miércoles, 7 de agosto de 2013

Recortes de una vida... la mía - Parte 2: "Discusiones"




-    He decidido que voy a empezar a trabajar – le dije a mi abuela Loli distraídamente mientras revolvía las judías sin ninguna gana de comérmelas.
-    ¿Cómo? – me preguntó escandalizada, algo que me esperaba totalmente.
-    Lo que has oído, quiero trabajar este verano.
-    Pero eso no tiene sentido, Gaby, - la miré con una ceja levantada – quiero decir, que solo tienes diecisiete años y además, no lo necesitas, esta casa para nada está falta de dinero, y si tú quieres algo más, solo tienes que decírselo a tu padre, no creo que se oponga a subirte un poco la paga.
-    No es cuestión de dinero abuela.
-    Entonces ¿de qué es cuestión?
-    Es cuestión de que quiero hacerlo y punto.
-    Esa no es respuesta, eres demasiado joven – aparté la mirada de ella. Sabía que el tema de la edad saldría a relucir, solo le faltaba decir que qué iban a pensar los vecinos y todas mis expectativas sobre esta conversación estarían cumplidas – ¿se lo has comentado ya a tu padre?
-    No.
-    Pues díselo, ya verás como te dirá lo mismo que te estoy diciendo yo.
-    Me da igual lo que me diga, le voy a hacer el mismo caso que me ha estado haciendo él a mí desde que se murió mamá.
-    No digas esas cosas – me reprendió mi abuela.
-    ¿Por qué no? si es la verdad.
-    Tu padre lo ha pasado muy mal.
-    Mira – resoplé para calmarme, no me gustaba hablar de este tema con nadie que no fuera Silvia o Leo, porque me enfadaba demasiado y nadie excepto ellos sabían tranquilizarme y reconfortarme, así que cambié de tema, dejándolo pasar una vez más – me da igual lo que digáis, voy a buscar un trabajo y voy a empezar cuanto antes.
-    Cariño  – se acercó a mí y me pasó la mano por el pelo – no quieras correr tanto, tiempo al tiempo, aún te queda mucho que hacer antes que trabajar, eres muy niña todavía para preocuparte de esas cosas, disfruta del verano.
-    Solo te estaba diciendo lo que pensaba hacer, para que luego no te pille de sorpresa – me levanté y me dirigí hacia la puerta.



Estaba sentada en el banquito que bordeaba uno de los tantos ventanales que había en el conjunto que formaba mi gran habitación, el extenso lugar donde estaba la cama entre otras cosas, el vestidor, el baño y el estudio, que antiguamente había sido mi cuarto de juegos, y que al crecer, había cambiado su función, porque claramente una niña interna de diecisiete años no necesita un cuarto de juegos, sino un lugar donde trabajar y pasar el tiempo libre que no tiene debido a que no se encuentra en su casa la mayoría del tiempo.

Miraba por la ventana. Lo único que realmente conseguía calmarme, cuando mis mejores amigos, Leo y Silvia, no estaban conmigo. Lo único bueno que tenía esa maldita y enorme casa eran sus vistas. Se veía un fragmento del jardín, que era más un bosque que otra cosa, con los enormes árboles, que se encontraba en las inmediaciones del la casa, y que dejaba entrever en la lejanía una maravillosa y solitaria cala, en la que mi mente vagaba sin permiso siempre que podía.

Unos golpes secos en la puerta me hicieron prestar atención al mundo que me rodeaba y mi mirada reparó en la puerta de la habitación, que se había abierto sin esperar mi respuesta, dejando que mi padre entrara en la estancia y se situara frente a mí, con una de sus continuas y habituales miradas severas sobre mí, lo cual no suponía otra cosa que problemas.

