-
He decidido que voy a empezar a trabajar – le dije a mi
abuela Loli distraídamente mientras revolvía las judías sin ninguna gana de
comérmelas.
-
¿Cómo? – me preguntó escandalizada, algo que me
esperaba totalmente.
-
Lo que has oído, quiero trabajar este verano.
-
Pero eso no tiene sentido, Gaby, - la miré con una ceja
levantada – quiero decir, que solo tienes diecisiete años y además, no lo
necesitas, esta casa para nada está falta de dinero, y si tú quieres algo más,
solo tienes que decírselo a tu padre, no creo que se oponga a subirte un poco
la paga.
-
No es cuestión de dinero abuela.
-
Entonces ¿de qué es cuestión?
-
Es cuestión de que quiero hacerlo y punto.
-
Esa no es respuesta, eres demasiado joven – aparté la
mirada de ella. Sabía que el tema de la edad saldría a relucir, solo le faltaba
decir que qué iban a pensar los vecinos y todas mis expectativas sobre esta
conversación estarían cumplidas – ¿se lo has comentado ya a tu padre?
-
No.
-
Pues díselo, ya verás como te dirá lo mismo que te
estoy diciendo yo.
-
Me da igual lo que me diga, le voy a hacer el mismo
caso que me ha estado haciendo él a mí desde que se murió mamá.
-
No digas esas cosas – me reprendió mi abuela.
-
¿Por qué no? si es la verdad.
-
Tu padre lo ha pasado muy mal.
-
Mira – resoplé para calmarme, no me gustaba hablar de
este tema con nadie que no fuera Silvia o Leo, porque me enfadaba demasiado y
nadie excepto ellos sabían tranquilizarme y reconfortarme, así que cambié de
tema, dejándolo pasar una vez más – me da igual lo que digáis, voy a buscar un
trabajo y voy a empezar cuanto antes.
-
Cariño – se
acercó a mí y me pasó la mano por el pelo – no quieras correr tanto, tiempo al
tiempo, aún te queda mucho que hacer antes que trabajar, eres muy niña todavía
para preocuparte de esas cosas, disfruta del verano.
-
Solo te estaba diciendo lo que pensaba hacer, para que
luego no te pille de sorpresa – me levanté y me dirigí hacia la puerta.
Estaba sentada en el banquito que
bordeaba uno de los tantos ventanales que había en el conjunto que formaba mi
gran habitación, el extenso lugar donde estaba la cama entre otras cosas, el
vestidor, el baño y el estudio, que antiguamente había sido mi cuarto de
juegos, y que al crecer, había cambiado su función, porque claramente una niña
interna de diecisiete años no necesita un cuarto de juegos, sino un lugar donde
trabajar y pasar el tiempo libre que no tiene debido a que no se encuentra en
su casa la mayoría del tiempo.
Miraba por la ventana. Lo único
que realmente conseguía calmarme, cuando mis mejores amigos, Leo y Silvia, no estaban
conmigo. Lo único bueno que tenía esa maldita y enorme casa eran sus vistas. Se
veía un fragmento del jardín, que era más un bosque que otra cosa, con los
enormes árboles, que se encontraba en las inmediaciones del la casa, y que
dejaba entrever en la lejanía una maravillosa y solitaria cala, en la que mi
mente vagaba sin permiso siempre que podía.
Unos golpes secos en la puerta me
hicieron prestar atención al mundo que me rodeaba y mi mirada reparó en la
puerta de la habitación, que se había abierto sin esperar mi respuesta, dejando
que mi padre entrara en la estancia y se situara frente a mí, con una de sus
continuas y habituales miradas severas sobre mí, lo cual no suponía otra cosa
que problemas.
-
¿Por qué no has bajado? Llevo esperándote cerca de
media hora – me reclamó nada más entrar. Mi abuela había subido hacía un buen
rato para decirme que mi padre había llegado y que me esperaba en su despacho,
para hablar conmigo, pero yo ni me había planteado hacer el esfuerzo de bajar,
para escuchar cosas que no quería oír. Me quedé callada y volví a centrar mi
mirada en la ventana, pero mi padre continuó sin importarle mi silencio - He
hablado con tu abuela.
-
Es un alivio saber que no se te ha olvidado hacerlo –
me levanté del asiento cansada y me dirigí hacia mi cama para recoger un montón
de ropa y fui hacia el vestidor, rogando para que se fuera y me dejara
tranquila, como siempre se había preocupado por hacer.
-
No empieces con tus chiquillerías otra vez, he venido
de hablar de algo muy serio – su rostro reflejaba enojo, y el seguirme hasta el
vestidor indicaba impaciencia, en condiciones normales se quedaba quieto en un
lugar soltando su monologo de órdenes y reclamos.
-
No sé a qué te refieres – pasé por su lado de vuelta
hacia la habitación y él me sujetó del brazo para interrumpir mi recorrido.
-
No voy a permitir que te pongas a trabajar.
-
Menuda novedad, tú nunca me permites hacer nada con mi
vida – le reclamé soltándome de su agarre.
