Pasó
un tiempo más en el baño, y cuando se encontró algo más relajada, salió del él para
dirigirse a la cama. No había rastro de su marido en la habitación, lo que la
alegró. No estaba preparada para hablar con él y mucho menos para hablar de su
pasado.
Intentó conciliar el sueño, pero le
era imposible. Los recuerdos la invadían con tan solo cerrar los ojos. Escuchó
abrirse de nuevo la puerta de la habitación y los pasos de Eduardo entrando. No
sabía la hora que era, ni el tiempo que había pasado pero seguramente más de lo
que pensaba.
- Lo siento Carol… lo siento mucho – se
inclinó sobre ella y le acarició la cabeza con delicadeza.
Carolina no pudo evitar sobresaltarse
ante el contacto, ante su voz. No se lo esperaba. Estaba tan concentrada en no
hacer ruido que cuando él la habló y la tocó dio un respingo, que rogaba
hubiera pasado desapercibido por Eduardo, pero no había sido así.
- Estás despierta – sonó más como una
pregunta, aunque pretendía ser una afirmación.
- Si – su voz era un susurro, apenas
audible. No tenían que hablar, no ahora.
- Siento lo de antes – forzó la vista para
intentar verla en la oscuridad – no sé lo que me pasó, no quise… - resopló
intentando encontrar las palabras adecuadas.
- No pasa nada… - ella aún no se había
movido – no quería reaccionar así…, no fue por ti… yo… - se quedó callada y se
abrazó intentado hacerse más pequeña de lo que era.
- ¿Cómo que no fue por mí? – se volvió para
encender la luz de la mesilla y se acomodó en la cama para mirarla, aunque solo
fuera de espaldas - ¿Qué te pasa, Carol? – extendió la mano para tocarla, pero
el contacto hizo que ella se encogiera aún más - ¿me tienes miedo?
- ¡No! – se giró rápidamente para mirarle a
la cara – no es eso, nunca podría tenerte miedo.
- Entonces ¿Qué es? Sé qué no debí
comportarme como lo hice antes, lo siento mucho… si es por eso yo… no sé qué
hacer, pero no quiero verte así.
- No es eso, Eduardo, y no me pasa nada – intentó
convencerle de nuevo apartando la vista de su rostro para ocultar sus ojos
vidriosos.
- Si quieres que me aleje, que me vaya a
otro lugar, perfecto, pero no me digas que no es nada…
- No es nada contra ti, yo solo… recordé
algo, algo que creí olvidado… pero que no lo está tanto y que me duele…
demasiado.
- ¿Qué fue? – Ella negó con la cabeza, pero
él la tomó de la mano, y está vez si permitió que la tocara. – puedes confiar
en mí.
- No es nada, pasó hace mucho tiempo.
- Si aún te pones así con solo recordarlo
si que es algo… - ella le miró dubitativa – bien, a ver vamos por partes, ¿Qué
te hizo recordarlo? ¿la discusión que tuvimos? – ella negó con la cabeza - ¿Qué
me pusiera un poco fuera de mis casillas? – se encogió de hombros. Eduardo la
miró y respiró profundamente antes de realizar la próxima pregunta - ¿Qué te
besara a la fuerza? – Carolina se mordió el labio inferior intentando ocultar
el temblor que se había apoderado de ella, y apartó la vista de su marido.
Eduardo sabía que la falta de respuesta no era sino una respuesta en sí misma,
y en ese momento algo parecido al odio le subió desde el estómago - ¿alguien te
forzó a…? – ni si siquiera pudo acabar la frase, la rabia que sentía era mucho
más fuerte de lo que pensaba. Apretó la mano de Carolina, para intentar
calmarla a ella y calmarse a sí mismo y con el otro brazo que tenía libre la
atrajo hacia su cuerpo, enterrando su rostro en el cabello de ella - ¿Quieres
contarme que pasó? – Carolina se separó de él y le miró.
- Me da vergüenza hablar de esto contigo –
él enmarcó su rostro con sus manos y la miró fijamente.
- No tienes por qué tener vergüenza
conmigo, y mucho menos por esto – ella volvió a morderse el labio dudosa - ¿Qué
pasó?
- Yo estaba estudiando en Italia, una noche
salí con unos amigos, pero comencé a encontrarme mal… - hizo una pausa para
tomar aire – Enrico se ofreció a acompañarme a casa, y cuando llegamos… - se
levantó de la cama y se encaminó hacia una de las ventanas.
