al fin y al cabo.
-
Ella siempre hace lo que le da la gana – refunfuño él,
dando un sorbo a la coca cola de su prima.
Nos quedamos
de nuevo en silencio, apartando la mirada el uno del otro. Pero estaba cansada
de esta situación y aunque me había propuesto que no iba a hablar con él hasta
que se disculpara conmigo, no iba permitir que las cosas siguieran así, no iba
a dejar pasar la oportunidad de volver a tenerle a mi lado.
-
¿Qué es lo que te pasa? – él me miro largamente e hizo
una mueca.
-
A mí no me pasa nada.
-
No entiendo que problema tienes, y tampoco sé si ese
problema es conmigo, contigo mismo o con qué… - insistí – pero si me….
-
Yo no tengo ningún problema… - me interrumpió - solo
que me enferma que no hagas más que meter la pata y ni siquiera te des cuenta.
-
¿A qué te refieres con eso? – resoplé para intentar
calmarme, porque las cosas no estaban yendo por buen camino.
-
Si tengo que decírtelo…
-
Sí, si que tienes que decírmelo porque yo tengo la
conciencia muy tranquila con respecto a lo que hago, ojala tú pudieras decir lo
mismo – le reclamé cansada de su comportamiento infantil.
-
Yo soy el que no tiene nada de lo que arrepentirse…
-
Ah, me encanta saber que llamar puta a la que se supone
era tu mejor amiga es totalmente normal para ti, pero podías habérmelo dicho
antes, para tenerlo en cuenta más que nada.
-
Está bien… - resopló y me miró como él me miraba
siempre, con cariño, provocando que un nudo se instalara en mi garganta y me
impidiera decir algo, era la primera vez desde que habíamos empezado con todo
esto que me trataba como siempre y eso me emocionaba como una tonta – tienes
razón, me equivoqué, no debí decirte lo que te dije…
-
Bueno al menos lo reconoces, algo es algo – sonreí
ilusionada y extendí la mano para tomar la suya.
-
Reconozco que me equivoque en la forma pero no en lo
que te dije – me quedé petrificada, mi mano se quedo parada a mitad de camino y
cuando fui capaz de reaccionar la coloqué sobre mi regazo, intentado que mi
gesto pasara desapercibido. No entendía como podía haberme hecho eso, acababa
de agarrarme para después dejarme caer al vacío.
-
¿A qué te refieres con eso? No te entiendo Leo, no
entiendo lo que dices, no entiendo lo que quieres, no entiendo nada – estaba
desesperada, parecía que no quería hacer las paces, que no le importaba que
estuviéramos peleados.
-
¿Sigues saliendo con el tipo ese? - ¿A qué venía ahora
eso ahora?
-
¿Con Darío? – él asintió – si, sigo con él, pero ¿Qué
tiene que ver eso?
-
Pues ese es el problema, que te conformas con cualquier
cosa, con un tipo que no te conviene…
-
Espera – me mordí el labio intentando que el enfado que
estaba fluyendo en mí no saliera a la luz -
¿Me estás intentando decir que todo esto es porque estoy saliendo con
Darío?
-
Te estoy diciendo que el tipo ese no te conviene para
nada, lo único que vas a conseguir es sufrir – dio un golpe sobre la mesa – te
va hacer daño, y luego vendrás adonde mí para que te consuele, porque no te has
dado cuenta de lo que tenías delante de las narices.
-
Esto es increíble – ahora no solo estaba enfadada,
estaba indignada - ¿Quién te crees que eres para decirme esas cosas?
-
Creía que era tú mejor amigo.
-
Los mejores amigos no se comportan como tú lo acabas de
hacer.
-
Solo te digo lo pienso.
-
No, lo que estás haciendo es presionarme, ponerme en
contra de él para que le deje, porque por una extraña y rebuscada razón no te
gusta, algo totalmente ilógico porque hasta que te dije que estaba saliendo con
él, Darío te daba exactamente igual.
-
Te estoy dando mi opinión al respecto, allá tú con tu
conciencia.
