domingo, 25 de agosto de 2013

Notas de Museo



       Nunca tenía que haber cedido. No tenía que haber aceptado realizar ese viaje. Ni siquiera aunque sus amigas se lo hubieran rogado.

        Para ellas ese viaje era realmente importante. Llevaban meses planeándolo. Toda la vida habían soñado con realizarlo, con ir juntas, juntas a París. Pero “la ciudad del amor” no era el mejor lugar para ella en ese momento.

         Tenía que haberse quedado en casa, encerrada en su habitación, llorando hasta que el dolor pasara y el olvido se extendiera. Pero ella no hacia nunca lo que debía, ni siquiera hacía lo normal y por eso ahora estaba allí, en París, y mientras sus amigas arrasaban en las boutiques parisinas, ella estaba sola, en el Louvre, recordando momentos pasados que tenía que dejar atrás.

        

        Ella no era de las que realizaban escapadas a los museos, de las que disfrutaban observando las obras que en ellos se exponían. Ella no era capaz de ir más allá de un dibujo o un garabato moderno.

Nunca había ido más allá. No hasta que él entró en su vida.

Él, que, de un solo vistazo, entendía cada una de las pinceladas, cada uno de los sentimientos que el autor había querido transmitir.

Él, que se colocaba tras ella abrazándola con ternura y le susurraba al oído todos los secretos escondidos para sus ignorantes ojos, permitiéndola a ella también disfrutar de todo aquello, comprender lo que él veía y sentía.

         Y ahora que él no estaba, volvía a esa ignorancia que la cegaba.



Bajó la mirada de la obra que estaba observando, con un suspiro de renuncia. No tenía que haber ido allí. No tenía que haber entrado en aquella pirámide de cristal que la había llevado a los recuerdos de ese pasado tan reciente en el que no tenía que seguir pensando.

    Caminó, continuando con su recorrido de tortura, prestando atención a una de las guías, intentando conseguir por sí misma lo que con tanta facilidad él le había dado, pero sus palabras eran tan técnicas y aburridas que apenas conseguía mantener la atención en alguna explicación.

        Se quedó observando un punto fijo en la pared, viendo sin ver, escuchando sin oír, lo que se desarrollaba a su alrededor, y sin darse cuenta se quedó descolgada del grupo.

       Miró a las personas que se encontraban en la sala, extasiadas con las obras que veían, buscando en las proximidades el grupo que había perdido, pero lo único que encontró, lo único que llamó su atención, fue un pequeño trozo de papel abandonado en el impoluto y brillante suelo.

      Se inclinó para recogerlo, más por la necesidad de mantener la perfección que existía en cada rincón del museo que porque sintiera algún tipo de curiosidad.

        Jugó con la pequeña tarjeta blanca, pasándosela entre los dedos, antes de voltearla para leer lo que en ella estaba escrito.



 “J'ai commis la plus grande erreur de ma vie”



        Frunció el ceño contrariada ante esas palabras que no entendía. Podía captar alguna de ellas dada su similitud con su propia lengua, pero el significado global escapaba a su comprensión.

         Levantó la cabeza de la tarjeta de cartulina y miró aún confusa a su alrededor buscando a quién pudiera haberla perdido, pero no había nadie a su lado y tampoco nadie le prestaba atención.

        

    Escuchó voces en español, que llamaron su atención. Algo agradable entre tantos susurros en francés. Dirigió está vez su mirada hacia donde esas voces habían sonado y, tras guardarse la nota en el bolsillo, caminó hacia ellas, reconociendo a medida que se acercaba, los rostros de las personas que la habían acompañado a lo largo de la travesía por las diversas salas.

      Se unió de nuevo a ellos, acompañándoles a través de los pasillos hacia una sala en la que al menos reconocía una pintura, la situada en el lugar preferente de la habitación, la de mayor importancia. La Gioconda.

        Caminó hacia ella, sin dejar de mirarla, aislándose del resto de personas que había a su alrededor, intentado encontrar en sus ojos la sonrisa que ambas habían perdido.

        Permaneció frente con frente con la grandiosa mujer, intentando, en vano, encontrar un remedio a su dolor, ya que si no era capaz de entender por qué medio mundo la veía sonreír, mucho menos iba a conseguir aclarar sus sentimientos a través de ella.

       Sin embargo, quizá porque nadie comprendía a la mujer de aquel retrato al igual que ella no se comprendía a sí misma, consiguió evadirse del resto del mundo con tan solo mirarla, y por primera vez en su vida, consiguió comprenderla por sí misma.

Tal vez no fuera tan distinta después de todo.



     Sintió el movimiento a su alrededor y salió de su trance para descubrir que el grupo volvía a ponerse en marcha, caminando por la misma habitación, observando aquellas obras que acompañaban al magnífico cuadro de Da Vinci.  

        Les siguió, caminando sin demasiadas ganas, tras ellos, con una extraña y nueva sensación en el estómago, al dejar atrás la única obra que había conseguido llegar realmente a ella.

       Llegaron frente a otra nueva pintura, pero nada tenía que ver con la anterior. Se concentró, intentó hacerlo, pero en ella no había nada que pudiera llamar su atención.

      Se resignó, consciente de que aquello no volvería a pasar, y al mismo tiempo se relajó, pensado en acabar con esa visita, pues ya había conseguido lo que, inconscientemente, se había propuesto, había disfrutado del arte sin él, había conseguido admirar una obra sin qué él tuviera que explicarle que debía apreciar.