-
Te he dado una educación que muchos quisieran para sí.
-
Pues dásela a ellos, a mí no me importa.
-
Esto ya está bien, se acabó la rebeldía. No entiendo
como puedes haber salido así, se supone que vas a la mejor escuela del país y
ni siquiera ellos pueden terminar con ese carácter.
-
Mi carácter está perfectamente como está, gracias.
-
Está bien – resopló sonoramente apretándose el puente
de la nariz con dos dedos - Si es por aburrimiento puedes buscar algo más que
hacer.
-
¿Y que más quieres que haga? Mis amigos de cuando era
pequeña son auténticos desconocidos para mí, desde los ocho años, cuando me
encerraste en ese estúpido lugar y tiraste la llave, solo les veo algún que
otro verano y de pasada.
-
Bueno, de acuerdo, pues entonces sal con tus nuevos
compañeros, organiza un viaje o algo así…
-
Mis amigos del internado tienen su vida fuera, no son
como yo, no puedo pedirles que estén pendientes de mí, y además mis mejores
amigos, que son los únicos con los que puedo contar, y que estoy segura que ni
siquiera sabes como se llaman, viven demasiado lejos como para poder ir y venir
todos los días estando pendiente de los autobuses, es lo que tiene ir a un
colegio a millones de kilómetros de tu casa.
-
Bien, pues ahí tienes la solución para matar el tiempo,
aún no tienes el carnet de conducir, sácatelo ahora, aprovecha el verano – me
carcajeé en su cara más indignada que divertida.
-
Esto es el colmo, ni siquiera sabes la edad que tengo.
-
Por supuesto que sé la edad que tienes, soy tu padre,
no se te olvide.
-
Al que parece que se le olvida es a ti – comenté en voz
más baja de la que había estado utilizando hasta ahora. Cerré los ojos e
intenté continuar con la conversación de forma cordial, aunque a estas alturas
de mi vida, me resultara muy difícil cuando se trataban de estos temas y de mi
padre – pues si sabes la edad que tengo no entiendo como me lo propones, no
tengo la edad para hacerlo.
-
Bien, pero puedes ir sacando el teórico, para ese si
que tienes edad, y luego, cuando cumplas la mayoría ya te sacas el práctico.
-
Si, claro – levanté los brazos al aire indignada ante
su desfachatez – y me contrato un profesor exclusivo que me vaya a dar las
clases a la cárcel en la que me tienes metida.
-
Eso no sería necesario, podrías esperar al verano que
viene para sacarlo.
-
Eso es una estupidez.
-
Mayor estupidez es lo que tú me estás proponiendo, pero
lo peor es que no te das ni cuenta.
-
Pero ¿Por qué? ¿Tan difícil de entender es que quiera
hacer algo con mi vida?
-
Pero haz algo de provecho… es que no me cabe en la
cabeza para que necesitas tú trabajar, además en que lo harías si no tienes
experiencia de ningún tipo.
-
Pues en cualquier cosa, me da igual en qué, lo único
que quiero es sentirme útil, valiosa, darme cuenta de que puedo hacer algo con
mi vida, que no soy un trapo sin valor que se puede olvidar en cualquier
esquina.
-
No deberías de sentir eso.
-
Adivina por qué lo siento – le dije por primera vez en
mi vida abriéndole mi corazón y dejándole ver todas las carencias que había en
él – acaso ¿no ves lo que necesito?
-
Pero, ¿Qué puedes necesitar?, hay un millón de personas
que se cambiarían por ti con los ojos cerrados.
-
Pues que se cambien – exploté – les regalo mi vida, mi
maldita vida, esta vida que según tú es perfecta pero que deja mucho que
desear.
-
No entiendo como puedes hablar así, tienes todo lo que
puedes desear.
-
No, no lo tengo. No tengo una madre, porque se murió
cuando tenía ochos años, ni tengo un padre, porque desde que ella se murió el
desapareció de mí vida, me abandonó y me dejó tirada en el lugar más alejado
que pudo encontrar donde no le pudiera molestar y pudiera morirme de tristeza
sin que él se acordara de mí.
-
Las cosas no han sido como tú piensas Gabriela.
-
Si que lo han sido, y lo son. Desde que mamá murió tú
me culpaste de ello, me odiaste por algo de lo que yo no tenía culpa, me
apartaste de tú lado y me sentí sola en el momento en el que más falta me hacía
tenerte a mí lado. Y aún me siento sola, porque aún me sigues culpando por
ello.
-
Eso no es cierto.
-
Lo es, sabes perfectamente que lo es, pero no importa,
ya me he resignado, estoy acostumbrada, ya no importa, pero lo que realmente me
duele, es que con mamá esto no hubiera pasado, ella no habría dejado que esto
pasara.
-
No estás siendo justa.
-
Tú tampoco lo has sido conmigo, así que no vengas a
reclamarme ahora, porque no tienes ningún derecho.
-
A mí no me hables así, me debes un respeto, soy tu padre.
-
Por desgracia – dije con desprecio, pero en ese momento
lo único que me apetecía era ponerme a llorar y gritar, pero no iba a hacerlo,
no delante de él.