-
Ves, a eso me refiero, “allá tú con tu conciencia”,
¿Qué es eso?, tú nunca me has hablado así, me has dado mil consejos, pero nunca
de esta forma, como si fuera algo personal contra ti, como si estuviera
cometiendo un crimen.
-
Quizá yo le dé más importancia al hecho de que vayas a
destrozar tu vida que tú.
-
Esto es increíble, cada vez me sorprendo más de lo que
estoy oyendo, pero ya está, se acabó, no voy hacerte caso en nada de lo que
digas sobre este tema, estoy genial con Darío y no voy a dejar que nada lo
fastidie, ni siquiera tú con tus sermones sin fundamento – me levanté y cogí mi
bolso con ganas de salir de allí de una vez, porque esa conversación había sido
horrible.
-
Entonces no tengo más que decirte – y ni siquiera me
miró para decirme eso.
-
Ni yo tampoco – tenía ganas de gritar, de pegarle,
incluso de llorar – adiós.
-
Que te vaya muy bien en tu nueva vida – el tono era tan
hiriente que ni siquiera me planteé decir nada más, me giré y me fui sin mirar
atrás.
No lo vi
venir, no me di cuenta de nada, hasta que fue demasiado tarde. No tenía ni idea
de que las cosas fueran mal, en realidad, para mí, las cosas estaban más que
bien.
Reconozco que
teníamos nuestros más y nuestros menos, pero en qué relación de casi un año no
los había. Todas las relaciones tienes sus altibajos, lo nuestra no iba a ser menos.
Lo que no
consigo entender, por mucho que me esfuerce, es el por qué lo ha hecho, por qué
ha roto conmigo. Nada en mi cabeza parece tener sentido.
Casi un año de
relación y de la noche a la mañana y sin avisar queda conmigo para decirme que no
me ve entregada en la relación, que me nota ausente y que no le doy todo lo que
necesita.
Pero eso no es
justo, no lo es para nada, porque por él he perdido lo más importante de mi
vida, por él, por estar con él, he dejado de lado a mi mejor amigo, la persona
más importante de mi vida, la única persona que me entendía y que sabía
contenerme.
Nunca le
reclamé nada, porque no tenía nada que reclamarle, mi relación con Darío era
independiente de mi relación con Leo, y si yo había querido estar con Darío,
aunque, ello significara pelearme con Leo, fue porque yo lo decidí, no porque Darío
me obligara o condicionara a ello.
Le había
pedido explicaciones, una y otra vez, le había, no solo pedido, sino ordenado
que me dijera cuales habían sido las cosas que yo había hecho mal, porque no
tenía ni idea de por qué me estaba diciendo esto. Y como única y aplastante
realidad, me dijo que ya no quería estar conmigo, que ya no sentía nada por mí,
que no estaba enamorado de mí.
Me dolió. Me
dolió profundamente que me dijera aquello,
pero lo que peor me hizo sentir fue que no se hubiera atrevido a
decírmelo de una. Que le hubiera estado dando vueltas a las cosas, sin
atreverse a ser sincero conmigo.
Podía entender
que hubiera dejado de quererme, lo podía llegar a entender y lo tenía que
llegar a aceptar, no iba a obligarle a que estuviera conmigo a la fuerza. En
cierto modo le agradezco que me lo dijera, que rompiera conmigo antes de que se
sintiera forzado y eso produjera que ambos sufriéramos y acabáramos peor.
Pero aunque lo
entendiera, no podía dejar de dolerme. Yo aún sentía algo por él, no se si
amor, pero si algo importante. Estaba mal, me sentía triste y sola. Silvia
estaba de viaje y con Leo no podía contar. Llevábamos demasiado tiempo
distanciados por este motivo y no me atrevía a llamarlo, a pedirle su ayuda,
porque sería demasiado egoísta por mi parte hacerlo.
Así que no
podía contar con nadie que no fuera yo misma. Tenía que superar todo esto yo
sola y eso era en realidad lo que más me preocupaba. Porque a pesar de que
siempre había estado sola, cuando había necesitado ayuda, siempre había podido
contar con ellos.
