martes, 12 de noviembre de 2013

Recortes de una vida... la mía - Parte 5: " Recuerdos y dudas "



            Llegaba tarde. No sabía como lo hacía pero siempre que quedaba con Silvia la dejaba esperando al menos media hora.

Volvió a mirar el reloj impaciente mientras esperaba a que el semáforo se pusiera de nuevo en verde. Pasaban veinte minutos de la hora y aún le quedaba un buen trecho por recorrer. Taconeó nerviosamente el suelo, intentando entretenerse en algo, mientras los números que le indicaban cuanto tiempo quedaba para que pudiera cruzar, cambiaban pausadamente.

Cuando por fin el semáforo cambió, se apresuró en llegar a la otra acera, sin importarle tropezar con cuanta persona se interponía en su camino. Miró por enésima vez el reloj y resopló, aún tenía que atravesar el parque más grande de la ciudad y una calle bastante transitada para poder llegar hasta el lugar acordado.

Se descolgó el bolso del hombro y rebuscó en él mientras caminaba. Quería llamar a Silvia para decirle que llegaría un poco tarde. Ella siempre se quejaba del tiempo que la hacía esperar sin avisar, pero si esta vez la llamaba para decírselo, Silvia no podría reclamarle y estaría un poco más tranquila.

Estaba en mitad del parque, donde los niños corrían libremente de un lugar a otro sin prestar atención a lo que les rodeaba, sin prestarla atención a ella, al igual que ella no reparaba más que en su bolso y en su, hasta el momento, perdido móvil.

Uno de los niños que correteaba a su alrededor chocó contra ella, desequilibrándola levemente, pero  lo suficiente como para que su bolso escapara de su agarre, acompañado de una maldición por su parte, y acabara en el suelo con todas las cosas que había en su interior desperdigadas por la acera.

Estaba casi desesperada, llevaba ya más de media hora de retraso y Silvia estaría subiéndose por las paredes, y con toda la razón del mundo.

Intentó recoger, lo más rápido posible, todas sus cosas, a excepción del móvil, el cual mantuvo en la mano para llamar a su amiga.

Cuando hubo terminado, se puso de nuevo en pie y continuó su marcha con prisa. Casi corría por los enrevesados caminos del parque, sorteando abuelas charlatanas y parejas amorosas, cuando una de ellas llamó su atención.

A unos metros de ella, tenía a una de las personas que más detestaba del mundo. A la que nunca podría perdonarle el sufrimiento que le hizo pasar a una de las personas, más importante de su vida, de su mundo. La más importante en realidad.

-      Leopardo – le sonrió nada más verlo - que sorpresa que vengas a buscarme, pensé que nos veríamos en el cine.
-        Gaby, necesito hablar contigo – se restregó el puño por un ojo y la miró - ¿puedo pasar?
-      Claro que puedes pasar Leo, vaya pregunta… ven – le sujetó de la mano y tiró de él hacia el interior de la casa – vamos a mi cuarto.

-      ¿Qué ha pasado? – le miró preocupada, su amigo nunca había dado muestras de estar mal, deprimido, ni nada por el estilo, siempre había sido ella la que había necesitado de sus consuelos.
-        Susana ha roto conmigo.
-      ¡¿Qué?! – le miró con los ojos abiertos como platos - ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿habéis discutido? – no entendía que podía haber ocurrido entre ellos, eran la pareja perfecta, el que hubieran terminado, así sin más, no era una opción posible en su relación.
-        No lo sé – se sentó a los pies de la cama y escondió el rostro entre sus manos – no lo entiendo.
-      Leo… – se sentó juntó a él y le acarició suavemente el cabello, intentando transmitirle lo que no sabía decirle con palabras.

Él lo era todo para ella, su apoyo, su pilar, su amigo… y no podía verle así…, le partía el alma verle así.