   Sonrió, sintiéndose feliz. Ahora podía continuar. Si había conseguido eso, lo demás no sería tan difícil.

      Miró a su alrededor, queriendo memorizar aquel lugar, topándose con la mirada de la mujer que estaba a su lado, que la sonreía calidamente, mientras la tendía una tarjeta blanca como la que minutos antes había encontrado.



-      Se le ha caído esto.

-      Eso no es mío – negó con gesto contrariado.

-      Yo creo que sí.



La mujer la miró aún sonriendo y colocó aquel pequeño trozo de cartulina en su mano con delicadeza, antes de volverse hacia la guía que continuaba explicando una obra que hacía tiempo había dejado de importarla.

Mantuvo su mirada durante unos instantes más sobre la mujer que parecía haberse olvidado de ella, antes de dirigirla hacia las palabras que había escritas con la misma y cuidada caligrafía en ese papelito que la había entregado.



 “Pour être un idiot méfiant”



      De nuevo una frase. De nuevo en francés. Y de nuevo no tenía ni idea de nada.

     Intentó hablar con la señora, preguntarle que significaba aquello. Pero había vuelto a perder al grupo.

      Aunque ya no importaba.
      Desistió de buscarlo, de continuar un recorrido que no quería realizar y que ya no tenía sentido hacer y puso rumbo a la salida.
        

    Salió a la calle, donde el sol se encontraba en su máximo esplendor y sus rayos la acariciaron la piel tostada. Caminó hacia los jardines de Tullerías, con la intención de encontrar un lugar en el que poder descansar.

       Se sentó en uno de los bancos del paseo, recostando su espalda en él, y cerró los ojos con un suspiro, empapándose de la tranquilidad que allí se podía respirar.

       Extendió las manos ocupando el máximo espacio del asiento e inclinándose, lo necesario, hacia delante, se sujetó al borde de la madera sobre la que estaba sentada. Como si con ese simple gesto en ese hermoso lugar pudiera adueñarse de su vida y conseguir que su corazón hiciera lo que su cabeza quería que hiciera.

        Abrió los ojos, de nuevo, volviendo a recostarse sobre el banco, mientras observaba a una pareja de ancianos caminar tomados de la mano, pendientes el uno de otro, sonriendo felices, aún enamorados.

   Les siguió con la mirada, contagiada con su sonrisa, que desapareció de sus labios al descubrir junto a ella una nueva tarjeta, idéntica a las que había encontrado en el museo y que había dejado por imposibles.

      La tomó entre sus dedos, mirándola con miedo, pero atreviéndose a voltearla para leer lo que en ella estaba escrito esta vez.



“Pardonne-moi mon amour”



No le hacía falta saber francés para conocer el significado de esa última palabra.

Amour, amor.

Y solo él podía estar tras aquello.

Su respiración comenzó a agitarse, su pulso se aceleró, sus ojos comenzaron a brillar.

Levantó la vista, fija durante todo aquel tiempo, en el que las piezas fueron encajando en su mente, en las cuatro palabras allí escritas y miró a su alrededor. Ahora sí buscando un objetivo. Buscándole a él.

Se puso en pie, sintiendo un nerviosismo que la recorría todo el cuerpo y se volteó, encontrándose, por fin, con él, que la miraba con seriedad desde el otro lado del banco.

Le miró. No podía hacer otra cosa que mirarle. Su cuerpo se había quedado estático, su mente revoloteaba con ideas entremezcladas que no conseguían averiguar que era lo que debía hacer, y su corazón latía con un nuevo ritmo, ese ritmo propio, que sólo provocaba él.

Le vio acercarse, sin apartar los ojos de los suyos y lo único que pudo hacer fue contener el aliento una vez más.



-   Hola – su voz suave, calmada era como una caricia que la hacía temblar de pies a cabeza.

-  ¿Qué haces aquí? – su propia voz era un susurro, perturbada por la situación, por los recuerdos.

-   He venido a buscarte.

-   ¿Tú me has dejado estas notas? – llevó su temblorosa mano a su bolsillo, sacando de él la anteriores tarjetas, mostrándole las tres a la vez.

-  Sí. – dio un par de pasos hacia ella, acortando cuidadosamente la distancia que los separaba.

- ¿Por qué? – le miró confusa – no tiene sentido, sabes perfectamente que no sé francés. – bajó la mirada revisando de nuevo las palabras – ni siquiera sé que significa.

-  La primera dice que he cometido el mayor error de mi vida – Ella levantó la mirada buscando sus ojos – la segunda que ha sido por ser un idiota desconfiado.

-  ¿y la tercera?

-   Perdóname mi amor.

-  ¿Por qué…? – intentó preguntar pero él terminó con la distancia que los separaba, colocándose a escasos centímetros de ella, consiguiendo con su cercanía silenciar sus palabras.

-  Aún hay otra.

-  ¿otra tarjeta? – él asintió y sacó una más de su propio bolsillo, entregándosela. Ella la cogió con sus, cada vez más temblorosas, manos y leyó lo que en ella había escrito, con un peculiar acento.

-   Je t'aime.

-  Yo también te quiero – susurró él en su oído, provocándola un nuevo escalofrío. – perdóname por ser un estúpido.

-   Carlos… - susurró incapaz de elevar el tono de su voz, mientras sus ojos luchaban por dominar las lágrimas.

-  Leticia. – elevó su mano acariciándola con ella la mejilla y ella ante su contacto cerró los ojos, permitiendo que las lágrimas surcaran sus mejillas – Perdóname.