No había nada
que pudiera contrarrestar el sufrimiento, nada que no fuera el tiempo. Sabía
que para estar bien, primero tenía que pasar un tiempo mal. Aunque en realidad,
no estaba tan mal como hubiera imaginado y esperado estar. Y eso era algo
bueno, pero extraño.
En
condiciones normales, hubiera recurrido a mi lugar especial. A ese sitio al que
solo iba cuando los problemas me superaban, cuando realmente me sentía caer,
cuando estaba desconsolada. Pero a pesar de lo que había ocurrido, a pesar de
lo que Darío me había dicho, no necesitaba acudir allí. No me sentía tan decaída
como para tener que ir a ese lugar secreto en busca de consuelo.
Me
había quedado sola en casa, como la mayoría de las veces y del tiempo que
pasaba en esa gran mansión. Estaba cansada de estar encerrada en la habitación,
sin hacer otra cosa que pensar en todo lo que había ocurrido, por lo que decidí
bajar al jardín, pasear e intentar relajarme.
Desde que era
pequeña me había gustado ese jardín. En él me había pasado, muertas, las pocas
horas que estaba en mi casa. Nunca he llegado a saber por qué, quizá porque era
uno de los lugares preferidos de mi madre, o porque pasaba horas y horas con
ella cuidando de las flores, pero me gustaba estar en ese lugar, disfrutando de
todos los olores y toda la naturaleza que allí había y de la que me sentía
parte.
Me senté en el
balancín y me balanceé suavemente con los ojos cerrados, dejándome llevar por
el movimiento dejando que el sol me diera de pleno en la cara e intentado dejar
que el dolor saliera de mí. Hasta que una voz a mi espalda me sobresaltó, ya
que era la última voz que esperaba escuchar en ese momento.
-
¿Gaby? – me volví para mirar, sin poder creer que él
estuviera allí, pensando que su voz había sido fruto de mi imaginación, de mi
anhelo.
-
Leo – mi voz fue un susurro casi inaudible, pero en ese
momento no podía ni siquiera controlarla.
-
He llamado pero nadie me abría… - se acercó hasta
quedar frente a mí – supuse que estarías aquí y entré por detrás.
-
¿Qué… - era la primera vez desde que le conocía que me
costaba hablar con él, que tenía que buscar las palabras adecuadas, que pensaba
que decir - … estás haciendo aquí?
-
He venido a verte… a saber como estabas…
-
Estoy bien – me levanté y le encaré intentando parecer
segura, demostrar que no había nada que me preocupara o que pudiera conmigo –
perfectamente.
-
Ya – me sujetó la barbilla, haciendo coincidir nuestras
miradas e impidiendo que pudiera apartarla – seguro – su tono era totalmente irónico,
porque a pesar de la distancia, del tiempo que habíamos estado separado, me
conocía mejor que nadie y nunca iba a conseguir engañarle.
-
Además – le aparté la mano de mi cara y me aleje un par
de pasos – creí que ya no te importaba lo que me pasara.
-
Nunca has dejado de importarme… - me miró a los ojos de
nuevo pero yo aparte la vista, incapaz de mantenerle la mirada - hablé con
Silvia y…
-
Y te dijo que Darío me ha dejado – él asintió y yo apreté
la mandíbula y los puños para evitar ponerme a gritar por lo bocazas que había
sido mi amiga – estarás contento.
-
Eso depende.
-
De qué
-
De si esa decisión te hace sentir bien o no.
-
¿Tú qué crees? -
resoplé y me alejé un paso más de él intentando una vez más imponer distancia –
Silvia no debió decirte nada…
-
Estaba preocupada por ti… - acortó la distancia que yo
me había preocupado en crear y me sujetó con esa delicadeza que tan solo él
sabía utilizar conmigo – igual que yo.
-
Pues no lo parecía el día en que me deseaste una feliz
vida y desapareciste… - sabía que no era el mejor momento para reclamarle nada,
porque me sentía dolida con Darío, con él y con todo el mundo, y no debía de
pagarlo con Leo, aunque tuviera buena parte de culpa.