-         Yo la quiero….
-         Lo sé….
-      No a otra, no a nadie más, yo la quiero a ella – desenterró la cara de entre sus manos y la miró fijamente – la quiero a ella.
-      Lo sé, cariño, - le acarició la mejilla - ¿ha sido por eso? ¿Susana cree que estás con otra?... porque si es así solo tienes que decírselo…
-      Ya le he dicho todo lo que podía, pero no me cree… no quiere creer en mí.
-     Quizá si hablo yo con ella… - le miró con una sonrisa esperanzada – al fin y al cabo yo soy quién mejor te conoce, la puedo asegurar que la quieres… - Leo colocó su mano sobre la de ella, que aún reposaba sobre su rostro.
-       Eso no serviría de nada… - bajó la vista – solo complicaría más las cosas.
-      Pero… - le miró angustiada – habrá algo que se pueda hacer.
-     No hay nada que hacer, no quiere escucharme, no quiere entender las cosas… – la abrazó con todas sus fuerzas, dejando correr unas amargas lágrimas, que nunca antes había visto bañando sus ojos.


Recordaba ese día como si fuera ese mismo. Ese día, seis años atrás, siempre había estado en su memoria. Ese día en el que fue testigo de cómo su amigo, su mejor amigo, el pica flor, se llevaba su primer desengaño amoroso, el día en el que se le rompía el corazón con tan solo diecinueve años. El día en el que esa chica que decía ser su amiga, que afirmaba a voces estar tremendamente enamorada de su amigo, le había dejado sin decir nada, sin dar ninguna explicación. Ese día en el que había tenido que estar horas con él entre sus brazos mientras se desahogaba, llorando como un niño, mientras el corazón de ambos se rompía.

Y ahora ella, estaba ahí, frente a ella, provocando que un nudo se instalara en su estómago.

Llevaba años sin verla. La última noticia que había tenido de ella era que se había ido a estudiar fuera, dejando atrás todo lo que había tenido, dejando atrás a su familia, a los que eran sus amigos y dejando atrás a Leo, con el corazón destrozado.

La rabia bullía en su interior. Tenía ganas de acercarse hasta ella, y gritarle a la cara todo lo que pensaba, todo lo que sentía por ella. De reclamarle por todo lo que le había hecho pasar a Leo. Pero sabía que no podía hacerlo, porque eso, solo complicaría las cosas e incluso le buscaría un conflicto con Leo. Y eso era lo último que quería.

Llevaban un año juntos, un año como pareja. Y no quería que nada lo estropeara y mucho menos ella.

Sabía que él era el único, el verdadero, el que tanto tiempo había esperado. Lo sabía por todo, por todo lo que había hecho por ella, por todo lo que la había ayudado, por todo lo que había luchado por ella.

Había habido momentos difíciles entre ellos, realmente duros, que habían estado apunto de separarles para siempre, de acabar con su amistad y con todo lo que había crecido en ellos a lo largo de los años. Pero todos esos obstáculos los habían salvado y siempre lo habían hecho juntos.

Y ahora lo que menos quería era tener un problema con él, no quería que él recordara y se sintiera mal, porque ella también se sentiría mal.


Intentó serenarse, calmarse y olvidarse de que ella estaba a unos metros de distancia, para poder retomar su camino, para dirigirse hacia su cita a la que ya llegaba suficientemente tarde.

Miró por última vez hacía donde estaba ella y entonces lo vio, con sus propios ojos y su corazón se paró en seco.

Leo.

Leo estaba con ella, en ese banco, sentado a su lado.

Leo la estaba abrazando y besaba su cabello mientras la acariciaba dulcemente la espalda.

Leo.

Su Leo.


Dio unos pasos inseguros hacia atrás, sin poder apartar la vista de la escena que se estaba representando frente a ella. Quería salir de allí, alejarse de esa imagen que la estaba torturando, pero de la que era incapaz de apartar la mirada.

No podía creer lo que estaba viendo. No podía expresar lo que estaba sintiendo.

Leo no podía estar haciéndole esto. Leo no podía engañarla, él nunca lo haría. Nunca la traicionaría, nunca la mentiría de nuevo.


-          Me mentiste Leo, me mentiste…
-          No, yo….
-          No solo me lo ocultaste, me engañaste…
-    Nunca he querido hacerte daño Gaby, pensé que no decírtelo era lo mejor, creí que no contándotelo te estaba cuidando, te estaba protegiendo.
-       Si de verdad me hubieras querido proteger me lo hubieras dicho ¿Por qué no lo hiciste? ¿Por qué no me contaste la verdad? – le miró enfadada.
-       Porque pensé que era lo mejor, ya te lo he dicho – la miró desesperado.
-      ¿lo mejor para quién?
-     Lo mejor para ti, lo mejor para los dos… descubriste la verdad, y ahora te sientes de nuevo mal, vuelves a pensar en él, en vuestra relación…
-     Eso no tiene nada que ver… lo justo era que yo supiera las cosas, que Darío me contara la verdad… él no lo hizo, pero tú lo sabías, lo sabías y no me lo dijiste, te lo guardaste, me lo ocultaste… sabías como me sentía, lo mal que lo estaba pasando y te dio igual, no te importó.
-       Lo hice porque pensé que era lo mejor, porque te quiero… tienes que creerme Gaby.
-       No puedo creerte, ya no puedo hacerlo, no puedo confiar en ti.</b>