- Carol – Eduardo no se movió de donde
estaba, sabía que necesitaba espacio, y él se lo pensaba dar. La observó. Por
primera vez la veía frágil, delicada, estaba temblando, y verla así le
provocaba una ira que nunca antes había sentido – no hace falta que sigas
hablando si no quieres – aunque él en realidad se moría de ganas de saberlo
todo, de saber quién había sido ese desgraciado y hasta donde había llegado,
pero sobre todo quería saber dónde encontrarlo para poder enseñarle las
consecuencias que tenía hacerle daño a su esposa.
- No, – puso una mano sobre el cristal –
quiero seguir – cerró los ojos un segundo y respiró profundamente – no sé cómo
pasó pero comenzó a decir idioteces, me agarró por los brazos y me besó a la
fuerza, me llevó hasta el sofá, me tiró sobre él y se me echó encima – comenzó a
respirar agitadamente – pataleé con todas mis fuerzas, hasta que conseguí
apartarle de mí, me encerré en mi cuarto hasta que le oí irse… - bajó la cabeza
- aún no se cómo lo conseguí, ni como pasó, él era el novio de mi amiga, yo… -
sintió la mano de Eduardo sobre su hombro y se giró para abrazarlo.
- Shhh, ya pasó – la acarició con
movimientos acompasados el cabello – tienes que olvidarlo, eso forma parte del
pasado.
- Eduardo – se separó de nuevo de él –
tienes que prometerme que no le vas a contar esto a nadie – le puso una mano en
su antebrazo – nadie puede saberlo.
- ¿No se lo has contado a nadie? – estaba
sorprendido. Ella negó con la cabeza - ¿a ninguna de tus amigas? ¿a Daniella?
- No, nunca he querido contarle esto a
nadie, tú eres el único que lo sabe, tienes que prometerme que no se lo dirás a
nadie.
- Pero… Carolina, yo creo que…
- Por favor – al ver el miedo en el rostro
de ella no tuvo más remedio que aceptar.
- Está bien, no te preocupes por eso – la
condujo hasta la cama y la ayudó a acostarse – ahora tienes que descansar – Carolina
le sujetó por el antebrazo y le miró con los ojos vidriosos.
- Gracias – Eduardo le acomodó el cabello y
la arropó sin decir nada más.
Carolina se despertó aún más cansada de
lo que se había acostado, aunque ahora se encontraba mucho más tranquila que en
la noche. Lo ocurrido revoloteaba en su mente como si fueran recuerdos propios
de un sueño. Toda la situación había sido tan irreal, que le costaba un gran
esfuerzo distinguir si había sido realidad, o fruto de un doloroso sueño.
Tenía poca o ninguna gana de acudir a la
oficina, pero debía hacerlo, tenía responsabilidades que cumplir, y una
regresión a un pasado, que debía estar ya olvidado, no la iba a impedir
continuar con su día a día. No iba a dejar que ese momento que había acabado
con sus estudios en Italia, se interpusiera de nuevo en su vida.
Se levantó y tras arreglarse, como todas
las mañanas, bajó al comedor, donde la esperaba su desayuno, cuidadosamente
preparado, junto con Eduardo sentado a la mesa, ojeando el periódico. Se quedó
estática, parada en el quicio de la puerta, mirándolo, totalmente sorprendida.
Nunca, en el tiempo que llevaban casados,
él la había esperado para desayunar. Siempre él era el primero en levantarse,
en arreglarse, en desayunar y el primero en irse. Ella nunca había coincidido
con él en la casa a esa hora, ni siquiera los fines de semana, en los que él
también madrugaba y salía a correr u ocupaba su tiempo en algo que le mantenía
fuera de la casa durante buena parte del día.
Por ello, el verle ahí sentado en la
mesa, con su desayuno intacto, y leyendo el periódico como si nada, la pilló
desprevenida, y la sorprendió. La rutina estaba rota y ella no sabía qué hacer.
La mesa estaba acomodada para ambos, por lo que lo lógico sería que ella ocupara
su lugar y actuara como si esa situación no fuera tan especial, como realmente
lo era, pero eso la resultaba más difícil de lo que hubiera pensado.
Eduardo levantó la cabeza y la miró
sonriente. Ya no había marcha atrás, ella tenía que actuar. Debía sentarse y
dejar de mirar a su alrededor, dejar de mirarle a él, como si todo eso que la
rodeaba formara parte de esa irrealidad que la llevaba acompañando desde la
noche anterior.