-
Sé que me equivoqué en eso… y lo siento muchísimo, hace
tiempo que me di cuenta de ello y que quería venir a pedirte perdón, pero tenía
miedo a que no lo hicieras, a qué no me perdonaras.
-
Nunca he sido capaz de guardarte rencor por algo….
-
Ni yo a ti, cariño.
Me abrazó como
solo él sabía hacerlo, haciéndome sentir especial, haciéndome olvidar todo,
provocando que todo lo que me lastimaba y preocupaba se esfumara. Llevaba
demasiado tiempo anhelando ese abrazo, echando de menos su presencia, echándole
de menos a él.
-
¿Cómo estás? – me acarició suavemente la mejilla y me
miró con su mirada de comprensión y análisis.
-
Ahora mejor – y era totalmente cierto.
-
¿Qué pasó con Darío?
-
Supongo – me encogí de hombros – que se cansó de mí.
-
Si le pasó eso es que es un estúpido, no hay nadie en el
mundo que pueda cansarse de ti.
-
Te sorprendería la cantidad de gente a la que le pasa
eso.
-
Esa gente es imbécil… no saben lo que se pierden, y ese
Darío es el peor de todos, nunca supo lo que tenía a su lado, nunca lo valoró y
yo…
-
¿Vas a decir “te lo dije”? – le corté – porque si es
así te….
-
No – me acercó a él.
-
Gracias – escondí la cabeza en su pecho y respiré
tranquila por primera vez desde que había hablado con Darío.
-
De nada, cariño – me sostuvo entre sus brazos
cariñosamente mientras me acariciaba el cabello, manteniéndome tranquila.
-
Leo – me separé levemente de él, y le miré a los ojos.
Tenía que hacerle esa pregunta - ¿Me perdonas? – me daba miedo la respuesta
pero tenía, necesitaba volver a contar con él.
-
No tengo nada que perdonarte, en todo caso soy yo el
que debería pedirte perdón a ti, nunca debí haberte hablado así, no debí
alejarme de ti aunque hicieras algo que no me gustara, debí haber estado a tu
lado, apoyándote, comportándome como un verdadero amigo y no como un niñato
caprichoso.
-
Eso no te lo voy a discutir… me hiciste sentir muy mal…
pero igual, yo también te debo una disculpa, yo también debí insistir, intentar
hablar contigo, hacer reaccionar a – le golpeé no demasiado fuerte en la cabeza
– esa cabeza dura que tienes… aunque viendo el resultado, también tengo que
pedirte perdón por no hacerte caso… - bajé la cabeza pensando en cuantos
problemas me habría ahorrado si le hubiera escuchado entonces.
-
Ahora no tienes que pensar en eso, ahora lo que tenemos
que hacer es pensar formas de recuperar el tiempo perdido, como por ejemplo –
se tocó la barbilla mirándome con una de sus sonrisas peligrosas – las sonrisas
que me he estado perdiendo este tiempo – me sujetó firmemente y me empezó hacer
cosquillas, aún sabiendo que odiaba que lo hiciera, porque no podía controlar
mis carcajadas, y parecía una loca desquiciada que no podía parar de reír.
-
Leo – intenté empujarlo para que me dejara, pero no
pude ni siquiera moverlo – Leo, por favor para ya, no aguanto más.
-
Vale – me soltó y me miró triunfante mientras intentaba
recuperar el aliento – pero que sepas que antes aguantabas más y dabas más
pelea, seguro que es por la falta de práctica… pero tú dame tiempo…
-
Ayy – suspiré y me mordí el labio intentando disimular
la sonrisa que había aparecido en mi cara desde que había hecho las paces con
él y lo miré – entonces, ¿eso significa que… - le miré sabiendo la respuesta de
antemano, pero quería oírselo decir a él – me das una segunda oportunidad, que somos
amigos otra vez?