Deseaba cerrar los ojos y olvidar todo lo que había visto, dejar de pensar en ello, borrar ese momento de su memoria, y centrarse en los muchos otros que había vivido con Leo. Esos en los que jamás nada se había interpuesto entre ellos, esos en los que siempre habían estado juntos, el uno con el otro, apoyándose, cuidándose, queriéndose.


-          Te he estado buscando por todas partes… - se sentó junto a ella - ¿Dónde te habías metido?
-          Leo, quiero estar sola… - giró levemente su pequeño cuerpo para que su amigo no la viera.
-          Silvia me dijo que había pasado algo con Daniel… pero la tonta de ella no me dijo qué era – se cambió de posición para quedar frente a ella - ¿estás llorando? ¿te ha pegado? Porque si te ha pegado, voy adonde él y le parto la cara a ese gafotas, enano…
-       No me ha pegado… y no estoy llorando – metió la cabeza entre sus rodillas y elevó la voz para que su amigo pudiera escucharla desde su nueva posición – vete, te he dicho que  quiero estar sola.
-       No me pienso ir hasta que me digas que te ha pasado…
-       La señora Santos se va a enfadar si no vas a clase.
-      Pues más se va a enfadar contigo que eres más moco que yo y tampoco has ido a clase…
-      Da igual que sea más pequeña, yo tengo permiso…
-      Eres una mentirosa…- Gaby levantó la cabeza y le  miró ofendida.
-      Yo no miento…
-      Eso no es verdad, me dices que no estás llorando y que el gafotas no te ha pegado y es mentira, porque tienes lágrimas en los ojos.
-      No son lágrimas…
-      ¿y que son, lista? Tengo diez años no me puedes mentir.
-       Déjame en paz idiota – le empujó provocando que se cayera hacia atrás sobre el césped.
-      No te pienso dejar en paz hasta que me digas que ha pasado – la gritó.
-      No me grites… - comenzó a llorar.
-      Gaby… - la abrazó – no llores… perdóname…
-     Daniel ha dicho que mi madre se murió porque yo no la quería… - se separó un poco de él y le miró con los ojos humedecidos – y yo si la quería… - Leo volvió abrazarla.
-    Ese gafotas es idiota y no sabe lo que dice… le voy a partir la cara en cuanto le vea, le voy hacer comerse la tierra del patio.
-      No te pegues con él, si la sargento se entera te va a castigar… - se separó de él de nuevo  y le miró con los ojos aún llorosos – no quiero que te castiguen por mi culpa.
-       No me van a castigar, Gaby… no lo van hacer… y no pienso dejar que ese idiota del gafotas te diga esas cosas y te haga llorar… nadie te va hacer llorar… no voy a dejar que nadie te haga llorar… yo siempre te voy a cuidar.</b>


Leo le había prometido que siempre iba a protegerla, que siempre cuidaría de ella, que no permitiría que nadie la lastimara. Pero en ese momento era él el que la estaba lastimando, el que la estaba haciendo sufrir.



Llegó a su casa, rogando porque nadie se interpusiera en su camino. Estaba confusa, cansada, la cabeza le daba vueltas y sus ideas bullían en su interior como fuegos artificiales.

Aún podía recordar lo que habían vivido. Todos los momentos en los que habían disfrutado juntos, en los que se habían dejado llevar por sus sentimientos, en los que simplemente habían sido felices, sin pensar en nada más, sin tener que esforzarse, porque ellos simplemente estando juntos, eran felices, solo con mirarse, sabían lo que sentían, lo que querían.

Podía recordar, perfectamente, el momento en el que olvidó lo que su cabeza le aconsejaba, para dejarse llevar por el corazón.