-    ¿Por qué no has bajado? Llevo esperándote cerca de media hora – me reclamó nada más entrar. Mi abuela había subido hacía un buen rato para decirme que mi padre había llegado y que me esperaba en su despacho, para hablar conmigo, pero yo ni me había planteado hacer el esfuerzo de bajar, para escuchar cosas que no quería oír. Me quedé callada y volví a centrar mi mirada en la ventana, pero mi padre continuó sin importarle mi silencio - He hablado con tu abuela.
-    Es un alivio saber que no se te ha olvidado hacerlo – me levanté del asiento cansada y me dirigí hacia mi cama para recoger un montón de ropa y fui hacia el vestidor, rogando para que se fuera y me dejara tranquila, como siempre se había preocupado por hacer.
-    No empieces con tus chiquillerías otra vez, he venido de hablar de algo muy serio – su rostro reflejaba enojo, y el seguirme hasta el vestidor indicaba impaciencia, en condiciones normales se quedaba quieto en un lugar soltando su monologo de órdenes y reclamos.
-    No sé a qué te refieres – pasé por su lado de vuelta hacia la habitación y él me sujetó del brazo para interrumpir mi recorrido.
-    No voy a permitir que te pongas a trabajar.
-    Menuda novedad, tú nunca me permites hacer nada con mi vida – le reclamé soltándome de su agarre.
-    Te he dado una educación que muchos quisieran para sí.
-    Pues dásela a ellos, a mí no me importa.
-    Esto ya está bien, se acabó la rebeldía. No entiendo como puedes haber salido así, se supone que vas a la mejor escuela del país y ni siquiera ellos pueden terminar con ese carácter.
-    Mi carácter está perfectamente como está, gracias.
-    Está bien – resopló sonoramente apretándose el puente de la nariz con dos dedos - Si es por aburrimiento puedes buscar algo más que hacer.
-    ¿Y que más quieres que haga? Mis amigos de cuando era pequeña son auténticos desconocidos para mí, desde los ocho años, cuando me encerraste en ese estúpido lugar y tiraste la llave, solo les veo algún que otro verano y de pasada.
-    Bueno, de acuerdo, pues entonces sal con tus nuevos compañeros, organiza un viaje o algo así…
-    Mis amigos del internado tienen su vida fuera, no son como yo, no puedo pedirles que estén pendientes de mí, y además mis mejores amigos, que son los únicos con los que puedo contar, y que estoy segura que ni siquiera sabes como se llaman, viven demasiado lejos como para poder ir y venir todos los días estando pendiente de los autobuses, es lo que tiene ir a un colegio a millones de kilómetros de tu casa.
-    Bien, pues ahí tienes la solución para matar el tiempo, aún no tienes el carnet de conducir, sácatelo ahora, aprovecha el verano – me carcajeé en su cara más indignada que divertida.
-    Esto es el colmo, ni siquiera sabes la edad que tengo.
-    Por supuesto que sé la edad que tienes, soy tu padre, no se te olvide.
-    Al que parece que se le olvida es a ti – comenté en voz más baja de la que había estado utilizando hasta ahora. Cerré los ojos e intenté continuar con la conversación de forma cordial, aunque a estas alturas de mi vida, me resultara muy difícil cuando se trataban de estos temas y de mi padre – pues si sabes la edad que tengo no entiendo como me lo propones, no tengo la edad para hacerlo.
-    Bien, pero puedes ir sacando el teórico, para ese si que tienes edad, y luego, cuando cumplas la mayoría ya te sacas el práctico.
-    Si, claro – levanté los brazos al aire indignada ante su desfachatez – y me contrato un profesor exclusivo que me vaya a dar las clases a la cárcel en la que me tienes metida.
-    Eso no sería necesario, podrías esperar al verano que viene para sacarlo.
-    Eso es una estupidez.
-    Mayor estupidez es lo que tú me estás proponiendo, pero lo peor es que no te das ni cuenta.
-    Pero ¿Por qué? ¿Tan difícil de entender es que quiera hacer algo con mi vida?
-    Pero haz algo de provecho… es que no me cabe en la cabeza para que necesitas tú trabajar, además en que lo harías si no tienes experiencia de ningún tipo.
-    Pues en cualquier cosa, me da igual en qué, lo único que quiero es sentirme útil, valiosa, darme cuenta de que puedo hacer algo con mi vida, que no soy un trapo sin valor que se puede olvidar en cualquier esquina.

-    No deberías de sentir eso.

-    Adivina por qué lo siento – le dije por primera vez en mi vida abriéndole mi corazón y dejándole ver todas las carencias que había en él – acaso ¿no ves lo que necesito?

-    Pero, ¿Qué puedes necesitar?, hay un millón de personas que se cambiarían por ti con los ojos cerrados.

-    Pues que se cambien – exploté – les regalo mi vida, mi maldita vida, esta vida que según tú es perfecta pero que deja mucho que desear.

-    No entiendo como puedes hablar así, tienes todo lo que puedes desear.