-
No – me quedé petrificada, había pensado que las cosas
entre nosotros habían vuelto a la normalidad, pero entonces él me sonrió y mi
corazón volvió a latir, porque sabía que me estaba tomando el pelo – eso
significa, que vuelvo a ser tú mejor, y único mejor, amigo otra vez.
-
Oh, vale… me habías asustado, pensé que no querías
seguir siendo amigo mío.
-
Cariño, nunca he dejado de serlo – y me volvió a abrazar
como solía hacerlo, como solo él sabía hacerlo, haciéndome olvidar todo lo
demás, consiguiendo que solo pensara en nosotros dos.
Habían pasado dos
semana desde que Darío había cortado conmigo. Y cada día me sentía mejor.
Contar con Leo a mi lado me estaba ayudando mucho, no me dejaba sola, no
permitía que mi mente se fuera por las ramas recordando momentos que solo me
hacían sufrir.
Nuestra
relación, a pesar del tiempo perdido, había vuelto a lo que era antes, a la
normalidad, y eso era lo único bueno que había conllevado la ruptura de esa
relación.
No había
vuelto a ver a Darío, más bien porque no quería verlo. Estaba mejor, pero aún
no estaba “curada”, aún me dolía. Y cruzarme con él, viéndole hacer su vida
normal y seguramente coqueteando con cuanta falda andante se le pusiera a tiro,
a pesar de que fuera su derecho, no era lo más adecuado, ni lo que me apetecía
hacer por el momento, porque las cosas estaban demasiado recientes todavía.
-
Gaby, cariño, que sorpresa, no sabía que estabas aquí…
mi hermano no me dijo nada – Mar se acercó a mí y me dio dos besos.
-
Mar, cuanto
tiempo sin vernos, estoy esperando a que baje tu hermano para irnos, pero dime,
¿Qué tal te trata la vida de casada?
-
Muy bien – me miró de soslayo y supe que iba a decir
algo que no me iba a gustar - ¿y a ti la vida de soltera?
-
No me quejo… - intenté evadir el tema, no me gustaba
hablar de eso…
-
¿Cómo están las cosas con Darío?
-
No están y punto… - me toqué la frente intentando
encontrar la razón por la que Mar se empeñaba en hablar sobre el tema.
-
Gaby… yo… - cerró los ojos y al abrirlos su mirada
transmitía una seriedad aún mayor que la de su rostro – mira, yo quiero a mi
hermano con todo mi corazón, pero a veces hace cosas pensando que es lo mejor,
pero sin darse cuenta de que lo que hace no está bien…
-
Mira no sé adonde quieres llegar pero…
-
Tengo que contarte algo… - me interrumpió.
-
Pues hazlo – la apremié nerviosa.
-
Sabes que Darío es como un hermano para mí … por eso
creo que debo aclararte las cosas, porque no me parece justo que pienses cosas
que no son, porque aunque mi hermano…
-
Mar, al grano ¿Si? – me estaba poniendo más nerviosa
por momentos.
-
Leo habló con Darío.
-
¿Y? – no entendía que tenía de importante que Darío y Leo
hubieran estado hablando, al fin y al cabo, Darío era un buen amigo de Mar
seguramente habían coincidido en alguna ocasión.
-
No me entiendes…
Leo ha hablado con Darío de ti.
-
¿Cuándo? – Leo siempre se había preocupado por mí,
seguramente habría ido a encarar a Darío por haber roto conmigo sin ningún
motivo aparente, aunque yo le había dicho que no quería volver a tratar el
tema, que prefería dejarlo estar, pero cuando las cosas me atañían a mí, Leo nunca
me hacía caso.
-
Dos días antes de que Darío terminara contigo… ellos…
él, Leo le pidió que terminara contigo…
-
¿Qué? – no podía creer lo que estaba oyendo, porque no
tenía sentido, porque era imposible, porque Leo jamás me haría eso – no puedo
creerlo, ¿quién te lo dijo?
-
Darío.
-
Entonces seguro que te mintió.
-
No tenía motivo para hacerlo.
-
Ni tu hermano tenía motivo para hacer eso, simplemente
no voy a creer eso. Te mintió, Darío te mintió – me levanté del sofá en el que
estaba sentada demasiado agitada como para poder seguir manteniendo esa
conversación con Mar.