  Entró en la habitación y nada más verlo un sentimiento de tranquilidad se instaló en su interior, en su corazón. Había pasado muchísimo miedo. Desde que Silvia le había dicho que Leo había sufrido un accidente de moto, no había podido respirar tranquila.

          Ahora estaba en esa inmaculada y estéril habitación, viéndole tumbado en una cama, con algunas magulladuras por el rostro, pero con el semblante totalmente tranquilo.

            Los médicos habían dicho que no tenían por qué producirse complicaciones y que su estado era favorable, pero que a pesar de ello, debía permanecer en observación durante unos días para poder prevenir cualquier dificultad.

            Se acercó a él y se sentó en el borde de la cama, con más cuidado del necesario, pero no podía evitar pensar que cualquier roce podría dañarle. Le acarició con suavidad la mejilla recorriendo con dedos temblorosos las heridas y moratones que comenzaban a parecer en ella.

            Llevaba muchos días pensando en él, en sus palabras. Hacia tiempo que pensaba que su relación había vuelto a ser la de antes, que volvían a ser amigos, que se llevaban como cuando eran niños, pero esa tarde en la que le había vuelto a decir que sentía algo más que cariño por ella, había trastocado, de nuevo, su vida.

            Le miró y sonrió para sí misma. Leo. Él siempre había sido especial, siempre había sido alguien importante para ella. Él más importante. Siempre le había querido y siempre había pensado que ese cariño era el mismo que se le tendría a un hermano.  Pero con el tiempo se había dado cuenta de que ese cariño distaba mucho de ser el que se tiene a un hermano. Se dio cuenta de que realmente sentía algo por él, y que ese algo no era otra cosa que amor.

            Él la correspondía, y lo hacía desde mucho más tiempo de lo que pudiera pensar. Mucho más de lo que ambos pudieran recordar. Pero él había sido mucho más valiente que ella, él se lo había confesado, lo había hecho muchas veces, y había soportado sus incertidumbres, sus dudas y sus negativas.

Había guardado silencio, durante el tiempo que ella había necesitado, durante el tiempo necesario para que ella se diera cuenta de lo que sentía, de que realmente sentía algo más por él, y finalmente había vuelto a decírselo, cuando la había visto más segura, con la esperanza de que ella por fin lo aceptara, que por fin lo reconociera.

            Pero ella le había vuelto a dar la espalda, se había empeñado en que siguieran tratándose como amigos. Pero en su cabeza no había dejado de dar vueltas a sus palabras, hasta ahora.

            Ahora que había tenido miedo, miedo por él, miedo de perderlo, ahora que se había dado cuenta de que lo único que estaba logrando con su cabezonería era perjudicarles a los dos, hacerles sufrir innecesariamente y ocultar lo que realmente sentía.

       Pero ahora estaba dispuesta a decirle la verdad, a pedirle que la perdonara por sus incertidumbres, por sus dudas, que la diera una oportunidad, que se la diera a ambos. Que se dieran esa oportunidad, que ella les había negado tan solo unos días antes.

-         ¿Gaby?
-     Ey, Leo – le apartó unos mechones de cabello que le caían por la frente - ¿Cómo te encuentras?
-          Me duele todo – intentó incorporarse, pero ella se lo impidió.
-          No te esfuerces… - le sonrió – voy a ir a buscar al médico.
-          ¿para qué? Estaba dormido no en coma irreversible – bromeó.
-        No hagas esas bromas, lo que te ha pasado no es ninguna tontería – le miró seria – podía haberte pasado algo muy grave.
-          No ha sido nada, por mí ahora mismo me largaba para casa.
-          No empieces… si hubiera sido yo la que estuviera en tú lugar…
-          Eso ni siquiera se menciona Gaby – la interrumpió él molesto.
-          Si fuera yo, no me dejarías ni moverme…- insistió de nuevo.
-          No lo haría.
-          Mentiroso – sonrió ella.
-          Si fueras tú la que estuviera en esta cama… - la acarició la mejilla – yo no me separaría de ti en ningún momento, no te dejaría sola… haría cualquier cosa para poder sacarte de aquí cuanto antes, para que te pusieras bien enseguida, y si para ello tuviera que atarte a la cama o darte mi vida lo haría sin pensar.
-          Te quiero…
-          Yo también te quiero mi niña, y aunque tú me quieras de forma distinta, eres, y siempre serás, la personita más importante que hay en mi vida.
-       Es que si que te quiero, como tú me quieres a mí. Te quiero – Leo la miró con el ceño fruncido.
-        Dices eso porque estás asustada, porque tenías miedo de que me hubiera pasado algo.
-      No, digo eso porque es la verdad – se inclinó sobre él, lo suficiente para hacer coincidir sus miradas – porque te quiero, porque quiero tenerte siempre a mi lado y porque solo de pensar que pueda llegar a perderte… - cerró los ojos durante un instante y al abrirlos la cara de Leo estaba aún más cerca de la suya.
-        ¿me quieres? - ella asintió.
-         Te quiero y si aún quieres que…
-        Te quiero… - acortó el poco espacio que quedaba entre ellos y la besó por primera vez desde que eran unos niños.