-    No, no lo tengo. No tengo una madre, porque se murió cuando tenía ochos años, ni tengo un padre, porque desde que ella se murió el desapareció de mí vida, me abandonó y me dejó tirada en el lugar más alejado que pudo encontrar donde no le pudiera molestar y pudiera morirme de tristeza sin que él se acordara de mí.

-    Las cosas no han sido como tú piensas Gabriela.

-    Si que lo han sido, y lo son. Desde que mamá murió tú me culpaste de ello, me odiaste por algo de lo que yo no tenía culpa, me apartaste de tú lado y me sentí sola en el momento en el que más falta me hacía tenerte a mí lado. Y aún me siento sola, porque aún me sigues culpando por ello.

-    Eso no es cierto.

-    Lo es, sabes perfectamente que lo es, pero no importa, ya me he resignado, estoy acostumbrada, ya no importa, pero lo que realmente me duele, es que con mamá esto no hubiera pasado, ella no habría dejado que esto pasara.

-    No estás siendo justa.

-    Tú tampoco lo has sido conmigo, así que no vengas a reclamarme ahora, porque no tienes ningún derecho.

-    A mí no me hables así, me debes un respeto, soy tu padre.

-    Por desgracia – dije con desprecio, pero en ese momento lo único que me apetecía era ponerme a llorar y gritar, pero no iba a hacerlo, no delante de él.

-    No voy a permitir… - le interrumpí sin pensar en las palabras que iban a salir de mi boca.

-    Ojala hubieras muerto tú en lugar de mamá en ese maldito accidente.



Sentí el golpe antes de que su mano abofeteara mi cara. Y en ese momento supe que había traspasado la línea. Todo se me había ido de las manos. Pero no me arrepentía de lo que había dicho, al menos no de la mayoría de las cosas, Era lo que sentía, pero me dejé llevar por el enfado y cuando comencé a hablar y a decir, de una vez por todas, todo lo que llevaba tanto tiempo sintiendo, todo fue mayor de lo que habría querido y mis palabras más duras de lo que nunca me habría propuesto pronunciar.



Me quedé mirando a mi padre, sin decir nada. Porque no sabía que decir. Era la primera vez que mi padre me abofeteaba. Y por mucho que me doliera me lo había merecido con creces.



Él estaba pálido y me miraba sorprendido y luego dirigió su mirada hacia su mano, y sin decir ni una palabra giró sobre sus talones y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí con más cuidado del que había esperado, después de lo ocurrido.







Había pasado una semana desde la discusión entre mi padre y yo. Desde ese momento apenas nos habíamos cruzado en la casa, y las veces que coincidíamos, apenas hablábamos. Yo seguía enfadada y ahora no solo por todo lo que había pasado a lo largo de estos años, también lo estaba por como se había comportado. Yo, por fin, le había dicho todo lo que sentía. Me había abierto, con dureza, atacando, esperando una defensa, un excusa y sobre todo un cambio de actitud, pero lo único que había conseguido había sido más y más distanciamiento, por lo que estaba aún más enfadada con él.



Acababa de regresar de comprar un periódico, de esos en los que nada más se publican anuncios, para continuar con mi ardua tarea de encontrar un trabajo en condiciones. Subí hacia mi habitación y me dirigí al estudio donde me senté en uno de los sofás, y comencé a ojear el diario. Estaba sumida en el mundo de las palabras cuando un ruido, llamó mi atención, a mi espalda y sobresaltada me giré.



-    ¿Qué quieres? – le pregunté a mi padre volviendo a darle la espalda cuando hube comprobado que era él. No me apetecía para nada verle y mucho menos hablar con él.

-    Quería hablar contigo.

-    ¿De qué?  - pasé una hoja y me concentré en ella como si tuviera la mayor importancia del mundo.

-    He estado pensando en lo de que trabajes, y no me voy a oponer, siempre que me mantengas al tanto de lo que vas a hacer y compruebe por mí mismo que todo está bien.

-    Vale.

-    ¿No vas a decirme nada más?

-    ¿Qué quieres que te diga?

-    No sé, esperaba una reacción algo más efusiva por tu parte. Pensé que te alegrarías.

-    Cuando se lo conté a la abuela y por consiguiente a ti – me levanté y dejé el periódico sobre la mesita, para voltearme y quedar mirándole – no lo hice porque quisiera tú permiso, solo os estaba informando de algo que iba a ser un hecho, que estés de acuerdo solo facilita las cosas.