Y en ese momento, con tan solo una palabra, todo dejó de tener sentido. Todo menos él.



*********
Bueno, otro relatillo más por aquí, no es de los que más me encanten, pero ya que está hecho, habrá que colgarlo. A ver que os parece.

viernes, 16 de agosto de 2013

Construyendo Recuerdos - "Capítulo 5"



      Se despertó con el mismo mal humor con el que se había acostado la noche anterior, pero afortunadamente para sus nervios y para los de Eduardo, este se había ido ya.

       Se preparó lo más rápido que le fue posible y se dirigió hacia la oficina. Realmente tenía una reunión importante esa mañana. Una reunión en la que necesitaría toda su concentración, todo su tesón y toda su destreza financiera, para conseguir que aprobaran su nueva propuesta presupuestaria.

Pero además iba a necesitar todo su autocontrol, porque para conseguir su propósito, no solo tenía que convencer al consejo, sino que además debía de aguantar la presencia de Eduardo, e incluso competir con él de forma justa y limpia, algo que no le apetecía nada en absoluto.

Había llegado a la empresa con el tiempo justo, a causa de los atascos mañaneros, y ni siquiera había podido revisar su propuesta. La conocía, se la sabía al dedillo, ella misma se había encargado de diseñarla y redactarla, pero a pesar de eso no dejaba de estar nerviosa, pensando en lo que podría fallar, en los errores que podría cometer.

Cuando entró en la sala de juntas todo el mundo estaba sentado, incluido Eduardo que la observó con una de sus indescifrables miradas. Ella se paseó por la estancia derrochando una tranquilidad y una confianza que apenas tenía y se sentó en su lugar, esperando a que llegara su momento.

 - … y en definitiva esa es mi propuesta – Carolina sonrió completamente satisfecha con su presentación y con su trabajo, y miró a los presentes esperando alguna pregunta.
-  Es un proyecto realmente interesante hija, los beneficios que planteas  son muy importantes, y creo que deberíamos tenerlos en cuenta – su padre se recostó levemente en el asiento y miró, con las manos entrelazadas, a los demás presentes – yo estoy a favor.
-  A mí también me ha parecido interesante y muy factible, deberíamos estudiar seriamente la posibilidad de llevarla a cabo – corroboró el padre de Eduardo, sonriéndola e indicándola con la mano que volviera  a su lugar – bien ahora creo que es el turno de Eduardo.
-  Un momento – la voz del aludido resonó en los oídos de Carolina, la cual se paró a medio camino de su sillón y le miró ferozmente – antes quería decir que yo creo que esa propuesta está incompleta.
- ¿incompleta? – se defendió ella, mientras varios de los presentes pasearon sus miradas entre ambos, sorprendidos - ¿a qué te refieres?
- Propones dedicar la mayor parte de los presupuestos a los departamentos de investigación, producción y desarrollo – ella asintió – ¿y qué ocurre con el departamento de marketing?
-  El departamento de marketing contaría con un capital suficiente para realizar una campaña publicitaria digna.
-  Pero insuficiente – sujetó los brazos de su silla con ambas manos y la miró de forma engreída.
-  Nuestra empresa tiene reconocimiento suficiente por sí misma, no necesita una gran campaña para mantener las ventas, en cambio los cambios que se podrían producir en estos departamentos al disponer de mayor capital, serían muy beneficiosos.
-  Pero si mejoramos nuestros servicios, ¿Cómo se lo haremos llegar a nuestros clientes si no disponemos de un buen servicio publicitario?
- Podríamos hacerlo perfectamente, no estoy diciendo que obviemos ese departamento, solo que le recortemos los gastos. En lugar de hacer un mega anuncio, podríamos hacer campañas más breves y concisas en las que mostrar nuestros servicios.
-  Lo siento pero no lo veo claro, creo que ese proyecto tiene lagunas.
-   Sí, claro… y seguro que el tuyo es mucho mejor – Carolina se sentó completamente tensionada y miró fijamente a su marido, con unas terribles ganas de desollarlo vivo.
-  Precisamente, aquí – se levantó y con elegancia, distribuyó una serie de carpetas a cada uno de los miembros de la junta – tengo mi propuesta, he de reconocer que en algunos puntos coincido con Carol, también considero importante aportar dinero a los departamentos que ella ha destacado, pero mi reducción del mismo para el resto, no sería tan radical. Podríamos utilizar, además, algunos benefactores externos para algunas de las propuestas – repartió otra carpeta más – en esta otro dossier he reseñado algunas posibilidades interesantes que podríamos tener en cuenta.
- Muy bien, propongo que estudiemos estas propuestas y convoquemos de nuevo la junta dentro de una semana para acordar cual será la opción que tomemos.

Todos los presentes estuvieron de acuerdo con esos términos y la junta se disolvió. Nada más concluir la reunión, Carolina se levantó de su sillón y recogiendo, lo más rápido que le fue posible, todos sus documentos salió de la sala tremendamente ofuscada.