 Aun podía recordar, palabra por palabra cada una de las veces que él la había dicho lo que sentía, la sinceridad que encontraba en ellas, en su mirada, en sus gestos.

Por esa razón se negaba a creer que ahora la traicionara, que se olvidara de todo lo que habían vivido, de todo lo que habían sentido.

Pero no podía negar lo evidente, nadie se lo había contado, nadie lo había inventado. Había sido ella la que con sus propios ojos lo había visto todo.

Se sentó en ese banco junto a la ventana, que tantas veces la había ayudado a olvidar, a pensar, y apoyó la cabeza contra el vidrio, cerrando los ojos de forma inconsciente, deseando que con ese simple gesto, pudiera retroceder en el tiempo, situarse unas horas antes, cuando todo era perfecto, cuando nada entorpecía su felicidad.


-          ¡¿Gaby?!

La voz de Leo en la habitación la sobresaltó. Abrió los ojos y le vio acercarse. No sabía que hacer, ni que quería hacer.

-          Dios Gaby – se arrodilló frente a ella y la abrazó – estaba muy preocupado…

Gabriela se separó de él y le miró con el ceño fruncido. No entendía por qué le hablaba así, por qué iba a estar preocupado. La preocupación por ella era lo último que hubiera pensado que sentiría, al menos después de lo que había presenciado en el parque.

-        Preocupado ¿Por qué? – su voz sonaba distante, aún sin proponérselo.
-     Silvia me llamó, me dijo que habíais quedado pero que no apareciste, que no la llamaste y que tampoco cogías el móvil – resopló y tras bajar la mirada un instante la centró en ella de nuevo y colocó su mano sobre su mejilla – pensé que te había pasado algo… - apoyó su frente sobre la de Gaby y cerró los ojos bajando la voz – pensé que te había pasado algo….
-    Pues como puedes ver estoy perfectamente – se apartó de él y se levantó poniendo algo de distancia.
-       ¿Qué te pasa? – se levantó él también y dio unos pasos para acortar el espacio que ella se había molestado en crear.
-       No me pasa nada… me duele un poco la cabeza… - caminó hacia la cama y se sentó en ella – así que es mejor que te vayas, quiero estar sola.
-     No me pienso ir de aquí hasta que me digas que es lo que realmente te pasa, y eso de que te duele la cabeza no me sirve…
-        No me pasa nada – repitió levantándose y cambiando de posición de nuevo.
-        No sabes mentirme cariño – la miró con una sonrisita de superioridad.
-     Entonces – le miró con frialdad - quizás deberías enseñarme a hacerlo tú, ya que se te da tan bien…
-       ¿Qué quieres decir? Yo nunca te he mentido… - Gaby le miró con la cabeza levemente ladeada y una sonrisa irónica en los labios – esa fue la única vez… - Leo bajó la cabeza avergonzado y un segundo después volvió a la carga - ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás a…? – el sonido del teléfono le interrumpió. El chico sacó el móvil y miró la pantalla para luego mirarla a ella – tengo que contestar…
-      Claro… - movió las manos con indiferencia – por mi perfecto… y si te vas a hablar a la calle y no vuelves mejor.

Leo la miró sorprendido por su actitud, pero ante la insistencia de la llamada, contestó, aunque sin dejar de mirarla, intentando comprender lo que estaba ocurriendo.