-    ¿Facilita las cosas?

-    Si, - hice una mueca de indiferencia – no tendré que mentir, ni salir a hurtadillas, todo será más claro entre todos y más tranquilo para mí.

-    Entiendo – se quedó unos segundos callado mirándome y se aflojó la corbata un poco, desabrochándose también el botón del cuello de la camisa - en realidad no solo he venido a decirte esto.

-    ¿ah, no? – le miré con una ceja levantada, sin entender lo que quería decir.

-    No, en realidad, había pensado que, quizá te gustaría trabajar conmigo en la empresa.

-    Mira, no te ofendas, pero eso es lo último que me apetece hacer en este momento.

-    Está bien, entiendo, pero de todas formas, si quieres que te ayude a encontrar algo solo tienes que decírmelo.

-    Cuando la necesité de verdad no estabas ahí para dármela.

-    Yo – suspiró – Gaby me gustaría que…

-    Te has confundido de nombre – le interrumpí – para ti ya no soy Gaby, hace diez años que dejé de serlo, porque hace diez años que no me llamas así.

-    Lo sé y es algo que…

-    Además, así solo me llaman las personas que me quieren – le miré y por segunda vez en toda mi vida de me arrepentí de haberle hablado así.



Su cara estaba contraída, y en sus ojos había una muestra de dolor que hacía mucho que no veía en ellos. Le había hecho daño y lo peor es que lo había hecho de forma intencionada, pensando que no me importaría, que se lo merecía. Pero en realidad me importaba, y mucho más de lo que me quería reconocer a mí misma. Porque a pesar de todos los desplantes, los anhelos y las carencias de todos estos años, le quería con toda mi alma.



-    Será mejor que te deje sola – suspiró y titubeó un segundo antes de salir de la habitación, dejándome sola, sintiéndome como la peor persona del mundo y con unas inmensas ganas de llorar.







-    Hola chicos – llegaba puntualmente, pero ellos ya estaban allí. Había quedado con ellos para ir al cine y para vernos ya que desde que nos habían dado las vacaciones quince días antes solo habíamos hablado por el Messenger y por teléfono.

-    Hola Grabiela – me dijo Leo con su habitual capacidad para hacer tontos juegos de palabras.

-    Hola Leopardo – contraataqué.

-    No empecéis, por favor – nos rogó Silvia, flamante sufridora de nuestros continuos piques.

-    Que pasa ¿tienes envidia Salvia? – la preguntó Leo haciendo que todos nos riéramos.

-    ¿Cómo os van las cosas?, os he echado muchísimo de menos. No sabéis la falta que me habéis hecho – les confesé aliviada de poder estar con ellos hablando como siempre.

-    ¿Qué ha pasado? – me interrogó Leo, casi sin dejarme terminar de hablar.

-    No ha pasado na…

-    ¿Has discutido con tu padre? – está vez fue Silvia la que me interrogó. Sabía que a ellos era imposible poder engañarles u ocultarles algo, así que solo me quedó una cosa que hacer. Asentir y contarles todo lo ocurrido.



-    Te has pasado, y no uno, sino mil pueblos – me dijo Silvia nada más terminar de contarles todo, a la vez que se cruzaba de brazos.

-    En cierto modo lo sé, pero es que… - enredé una servilleta entre mis dedos y bajé la vista.

-    Tienes que relajarte un poco cariño… la próxima vez que habléis déjale hablar, pero sin morderle, quizá quiera arreglar las cosas, pero no tiene el suficiente valor, ni tú se lo pones fácil – me dijo Leo acariciándome la espalda.

-    Estoy de acuerdo con Leo, Gaby, tienes que dejar que tu padre se abra, ya le has dicho todo lo que sentías, estoy segura de que eso le ha hecho pensar y se ha dado cuenta de lo equivocado que ha estado.

-    Igual tenéis razón… quizá deba darle una – hice una mueca - ¿oportunidad? – que raro sonaba, pero en cierto modo tenían razón. Me quedé callada unos minutos y luego les miré. Ellos me observaban preocupado - gracias chicos… - les abracé intentando aguantar las ganas de llorar – no se qué haría sin vosotros.

-    Bueno, ya vale de lloriqueos y dramatismos que tengo una reputación que mantener – dijo separándose de nosotras pero acariciándome la mejilla a la vez que me sonreía y me guiñaba un ojo, haciéndome ver que lo decía en tono de broma – vamos a lo importante, ¿ya tienes trabajo?

