miércoles, 7 de agosto de 2013

Construyendo Recuerdos - "Capítulo 4"



      Pasó un tiempo más en el baño, y cuando se encontró algo más relajada, salió del él para dirigirse a la cama. No había rastro de su marido en la habitación, lo que la alegró. No estaba preparada para hablar con él y mucho menos para hablar de su pasado.



         Intentó conciliar el sueño, pero le era imposible. Los recuerdos la invadían con tan solo cerrar los ojos. Escuchó abrirse de nuevo la puerta de la habitación y los pasos de Eduardo entrando. No sabía la hora que era, ni el tiempo que había pasado pero seguramente más de lo que pensaba.


        Sintió caer el peso de su cuerpo al sentarse junto a ella en la cama, pero se quedó quieta, no quería hacer nada que pudiera indicarle que seguía despierta.


-   Lo siento Carol… lo siento mucho – se inclinó sobre ella y le acarició la cabeza con delicadeza.



Carolina no pudo evitar sobresaltarse ante el contacto, ante su voz. No se lo esperaba. Estaba tan concentrada en no hacer ruido que cuando él la habló y la tocó dio un respingo, que rogaba hubiera pasado desapercibido por Eduardo, pero no había sido así.



-      Estás despierta – sonó más como una pregunta, aunque pretendía ser una afirmación.

-      Si – su voz era un susurro, apenas audible. No tenían que hablar, no ahora.

-      Siento lo de antes – forzó la vista para intentar verla en la oscuridad – no sé lo que me pasó, no quise… - resopló intentando encontrar las palabras adecuadas.

-      No pasa nada… - ella aún no se había movido – no quería reaccionar así…, no fue por ti… yo… - se quedó callada y se abrazó intentado hacerse más pequeña de lo que era.

-      ¿Cómo que no fue por mí? – se volvió para encender la luz de la mesilla y se acomodó en la cama para mirarla, aunque solo fuera de espaldas - ¿Qué te pasa, Carol? – extendió la mano para tocarla, pero el contacto hizo que ella se encogiera aún más - ¿me tienes miedo?

-      ¡No! – se giró rápidamente para mirarle a la cara – no es eso, nunca podría tenerte miedo.

-      Entonces ¿Qué es? Sé qué no debí comportarme como lo hice antes, lo siento mucho… si es por eso yo… no sé qué hacer, pero no quiero verte así.

-      No es eso,  Eduardo, y no me pasa nada – intentó convencerle de nuevo apartando la vista de su rostro para ocultar sus ojos vidriosos.

-     Si quieres que me aleje, que me vaya a otro lugar, perfecto, pero no me digas que no es nada…

-     No es nada contra ti, yo solo… recordé algo, algo que creí olvidado… pero que no lo está tanto y que me duele… demasiado.

-      ¿Qué fue? – Ella negó con la cabeza, pero él la tomó de la mano, y está vez si permitió que la tocara. – puedes confiar en mí.

-      No es nada, pasó hace mucho tiempo.

-      Si aún te pones así con solo recordarlo si que es algo… - ella le miró dubitativa – bien, a ver vamos por partes, ¿Qué te hizo recordarlo? ¿la discusión que tuvimos? – ella negó con la cabeza - ¿Qué me pusiera un poco fuera de mis casillas? – se encogió de hombros. Eduardo la miró y respiró profundamente antes de realizar la próxima pregunta - ¿Qué te besara a la fuerza? – Carolina se mordió el labio inferior intentando ocultar el temblor que se había apoderado de ella, y apartó la vista de su marido. Eduardo sabía que la falta de respuesta no era sino una respuesta en sí misma, y en ese momento algo parecido al odio le subió desde el estómago - ¿alguien te forzó a…? – ni si siquiera pudo acabar la frase, la rabia que sentía era mucho más fuerte de lo que pensaba. Apretó la mano de Carolina, para intentar calmarla a ella y calmarse a sí mismo y con el otro brazo que tenía libre la atrajo hacia su cuerpo, enterrando su rostro en el cabello de ella - ¿Quieres contarme que pasó? – Carolina se separó de él y le miró.

-    Me da vergüenza hablar de esto contigo – él enmarcó su rostro con sus manos y la miró fijamente.

-   No tienes por qué tener vergüenza conmigo, y mucho menos por esto – ella volvió a morderse el labio dudosa - ¿Qué pasó?