Gaby lo miró, pero él no se movió de la habitación, ni siquiera apartó la mirada Estaba alterada, demasiado como para continuar con una conversación civilizada. Necesitaba pensar, calmarse, porque había comenzado a hablar sin pensar, sin medir sus palabras, ni las consecuencias que estás podrían traer.

-      Intenta estar tranquila ¿vale? allí nos vemos, un beso – colgó y se guardó el teléfono – lo siento… era…
-       ¿Susana? – le interrumpió, hablando de nuevo sin pensar.
-        Si, - la sorpresa recorría su rostro - ¿Cómo lo sabes?
-      Será que soy adivina… - ironizó, dándose la vuelta para no mirarle. Qué él lo reconociera la hacía más daño que el hecho de haberlos visto antes.
-       Venga, en serio ¿te ha llamado?
-    No, digamos que la he visto por casualidad… - resopló sonoramente y apretó los puños con fuerza – esta mañana – le miró fijamente esperando una reacción.
-       Ah, - la miró con cautela - ¿y te ha contado lo que ha pasado?
-       No he hablado con ella… - estaba furiosa, actuaba como si nada hubiera ocurrido entre ellos.
-       Yo también estuve esta mañana con ella.
-        Lo sé.
-       ¿lo sabes? – la miró confundido - ¿Cómo lo sabes?
-         Porque os vi en el parque, cuando iba a encontrarme con Silvia.
-        ¿y por qué no nos dijiste nada?
-  Por vuestra actitud, pensé que estaríais recordando viejos tiempos, así que preferí no interrumpiros.
-          ¿viejos tiempos? ¿a qué te refieres? – Gaby resopló cansada.
-          Tú sabrás, y ahora ¿te puedes ir? Aún me duele la cabeza y quiero descansar – Leo la miró con los ojos entrecerrados.
-      Vale. ¿Qué está pasando? Hay algo que no me dices, algo que te molesta y que no consigo saber qué es… pero está claro que estás enfadada conmigo…
-          ¿y por qué piensas que estoy enfadada contigo? ¿acaso hay algún motivo por el que tenga que estarlo?
-          No, claro que no…
-          Entonces no tenemos más de que hablar ¿no?
-      Si que tenemos… a ver ¿Qué he hecho para que estés así conmigo? – la cogió del brazo y la acercó a él.
-         Nada – se soltó de mala manera de él y se alejó unos pasos.
-     Si no fuera nada, no estaríamos hablado de esto, ni huirías de mí como lo estás haciendo, ni estarías tan enfadada como lo estás ahora, ni....
-      ¿piensas seguir con esto mucho tiempo? – le interrumpió ella cruzando los brazos sobre el pecho.
-          Hasta que me digas de una maldita vez que te está pasando – le respondió él elevando el tono de voz.
-          A mí no vuelvas a gritarme – le dijo ella con el tono elevado también – si quieres gritar a alguien lo haces a tu amiguita, pero a mí ni se te ocurra…
-          Así que es eso… estás así porque me viste hablando con Susana…
-          No estabais precisamente hablando… - le reclamó furiosa.
-          ¿Estás así porque estás celosa? – le dijo él sonriendo.
-          Estoy así porque me sale de las narices.
-          Cariño… ¿Cómo puedes pensar que yo…? – intentó abrazarla pero ella se escapó de él.
-          Porque lo vi con mis propios ojos, por eso no solo lo pienso sino que lo sé.
-          Pues estás completamente equivocada, no sé que habrás visto, pero te aseguro que no es nada de lo que piensas.
-        ¿Qué no es lo que pienso? Estabas abrazándola, la estabas besando…
-   Reconozco que la estaba abrazando, pero en ningún momento la besé, intentaba apoyarla, ayudarla.
-          Pues vaya forma tienes tú de ayudar y apoyar a la gente…
-          Vamos Gaby, no puedo creer que tú con lo sensata y madura que eres me estés diciendo esto – resopló – a ver cariño, - la sujetó por el brazo para evitar que se alejara de él y no le dejara explicarse – estaba en el parque con Susana porque me llamó y me dijo que necesitaba hablar conmigo, necesitaba mi apoyo, y yo se lo he dado, punto.
-      ¿y por qué necesitaba tu apoyo? ¿O es que no puedo saberlo? – soltó su brazo de la mano de Leo y se cruzó de brazos frente a él.
-          Si que puedes saberlo… debí decírtelo antes, pero no quería que…
-          ¿Qué me enterara que me estabas poniendo los cuernos?
-     No quería que recordaras cosas que te hacen sufrir… - la miró pacientemente – la madre de Susana ha muerto, ella me llamó porque lo está pasando mal y porque yo la conocía del tiempo que estuvimos juntos y ella me tenía cariño al igual que yo se lo tenía a ella - Gaby le miró mordiéndose el labio inferior nerviosamente - jamás podría engañarte, amor, nunca te cambiaría por otra… - Leo la enmarcó la cara con sus manos – tú eres la mujer que amo, la única mujer que amo y amaré… por nada del mundo te engañaría, y mucho menos te cambiaría por otra.
-       Yo… - apartó la mirada avergonzada – lo siento. Siento haber desconfiado, pero os vi y… no sé que me pasó… - escondió el rostro en el pecho de Leo – tenía tanto miedo.
-          Miedo ¿de qué, cariño? – le acarició el cabello tranquilizadoramente.
-          Miedo de perderte… - separó la cabeza ligeramente, lo suficiente para mirarle a los ojos.
-          Nunca me vas a perder – apoyó su frente sobre la de ella – nunca.
-          Te quiero.
-      Yo también te quiero mi amor - Leo acortó la escasa distancia que separaba sus bocas y la besó. Intentando tranquilizarla, queriendo eliminar sus miedos y sobre todo tratando de demostrarle que lo que tenían era algo firme, duradero, inquebrantable.