-
No voy a permitir… - le interrumpí sin pensar en las
palabras que iban a salir de mi boca.
-
Ojala hubieras muerto tú en lugar de mamá en ese
maldito accidente.
Sentí el golpe antes de que su
mano abofeteara mi cara. Y en ese momento supe que había traspasado la línea.
Todo se me había ido de las manos. Pero no me arrepentía de lo que había dicho,
al menos no de la mayoría de las cosas, Era lo que sentía, pero me dejé llevar
por el enfado y cuando comencé a hablar y a decir, de una vez por todas, todo
lo que llevaba tanto tiempo sintiendo, todo fue mayor de lo que habría querido
y mis palabras más duras de lo que nunca me habría propuesto pronunciar.
Me quedé mirando a mi padre, sin
decir nada. Porque no sabía que decir. Era la primera vez que mi padre me
abofeteaba. Y por mucho que me doliera me lo había merecido con creces.
Él estaba pálido y me miraba
sorprendido y luego dirigió su mirada hacia su mano, y sin decir ni una palabra
giró sobre sus talones y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí
con más cuidado del que había esperado, después de lo ocurrido.
Había pasado una semana desde la
discusión entre mi padre y yo. Desde ese momento apenas nos habíamos cruzado en
la casa, y las veces que coincidíamos, apenas hablábamos. Yo seguía enfadada y
ahora no solo por todo lo que había pasado a lo largo de estos años, también lo
estaba por como se había comportado. Yo, por fin, le había dicho todo lo que
sentía. Me había abierto, con dureza, atacando, esperando una defensa, un
excusa y sobre todo un cambio de actitud, pero lo único que había conseguido
había sido más y más distanciamiento, por lo que estaba aún más enfadada con él.
Acababa de regresar de comprar un
periódico, de esos en los que nada más se publican anuncios, para continuar con
mi ardua tarea de encontrar un trabajo en condiciones. Subí hacia mi habitación
y me dirigí al estudio donde me senté en uno de los sofás, y comencé a ojear el
diario. Estaba sumida en el mundo de las palabras cuando un ruido, llamó mi
atención, a mi espalda y sobresaltada me giré.
-
¿Qué quieres? – le pregunté a mi padre volviendo a
darle la espalda cuando hube comprobado que era él. No me apetecía para nada
verle y mucho menos hablar con él.
-
Quería hablar contigo.
-
¿De qué? - pasé
una hoja y me concentré en ella como si tuviera la mayor importancia del mundo.
-
He estado pensando en lo de que trabajes, y no me voy a
oponer, siempre que me mantengas al tanto de lo que vas a hacer y compruebe por
mí mismo que todo está bien.
-
Vale.
-
¿No vas a decirme nada más?
-
¿Qué quieres que te diga?
-
No sé, esperaba una reacción algo más efusiva por tu
parte. Pensé que te alegrarías.
-
Cuando se lo conté a la abuela y por consiguiente a ti
– me levanté y dejé el periódico sobre la mesita, para voltearme y quedar
mirándole – no lo hice porque quisiera tú permiso, solo os estaba informando de
algo que iba a ser un hecho, que estés de acuerdo solo facilita las cosas.
-
¿Facilita las cosas?
-
Si, - hice una mueca de indiferencia – no tendré que
mentir, ni salir a hurtadillas, todo será más claro entre todos y más tranquilo
para mí.
-
Entiendo – se quedó unos segundos callado mirándome y
se aflojó la corbata un poco, desabrochándose también el botón del cuello de la
camisa - en realidad no solo he venido a decirte esto.
-
¿ah, no? – le miré con una ceja levantada, sin entender
lo que quería decir.
-
No, en realidad, había pensado que, quizá te gustaría
trabajar conmigo en la empresa.
-
Mira, no te ofendas, pero eso es lo último que me
apetece hacer en este momento.
-
Está bien, entiendo, pero de todas formas, si quieres
que te ayude a encontrar algo solo tienes que decírmelo.
-
Cuando la necesité de verdad no estabas ahí para
dármela.
-
Yo – suspiró – Gaby me gustaría que…
-
Te has confundido de nombre – le interrumpí – para ti
ya no soy Gaby, hace diez años que dejé de serlo, porque hace diez años que no
me llamas así.
-
Lo sé y es algo que…
-
Además, así solo me llaman las personas que me quieren
– le miré y por segunda vez en toda mi vida de me arrepentí de haberle hablado
así.
Su cara estaba contraída, y en
sus ojos había una muestra de dolor que hacía mucho que no veía en ellos. Le
había hecho daño y lo peor es que lo había hecho de forma intencionada,
pensando que no me importaría, que se lo merecía. Pero en realidad me
importaba, y mucho más de lo que me quería reconocer a mí misma. Porque a pesar
de todos los desplantes, los anhelos y las carencias de todos estos años, le
quería con toda mi alma.
-
Será mejor que te deje sola – suspiró y titubeó un
segundo antes de salir de la habitación, dejándome sola, sintiéndome como la
peor persona del mundo y con unas inmensas ganas de llorar.