-   ¡Carol! – la voz de su amiga Daniella la frenó de golpe.
-   Daniella, ¿Qué estás haciendo aquí?
-   He venido a invitarte a comer.
-   ¿A estas horas?
-  Podíamos ir a tomar algo antes, ayer me fui muy rápido, quería contarte todo lo del trabajo a fondo.
-  Pues lo siento pero no puedo. Tengo muchas cosas que hacer – su tono era impertinente, pero ni siquiera su amiga podía calmar el enfado que desde la noche anterior estaba bullendo en su interior.
-   Ey, ¿Qué te pasa?
-  A mí nada – le dedicó una furiosa mirada a Eduardo que pasaba petulantemente por su lado con una sonrisa de superioridad pintada en sus labios – tengo que irme, ya hablaremos.
-  No señorita – Daniella la sujetó con firmeza del brazo – estás así por él ¿Verdad? por el hombre de hielo… ¿Qué narices te ha hecho ahora? No se supone que estabais en una fase de felicidad extrema, o al menos eso es lo que me dijiste ayer.
-  Ayer tenía una fase de estupidez profunda que distorsionaba mis ideas.
-  ¿Eso es un sí?
-  Eso es un, Eduardo es el mayor hijo de….
-  Shhh – Daniella tiró de su brazo para silenciarla y la condujo hacia su despacho – ¿te estás volviendo loca? No puedes hablar así, y mucho menos en el pasillo delante de todo el mundo, cualquiera podría escucharte.
-  Me da igual lo que los demás escuchen, ese tipo es despreciable, lo peor que me he echado a la cara jamás, es… es….
-  Dios, si que estás furiosa… - interrumpió la perorata de su amiga.
-   Tengo ganas de estrangularlo, de matarlo, arggg….
-  ¿Me vas a contar que te ha hecho para que pueda despotricar y despellejarlo con propiedad?
-   Tú siempre estás despotricando y despellejándole.
-  Ya, pero si tengo una base válida para hacerlo me siento más motivada.
-  De todas formas son cosas de trabajo… - retiró la silla de su escritorio con un movimiento brusco y se dejó caer sobre ella.
-   ¿y eso significa que no me lo vas a decir?
-   Eso es.
-  Ah… ¿podrías hablarme con un poco de sentido? Porque no se sí es porque estás enfadada o qué, pero no entiendo la mitad de las cosas que me dices.
- Daniella – Carolina chasqueó la lengua hastiada por el comentario.
-  ¿Qué? – se encogió de hombros – solo estoy siendo sincera y que conste que me parece injusto que compartas conmigo tu frustración pero no me dejes saber el motivo – se sentó en el sillón que se encontraba en uno de los laterales del despacho y miró a Carolina dolida – últimamente me cuentas tan pocas cosas malas de él, que la lista se está quedando anticuada.
-   ¿Qué lista? – la miró confusa.
-   La de motivos para odiar al hombre de hielo.
-  Dios – resopló – no sé cuál de los dos consigue desquiciarme más – se dijo a sí misma.
 
Había pasado el resto del día con más pena que gloria. Había rehusado el ofrecimiento de Daniella de salir a comer, y lo mismo había hecho con el de capar a Eduardo, aunque hacerlo le había costado unos minutos más.

Se había dedicado todo el día a revisar las posibles modificaciones que podría realizar a su propuesta, con la esperanza de que en la junta de la semana próxima, la eligieran a ella, y no al idiota de su marido.

Continuaba estando furiosa. Tan furiosa como nunca lo había estado antes. Ni siquiera, el día que la habían obligado a casarse con él había estado así de enfadada. Pero no podía evitar sentirse traicionada. Eduardo había jugado con ella, había estado siendo amable, para que ella bajara la guardia y pudiera darle la estocada final frente a la junta.

Sabía que él iba a presentar su propio proyecto, pero lo que no sabía y ni siquiera esperaba es que se dedicara a echar por tierra el suyo para ganar puntos.

El programa de cambios de Eduardo era bueno. Eso tenía que reconocerlo, lo había echado un vistazo y le había quedado claro que su trabajo era mejor que el de ella, y era por esa misma razón que no entendía la actitud que había tenido.

No llegaba a comprender por qué en lugar de limitarse a presentar su idea, la cual tenía la base y la capacidad para proclamarse líder por sí misma, había optado por bombardear la propuesta de ella.

 Llegó a casa antes de lo normal. Se sentía absolutamente agotada y lo que menos deseaba era tener que aguantar más tiempo entre las cuatro paredes que conformaban su despacho dando mil y una vueltas sobre el mismo tema.

Había preferido regresar a casa, realizar unos largos en la piscina, para templar los nervios y acostarse temprano tras una cena liviana, con el fin de olvidar el pésimo día que había tenido y evitar, además, tener que encontrarse con Eduardo de nuevo.

Pero como desde hacía un tiempo ocurría, no consiguió sus objetivos.

Al salir de la ducha y entrar en la habitación, se encontró con Eduardo, que se disponía a cambiarse de ropa.

-  Me dijeron que te fuiste temprano, ¿ocurre algo?

Carolina le miró, sintiendo como en su cuerpo comenzaba a crecer de nuevo la ira. Aún, después de cómo se había comportado, preguntaba si pasaba algo.

Se giró bruscamente hacia el vestidor, rogando para que su presencia en la habitación solo fuera una mala pasada de su imaginación. Deseó con todas sus fuerzas que Eduardo se callara y desapareciera, pero al volverse con la ropa que había elegido ponerse, él seguía en el mismo lugar, mirándola, como siempre que le convenía, de forma inexpresiva.

-   Carolina…
-   Estoy cansada, me voy a ir a acostar temprano.

Caminó hacia el cuarto de baño de nuevo, con la intención de cambiarse, ya que él no parecía dispuesto a moverse. Pero al salir minutos después, él, obstinado, continuaba en la habitación, aunque ya cambiado, y en lugar de vestir su traje de ejecutivo, llevaba unos vaqueros, una camiseta y una sudadera a medio cerrar.