Se sentía una completa estúpida. Había desconfiado de él, había pensado todo lo peor, se había estado torturando por cosas que no tenían sentido, por sus estúpidos miedos, por sus temores.

No quería perderle, no quería que Leo la abandonara, que la traicionara como la mayoría de la gente que la rodeaba hacía. Y aunque sabía que él nunca lo haría, sus dudas siempre estaban latentes y a la menor oportunidad salían a relucir, aunque no tuvieran base ni sentido fuera de su mente.

-          ¿Cómo está Susana? – se separó levemente de él y le miró.
-          Bastante mal… - Leo se sentó en el banco y tiró del brazo de ella para que lo acompañara.
-          Me gustaría hablar con ella.
-      Gaby, no… no creo que sea lo mejor… tú… no quiero verte mal, hablar con ella solo conseguiría que… - Gaby le silenció colocando un dedo sobre sus labios.
-          Yo mejor que nadie sé por lo que está pasando… quizá hablar conmigo la ayude…
-          Pero no es necesario.
-          Para mí es necesario, me siento culpable… además, quizá puedo ayudarla de alguna manera…
-       Está bien… - la acarició la mejilla con una sonrisa comprensiva – esta tarde la había dicho que nos veríamos, tiene que arreglar unas cosas y no quería dejarla sola.
-        Vale, entonces esta tarde – recostó la cabeza sobre el pecho del chico y suspiró tranquila con los ojos cerrados.



Se sentía nerviosa y estúpida a la vez. No había motivos para estarlo, pero aún así pensar en el encuentro con Susana la alteraba. Su idea sobre ella no había cambiado, seguía pensando en el daño que le había causado a Leo, pero de eso hacía demasiado tiempo, demasiadas cosas habían pasado ya, y aquello había dejado de tener importancia, por lo que se había propuesto olvidarlo, porque si Leo lo había hecho, ella también podría hacerlo.

Estaba avergonzada por desconfiar de Leo y por haber interpretado las cosas como no eran. Susana necesitaba la ayuda de sus amigos, estaba atravesando un momento muy duro y ella solo se había preocupado por sí misma, pensando lo peor de Susana, sin dar oportunidad a la verdad, sin pensar en nada más.

Por eso le había pedido a Leo que la llevara con ella. Se sentía mal por haber desconfiado de ella, y por esa razón había sentido la necesidad de verla, de ayudarla. Y aunque sus motivos, fueran algo egoístas, ya que, quizá, lo único que pretendía, en realidad, era acallar su mala conciencia. Quería creer, que hacía todo esto para darle su apoyo y sus consejos, porque de esta forma, podría ayudarla a pasar este mal trago y hacerla sentir algo mejor, y así, ella también se sentiría menos culpable.