-
Hola chicos – llegaba puntualmente, pero ellos ya estaban
allí. Había quedado con ellos para ir al cine y para vernos ya que desde que
nos habían dado las vacaciones quince días antes solo habíamos hablado por el
Messenger y por teléfono.
-
Hola Grabiela – me dijo Leo con su habitual capacidad
para hacer tontos juegos de palabras.
-
Hola Leopardo – contraataqué.
-
No empecéis, por favor – nos rogó Silvia, flamante
sufridora de nuestros continuos piques.
-
Que pasa ¿tienes envidia Salvia? – la preguntó Leo
haciendo que todos nos riéramos.
-
¿Cómo os van las cosas?, os he echado muchísimo de
menos. No sabéis la falta que me habéis hecho – les confesé aliviada de poder
estar con ellos hablando como siempre.
-
¿Qué ha pasado? – me interrogó Leo, casi sin dejarme
terminar de hablar.
-
No ha pasado na…
-
¿Has discutido con tu padre? – está vez fue Silvia la
que me interrogó. Sabía que a ellos era imposible poder engañarles u ocultarles
algo, así que solo me quedó una cosa que hacer. Asentir y contarles todo lo
ocurrido.
-
Te has pasado, y no uno, sino mil pueblos – me dijo Silvia
nada más terminar de contarles todo, a la vez que se cruzaba de brazos.
-
En cierto modo lo sé, pero es que… - enredé una
servilleta entre mis dedos y bajé la vista.
-
Tienes que relajarte un poco cariño… la próxima vez que
habléis déjale hablar, pero sin morderle, quizá quiera arreglar las cosas, pero
no tiene el suficiente valor, ni tú se lo pones fácil – me dijo Leo
acariciándome la espalda.
-
Estoy de acuerdo con Leo, Gaby, tienes que dejar que tu
padre se abra, ya le has dicho todo lo que sentías, estoy segura de que eso le
ha hecho pensar y se ha dado cuenta de lo equivocado que ha estado.
-
Igual tenéis razón… quizá deba darle una – hice una
mueca - ¿oportunidad? – que raro sonaba, pero en cierto modo tenían razón. Me
quedé callada unos minutos y luego les miré. Ellos me observaban preocupado - gracias
chicos… - les abracé intentando aguantar las ganas de llorar – no se qué haría
sin vosotros.
-
Bueno, ya vale de lloriqueos y dramatismos que tengo
una reputación que mantener – dijo separándose de nosotras pero acariciándome
la mejilla a la vez que me sonreía y me guiñaba un ojo, haciéndome ver que lo
decía en tono de broma – vamos a lo importante, ¿ya tienes trabajo?
-
Que más quisiera… llevo dos semanas buscando y no he
encontrado nada, la mayoría son una estafa, que lo único que pretenden es
encontrar esclavos y en los pocos que merecen la pena no me hacen ni caso por
tener diecisiete años.
-
Bueno, tendrás que tomarte las cosas con tiempo Gaby,
mi prima tardo casi un año en encontrar su curro – me dijo Silvia con cara de
compadecimiento.
-
Genial – soltó Leo de golpe.
-
Yo no lo considero tan genial, dentro de un año no
necesito el trabajo, yo le quiero ahora – me quejé enfadada.
-
No, yo decía genial, porque así puedo decirte lo que tenía
que decirte.
-
¿Qué tenías que decirme? – le pregunté sin entender.
-
Pues que he hablado con mi hermana y como ella estaba
buscando a alguien para la tienda, porque va a estar liada porque quiere abrir
una nueva y los empleados que tiene no son suficientes, pues….
-
Pues ¿Qué? – preguntamos Silvia y yo a la vez,
impacientes.
-
Pues que le dije que tú querías trabajar y me dijo que
fueras a la tienda que ella te contrataba para el verano – me explicó Leo más
ilusionado que yo.
-
Eso es genial – corroboró Silvia, pero yo no estaba tan
segura como ellos.
-
Pero estás seguro de que ella va a querer que…– me daba
vergüenza decirlo.
-
Claro, y más si eres tú- me dijo él con tono risueño -
el lunes nos pasamos y hablas con ella – le miré indecisa - aunque esta tarde le
diré yo que ya te lo he dicho y que has aceptado.
-
Gracias, pero todavía no he aceptado, ni ella me ha
aceptado – le recordé, los dos resoplaron, pero era la verdad, trabajar para
Mar sería estupendo, pero tampoco quería que me viera como una aprovechada
Leo me había ido a buscar a casa
para llevarme en la moto a la tienda. Silvia había querido venir con nosotros
también pero a su madre se le había antojado hacer no se qué cosas super
urgentes con ella de por medio que no la había dejado escapatoria y que la iban
a apartar del mundo normal durante unos días.
Estaba temblando, no porque fuera
a ver a Mar, porque ella para mí era como una hermana, sino porque iba a ser mi
primer día en algo que no conocía y estas situaciones siempre me ponían de los
nervios.