-    Que más quisiera… llevo dos semanas buscando y no he encontrado nada, la mayoría son una estafa, que lo único que pretenden es encontrar esclavos y en los pocos que merecen la pena no me hacen ni caso por tener diecisiete años.

-    Bueno, tendrás que tomarte las cosas con tiempo Gaby, mi prima tardo casi un año en encontrar su curro – me dijo Silvia con cara de compadecimiento.

-    Genial – soltó Leo de golpe.

-    Yo no lo considero tan genial, dentro de un año no necesito el trabajo, yo le quiero ahora – me quejé enfadada.

-    No, yo decía genial, porque así puedo decirte lo que tenía que decirte.

-    ¿Qué tenías que decirme? – le pregunté sin entender.

-    Pues que he hablado con mi hermana y como ella estaba buscando a alguien para la tienda, porque va a estar liada porque quiere abrir una nueva y los empleados que tiene no son suficientes, pues….

-    Pues ¿Qué? – preguntamos Silvia y yo a la vez, impacientes.

-    Pues que le dije que tú querías trabajar y me dijo que fueras a la tienda que ella te contrataba para el verano – me explicó Leo más ilusionado que yo.

-    Eso es genial – corroboró Silvia, pero yo no estaba tan segura como ellos.

-    Pero estás seguro de que ella va a querer que…– me daba vergüenza decirlo.

-    Claro, y más si eres tú- me dijo él con tono risueño - el lunes nos pasamos y hablas con ella – le miré indecisa - aunque esta tarde le diré yo que ya te lo he dicho y que has aceptado.

-    Gracias, pero todavía no he aceptado, ni ella me ha aceptado – le recordé, los dos resoplaron, pero era la verdad, trabajar para Mar sería estupendo, pero tampoco quería que me viera como una aprovechada







Leo me había ido a buscar a casa para llevarme en la moto a la tienda. Silvia había querido venir con nosotros también pero a su madre se le había antojado hacer no se qué cosas super urgentes con ella de por medio que no la había dejado escapatoria y que la iban a apartar del mundo normal durante unos días.



Estaba temblando, no porque fuera a ver a Mar, porque ella para mí era como una hermana, sino porque iba a ser mi primer día en algo que no conocía y estas situaciones siempre me ponían de los nervios.



Cuando llegamos al parking del centro comercial, me bajé de la moto y le tendí el casco a Leo para que lo guardara, pero él no hizo el más mínimo movimiento para alcanzarlo, sino que tan solo se me quedó mirando con su cara de analización.



-    No te preocupes – me dijo, tirando de mi mano hacia la entrada.

-    No estoy preocupada – afirmé yo, escondiendo el temblor de mis manos dentro del casco.

-    Lo sé- dijo con su ironía característica, dejándome claro que no había logrado engañarle.

-    Te odio – murmuré entre dientes, cansada de que siempre supiera como nos sentíamos cualquiera de nosotras dos, con tan solo mirarnos de reojo.

-    Eso también lo sé – me dijo con su sonrisita de prepotencia, que volvía locas a todas las incautas muchachitas que se rendían a sus pies.

-    No has guardado el casco – le dije más para distraerme a mi misma que porque realmente me importara que tuviera que cargar con él.

-    Otra cosa más que sé… - me miro poniendo una de sus múltiples muecas fanfarroneras, de las que estamos convencidas Silvia y yo que ensaya frente al espejo - ¿has visto lo inteligente que soy? – resoplé – ay, que poco sentido del humor que tienes hoy.

-    Es que tengo más cosas en que pensar que en reírte las gracias a ti.

-    Bueno, y que humos también – ahora él fue el que resopló, aunque lo hizo más sonoramente que yo – ay… - se llevó la mano que tenía libre del casco, al corazón y puso cara de compungido - sino fuera porque te quiero tanto… - ya empezaba él con sus teatritos, pero me encantaba que fuera así, siempre conseguía distraerme de todo, y eso era algo muy difícil de conseguir a veces.

-    Deja tus tontería anda – le dije entre carcajadas, pegándole un pequeño empujón – estoy nerviosa.

-    Pues no tienes por qué, y lo sabes, Mar te quiere más a ti que a mí, te va a tratar como la reina de saba.