-
Le pregunté a Leo si lo había hecho y me dijo que si –
me quedé quieta, estática, no podía dar un paso más, ni siquiera quería
volverme para mirarla, porque sentía que si lo hacía me derrumbaría.
-
¿Por qué lo hizo?
-
Darío tiene una oferta de trabajo en Inglaterra, él
estaba pensando aceptarla, quería pedirte que le acompañarás…
-
Darío no me contó nada de eso… - sentía como si mi vida
fuera una película de la que yo no formaba parte.
-
Lo sé, estaba esperando el mejor momento para
planteártelo… Leo se enteró.
-
¿Cómo?
-
Yo se lo comenté un día… Darío me dijo que habló con él
y le convenció.
-
¿De qué?
-
De que no te pusiera en esa tesitura, de que no te
hiciera elegir entre tu vida y él, le dijo que no era justo que te hiciera
elegir…
-
¿Por qué Darío no me dijo nada?
-
Porque pensó lo que le dijo Leo y comprendió que tenía
razón, que no te podía pedir eso, que no podía darte a elegir, que no era justo
para ti, por eso rompió contigo, para dejarte libre, por eso te dijo que no te
quería… y se fue.
-
¿Cuándo?
-
Hace una semana – apreté los puños con fuerza y caminé
hacia la salida – Gaby, los dos lo hicieron pensando en que era lo mejor para
ti – no le hice caso, no quería escucharla – Gaby….
No
dije nada más, ni siquiera me despedí, simplemente me fui. Sin mirar atrás. Olvidándome
de por qué estaba allí, olvidando todo, excepto las palabras de Mar, que
acudían a mi mente una y otra vez, partiéndome el corazón en dos, y haciéndome
sentir una mezcla confusa de dolor y rabia.
Miles de cosas
se me pasaban por la cabeza, amontonadas, miles de sentimientos enfrentados
peleaban en mi corazón por hacerse un lugar. Necesitaba salir de allí, estar
sola, respirar. Pensar.
Darío
no me había tenido en cuenta, no me había dejado elegir por mí misma. Se había
impuesto ante mí, ante mis sentimientos. Le había importado poco lo que habíamos
vivido, los momentos que habíamos compartido durante tanto tiempo. Ante la
primera dificultad que se nos presentaba había optado por el camino más fácil.
Él decidía y yo no tenía nada que hacer al respecto, porque simplemente no me
había tenido en cuenta.
Me
había engañado, no solo ocultándome todo lo que estaba pasando, sino también
mintiéndome, escondiéndome los verdaderos motivos por los que rompía conmigo e
impidiéndome hacer algo al especto. Y para colmo se había ido sin ni siquiera
despedirse.
Pero lo peor
no era eso. Porque el dolor, el coraje, la profunda furia que sentía no era porque
Darío hubiera roto conmigo, lo que de verdad me dolía era que Leo me hubiera
engañado, que hubiera tramado todo eso a mis espaldas y luego hubiera actuado
frente a mí como si nada hubiera ocurrido.
Lo que más
daño me había hecho era que él me hubiera mentido, que hubiera jugado conmigo.
Porque yo confiaba en él. Siempre había confiado en él. Incluso en ese tiempo
en el que habíamos estado enfadados, separados por todo esto, había confiado en
él y había estado planteándome una y otra vez que él tuviera razón, porque
sabía que siempre había estado preocupándose por mí, que siempre pensaba en lo
que era mejor para mí, y en cambio ahora, me había traicionado en todos los
sentido.
Había estado
tramando todo a mis espaldas, sin contarme lo que estaba pasando, había actuado
conmigo como si no estuviera al corriente de nada. Yo me había torturado por no
conocer los motivos de que Darío me hubiera dejado y mientras yo lo hacía, él
se había limitado a darme palmaditas de apoyo en la espalda, cuando realmente
sabía lo que estaba ocurriendo.
Me había
mentido y eso era algo que no podía perdonar… ni siquiera a él.