Cuando llegamos al parking del
centro comercial, me bajé de la moto y le tendí el casco a Leo para que lo
guardara, pero él no hizo el más mínimo movimiento para alcanzarlo, sino que
tan solo se me quedó mirando con su cara de analización.
-
No te preocupes – me dijo, tirando de mi mano hacia la
entrada.
-
No estoy preocupada – afirmé yo, escondiendo el temblor
de mis manos dentro del casco.
-
Lo sé- dijo con su ironía característica, dejándome
claro que no había logrado engañarle.
-
Te odio – murmuré entre dientes, cansada de que siempre
supiera como nos sentíamos cualquiera de nosotras dos, con tan solo mirarnos de
reojo.
-
Eso también lo sé – me dijo con su sonrisita de
prepotencia, que volvía locas a todas las incautas muchachitas que se rendían a
sus pies.
-
No has guardado el casco – le dije más para distraerme
a mi misma que porque realmente me importara que tuviera que cargar con él.
-
Otra cosa más que sé… - me miro poniendo una de sus
múltiples muecas fanfarroneras, de las que estamos convencidas Silvia y yo que ensaya
frente al espejo - ¿has visto lo inteligente que soy? – resoplé – ay, que poco
sentido del humor que tienes hoy.
-
Es que tengo más cosas en que pensar que en reírte las
gracias a ti.
-
Bueno, y que humos también – ahora él fue el que
resopló, aunque lo hizo más sonoramente que yo – ay… - se llevó la mano que
tenía libre del casco, al corazón y puso cara de compungido - sino fuera porque
te quiero tanto… - ya empezaba él con sus teatritos, pero me encantaba que
fuera así, siempre conseguía distraerme de todo, y eso era algo muy difícil de
conseguir a veces.
-
Deja tus tontería anda – le dije entre carcajadas,
pegándole un pequeño empujón – estoy nerviosa.
-
Pues no tienes por qué, y lo sabes, Mar te quiere más a
ti que a mí, te va a tratar como la reina de saba.
-
No estoy nerviosa por Mar, sino por el resto de gente,
y por como vayan a ir las cosas, mira si la cago, y te dejo mal a ti y Mar se
enfada.
-
Sinceramente, no creo que eso pase, vender ropa no es
el santo grial de los trabajos, cualquiera puede hacerlo, y tú mejor que nadie,
si siempre estás pendiente de todo… todo se te da bien – se encogió de hombros
y siguió caminando con su mano entrelazada con la mía – no creo que esto sea el
defecto que te he estado buscando durante diez años.
-
Me tomaré eso como un cumplido.
-
Ah, ¿es que ha sonado como otra cosa? – me miró de
nuevo sonriendo picaramente.
-
Bueno – me paré frente a la entrada de la tienda y le
apreté la mano con fuerza - si me hiperventilo tú me sacas corriendo ¿verdad?
-
Por supuesto, pero no creo que eso pase.
-
Vale, - suspiré y le miré – creo que debería soltarte
la mano, ¿no? bastante pensaran los empleados que soy la enchufada, como para
entrar de la mano del hermano de la jefa.
-
Como quieras, pero no creo que nadie piense mal de ti. Darío
lleva trabajando el tiempo suficiente en la tienda como para saber que mi
hermana hace las cosas lo suficientemente bien, como para no contratar a
cualquiera, y Patri, es demasiado buena como para pensar en esas tonterías.
-
Vale, entonces ten tu casco y entro – empujé el casco
sobre su pecho para que lo cogiera de una vez.
-
No, quédatelo, a la tarde vengo a buscarte y me cuentas
como fue todo.
-
Pero ¿y si quedas con alguna de esas incautas a las que
les pareces irresistible?
-
Bueno, si eso pasa, te llamo y te aviso.
-
Pero no podrías llevarlas sin el casco, espabilao.
-
Pero tengo el calimero, en la moto, este solo lo llevan
mis dos chicas especiales.
-
Vale, entonces, ya me voy, deséame suerte.
-
Yo pensaba entrar contigo.
-
No, eso ni hablar, quiero entrar sola, no quiero que te
vean.
-
Eso es algo más que difícil, dado que estamos parados
enfrente y mi hermana se empeñó en poner unas cristaleras como un campo de
fútbol.
-
No me importa, de todas formas no quiero que pases.
-
Eres consciente de que estamos hablando de la tienda de
mi hermana ¿verdad?
-
Si, pero no quiero que entres conmigo, hazlo un poco
después si quieres.
-
Eso es algo totalmente ridículo.
-
Me da igual.
-
Bueno – puso los ojos en blanco, haciéndome ver que
esto le parecía una idiotez, y me abrazó – mucha suerte – me dio un beso en la
frente y se separó sonriéndome – y relájate, a la tarde nos vemos y me cuentas.
-
Vale, adiós – le empujé un poco y él retrocedió un par
de pasos como si hubiera podido moverle de verdad, aún sonriéndome – y gracias
– me hizo una reverencia tonta y yo le saqué la lengua, para un segundo después
volverme hacia la tienda y entrar en ella con el corazón en la boca.