Cuando Gaby y Leo entraron en la cafetería en la que habían quedado con Susana, no tardaron en divisarla en una de las mesas. Gaby quería hablar con ella a solas, al menos de primeras, quería hablarle de su experiencia, intentar conectar con ella, ya que sabía perfectamente por lo que estaba pasando y eso era mejor hacerlo en privado.

Por ello, le pidió a Leo que fuera a pedir algo de beber, mientras ella hablaba con Susana. Y él compresivo como siempre, le dio un pequeño beso y se dirigió hacia la barra sin decir una palabra, mientras ella se acercaba a la mesa en la que esperaba la chica.

-          Hola Susana.
-          Gaby, que sorpresa, no esperaba que tú también vinieras. Me alegro de verte – sonrió sin mucha convicción.
-    No voy a decirte todas esas tonterías que se dicen en estos casos, porque lo único que se consigue con ellas es parecer idiota y hacer sentir peor al otro
-      Entonces supongo que debo agradecerte que no me hagas fingir agradecimiento por esas tonterías que no hacen otra cosa que ponerme aún peor – ambas sonrieron.
-           ¿Cómo lo llevas?
-          Lo llevo.
-      El principio siempre es lo peor, con el paso de los días va mejorando, no te voy a decir que llegará algún día en el que dejes de pensar en ella, pero sí que llegará un día en el que dejes de sufrir. La recordarás, y te pondrás triste, porque ya no está, pero ya no dolerá tanto y sabrás que siempre estará contigo, acompañándote y que lo que ella más querría es que tú fueras feliz, que siguieras adelante con tu vida, como si nada hubiera pasado, como si ella estuviera aún contigo.
-     Gracias – Susana la miró con los ojos vidriosos y un segundo después apartó la mirada incómoda.
-          No tienes por qué dármelas. Sé lo que estás sintiendo – guardó silencio durante unos instantes recordando, sin querer, todo lo que había vivido desde que su madre muriera y se encogió de hombros queriendo olvidar, aparentando que todo eso ya no la dolía, ya no la importaba– y pensé que tal vez si hablaba contigo podría ayudarte – Susana la tomó de la mano.
-          Leo tiene mucha suerte.
-          Yo soy la que tiene suerte, Leo es maravilloso…
-          Si que lo es.
-          Supongo que debo darte las gracias por dejarlo marchar – bromeó, intentando relajar un poco el ambiente, aunque sin conseguirlo.
-          Yo no lo dejé marchar, porque no se puede dejar marchar algo que nunca se ha tenido.
-          No sé a qué te refieres – Gabriela la miró confundida.
-          Leo nunca estuvo enamorado de mí.
-          ¿Qué dices? – la miró como si estuviera loca por no creer en la veracidad de los sentimientos de Leo - Si que lo estuvo, miles de veces me lo dijo cuando salíais, yo vi lo mal que lo pasó cuando rompisteis, te amaba y mucho - Se sentía estúpida al intentar convencer a la ex novia de su novio de que él había estado perdidamente enamorado de ella.
-          No, él creía estar enamorado de mí, pero en realidad solo me tenía cariño, su corazón ya estaba ocupado por otra persona, llevaba mucho tiempo ocupado, y me alegro muchísimo de que por fin estéis juntos.
-          ¿Qué me estás queriendo decir?
-          Solo digo que yo vi lo que vosotros dos os negabas a ver. Si yo dejé a Leo fue porque sabía que estaba enamorado de ti, y por mucho que yo lo intentara, jamás iba poder cambiar lo que sentía – miró a Leo a lo lejos – y me alegro de todo corazón que ahora estéis juntos y estéis bien, porque los dos os lo merecéis.
-          No se que decirte.
-          Pues prométeme algo entonces – Susana la miró fijamente.
-          Claro – Gaby correspondió a la mirada de la chica.
-          Prométeme que no le harás daño, que siempre le cuidarás.
-     Eso está más que hecho, jamás le haría daño, él es… – miró en la dirección en la que se encontraba Leo y sonrió –…el amor de mi vida.


 
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Quinto y anteúltimo relato. El título le he cambiado de cuando lo escribí a ahora, pero aquel le puse muy rápido y nunca acabó de gustarme, así que ahora que he tenido oportunidad, he decidido modificarle. No es que este sea uno de los relatos que más me gustan de esta historia, pero hubo que escribir algo así, con mucho salto en el tiempo. Espero que os guste y que no os resulte muy lioso.