-     Yo estaba estudiando en Italia, una noche salí con unos amigos, pero comencé a encontrarme mal… - hizo una pausa para tomar aire – Enrico se ofreció a acompañarme a casa, y cuando llegamos… - se levantó de la cama y se encaminó hacia una de las ventanas.

-   Carol – Eduardo no se movió de donde estaba, sabía que necesitaba espacio, y él se lo pensaba dar. La observó. Por primera vez la veía frágil, delicada, estaba temblando, y verla así le provocaba una ira que nunca antes había sentido – no hace falta que sigas hablando si no quieres – aunque él en realidad se moría de ganas de saberlo todo, de saber quién había sido ese desgraciado y hasta donde había llegado, pero sobre todo quería saber dónde encontrarlo para poder enseñarle las consecuencias que tenía hacerle daño a su esposa.

-      No, – puso una mano sobre el cristal – quiero seguir – cerró los ojos un segundo y respiró profundamente – no sé cómo pasó pero comenzó a decir idioteces, me agarró por los brazos y me besó a la fuerza, me llevó hasta el sofá, me tiró sobre él y se me echó encima – comenzó a respirar agitadamente – pataleé con todas mis fuerzas, hasta que conseguí apartarle de mí, me encerré en mi cuarto hasta que le oí irse… - bajó la cabeza - aún no se cómo lo conseguí, ni como pasó, él era el novio de mi amiga, yo… - sintió la mano de Eduardo sobre su hombro y se giró para abrazarlo.

-      Shhh, ya pasó – la acarició con movimientos acompasados el cabello – tienes que olvidarlo, eso forma parte del pasado.

-      Eduardo – se separó de nuevo de él – tienes que prometerme que no le vas a contar esto a nadie – le puso una mano en su antebrazo – nadie puede saberlo.

-      ¿No se lo has contado a nadie? – estaba sorprendido. Ella negó con la cabeza - ¿a ninguna de tus amigas? ¿a Daniella?

-  No, nunca he querido contarle esto a nadie, tú eres el único que lo sabe, tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie.

-      Pero… Carolina, yo creo que…

-      Por favor – al ver el miedo en el rostro de ella no tuvo más remedio que aceptar.

-      Está bien, no te preocupes por eso – la condujo hasta la cama y la ayudó a acostarse – ahora tienes que descansar – Carolina le sujetó por el antebrazo y le miró con los ojos vidriosos.

-      Gracias – Eduardo le acomodó el cabello y la arropó sin decir nada más.



 Carolina se despertó aún más cansada de lo que se había acostado, aunque ahora se encontraba mucho más tranquila que en la noche. Lo ocurrido revoloteaba en su mente como si fueran recuerdos propios de un sueño. Toda la situación había sido tan irreal, que le costaba un gran esfuerzo distinguir si había sido realidad, o fruto de un doloroso sueño.



Tenía poca o ninguna gana de acudir a la oficina, pero debía hacerlo, tenía responsabilidades que cumplir, y una regresión a un pasado, que debía estar ya olvidado, no la iba a impedir continuar con su día a día. No iba a dejar que ese momento que había acabado con sus estudios en Italia, se interpusiera de nuevo en su vida.



Se levantó y tras arreglarse, como todas las mañanas, bajó al comedor, donde la esperaba su desayuno, cuidadosamente preparado, junto con Eduardo sentado a la mesa, ojeando el periódico. Se quedó estática, parada en el quicio de la puerta, mirándolo, totalmente sorprendida.



Nunca, en el tiempo que llevaban casados, él la había esperado para desayunar. Siempre él era el primero en levantarse, en arreglarse, en desayunar y el primero en irse. Ella nunca había coincidido con él en la casa a esa hora, ni siquiera los fines de semana, en los que él también madrugaba y salía a correr u ocupaba su tiempo en algo que le mantenía fuera de la casa durante buena parte del día.



Por ello, el verle ahí sentado en la mesa, con su desayuno intacto, y leyendo el periódico como si nada, la pilló desprevenida, y la sorprendió. La rutina estaba rota y ella no sabía qué hacer. La mesa estaba acomodada para ambos, por lo que lo lógico sería que ella ocupara su lugar y actuara como si esa situación no fuera tan especial, como realmente lo era, pero eso la resultaba más difícil de lo que hubiera pensado.