-   ¿No tienes nada que hacer? – protestó ella cansada de verlo.
-   Me encontré con Daniella esta mañana.
-  Muy mal no debió portarse si sigues de una pieza – frivolizó ella, mientras preparaba la cama para meterse.
-   Me preguntó qué era lo que te había hecho para que estuvieras tan enfadada – Carolina dejó su quehacer y le miró sorprendida, odiando a su amiga por tener una boca tan grande – poco le faltó para arrearme, aunque se desquitó de lo lindo, parece mentira que con la cara de modosita que tiene tenga una lengua tan sucia – silbó – si ves la cantidad de cosas que me llamó…
-  Seguro que te merecías cada una de sus palabras – clavó su mirada en la de él, dispuesta a poner las cartas sobre la mesa de una vez.
-   Compruebo entonces, que lo que me dijo no era para meter púa entre nosotros, realmente estás enfadada - afirmó sosteniéndole la mirada – y ¿puedo saber qué es lo que hecho?
-   Si no lo sabes es que eres gilipollas.
-   Muy enfadada…. – se corroboró a sí mismo.
- Eres idiota, ¿Cómo me has podido hacer eso?, no tenías suficiente con presentar tu propuesta, ¿verdad? tenías que hundir la mía en el pozo para sentirte todo un gallito, para creerte algo importante, superior a mí – le lanzó uno tras otro los almohadones que adornaban el lecho y que había estado recopilando para apartarlos – eres un…
-  No intentaba hundirte, – esquivó hábilmente cada una de las acometidas que ella lanzaba contra su rostro - yo….
-   Pues lo disimulabas genial – interrumpió su explicación.
-  Solo intentaba mirar por el bien de la empresa, quería hacerte ver que esa propuesta podía mejorarse en algunos términos.
-   Eso es mentira, lo que te pasaba es que estabas enfadado.
-   ¿enfadado? ¿yo? ¿Por qué iba a estar enfadado?
-  Por lo de anoche, por lo que estuvimos hablando, te molestó que tardara en contestar, que pensara lo que iba a decirte.
-  Eso no tiene nada que ver.
-   Sí que lo tiene, ni siquiera me dijiste nada cuando te dije lo que sentía, eres un….
-  ¿Quieres que hablemos de lo de anoche? – la cortó – bien, hablaremos. Si no te dije nada es porque no creí ni una sola de las palabras que salían de tu boca – ella abrió la boca totalmente ofendida con la firme intención de replicar, pero él continuó evitando que ella pudiera hacerlo – cuando alguien tarda en dar una respuesta es porque no la tiene o porque simplemente está pensando la mejor forma de salir bien librado de la situación, en una palabra, miente… eso es algo que aprendí hace mucho.
-  Yo no te mentí. Lo que dije es realmente lo que pensaba. Si tardé en contestar fue porque simplemente no sabía cómo decírtelo, quería que tú me creyeras, para que dejaras de pensar que podía guardarte rencor por no haberme apoyado en lo de cancelar la boda. Pero tú ni siquiera te plateaste nada más ¿verdad? asumiste lo que a ti te dio la gana asumir, y si yo quedaba como la mala mejor todavía…
-   Yo no hice eso.
-   Sí que lo hiciste y por eso esta mañana te comportaste así en la junta. Querías desquitarte por algo que pensabas que había hecho y la mejor manera que encontraste fue la de dejarme como una estúpida y una inútil delante de todos, comportándote como un prepotente que desprecia todo lo que no está pensado por él, despreciando mi trabajo y despreciándome a mí.
-   Me parece que ahora la que está prejuzgando las cosas eres tú.
-  Pues si es así lo sentiré cuando me dé cuenta de ello, pero al menos lo hago en privado, diciéndote las cosas a la cara, no en una sala llena de gente y de la forma más rebuscada e hiriente posible – se dirigió enfadada hacia la puerta y salió de la habitación dando un portazo.

 Bajó las escaleras de dos en dos hasta llegar a la planta baja y salió al jardín. Una brisa fresca atravesó la fina tela de su pijama, haciéndola sentir un escalofrío que le caló hasta los huesos.

Caminó de forma ausente hacía uno de los extremos del jardín, en el que se encontraba su lugar favorito, un pequeño balancín, desde el que se podía observar la luna y las estrellas con absoluta tranquilidad y silencio.

Se sentó en él y se movió inconscientemente mirando hacia la inmensidad oscura que se abría sobre ella. Tras unos minutos, apoyó la cabeza contra el lateral del banco colgante y cerró los ojos en un suspiro.

Estaba cansada, cansada de todo. De luchar, de tener que estar siempre demostrando lo que valía, pero sobre todo, estaba cansada de su vida, de la absoluta y odiosa mentira en la que se había convertido su vida.

Comenzaba a relajarse cuando sintió la presencia de Eduardo tras ella, pero ni siquiera se molestó en voltearse. Permaneció en la misma posición en la que se encontraba, hasta que él colocó una de sus manos sobre su hombro, para llamar su atención, momento en el cual, Carolina abrió los ojos.

-  Lo siento Carol – la voz de Eduardo era como un susurro – tenías razón, estaba enfadado y la pagué contigo, me desquité como pude, en lugar de hablar como debía haber hecho.

Ella se mantuvo en silencio, incapaz de saber cómo reaccionar, que decirle.