- Buenos días – Eduardo dobló el periódico
sin dejar de mirarla y lo dejó a un lado – te estaba esperando para desayunar.
- Pensé que ya te habrías ido.
- Hoy no tenía mucho jaleo, así que decidí
esperarte, he pensado que podríamos ir juntos.
- Ah… si… supongo…
Miró nerviosa a su alrededor esperando
encontrar algo que la hiciera esta situación más fácil. Aún recordaba lo
ocurrido la noche anterior, lo que había pasado con él, lo qué le había
contado. Y ahora se sentía estúpida, avergonzada, totalmente azorada por lo que
él pudiera pensar.
No sabía cómo actuar con él. Le había
revelado algo muy importante de su vida, algo que había guardado consigo
durante mucho tiempo, y que jamás se había atrevido a confiar a nadie.
Comportarse como si nada hubiera pasado resultaría estúpido, pero tampoco
quería tener que seguir hablando del tema, no quería que él sintiera lastima o
algo peor por ella, quería olvidar que había pasado, como ya había hecho una
vez, y olvidar que él lo sabía. Quería volver a la normalidad, cuando ambos
eran desconocidos, cuando ni siquiera podían mantener una conversación de más
de dos palabras sin tirarse los trastos a la cabeza.
Quería volver al momento en el que
Eduardo era el enemigo, no un aliado, no la única persona en la que podía
confiar.
- ¿No vas a sentarte? – su esposo la miró
con una ceja alzada y ella se revolvió rápidamente hasta sentarse junto a él en
la mesa - ¿Qué tal has dormido?
- Bien.
- He pensado que quizá podíamos hacer algo
esta tarde, para despejarnos.
- Vale.
- Podemos salir un poco antes del trabajo y
organizar algo.
- Si.
- ¿puedes dejar de hablarme con monosílabos
y prestarme un poco de atención?
- No estoy hablando con monosílabos.
- Bien, vale, sí…
- Vale no es un monosílabo – se defendió
ella mirándole desafiantemente, pero al ver la mirada que él le devolvía se
arrepintió de su soberbia – está bien, perdona, no estaba prestando demasiada
atención.
- ¿No me digas? – dijo él con ironía – casi
ni me había dado cuenta.
- ¿Ahora quién es el que está vapuleando al
otro? – él arrugo la nariz y la tomó de la mano.
- Ahora en serio ¿Estás bien?
- Si… Eduardo… gracias por lo de anoche.
- ¿Por comportarme como un troglodita?, -
él la guiñó un ojo y la miró con una sonrisa burlona - de nada, cuando quieras
lo acordamos y lo vuelvo hacer - ella le sonrió enternecedoramente y comenzó a
comer si dejar de mirarle.
Llevaba media mañana en su despacho
prestando atención a cualquier ruido que se produjera. No estaba concentrada.
Había sido incapaz de ponerse a trabajar. En cuanto miraba una hoja de cálculo,
su mente desconectaba, se perdía en sus pensamientos, intentando poner en orden
algunas de las ideas que bullían en su interior.
El ruido del intercomunicador con su
secretaria la sobresaltó. Habló con ella y la pidió que hiciera pasar a
Daniella, que estaba esperando para verla.
- ¿Qué haces aquí? – la preguntó
preocupada. La había cogido tan de sorpresa su visita en la empresa, que lo
primero que se le había pasado por la cabeza es que algo malo hubiera pasado -
¿Ha pasado algo?
- No, tranquila, todo está bien, más que
bien – su sonrisa indicaba que algo le iba a contar – he venido a hablar
contigo.
- ¿Qué has hecho? – se recostó en la silla
y la miró intentado averiguar que estaba tramando.
- Yo nada, dios me libre de hacer algo.
Solo quería ver como estaba mi mejor amiga ¿no puedo?
- Claro que puedes, pero normalmente cuando
vienes a hacer eso comienzas insultando a Eduardo, cosa que no has hecho, por
lo que ya me estás diciendo a qué has venido de verdad.
- Me han ofrecido un trabajo estupendo.
- ¿un trabajo? ¿estás contenta por un
trabajo? – la miró con el ceño fruncido - ¿no hay ningún hombre de por medio?
- No… además ¿Quién te piensas que soy? Ni
que mi mundo girara en torno a un hombre.