Eduardo levantó la cabeza y la miró sonriente. Ya no había marcha atrás, ella tenía que actuar. Debía sentarse y dejar de mirar a su alrededor, dejar de mirarle a él, como si todo eso que la rodeaba formara parte de esa irrealidad que la llevaba acompañando desde la noche anterior.



-      Buenos días – Eduardo dobló el periódico sin dejar de mirarla y lo dejó a un lado – te estaba esperando para desayunar.

-      Pensé que ya te habrías ido.

-      Hoy no tenía mucho jaleo, así que decidí esperarte, he pensado que podríamos ir juntos.

-      Ah… si… supongo…



Miró nerviosa a su alrededor esperando encontrar algo que la hiciera esta situación más fácil. Aún recordaba lo ocurrido la noche anterior, lo que había pasado con él, lo qué le había contado. Y ahora se sentía estúpida, avergonzada, totalmente azorada por lo que él pudiera pensar.



No sabía cómo actuar con él. Le había revelado algo muy importante de su vida, algo que había guardado consigo durante mucho tiempo, y que jamás se había atrevido a confiar a nadie. Comportarse como si nada hubiera pasado resultaría estúpido, pero tampoco quería tener que seguir hablando del tema, no quería que él sintiera lastima o algo peor por ella, quería olvidar que había pasado, como ya había hecho una vez, y olvidar que él lo sabía. Quería volver a la normalidad, cuando ambos eran desconocidos, cuando ni siquiera podían mantener una conversación de más de dos palabras sin tirarse los trastos a la cabeza.



Quería volver al momento en el que Eduardo era el enemigo, no un aliado, no la única persona en la que podía confiar.



-      ¿No vas a sentarte? – su esposo la miró con una ceja alzada y ella se revolvió rápidamente hasta sentarse junto a él en la mesa - ¿Qué tal has dormido?

-      Bien.

-      He pensado que quizá podíamos hacer algo esta tarde, para despejarnos.

-      Vale.

-      Podemos salir un poco antes del trabajo y organizar algo.

-      Si.

-      ¿puedes dejar de hablarme con monosílabos y prestarme un poco de atención?

-      No estoy hablando con monosílabos.

-      Bien, vale, sí…

-    Vale no es un monosílabo – se defendió ella mirándole desafiantemente, pero al ver la mirada que él le devolvía se arrepintió de su soberbia – está bien, perdona, no estaba prestando demasiada atención.

-      ¿No me digas? – dijo él con ironía – casi ni me había dado cuenta.

-      ¿Ahora quién es el que está vapuleando al otro? – él arrugo la nariz y la tomó de la mano.

-      Ahora en serio ¿Estás bien?

-      Si… Eduardo… gracias por lo de anoche.

-    ¿Por comportarme como un troglodita?, - él la guiñó un ojo y la miró con una sonrisa burlona - de nada, cuando quieras lo acordamos y lo vuelvo hacer - ella le sonrió enternecedoramente y comenzó a comer si dejar de mirarle.



 Llevaba media mañana en su despacho prestando atención a cualquier ruido que se produjera. No estaba concentrada. Había sido incapaz de ponerse a trabajar. En cuanto miraba una hoja de cálculo, su mente desconectaba, se perdía en sus pensamientos, intentando poner en orden algunas de las ideas que bullían en su interior.



El ruido del intercomunicador con su secretaria la sobresaltó. Habló con ella y la pidió que hiciera pasar a Daniella, que estaba esperando para verla.



-      ¿Qué haces aquí? – la preguntó preocupada. La había cogido tan de sorpresa su visita en la empresa, que lo primero que se le había pasado por la cabeza es que algo malo hubiera pasado - ¿Ha pasado algo?

-      No, tranquila, todo está bien, más que bien – su sonrisa indicaba que algo le iba a contar – he venido a hablar contigo.

-      ¿Qué has hecho? – se recostó en la silla y la miró intentado averiguar que estaba tramando.

-    Yo nada, dios me libre de hacer algo. Solo quería ver como estaba mi mejor amiga ¿no puedo?

-    Claro que puedes, pero normalmente cuando vienes a hacer eso comienzas insultando a Eduardo, cosa que no has hecho, por lo que ya me estás diciendo a qué has venido de verdad.

-      Me han ofrecido un trabajo estupendo.

-      ¿un trabajo? ¿estás contenta por un trabajo? – la miró con el ceño fruncido - ¿no hay ningún hombre de por medio?