Todo había ido bien, al menos por
el momento. Mar me había explicado como funcionaba todo, y la función que
realizaría, que básicamente era la de colocar las cosas y ayudar a los clientes
que lo necesitaran, que era lo mismo que hacía Patri, una de mis compañeras, la
cual según me había dicho Leo, llevaba trabajando desde principios de año,
cuando había cumplido la mayoría de edad, y era el prototipo barbie malibú,
alta, delgada, rubia y de ojos azules. Vamos, la típica chica que piensas que
no es nada más que una cara y un cuerpo, pero en este caso, además de muy
guapa, era también inteligente y muy simpática y en cuanto que Mar nos presentó
se ofreció para ayudarme en lo que necesitara, algo que le agradecí en el alma,
porque no tenía muy claro que hubiera captado todo lo que me había dicho, la
“jefa”, tan rápidamente.
Un rato después me presentó a Darío,
que al contrario que Patri, parecía más distante y serio. Leo me había
comentado que tenía veinte años, y que llevaba trabajando en la tienda desde
los diecisiete. Al principio Mar le había contratado para un verano, pero como
el chico le había caído en gracia y era muy responsable, le había propuesto
continuar durante todo el año, compaginándolo con los estudios y aún seguía
haciéndolo.
Él también era bastante guapo, alto,
bien formado, con el pelo negro y los ojos azules, parecido a Paul, el novio de
la Sindy; lo
que me hizo pensar que Mar debería de tener, además de una fijación por los
muñecos de mi infancia, una baremo sobre sus empleados, tal que, tú eres feo,
no entras o eres demasiado baja, no me vales… pero dado que mi aspecto,
bastante menos exuberante que el de Patri, no cuadraba demasiado, estaba claro
que mi enchufe iba a salir a relucir en algún momento.
Las funciones de Darío eran más
extensas que las nuestras. Básicamente porque, por antigüedad, él era el
segundo de a bordo, y era algo así como el encargado, por lo que cada vez que
Mar no estuviera él se encargaría de todo, lo cual conociéndola, debía ocurrir
bastante a menudo. Además de que este chico era junto con ella los únicos que
se ocupaban de cobrar a los clientes y manejar todo el dinero.
Cuando Mar me hubo explicado todo
lo que tenía que hacer, me pidió que colocara unas camisetas que habían llegado
en un nuevo stock y se fue.
No sé por qué me sentía observada
por todas partes y eso que aún era pronto y no había nadie en la tienda, a
excepción de Patri y Darío. Intenté desligar esos pensamientos de mi cabeza y
me centré en doblar camisetas, algo que sin explicarme por qué en mi casa se me
daba mucho mejor que ahí. Por más que intentaba que los lados me quedaran igual
y que las mangas no sobresalieran por debajo, parecía que era imposible.
Cuando había repetido la
operación de doblado lo menos quince veces con la misma camiseta, que resultaba
que también era la primera, de un total de veinte, que debía colocar, un chico
se acercó a mí y me preguntó por un modelo de pantalón, que en mi vida había
oído. Así que me le quedé mirando con cara de tonta, intentando recordar todo
lo que me había dicho Mar y que ahora se me mezclaba en la cabeza.
Apurada dirigí mi mirada a mí
alrededor buscando a Patri, para que me echara un cable, pero ella estaba
ocupada con otro cliente. Así que intente parecer profesional para no salir
corriendo.
-
Veras, ahora mismo no recuerdo ningún pantalón de esa
marca, quizá si me lo describes un poco te pueda ayudar – le dije intentado que
manejaba el cotarro.
Aunque difícilmente iba a poder
hacerlo, ya que generalmente no me fijaba demasiado en el tipo de pantalones
que llevaban los chicos, más bien lo que atraía mi atención era el culo que les
hacían los susodichos, y considerando que la mayor parte del tiempo estaba en
el internado, entendía más de pantalones de paño con pinzas que de vaqueros de
marca, aunque con las vueltas que me había dado por la tienda, y haciendo
memoria sobre los pantalones que tenía Leo quizá pudiera sacar algo en claro.
Al fin y al cabo, de algo nos iba a tener que servir a Silvia y a mí todos los paseíllos
que nos había echo con sus modelitos, antes de sus grandiosas, y múltiples
citas.
-
Pues son bajos de cintura, bastante anchos y con varios
bolsillos – se tocó las piernas en dos alturas diferentes, lo que deduje que
era para indicarme donde estaban situados los bolsillos.
-
Ah, claro, creo que ya sé cual me dices – y lo más
sorprendente es que era cierto, eran unos pantalones que Mar le había regalado
a Leo por su cumpleaños, que eran horribles, y que en consenso mutuo de los
tres, es decir, Silvia, él y yo misma, habíamos decidido que cambiara por unos
vaqueros ceñiditos que le quedaban mucho mejor; y además había visto esos
vaqueros tan feos en una de las vueltas que había dado por la tienda, por lo
que finalmente si que podría ayudarle – sígueme y te los muestro.
-
Gracias.