-   No me gustó pensar que aún después de todo, continuabas con la boda, por los demás, obligándote a ti misma. Pensé que tardabas en contestar porque no te atrevías a decirme lo que sentías realmente, porque no confiabas en mí y eso me puso furioso.
-  Pero por lo visto el que no confía en el otro aquí eres tú – ella habló sin ningún ápice de sentimiento.
-  Y hasta ahora me doy cuenta de que no debí desconfiar, tú nunca me has dado motivos para hacerlo.
-  Y nunca te los daré. Te lo dije una vez y te lo repito, cumplo mis promesas, respeto mis tratos, y jamás lastimaría a la gente que quiero.
-  Lo sé, y también sé que soy yo el que se empeña en poner los problemas. – se sentó junto a ella y suspiró – lo siento mucho Carol.
-  No te preocupes, otra cosa que hago bien es perdonar – bromeó ella – además también yo debo disculparme, no debí hablarte como lo hice, me deje llevar por mi mal humor y…
-  Estabas perdonada antes de pensar en pedir perdón.
-  Gracias.

Ambos se quedaron durante unos minutos en silencio mirando las estrellas.

-  Tú propuesta era realmente buena, mucho mejor que la mía. Estoy segura que la semana que viene la junta se decidirá a aprobarla.
-   A pesar de lo que dije, la tuya también era muy buena.
- Pero tenías razón, los presupuestos para marketing eran demasiado bajos.
-  Teníamos que haber trabajado juntos… al fin y al cabo los dos presentamos presupuestos similares, tenemos las mismas ideas.
-   No creo que trabajar juntos sea la mejor idea.
-  ¿Por qué no? – Eduardo giró el rostro para intentar apreciar sus facciones en la oscuridad.
-  Porque bastantes problemas tenemos con nuestra convivencia, como para encima tener que tratarnos en las horas que estamos en la oficina –bromeó, rodeándose el cuerpo con los brazos, intentado infundirse algo de calor.
-   ¿tienes frío? – le preguntó mientras se quitaba la chaqueta.
-   Un poco, sería mejor que entráramos.
-  Sí, pero mientras ponte esto – Eduardo colocó su sudadera sobre los hombros de Carolina y ambos caminaron uno junto al otro hacia la casa.

Llevaba todo el día cansada, pero no sabía por qué. No había realizado ningún esfuerzo ni nada que pudiera causarle sentirse de esa manera, pero realmente lo único que tenía ganas de hacer era irse a casa y meterse en la cama.

Había visto pasar las horas en el reloj de su escritorio como si fueran días. Y aún le quedaba cerca de una hora de trabajo, aunque como continuara con el ritmo que llevaba, no iba a terminarlo nunca.

Se recostó en el sillón y cerró los ojos, masajeándose las sienes con cuidado, intentando en vano que los pinchazos de su cabeza desaparecieran.

-  ¿quieres que lo haga yo? – abrió los ojos algo sobresaltada y miró a su marido que se acercaba a ella sonriendo.
-   ¿Sabes dar masajes?
-   Lo básico, te pongo las manos en la frente y aprieto en círculo ¿no?
-   Mejor déjalo. ¿Qué quieres?
-  Venía a decirte que me ha llamado Nacho, se va mañana y quería quedar para cenar y despedirse.
-   Que poco tiempo ha estado.
-   Sí, bueno, que yo venía a decirte que si quieres venir.
-   Ni loca.
-   Prometo que esta vez me comportaré como una persona normal.
-  No es por eso Eduardo, es que estoy realmente cansada, creo que estoy incubando algo, y me duele la cabeza horrores.
-   ¿Seguro que no quieres venir? – la miró con gesto culpable.
-   Seguro, voy a salir pronto y voy a ir a casa, estoy muy cansada ya te lo dije.
-   Está bien, pero si es por lo que pasó…
-  Que no pasa nada Eduardo – le interrumpió sonriendo ante la insistencia de él por pedirle perdón – da recuerdos a Nacho de mi parte y dile que me lo pasé muy bien la otra noche, pero que no me encuentro bien.
-  Vale – se encogió de hombros – ¿quieres que cambie la cena por unas copas y te acompaño a casa por si necesitas algo?
-  Te pones muy amable cuando te sientes culpable de algo ¿no? – preguntó con guasa.
-   Yo siempre soy amable – se defendió con el ceño fruncido.
-  Si claro… - le sonrió – en serio, no te preocupes, ve y pásalo bien, pero si estoy dormida no me despiertes – Eduardo correspondió a su sonrisa y levantó la mano, alzando los dedos índice y corazón.
-   Prometido.

 El ruido de la puerta de la habitación al abrirse la despertó. Cambió de postura y se estiró hacia la mesilla de noche para dar la luz y ver a Eduardo intentando cerrar la puerta con una mueca extraña en la cara.