-      No… además ¿Quién te piensas que soy? Ni que mi mundo girara en torno a un hombre.

-      A uno no, a unos cuantos…  - bromeó - venga a ver, cuéntame sobre ese trabajo.

-      Es la portada de una de las revistas de más importancia en el mundo de la moda, ni te digo el nombre, porque de seguro que ni la conoces, con eso de que estás todo el día entre cuentas no te enteras de nada más – Carolina volteó los ojos ante el comentario de su amiga – pero es muy importante para mí trabajo, por fin me dan a merecer… es el trabajo que llevo esperando desde que comencé mi carrera.

-      Me alegro mucho por ti Daniella, me encanta verte así de contenta.

-      Bueno, ahora te toca a ti ¿Qué tal con el hombre de hielo?

-      Ves, esto ya es más normal en ti

-      Venga, desahógate conmigo, ¿Qué crueldades te ha hecho ahora ese individuo?

-      No me ha hecho ninguna, por mucho que te empeñes tú en buscarle las vueltas.

-      No me lo puedo creer, ¡le estás defendiendo! – su amiga estaba escandalizada, y en cambio ella se divertía ante sus ocurrencias.

-      No le estoy defendiendo, solo te estoy diciendo que no es como pensaba.

-      ¿Y cómo es? – ahora era su amiga la que estaba divertida.

-      No sé, es diferente a como pensaba que era.

-      Eso ya lo has dicho, pero no me aclaras que es lo diferente de él… ni tampoco lo que pensabas que era… porque nunca me dijiste en realidad que  era lo que pensabas.

-      Es que ni siquiera yo lo sé… no sé – se encogió de hombros sonriendo – es especial…

-      Algún día tendrás que explicarme el significado de ”especial”…



 

-      Toc, toc, toc – Eduardo asomó la cabeza por la puerta - ¿Se puede?

-      Si preguntas cuando una parte de tu cuerpo está dentro ya no hace falta… además – se recostó en el asiento – que es eso de“toc, toc, toc”, ¿Qué ha pasado con la forma antigua y normal de tocar la puerta con la mano?

-      Es que estamos en el siglo veintiuno – se sentó en la silla que había frente a la mesa de ella y apoyó los codos sobre esta - ¿has pensado algo para que hagamos?

-      La verdad es que no, he estado algo dispersa esta mañana y luego ha venido Daniella…

-      Oh, Daniella… que bien… - la interrumpió y se puso a jugar con los artilugios que Carolina tenía sobre la mesa.

-      No empieces tú también… pobre… hoy casi ni se ha metido contigo.

-      ¿Qué estaba enferma?

-      No, estaba contenta porque la habían dado el trabajo de sus sueños…

-      ¿La han contratado en el zoo para ser la comida de los leones? – la preguntó sonriendo de oreja a oreja.

-      Oh, eres increíble, no sé cuál de los dos es peor.

-      Ella, por supuesto, yo soy más guapo y más simpático.

-      Ya veo que tienes el día gracioso.

-      Un poco… - toqueteó una vez más uno de los adornos y la miró, recostándose en su asiento – he pensado que podíamos ir al cine… palomitas, refrescos… y luego a comer una pizza, pero de las de verdad, nada de sucedáneo congelado.

-      Ese plan tiene poco de sano.

-      Pero mucho de divertido… me apetece descansar un día de comidas de alta cocina y de buenos modales, ¡quiero comer con las manos!

-      No te habrás golpeado en la cabeza a lo largo de la mañana ¿verdad?

-      No, al menos que yo recuerde – se puso en pie – termina lo que tengas pendiente que en media hora vengo a buscarte, para ir a casa y cambiarnos… quiero llegar a la sesión de las ocho que si no se nos hace tarde.

-      Vale.

-      Así me gusta que me des la razón en todo – la sonrió y salió del despacho.



 Eduardo había cumplido. Media hora después de salir de su despacho, había vuelto a buscarla cargado con todas sus cosas y la había obligado a desconectar todos los aparatos y recoger todo.

           

            Ambos se habían cambiado y se habían puesto algo de ropa más informal, deseosos de dejar a un lado, por unas horas, la seriedad y complejidad que rodeaba sus vidas.



Carolina bajó las escaleras de manera apresurada, en respuesta a las continuas llamadas de su marido. Al llegar al piso de abajo, se paró frente a él y le miró de brazos cruzados.



-      Ya estoy aquí ¿Contento?