-    No estoy nerviosa por Mar, sino por el resto de gente, y por como vayan a ir las cosas, mira si la cago, y te dejo mal a ti y Mar se enfada.

-    Sinceramente, no creo que eso pase, vender ropa no es el santo grial de los trabajos, cualquiera puede hacerlo, y tú mejor que nadie, si siempre estás pendiente de todo… todo se te da bien – se encogió de hombros y siguió caminando con su mano entrelazada con la mía – no creo que esto sea el defecto que te he estado buscando durante diez años.

-    Me tomaré eso como un cumplido.

-    Ah, ¿es que ha sonado como otra cosa? – me miró de nuevo sonriendo picaramente.

-    Bueno – me paré frente a la entrada de la tienda y le apreté la mano con fuerza - si me hiperventilo tú me sacas corriendo ¿verdad?

-    Por supuesto, pero no creo que eso pase.

-    Vale, - suspiré y le miré – creo que debería soltarte la mano, ¿no? bastante pensaran los empleados que soy la enchufada, como para entrar de la mano del hermano de la jefa.

-    Como quieras, pero no creo que nadie piense mal de ti. Darío lleva trabajando el tiempo suficiente en la tienda como para saber que mi hermana hace las cosas lo suficientemente bien, como para no contratar a cualquiera, y Patri, es demasiado buena como para pensar en esas tonterías.

-    Vale, entonces ten tu casco y entro – empujé el casco sobre su pecho para que lo cogiera de una vez.

-    No, quédatelo, a la tarde vengo a buscarte y me cuentas como fue todo.

-    Pero ¿y si quedas con alguna de esas incautas a las que les pareces irresistible?

-    Bueno, si eso pasa, te llamo y te aviso.

-    Pero no podrías llevarlas sin el casco, espabilao.

-    Pero tengo el calimero, en la moto, este solo lo llevan mis dos chicas especiales.

-    Vale, entonces, ya me voy, deséame suerte.

-    Yo pensaba entrar contigo.

-    No, eso ni hablar, quiero entrar sola, no quiero que te vean.

-    Eso es algo más que difícil, dado que estamos parados enfrente y mi hermana se empeñó en poner unas cristaleras como un campo de fútbol.

-    No me importa, de todas formas no quiero que pases.

-    Eres consciente de que estamos hablando de la tienda de mi hermana ¿verdad?

-    Si, pero no quiero que entres conmigo, hazlo un poco después si quieres.

-    Eso es algo totalmente ridículo.

-    Me da igual.

-    Bueno – puso los ojos en blanco, haciéndome ver que esto le parecía una idiotez, y me abrazó – mucha suerte – me dio un beso en la frente y se separó sonriéndome – y relájate, a la tarde nos vemos y me cuentas.

-    Vale, adiós – le empujé un poco y él retrocedió un par de pasos como si hubiera podido moverle de verdad, aún sonriéndome – y gracias – me hizo una reverencia tonta y yo le saqué la lengua, para un segundo después volverme hacia la tienda y entrar en ella con el corazón en la boca.





Todo había ido bien, al menos por el momento. Mar me había explicado como funcionaba todo, y la función que realizaría, que básicamente era la de colocar las cosas y ayudar a los clientes que lo necesitaran, que era lo mismo que hacía Patri, una de mis compañeras, la cual según me había dicho Leo, llevaba trabajando desde principios de año, cuando había cumplido la mayoría de edad, y era el prototipo barbie malibú, alta, delgada, rubia y de ojos azules. Vamos, la típica chica que piensas que no es nada más que una cara y un cuerpo, pero en este caso, además de muy guapa, era también inteligente y muy simpática y en cuanto que Mar nos presentó se ofreció para ayudarme en lo que necesitara, algo que le agradecí en el alma, porque no tenía muy claro que hubiera captado todo lo que me había dicho, la “jefa”, tan rápidamente.



Un rato después me presentó a Darío, que al contrario que Patri, parecía más distante y serio. Leo me había comentado que tenía veinte años, y que llevaba trabajando en la tienda desde los diecisiete. Al principio Mar le había contratado para un verano, pero como el chico le había caído en gracia y era muy responsable, le había propuesto continuar durante todo el año, compaginándolo con los estudios y aún seguía haciéndolo.