Corrí.
Corrí calle abajo hasta que mis piernas no pudieron responder. Hasta que me
quedé sin aliento y tuve que apoyar mis manos en mis rodillas, flexionadas a
causa del esfuerzo, para poder facilitar la entrada de aire a mis pulmones.
Miré
a mi alrededor, intentando averiguar donde estaba, hacia donde había ido.
Estaba en un parqué, un parque que jamás había visto. Observé el lugar, los
árboles, las personas que se encontraban en él. No había nada fuera de lugar.
Caminé despacio, dando una tregua a mis piernas y a mis pulmones, hacia un
puente, un pequeño puente que atravesaba un pequeño lago al fondo del parque,
en la zona más alejada, en la que no había nadie.
Crucé
hasta la mitad y me asomé, sujetándome a la barandilla con manos firmes. Miré
el reflejo que me devolvía las tranquilas aguas, mi cara estaba contraída,
tenía la mandíbula apretada y los labios abiertos, enseñando los dientes,
resoplando de forma descontrolada, perdiendo el poco aliento que aún
conservaba.
Golpeé
la barandilla con los puños, sin importarme el dolor que eso me causaba.
Continué haciéndolo una y otra vez hasta que dejé de sentirlas, hasta que el
dolor desapareció por la costumbre. Volví a sujetar con fuerza la barandilla y
grité. Grité con todas las fuerzas que me quedaban, intentando que todo lo que
tenía dentro, todo lo que me estaba destrozando saliera al exterior.
Y
cuando ya no pude continuar, cuando mi voz era solo un susurro y mis manos
estaban atenazadas me solté, dejé de gritar, y me dejé caer.
Caí
de rodillas, apoyando la cabeza contra los barrotes de la baranda y cerré los
ojos, concentrándome en no traicionarme a mi misma, concentrándome en alejar la
fragilidad, obligándome a no dejar que ni una sola lágrima surgiera, porque esa
nunca había sido la solución.
No
tenía ni idea del tiempo que pasé en aquel lugar, en aquella posición,
controlándome. Pero cuando un anciano, se acercó a mí preguntándome,
preocupado, si me encontraba bien, supe que tenía que salir de allí.
Llegué
a mi casa, de nuevo desierta y me dirigí sin pensar a mi habitación. Al entrar
todo lo que en ella había me golpeó como un vendaval. Todo lo que en ella había
tenía que ver en alguna manera con él, con Leo.
No
podía soportarlo. Me hervía la sangre al ver sus fotos, sus regalos. Tenía que
acabar con ellos, descargar toda la frustración que me crispaba por dentro.
Perdí
la cabeza, el control y la tomé con todo lo que había. Tiré uno a uno todos los
marcos en los que salía, en los que se intuía su rostro, su silueta, su
sonrisa, todos en los que yo sonreía por él, todos los destrocé, sus regalos,
sus cartas. Todo. Pero aún no tenía suficiente, seguía furiosa, la rabia aún me
controlaba, aún tenía ganas de llorar, aún me sentía vulnerable.
Tiré
los cojines contra las paredes, contra las estanterías, provocando que los
libros también cayeran, estrellé contra el suelo los jarrones, la figuritas,
por el simple hecho de ver como se rompían, tiré de las sábanas, haciendo que
volaran por los aires. Pero aún no era suficiente. Nada sería suficiente.
Mi
móvil comenzó a sonar. Lo saqué del bolsillo trasero del vaquero y al ver su
nombre en la pantalla, lo lancé contra la pared, consiguiendo silenciarlo.
Tenía
que salir de allí. Quería huir, buscar un refugio, un lugar donde esconderme,
donde poder estar tranquila, donde consiguiera mantener la mente en blanco,
olvidándome de todo.
Miré
hacia la ventana, en la lejanía, ese era el lugar, la cala. Necesitaba ir allí,
necesitaba estar allí. En mi refugio.
Me
senté en la arena, dejando que mis pies se hundieran, me abracé a las piernas,
y coloqué la barbilla sobre las rodillas, dejando que mi mirada se perdiera en
la inmensidad del mar.