-      Mucho, pero podías haberte puesto los pantalones antes de bajar, te hubiera esperado igual.

-      ¿Qué? – se miró las piernas – los llevo puestos idiota.

-   ¿Los llevas puestos? – Eduardo levantó la casaca que, su esposa, llevaba puesta y que escondía casi al completo unos short vaqueros, Carolina en respuesta le propinó un manotazo – pues quién lo diría.

-      ¿Nos vamos? – le preguntó resoplando ante las estupideces que decía.

-      Claro – hizo un gesto con el brazo invitándola a que pasara delante – las damas primero – Carolina avanzó pero al notar que él no la seguía se paró y se volteó para mirarle.

-      ¿Qué pasa ahora?

-      ¿Por qué te has puesto esas sandalias tan altas?

-      Porque me gustan ¿algún problema también con mi calzado?

-      Si, ahora eres casi tan alta como yo…

-      Siempre soy casi tan alta como tú.

-      Pero nunca tanto, ahora no parezco tan espectacular, sigo siendo guapo, fuerte, inteligente, pero no tan alto como soy en realidad… ¿Por qué no te subes a cambiar de calzado?

-      Dios, pero que egocéntrico… eres insufrible… vaya día tienes hoy… - se volvió y caminó dispuesta a llegar al garaje, con o sin él – y encima todavía tengo que aguantarte durante toda la noche.




-      No ha estado mal la noche - no hacía ni diez minutos que se habían puesto en camino de vuelta a casa, tras salir de la pizzería en la que habían cenado después de haber ido al cine – como sigas así voy a tener que hacerme a la idea de que en extrañas ocasiones me puedo divertir contigo.

-      Pues yo me divierto siempre estando conmigo mismo – contraatacó Eduardo, sonriendo con picardía pero sin distraer ni un ápice la mirada de la carretera.

-      Claro, porque llevas tanto tiempo contigo mismo que has asumido que eres así de simple y que no tienes más remedio que reírte de ti mismo.

-      No, no puedo creerlo, acabas de hacerme una broma, ¿quieres que pare el coche en el arcén y lo celebramos?

-      ¿Ves como pasarlo bien contigo sin que digas tonterías es un milagro?

-      Bah, te estás haciendo la dura, pero en realidad te tengo hipnotizada con mi encanto personal.

-      Ah, pero ¿tú tienes de eso? – se giró en su asiento levemente para poder verle de perfil.

-      En serio que cuando lleguemos abro una botella de champán o algo por el estilo, porque lo que está pasando hoy no es normal.

-      Dios ¿Por qué nunca te tomas las cosas en serio?

-      Sí, que lo hago… nuestro matrimonio me lo estoy tomando muy, pero que muy en serio.

-      Si, ya lo veo… - ironizó – aunque recuerdo que cuando yo estuve luchando como loca porque esto no pasara tú estabas de rositas por ahí…

-      ¿No dicen que la excepción confirma la regla?

-      Ja y ja – le miró con los ojos entrecerrados – muy gracioso… pero estoy hablando en serio, nunca diste muestra de oponerte a esto, siempre era yo la que luchaba, siempre era yo la mala… hubo momentos que me sentía tremendamente mal, luchando en contra de todo y de todos yo sola.

-      Siempre asumí que esto iba a pasar, por eso no hice nada al respecto. Sabía que ese era mi destino y lo acepté. Cuando nos dijeron lo de la boda, pensé que el momento había llegado y seguí adelante, tú estabas continuamente pidiéndome ayuda, intentando acabar con la boda, y decidí darte tiempo para asimilarlo, pero luego, me di cuenta de que no había sido justo contigo, que tenía que haberte ayudado e intenté hacer algo al respecto, aunque fuera tarde.

-      Por eso viniste a verme el día de la boda y quisiste saber si quería seguir adelante… - pensó en voz alta.

-      Si. Sé que no fui muy razonable durante todo ese tiempo, pero no sabía que más hacer… quería darte la oportunidad de que eligieras.

-      Y lo hice.

-      Pero aún no sé si lo que elegiste fue por ti misma o para no defraudar a toda la gente que esperaba tras la puerta – paró el motor, en el garaje de la casa, y el silencio los rodeó.



Carolina evitó por todos los medios mirarle. No sabía cómo decirlo… ni siquiera sabía que decir. Los hechos, los sentimientos estaban bastante claros en su mente, pero por alguna extraña razón, su cerebro, su boca era incapaz de transmitirlos.