Me di la vuelta y me choqué de
bruces contra el pecho de Darío. Me separé y me froté la nariz mientras
resoplaba, porque encima el muy idiota no me había pedido ni perdón. Le miré
pero estaba pasando de mí olímpicamente y se había centrado en el chico que
estaba tras de mí y le estaba preguntando si necesitaba algo. El chico muy
amablemente estaba diciéndole que no, que yo ya le estaba ayudando y Darío, se
dirigió a la caja de nuevo con cara de pocos amigos, lo que no entendía
demasiado, pero me daba igual, era mi primer día y podía ayudar a mi primer
cliente, así que lo que pensara don insociabilidad, no me importaba en
absoluto.
Llevé al chico, de unos quince
años, por lo que me sentía más cómoda al hablar con él, sabiendo que era más
joven que yo, y le mostré los pantalones que me había pedido, pero me seguían
pareciendo horribles, y como lo de callarme las cosas solo me ocurre cuando
tengo enfrente a mi padre, y ya ni eso, se lo dije, mientras el chico se los
situaba delante de él para mirarlos.
-
Si me dices la talla que usas te la sacaré, aunque
déjame decirte que creo que esos pantalones no te van para nada.
-
Bueno… – el chico se me quedó mirando con la boca
abierta – en realidad… – dejó el pantalón sobre el estante y se acarició la
nuca – a mi mucho no me gustan pero como todos los chicos del instituto los
llevan, pues…
-
Pues no deberías dejarte llevar por las modas, si
realmente no te gustan no te los lleves – me miró con las cejas levantadas y yo
ya no sabía si estaría metiendo la pata, pero es que ni siquiera tenía cuerpo
para llevar esos pantalones, iba a parecer con ellos un esperpento, entre lo
delgado que era él y lo anchos que eran los pantalones – mira estos otros - me
volví y busqué entre los distintos tipos de vaqueros que había y escogí otros
que le iban a quedar mucho mejor – estos te sentarán mucho mejor, ¿por qué no
te los pruebas?
-
Sabes, creo que tienes razón – me sonrió – te voy a
hacer caso – se los entregué.
-
Te acompaño a los probadores – le indiqué el camino y en
el trayecto cogí una camiseta – mira esta te iría genial con los vaqueros,
pruébatela también, ya verás que bien te queda.
-
Vale – la agarró y se metió en el probador.
-
Si necesitas algo más me dices.
-
Gracias.
Volví al lugar en el que estaba
antes, mientras el chico se probaba todo lo que le había dado, e intenté volver
a doblar las camisetas.
-
¿Qué tal te ha ido con ese chico? – me preguntó patri
ayudándome a doblarlas.
-
Bien, yo creo que he podido ayudarle.
-
Eso seguro, se le veía de un feliz cuando se ha metido
al probador… - yo sonreí ante la satisfacción que me producía saber que podía
ayudar, aunque fuera en algo tan tonto como esto, a alguien que no fueran mis
amigos, por fin me sentía útil.
Unos minutos después el chico
vino junto a nosotras y me dijo que se llevaba las dos cosas, entonces le
indiqué que se dirigiera a la caja, donde le cobraría mi compañero, es decir,
Darío, que nos miraba a los tres con una cara bastante extraña.
No le di mayor importancia y
seguí hablando con Patri y doblando camisetas, o intentándolo, porque estaba
visto que eso se convertiría en mi sino durante todo mi trabajo, porque era
increíble lo lenta y negada que era para ello. Pero cuando menos nos lo
esperábamos, el tal Darío, se puso detrás nuestro y nos habló de golpe,
dándonos un susto de muerte.
-
Patri, nos dejas solos por favor, necesito hablar con
ella – y me señaló como si fuera una prenda más.
-
Si, claro – ella dejó la camiseta sobre el estante y se
alejó.
-
Tú dirás – le dije poniéndome frente a él y abrazando
la camiseta que en ese momento tenía entre las manos.
-
¿Por qué no le enseñaste a ese chico el pantalón que
quería? – me preguntó él cruzándose de brazos y mirándome como si hubiera
cometido el peor crimen del mundo.
-
Pero si sí que se lo enseñé – no entendía a que venía
eso.
-
Y entonces ¿Por qué no se lo llevó?
-
Porque le enseñé otras cosas que le iban a quedar mejor
y él pensó lo mismo, además ¿Qué más da? El chaval compró varias cosas.
-
Si, pero lo que compró no le da ni para una pernera del
pantalón por el que te había preguntado y que si no llega a ser por ti hubiera
comprado.
-
Bueno, pero es que al chico le iba a quedar mejor el….
-
No me importa lo que le vaya a quedar mejor, cuando
alguien te pregunte por algo, tú se lo enseñas y punto, que para eso es para lo
que estás aquí, así que deja de dártelas de reina de la moda y haz tu trabajo –
se giró sin dejarme decir nada y se fue.
Era increíble, encima que había
conseguido vender algo, el idiota me echaba la bronca. No entendía por qué a
todo el mundo le daba últimamente por chillarme, alguna cosa en la vida haría
bien como para que me felicitaran por algo.