-    Vaya, me temo que he roto mi promesa de no despertarte.
-    No pasa nada, pero ¿te ocurre algo?
-    Nada ¿por?
-   Porque estabas haciendo un gesto muy raro mientras cerrabas la puerta.
-   Es que no quería hacer ruido.
-   ¿y para eso tienes que poner cara rara?
-   Claro, es una forma de hacerlo bien.
-   Nunca lo había oído – comenzó a reír.
-   ¿te sientes mejor? – le preguntó desabrochándose la camisa a la vez que se dirigía hacia el vestidor.
-   Sí, he conseguido dormir algo, y ya no me duele la cabeza, ¿tú qué tal te lo has pasado?
-   Genial, - salió con el pijama en la mano y caminó a través de la habitación - hemos ido a un restaurante de estos que te plantan una chuleta de este tamaño – explicó abriendo mucho los brazos – ahí a la piedra, que sale aún saltando el aceite y luego hemos tomado unas cuantas cervezas.
-   Dieta sana por lo que veo – bromeó.
-   Sanísima. – entró en el baño sin ni siquiera cerrar la puerta.
-  Pero has venido muy pronto, apenas son las tres, pensé que os quedaríais hasta las tantas.
-  Nacho quería dormir algo, mañana coge el avión temprano, tiene que ir a una reunión en Frankfurt a primera hora.
-  Es una lástima que no os hayáis visto casi.
-  Si – salió del baño, con el pantalón del pijama puesto, apagó la luz y de camino a la cama dejó la ropa que se había quitado en una silla, para ponerse la camiseta – pero los dos hemos estado muy ocupados. Otra vez que venga estaremos más tiempo juntos – retiró hacia atrás las sábana de su lado y se metió dentro – por cierto, te manda recuerdos, estuvimos un buen rato hablando de ti.
-  Sí, claro, seguro que os pasasteis la noche hablando de mí - ironizó.
-   Tenlo por seguro – se inclinó sobre ella para darle un beso en la mejilla y volvió a su lugar – buenas noches, Carol. – se tumbó dándole la espalda.
-   ¿de mí? - le preguntó totalmente sorprendida.

Carolina se le quedó mirando durante un par de minutos antes de darse por vencida y decidirse a apagar la luz e intentar conciliar el sueño de nuevo, dejando a un lado las posibles conversaciones que podrían haber tenido con ella como tema central.

 
Había pasado una semana desde que se hubiera reunido la junta para elegir el presupuesto anual. Una semana desde que Eduardo y Carolina tuvieron la mayor discusión de todas las que habían protagonizado desde que contrajeron matrimonio. Y una semana desde que su relación se había hecho algo más llevadera.

      Siempre se suele decir que de los errores se aprende y en este caso ellos habían aprendido. Habían cambiado, se empezaban a entender, aunque fuera ligeramente, y sabían que si querían hacer que las cosas funcionaran entre ellos, había tres cosas que no podían faltar en su relación, la confianza, la comunicación y la verdad. Porque bastantes mentiras les rodeaban ya, como para además mentirse, ocultarse las cosas, y desconfiar el uno del otro.
       
      Carolina estaba en el despacho. En unos minutos debería acudir a la sala de juntas para asumir la decisión del consejo. Esa decisión que sabía no iba a ser a su favor. Pero eso había dejado de importarle.

Había meditado mucho sobre ese asunto tras la conversación que tuvo con Eduardo hacía ahora varios días. Y se había dado cuenta de que lo que realmente importaba no era cual de los dos presupuestos era el elegido, cuál de ellos dos era el mejor. Sino que lo realmente importante era aquello que beneficiaba a la empresa.

-  Toc, toc, toc – Eduardo asomó la cabeza por la puerta tras su peculiar manera de llamar - ¿Preparada?
-  ¿Algún día llamarás como lo hacen las personas normales? – Carolina dejó el bolígrafo, que tenía entre sus dedos, sobre la mesa y lo miró con una sonrisa.
-  No sé – entró cerrando la puerta tras de sí – igual algún día decido sorprenderte.
-   ¿Qué haces aquí?
-   He venido a buscarte para ir a la junta.
-   ¿A mí? – le miró con el ceño fruncido por la confusión - ¿y a qué se debe ese honor?
-   Pensé que querrías entrar al lado del ganador – apoyó las manos sobre una de las sillas que se encontraba frente al escritorio de ella y la miró con una jocosa sonrisilla.
-  Mira – se levantó y apartó cuidadosamente la silla de su lado – si piensas que…
-  Broma – levantó las manos en son de paz – era una broma Carol, no te enfades.
-  He decidido que no voy a enfadarme más contigo – le dijo con indiferencia.
-   ¿lo dices enserio? – preguntó con una sonrisa soñadora.
-  Por supuesto… - le miró ahora sonriendo ella –…que no… - Eduardo borró su sonrisa - sabes que es imposible que yo deje de enfadarme contigo – caminó hacia él – aunque últimamente no puedo quejarme, parece que nos toleramos medianamente bien – le dio un golpecito sobre el hombro y caminó hacia la puerta – vamos, no quiero que me hagas llegar tarde a la junta.