- A uno no, a unos cuantos… - bromeó - venga a ver, cuéntame sobre ese
trabajo.
- Es la portada de una de las revistas de
más importancia en el mundo de la moda, ni te digo el nombre, porque de seguro
que ni la conoces, con eso de que estás todo el día entre cuentas no te enteras
de nada más – Carolina volteó los ojos ante el comentario de su amiga – pero es
muy importante para mí trabajo, por fin me dan a merecer… es el trabajo que
llevo esperando desde que comencé mi carrera.
- Me alegro mucho por ti Daniella, me
encanta verte así de contenta.
- Bueno, ahora te toca a ti ¿Qué tal con el
hombre de hielo?
- Ves, esto ya es más normal en ti
- Venga, desahógate conmigo, ¿Qué
crueldades te ha hecho ahora ese individuo?
- No me ha hecho ninguna, por mucho que te
empeñes tú en buscarle las vueltas.
- No me lo puedo creer, ¡le estás
defendiendo! – su amiga estaba escandalizada, y en cambio ella se divertía ante
sus ocurrencias.
- No le estoy defendiendo, solo te estoy
diciendo que no es como pensaba.
- ¿Y cómo es? – ahora era su amiga la que
estaba divertida.
- No sé, es diferente a como pensaba que
era.
- Eso ya lo has dicho, pero no me aclaras
que es lo diferente de él… ni tampoco lo que pensabas que era… porque nunca me
dijiste en realidad que era lo que
pensabas.
- Es que ni siquiera yo lo sé… no sé – se
encogió de hombros sonriendo – es especial…
- Algún día tendrás que explicarme el
significado de ”especial”…
- Toc, toc, toc – Eduardo asomó la cabeza
por la puerta - ¿Se puede?
- Si preguntas cuando una parte de tu
cuerpo está dentro ya no hace falta… además – se recostó en el asiento – que es
eso de“toc, toc, toc”, ¿Qué ha pasado
con la forma antigua y normal de tocar la puerta con la mano?
- Es que estamos en el siglo veintiuno – se
sentó en la silla que había frente a la mesa de ella y apoyó los codos sobre
esta - ¿has pensado algo para que hagamos?
- La verdad es que no, he estado algo
dispersa esta mañana y luego ha venido Daniella…
- Oh, Daniella… que bien… - la interrumpió
y se puso a jugar con los artilugios que Carolina tenía sobre la mesa.
- No empieces tú también… pobre… hoy casi
ni se ha metido contigo.
- ¿Qué estaba enferma?
- No, estaba contenta porque la habían dado
el trabajo de sus sueños…
- ¿La han contratado en el zoo para ser la
comida de los leones? – la preguntó sonriendo de oreja a oreja.
- Oh, eres increíble, no sé cuál de los dos
es peor.
- Ella, por supuesto, yo soy más guapo y
más simpático.
- Ya veo que tienes el día gracioso.
- Un poco… - toqueteó una vez más uno de
los adornos y la miró, recostándose en su asiento – he pensado que podíamos ir
al cine… palomitas, refrescos… y luego a comer una pizza, pero de las de
verdad, nada de sucedáneo congelado.
- Ese plan tiene poco de sano.
- Pero mucho de divertido… me apetece
descansar un día de comidas de alta cocina y de buenos modales, ¡quiero comer
con las manos!
- No te habrás golpeado en la cabeza a lo
largo de la mañana ¿verdad?
- No, al menos que yo recuerde – se puso en
pie – termina lo que tengas pendiente que en media hora vengo a buscarte, para
ir a casa y cambiarnos… quiero llegar a la sesión de las ocho que si no se nos
hace tarde.
- Vale.
- Así me gusta que me des la razón en todo
– la sonrió y salió del despacho.
Eduardo había cumplido. Media hora
después de salir de su despacho, había vuelto a buscarla cargado con todas sus
cosas y la había obligado a desconectar todos los aparatos y recoger todo.
Ambos se habían cambiado y se habían
puesto algo de ropa más informal, deseosos de dejar a un lado, por unas horas,
la seriedad y complejidad que rodeaba sus vidas.
Carolina bajó las escaleras de manera
apresurada, en respuesta a las continuas llamadas de su marido. Al llegar al
piso de abajo, se paró frente a él y le miró de brazos cruzados.
- Ya estoy aquí ¿Contento?
- Mucho, pero podías haberte puesto los
pantalones antes de bajar, te hubiera esperado igual.