En el descanso de la mañana, Patri
se acercó a mí y me invitó a tomar un café en el bar. Yo acepté aunque no me
gustaba el café, pero antes que pasar cinco minutos sola con el ogro mirándome
como si quisiera comerme, era capaz de hacer cualquier cosa.
-
¿Estás bien? – me preguntó Patri mientras yo revolvía
mi cola cao distraídamente.
-
¿Eh? – levanté la mirada hacia ella – si, ¿Por qué no?
– le dije de forma autómata.
-
He oído lo que te ha dicho Darío y lo he flipado, nunca
le había dicho algo parecido a nadie, y mira que ha habido algunas que se lo
merecían de verdad.
-
Debe ser que soy un imán para las broncas – hice un
amago de sonrisa y volví a revolver el cola cao.
-
Bueno pero tú no te preocupes, seguro que le has
pillado en un mal momento y ha descargado contigo.
-
Eso también me suele pasar – sonreí irónicamente y la
miré – pero sabes, me da igual lo que me diga, a ese chico le quedaba mucho
mejor la ropa que se ha llevado y si no le gusta lo que hago pues que me
despida, me da igual, pienso hacer lo que sienta, y si tengo que andar a bronca
diaria pues lo haré, pero la próxima vez no me quedaré callada, nada de eso, le
contestaré como se merece, eso haré – y cogí un bollo y le mordí con las mismas
ganas que si le estuviera mordiendo la cabeza al idiota de Darío.
Finalmente llegó la hora de salir,
y bendita fuera, porque estaba hasta las narices de las miraditas del “jefe”.
Pero a pesar de todo, me lo estaba pasando genial, había conseguido ayudar, a
mi forma, a cinco personas más, algo bastante satisfactorio en una tienda
estilo self-service, por lo que me sentía tremendamente orgullosa de mí misma, e
incluso había conseguido doblar, en condiciones, no solo las camisetas que Mar
me había pedido que colocara, sino también un mogollón de ropa más, que don “no
soy capaz de hablar sin ladrar” me había mandado que organizara, aunque en eso
Patri me había estado echando una mano, de muy buen grado y habíamos estado hablando
mucho, lo que me había hecho la tarea más agradable y me había hecho sentir
cómoda a pesar de…, bueno a pesar de todo.
Leo me había venido a buscar pero
me había mandado un mensaje avisándome de que estaba esperándome en el bar,
porque sabía que no quería ni que apareciera por la tienda. Así que en cuanto
que terminó mi turno me salí corriendo para no tener que verla la cara más a mi
queridísimo compañero.
-
¿Cómo te ha ido? – me preguntó entusiasmado, pero al
ver mi cara, que imagino mostraba mi fastidio solo de pensar en que el señorito
no se había dignado ni a decirme adiós, haciendo gala de su idiotez y su mala
educación – uy, ¿Qué ha pasado?
-
Nada – sonreí y me senté junto a él, después de darle
un beso en la mejilla – que el tipo ese que tu hermana tiene de ayudante es lo
más pedante que he visto nunca.
-
¿Darío? Pero si es muy simpático.
-
Si, eso he oído, lo que pasa es que aún no se ha
dignado a demostrármelo, se conoce que le gusta más morderme en vez de hablarme.
-
¿Qué te ha pasado con él?
-
Nada, simplemente que he llegado a la conclusión de que
le odio profundamente – le sonreí y me bebí de un trago lo que quedaba de su
coca cola mientras pensaba en lo que mañana me esperaba. Otro día de duro
trabajo.
*-*-*-*-*-*-*
Segunda parte de la seis que componen esta historia, que como ya dije, está elaborada según unas premisas que había que cumplir en el concurso para el que fue ideado.
Espero que os guste.
Cuando leí que la historia ya estaba acabada, la busqué completa y me la leí del tirón. Sólo puedo decir que me encantó, hasta me hiciste llorar con algunos capítulos.
ResponderEliminarEs preciosa, de verdad.
Una cosita-sugerencia sobre el blog: la letra esta que has puesto es muy bonita y tal, pero al leer mucho molesta un poco, y como los capítulos que subes son tan largos, quizá se hiciera más cómodo leerlo si la parte de texto fuera un poquito más amplio, ¿no?
Son sólo ideas, no te lo tomes como una crítica, vaya.
Un saludo ^^
Como os comenté al principio soy una novata en estas lides y todo lo que digais es bienvenido y muy tenido en cuenta y para nada me lo tomo como una crítica Silvia, estoy encantada de que me deis vuestra opinión y vuestras ideas, es más de eso se trata todo esto.
EliminarHe ampliado el campo del texto, y espero que así os resulte más cómodo, aunque si preferís que cambie las letras, investigaré y pondré otra más cómoda de leer, sólo tenéis que avisarme.
Muchas gracias por comentar, espero seguir viéndote por aquí.
Un besote!
Silvia me ha dado una idea.... y si busco la historia y la leo de un tirón?? Nooo, te dejaré que me vayas dando pequeños bocados de esta bonita galleta jajaja ME haces emocionarme con esta historia, no sé con el padre y todo eso..ains... sigo leyendo! ^^
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