-  Bien, entonces estamos de acuerdo, - Julio se puso en pie – finalmente el informe presupuestario que comenzaremos a aplicar y que regirá será el presentado por Eduardo, así pues, felicidades.
-   Muchas gracias Julio, y gracias a todos por la confianza.
-  A partir de ahora te encargarás de poner en funcionamiento todos los proyectos y recortes que sean necesarios – le informó su padre.
-   Por supuesto, yo me encargaré de todo.
-   Bien. Continuemos entonces, tenemos un punto relevante en el orden del día, y que sería conveniente comenzar a visualizar e investigar, por si su consecución nos sería beneficioso y deberíamos llevarla a cabo.
-  ¿Puedes explicarte un poco más Enrique? – le preguntó Carolina a su suegro - no consigo llegar a entender lo que quieres plantear.
-   Por supuesto hija – tomo el relevo Julio – pretendemos realizar una OPA contra Peiser.
-   ¿Peiser? – Eduardo estaba tan desconcertado como Carolina.
-  Si, Peiser, es una empresa pequeña, pero que creemos que podría resultarnos de mucha utilidad – aclaró Julio de nuevo.
-   Y lo que queremos es que realices un completo estudio sobre los beneficios y perjuicios que conllevaría esa fusión. De ese informe dependerá las acciones que llevemos a cabo
-  ¿Qué le realice? – Eduardo se incorporó en su silla y miró a todos los presentes - ¿yo?
-  Si, tú. Tú eres el encargado de los presupuestos, y tú mejor que nadie sabrás lo que nos conllevará esa unión.
-  Ya, pero no… quiero decir, yo voy a estar muy ocupado para poder encargarme de este proyecto como se debe, en cambio… - Eduardo miró a Carolina con una sonrisa – Carol – la aludida miró a su esposo con total sorpresa - puede dedicarle el tiempo necesario y sé que hará un estudio intensivo, en el que tendrá en cuenta todos los aspectos de importancia y por supuesto cualquier duda que tenga sobre las modificaciones que se llevarán a cabo por mi parte, podremos consultarlas y tratarlas los dos juntos.
-  A mi parece estupenda la idea – corroboró Julio, mirando con una sonrisa de adoración su hija – y no creo que nadie pueda oponerse.
-  Yo también estoy de acuerdo… y si Carolina quiere, no veo problema en ello.
-  Bueno, yo – sonrió tímidamente y fijó, de nuevo, la mirada en Eduardo – no sé, todo esto me pilla de sorpresa, pero si cuento con la ayuda de Eduardo, supongo que no puedo negarme.
-   Entonces todo arreglado.


-   ¿Por qué has hecho eso?

Carolina continuaba sentada en su asiento. Había esperado a que todos, a excepción de Eduardo salieran de la sala, para decidirse a preguntarle. Porque su reacción le había supuesto una verdadera sorpresa.

-  Porque me ha dado la gana – él se sentó sobre la mesa al lado suyo y la miró alegremente - ¿Algún problema?
-   Pero…
-  Pero nada, yo tengo demasiado lío con lo que me ha caído, y no iba a permitir que tú te fueras de rositas y te ganaras el sueldo por limarte las uñas encerrada en tu despacho.
-  Oye – se puso en pie enfadada y le miró – que yo…
-   ¿sabes que te pones muy guapa cuando te enfadas? – bromeó.
- Eres lo peor. Pero por alguna extraña razón que aún no he conseguido descifrar, me siento obligada a darte las gracias.
-  No tienes que darme nada, estás más que cualificada para ese trabajo, si me lo ofrecieron a mí fue por simplificar las cosas, pero estoy seguro de que tú lo harás mucho mejor que yo.
-   Tampoco hace falta que me hagas la pelota.
-  Estoy hablando en serio, tú eres mucho más exhaustiva que yo, tienes mucha más dedicación y estoy seguro de que tu informe estará mucho más completo que sí hubiera sido yo él que lo realizara.
-   Necesitaré tú ayuda…
-   Lo sé, y mi ofrecimiento era en serio, no solo lo he dicho para quedar bien.
-   No sé qué decirte.
-   Pues no digas nada.
- ¿algún día conseguiré entenderte? – le miró con la cabeza ladeada.
-  ¿algún día lo lograré yo? – contraatacó él.
-  Créeme, yo soy mucho más fácil de entender que tú, al menos yo transmito lo que siento, se me nota en la cara, en la mirada…
-  ¿me estás llamando inexpresivo?
- Te estoy diciendo que cuando quieres eres como un libro cerrado, no dejas que nadie sepa lo que te ocurre, te cierras en ti mismo y no consigo saber lo que piensas, lo que te pasa.
-   Eso es algo bueno para mí.
-   Y muy frustrante para mí.
-   No sabía que pudiera hacer eso.
-   ¿el qué?
-   Frustrarte.
-  Créeme, lo haces continuamente. Tanto que a veces me dan ganas de matarte.
- Bueno, al menos te dan ganas de hacerme algo – sonrió pícaramente.
-  Ah… - se dirigió hacia la puerta – no sé cómo te soporto a veces.
-   ¿solo me soportas a veces?
-   ¿no te puedes tomar nada en serio?
-  Creo que esta conversación ya la hemos tenido – se tocó la barbilla pensativamente.
-   Me voy a mi despacho.
-   ¿No decías que me querías dar las gracias?
-   ¿Y tú no decías que no hacía falta que lo hiciera?
-  He cambiado de idea – dijo con indiferencia mientras se encogía de hombros.
-  Ay – resopló cerrando los ojos, intentando así contenerse y le miró – muchas gracias Eduardo – le dijo con tono forzado.
-  De nada mujer, no hacía falta que me dieras las gracias. – la miró sonriendo y abrió los brazos hacia ella - ¿un abracito? – Carolina le miró con los ojos entrecerrados - ¿No? desde luego, que despegada eres.
-   Si te dijera lo que eres tú… - resopló de nuevo - Me voy…

Eduardo se encogió de hombros divertido y se volvió para recoger sus cosas y abandonar él también la sala.

Carolina sujetó el pomo de la puerta con la firme intención de irse. Pero, inmediatamente después, lo soltó y se quedó mirando al suelo durante unos segundos. Cerró los ojos con un suspiro de renuncia y giró sobre sus talones.

-  Mierda – dijo enfadada ante lo que necesitaba hacer.

Eduardo se volvió, sorprendido, al escucharla, para verla caminar hacia él. Carolina se acercó a él con pasos pausados y una vez que estuvo enfrente suyo, le abrazó.

-  Gracias – le dijo esta vez sinceramente.
- De nada – le contestó él correspondiendo al abrazo con una sonrisa.
  

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El quinto, a ver que os parece y muchas gracias por leer y sobre todo por comentar. ;D