- ¿Qué? – se miró las piernas – los llevo
puestos idiota.
- ¿Los llevas puestos? – Eduardo levantó la
casaca que, su esposa, llevaba puesta y que escondía casi al completo unos
short vaqueros, Carolina en respuesta le propinó un manotazo – pues quién lo
diría.
- ¿Nos vamos? – le preguntó resoplando ante
las estupideces que decía.
- Claro – hizo un gesto con el brazo
invitándola a que pasara delante – las damas primero – Carolina avanzó pero al
notar que él no la seguía se paró y se volteó para mirarle.
- ¿Qué pasa ahora?
- ¿Por qué te has puesto esas sandalias tan
altas?
- Porque me gustan ¿algún problema también
con mi calzado?
- Si, ahora eres casi tan alta como yo…
- Siempre soy casi tan alta como tú.
- Pero nunca tanto, ahora no parezco tan
espectacular, sigo siendo guapo, fuerte, inteligente, pero no tan alto como soy
en realidad… ¿Por qué no te subes a cambiar de calzado?
- Dios, pero que egocéntrico… eres insufrible…
vaya día tienes hoy… - se volvió y caminó dispuesta a llegar al garaje, con o
sin él – y encima todavía tengo que aguantarte durante toda la noche.
- No ha estado mal la noche - no hacía ni
diez minutos que se habían puesto en camino de vuelta a casa, tras salir de la
pizzería en la que habían cenado después de haber ido al cine – como sigas así
voy a tener que hacerme a la idea de que en extrañas ocasiones me puedo
divertir contigo.
- Pues yo me divierto siempre estando
conmigo mismo – contraatacó Eduardo, sonriendo con picardía pero sin distraer
ni un ápice la mirada de la carretera.
- Claro, porque llevas tanto tiempo contigo
mismo que has asumido que eres así de simple y que no tienes más remedio que
reírte de ti mismo.
- No, no puedo creerlo, acabas de hacerme
una broma, ¿quieres que pare el coche en el arcén y lo celebramos?
- ¿Ves como pasarlo bien contigo sin que
digas tonterías es un milagro?
- Bah, te estás haciendo la dura, pero en
realidad te tengo hipnotizada con mi encanto personal.
- Ah, pero ¿tú tienes de eso? – se giró en
su asiento levemente para poder verle de perfil.
- En serio que cuando lleguemos abro una
botella de champán o algo por el estilo, porque lo que está pasando hoy no es
normal.
- Dios ¿Por qué nunca te tomas las cosas en
serio?
- Sí, que lo hago… nuestro matrimonio me lo
estoy tomando muy, pero que muy en serio.
- Si, ya lo veo… - ironizó – aunque recuerdo
que cuando yo estuve luchando como loca porque esto no pasara tú estabas de
rositas por ahí…
- ¿No dicen que la excepción confirma la
regla?
- Ja y ja – le miró con los ojos
entrecerrados – muy gracioso… pero estoy hablando en serio, nunca diste muestra
de oponerte a esto, siempre era yo la que luchaba, siempre era yo la mala… hubo
momentos que me sentía tremendamente mal, luchando en contra de todo y de todos
yo sola.
- Siempre asumí que esto iba a pasar, por
eso no hice nada al respecto. Sabía que ese era mi destino y lo acepté. Cuando
nos dijeron lo de la boda, pensé que el momento había llegado y seguí adelante,
tú estabas continuamente pidiéndome ayuda, intentando acabar con la boda, y
decidí darte tiempo para asimilarlo, pero luego, me di cuenta de que no había
sido justo contigo, que tenía que haberte ayudado e intenté hacer algo al
respecto, aunque fuera tarde.
- Por eso viniste a verme el día de la boda
y quisiste saber si quería seguir adelante… - pensó en voz alta.
- Si. Sé que no fui muy razonable durante
todo ese tiempo, pero no sabía que más hacer… quería darte la oportunidad de
que eligieras.
- Y lo hice.
- Pero aún no sé si lo que elegiste fue por
ti misma o para no defraudar a toda la gente que esperaba tras la puerta – paró
el motor, en el garaje de la casa, y el silencio los rodeó.
Carolina evitó por todos los medios
mirarle. No sabía cómo decirlo… ni siquiera sabía que decir. Los hechos, los
sentimientos estaban bastante claros en su mente, pero por alguna extraña
razón, su cerebro, su boca era incapaz de transmitirlos.