            Se sentía intimidada por la presencia de él. Sabía que estaba esperando una respuesta pero era incapaz de pronunciar las palabras necesarias.



Suspiró silenciosamente, intentando evitar los, inexplicables, nervios que comenzaban a establecerse en su estómago.



            Tenía que acabar con ese incómodo silencio que, desde hacía unos minutos, se había instalado entre ellos. Tenía que decir lo que sentía, tan simple como eso. Pero esa simpleza era en realidad su cruz, porque temía lastimarle, tenía miedo de hacerle sentir mal y eso era algo que en este momento no podía permitirse.



            Sus sentimientos por él habían cambiado, y ese cambio había sido para bien. Eso era lo que Eduardo tenía que saber. Y eso era lo que ella no sabía cómo hacerle saber.

           

            Le sintió removerse en el asiento y por primera vez desde que llegaron al garaje le miró, curiosa, queriendo saber que hacía.



            Se sorprendió al verle bajar del coche, aunque no se lo reprochaba. Él le había expresado sus sentimientos y ella le había otorgado un lamentable silencio.



            Le imitó. Bajó del coche y le observó mientras caminaba de forma cansada hacia la puerta que comunicaba con la casa. Tenía que decir algo, tenía que intentar arreglar las cosas. No podía dejarle entrar de esa forma, porque si lo hacía, sabía a ciencia cierta, que su relación volvería a ser la de antes. Y eso era lo último que deseaba.



-      Me sentí obligada a casarme contigo hasta el momento en el que entraste y me diste la oportunidad de renunciar – las palabras salieron de su boca como propulsadas provocando que Eduardo se quedara estático en el lugar en el que se encontraba – cuando acepté continuar con la boda fue por mí misma, no por la gente que esperaba.

-      Es tarde, deberíamos subir ya, mañana tenemos la reunión de presupuestos muy temprano.



Le miró boquiabierta. No se había inmutado. No había dicho nada, no había reaccionado. Ella le había dicho la verdad, le había confesado lo que había sentido, pensando que de esa forma él la podría entender, que su relación podía mejorar aún más de lo que lo había hecho desde que se habían casado, y en cambio él se había limitado a darle la espalda y dejarla sola, con una estúpida disculpa.



         Carolina estaba enfadada, furiosa con él, por su comportamiento de niño malcriado, y consigo misma, por ser tan estúpida de sentirse culpable por no haber hablado antes con él, por permitir que él se sintiera mal, inseguro, culpable.





       Subió a la habitación hecha un obelisco. Tenía ganas de estrangularlo, de golpearle hasta hacerle perder el sentido, por ser tan idiota, tan distante, por conseguir descolocarla siempre. Por mucho que ella creyera una cosa sobre él, que estuviera segura de algo que lo atañía, nunca era como ella pensaba, y nunca conseguía saber cómo eran realmente las cosas con Eduardo.



Porque siempre se guardaba todo para sí, porque era imposible sacarle algo sobre sí mismo, y porque ni sus acciones, ni siquiera su mirada era capaz de transmitirle algo de lo que él pensaba o sentía.



Y eso era lo que realmente la frustraba. Cuando él se lo proponía conseguía ser un auténtico libro cerrado con mil y una llaves.





Cuando Carolina entró en la habitación, Eduardo estaba por meterse en la cama. Ella le miró despectivamente y se acercó al armario para coger su pijama, tras lo cual, se encerró en el baño, para cambiarse, con un tremendo portazo que hizo temblar algunos de los objetos que adornaban la habitación.



Al regresar, él ya estaba acostado y con la luz apagada. Ella tiró su ropa de mala manera sobre una de las sillas y se metió en la cama haciendo el mayor ruido que le era posible. Deseaba molestarle, despertarle si es que realmente se había dormido. No quería ser la única que se durmiera enfadada aquella noche.


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Otro capi más por aquí, espero que os guste. Y gracias por el interés ;D

1 comentario:

  1. Jajaja. Ahi las chicas son guerreras jajaja. Me encantó el capítulo pero hasta q no admitan lo q les pasa Mallll lo tenemos... No se como lo haces pero a que capítulo mejor y además con unas ocurrencias q me río un montón.... Espero q publiques pronto y de verdad capítulo genial me tienes totalmente enganchada... Jajaaj

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