Me
dejé llevar por el sonido de las olas, por su movimiento. Cerré los ojos y
suspiré dejándome conducir por mis sentidos. Dejando mi mente fluir.
Consiguiendo que la tensión que sentía, por fin, comenzara a remitir. Que mi
cuerpo se comenzara a relajar, dejando paso a un infinito cansancio, que me
impedía si quiera pensar.
Sentí
una mano sobre mi hombro y abrí los ojos, sabiendo perfectamente a quién
pertenecía. Su presencia, su olor, su tacto era inconfundible, solo él.
-
No me toques – moví bruscamente el hombro para
apartarlo y me levanté para largarme de allí.
-
He hablado con Mar… te busqué en tu casa, pero… supe
que estarías aquí - me miró con gesto preocupado – tienes que dejar que te
expliqué – me di la vuelta, encaminándome hacia la salida de la playa, no
quería escucharlo. Él me sujetó por el brazo y me giró para colocarme frente a
él, pero volví a librarme de su agarre.
-
No me toques – le ordené de nuevo.
-
Gaby, por favor… - aparté la vista de su rostro, no
quería mirarle, no podía soportar como me miraba, el dolor que reflejaban sus
ojos.
-
No quiero que me vuelvas a hablar. No quiero volver a
verte.
-
No quería perderte – comenzó a decir, aunque me propuse
no escucharle, continué caminando aún sabiendo que él me seguía – no quería que
te alejara, por eso le dije eso….
-
No tenías ningún derecho – me volví cansada de todo,
con ganas de golpearle, y arremetí contra su pecho, empujándole con todas mis
fuerzas, consiguiendo que el retrocediera con cada acometida mía – no tenías
ningún derecho – repetí en un estado de histeria que nunca había sentido.
-
Yo no le obligué a hacerlo, él lo decidió, yo solo le
dije lo que pensaba, fue él el que decidió alejarte.
-
Porque tú se lo dijiste – continuaba acometiendo contra
su pecho, sin que él se opusiera.
-
Era libre de
hacer lo que quisiera…
-
Me mentiste – ya no solo le empujaba, ahora le golpeaba
con los puños cerrados y gritaba, le gritaba las palabras con todas mis
fuerzas, deseando que con ellas pudiera hacerle daño, el mismo que él me había
hecho sentir a mí – me traicionaste… me engañaste.
-
¿Y qué querías que hiciera, qué te dijera la verdad
para que salieras corriendo tras él sabiendo que no te merecía?
-
Confiaba en ti, a pesar de todo, confiaba en ti y me
engañaste.
-
Tuve que hacerlo, ¿no lo entiendes? No podía permitirlo
– reaccionó, me sujetó las muñecas y me zarandeó - ¿no lo entiendes? – repitió.
-
No tenías que mentirme, no tenías que ocultármelo –
intenté soltarme de su sujeción pero fue en vano.
-
Si que tenía que hacerlo, era lo mejor para ti, no
podía permitir que te fueras con él – ahora era él el que estaba gritando y continuaba
zarandeándome – tuve que hacerlo.
-
¿Por qué? – le exigí saber.
-
Porque estoy enamorado de ti – me gritó mirándome con
desesperación.
Soltó mis muñecas y caí de rodillas con la mirada fija en la arena,
incapaz de sostenerme por mi misma, ni de mirarle a la cara.
*-*-*-*-*-*-*
Tres de seis.
Aunque realmente este fue publicado como el cuarto relato, pero he considerado que es mejor publicar los relatos en orden cronológico, para darle un poco más de consistencia y sentido a la historia, que bastante lio tiene que provocar ya, con los saltos en el tiempo y los cambios en la forma de narrar.
Aunque realmente este fue publicado como el cuarto relato, pero he considerado que es mejor publicar los relatos en orden cronológico, para darle un poco más de consistencia y sentido a la historia, que bastante lio tiene que provocar ya, con los saltos en el tiempo y los cambios en la forma de narrar.
Espero que os guste.