Se sentía intimidada por la
presencia de él. Sabía que estaba esperando una respuesta pero era incapaz de
pronunciar las palabras necesarias.
Suspiró silenciosamente, intentando
evitar los, inexplicables, nervios que comenzaban a establecerse en su
estómago.
Tenía que acabar con ese incómodo
silencio que, desde hacía unos minutos, se había instalado entre ellos. Tenía
que decir lo que sentía, tan simple como eso. Pero esa simpleza era en realidad
su cruz, porque temía lastimarle, tenía miedo de hacerle sentir mal y eso era
algo que en este momento no podía permitirse.
Sus sentimientos por él habían
cambiado, y ese cambio había sido para bien. Eso era lo que Eduardo tenía que
saber. Y eso era lo que ella no sabía cómo hacerle saber.
Le sintió removerse en el asiento y
por primera vez desde que llegaron al garaje le miró, curiosa, queriendo saber
que hacía.
Se sorprendió al verle bajar del
coche, aunque no se lo reprochaba. Él le había expresado sus sentimientos y
ella le había otorgado un lamentable silencio.
Le imitó. Bajó del coche y le
observó mientras caminaba de forma cansada hacia la puerta que comunicaba con
la casa. Tenía que decir algo, tenía que intentar arreglar las cosas. No podía
dejarle entrar de esa forma, porque si lo hacía, sabía a ciencia cierta, que su
relación volvería a ser la de antes. Y eso era lo último que deseaba.
- Me sentí obligada a casarme contigo hasta
el momento en el que entraste y me diste la oportunidad de renunciar – las
palabras salieron de su boca como propulsadas provocando que Eduardo se quedara
estático en el lugar en el que se encontraba – cuando acepté continuar con la
boda fue por mí misma, no por la gente que esperaba.
- Es tarde, deberíamos subir ya, mañana
tenemos la reunión de presupuestos muy temprano.
Le miró boquiabierta. No se había
inmutado. No había dicho nada, no había reaccionado. Ella le había dicho la
verdad, le había confesado lo que había sentido, pensando que de esa forma él
la podría entender, que su relación podía mejorar aún más de lo que lo había
hecho desde que se habían casado, y en cambio él se había limitado a darle la
espalda y dejarla sola, con una estúpida disculpa.
Carolina estaba enfadada, furiosa
con él, por su comportamiento de niño malcriado, y consigo misma, por ser tan
estúpida de sentirse culpable por no haber hablado antes con él, por permitir
que él se sintiera mal, inseguro, culpable.
Subió a la habitación hecha un
obelisco. Tenía ganas de estrangularlo, de golpearle hasta hacerle perder el
sentido, por ser tan idiota, tan distante, por conseguir descolocarla siempre.
Por mucho que ella creyera una cosa sobre él, que estuviera segura de algo que
lo atañía, nunca era como ella pensaba, y nunca conseguía saber cómo eran
realmente las cosas con Eduardo.
Porque siempre se guardaba todo para sí,
porque era imposible sacarle algo sobre sí mismo, y porque ni sus acciones, ni
siquiera su mirada era capaz de transmitirle algo de lo que él pensaba o
sentía.
Y eso era lo que realmente la frustraba.
Cuando él se lo proponía conseguía ser un auténtico libro cerrado con mil y una
llaves.
Cuando Carolina entró en la habitación,
Eduardo estaba por meterse en la cama. Ella le miró despectivamente y se acercó
al armario para coger su pijama, tras lo cual, se encerró en el baño, para
cambiarse, con un tremendo portazo que hizo temblar algunos de los objetos que
adornaban la habitación.
Al regresar, él ya estaba acostado y con
la luz apagada. Ella tiró su ropa de mala manera sobre una de las sillas y se
metió en la cama haciendo el mayor ruido que le era posible. Deseaba
molestarle, despertarle si es que realmente se había dormido. No quería ser la
única que se durmiera enfadada aquella noche.
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Otro capi más por aquí, espero que os guste. Y gracias por el interés ;D
Jajaja. Ahi las chicas son guerreras jajaja. Me encantó el capítulo pero hasta q no admitan lo q les pasa Mallll lo tenemos... No se como lo haces pero a que capítulo mejor y además con unas ocurrencias q me río un montón.... Espero q publiques pronto y de verdad capítulo genial me tienes totalmente enganchada... Jajaaj
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