Él también era bastante guapo, alto, bien formado, con el pelo negro y los ojos azules, parecido a Paul, el novio de la Sindy; lo que me hizo pensar que Mar debería de tener, además de una fijación por los muñecos de mi infancia, una baremo sobre sus empleados, tal que, tú eres feo, no entras o eres demasiado baja, no me vales… pero dado que mi aspecto, bastante menos exuberante que el de Patri, no cuadraba demasiado, estaba claro que mi enchufe iba a salir a relucir en algún momento.



Las funciones de Darío eran más extensas que las nuestras. Básicamente porque, por antigüedad, él era el segundo de a bordo, y era algo así como el encargado, por lo que cada vez que Mar no estuviera él se encargaría de todo, lo cual conociéndola, debía ocurrir bastante a menudo. Además de que este chico era junto con ella los únicos que se ocupaban de cobrar a los clientes y manejar todo el dinero.







Cuando Mar me hubo explicado todo lo que tenía que hacer, me pidió que colocara unas camisetas que habían llegado en un nuevo stock y se fue.



No sé por qué me sentía observada por todas partes y eso que aún era pronto y no había nadie en la tienda, a excepción de Patri y Darío. Intenté desligar esos pensamientos de mi cabeza y me centré en doblar camisetas, algo que sin explicarme por qué en mi casa se me daba mucho mejor que ahí. Por más que intentaba que los lados me quedaran igual y que las mangas no sobresalieran por debajo, parecía que era imposible.



Cuando había repetido la operación de doblado lo menos quince veces con la misma camiseta, que resultaba que también era la primera, de un total de veinte, que debía colocar, un chico se acercó a mí y me preguntó por un modelo de pantalón, que en mi vida había oído. Así que me le quedé mirando con cara de tonta, intentando recordar todo lo que me había dicho Mar y que ahora se me mezclaba en la cabeza.



Apurada dirigí mi mirada a mí alrededor buscando a Patri, para que me echara un cable, pero ella estaba ocupada con otro cliente. Así que intente parecer profesional para no salir corriendo.



-    Veras, ahora mismo no recuerdo ningún pantalón de esa marca, quizá si me lo describes un poco te pueda ayudar – le dije intentado que manejaba el cotarro.



Aunque difícilmente iba a poder hacerlo, ya que generalmente no me fijaba demasiado en el tipo de pantalones que llevaban los chicos, más bien lo que atraía mi atención era el culo que les hacían los susodichos, y considerando que la mayor parte del tiempo estaba en el internado, entendía más de pantalones de paño con pinzas que de vaqueros de marca, aunque con las vueltas que me había dado por la tienda, y haciendo memoria sobre los pantalones que tenía Leo quizá pudiera sacar algo en claro. Al fin y al cabo, de algo nos iba a tener que servir a Silvia y a mí todos los paseíllos que nos había echo con sus modelitos, antes de sus grandiosas, y múltiples citas.



-    Pues son bajos de cintura, bastante anchos y con varios bolsillos – se tocó las piernas en dos alturas diferentes, lo que deduje que era para indicarme donde estaban situados los bolsillos.

-    Ah, claro, creo que ya sé cual me dices – y lo más sorprendente es que era cierto, eran unos pantalones que Mar le había regalado a Leo por su cumpleaños, que eran horribles, y que en consenso mutuo de los tres, es decir, Silvia, él y yo misma, habíamos decidido que cambiara por unos vaqueros ceñiditos que le quedaban mucho mejor; y además había visto esos vaqueros tan feos en una de las vueltas que había dado por la tienda, por lo que finalmente si que podría ayudarle – sígueme y te los muestro.

-    Gracias.



Me di la vuelta y me choqué de bruces contra el pecho de Darío. Me separé y me froté la nariz mientras resoplaba, porque encima el muy idiota no me había pedido ni perdón. Le miré pero estaba pasando de mí olímpicamente y se había centrado en el chico que estaba tras de mí y le estaba preguntando si necesitaba algo. El chico muy amablemente estaba diciéndole que no, que yo ya le estaba ayudando y Darío, se dirigió a la caja de nuevo con cara de pocos amigos, lo que no entendía demasiado, pero me daba igual, era mi primer día y podía ayudar a mi primer cliente, así que lo que pensara don insociabilidad, no me importaba en absoluto.



Llevé al chico, de unos quince años, por lo que me sentía más cómoda al hablar con él, sabiendo que era más joven que yo, y le mostré los pantalones que me había pedido, pero me seguían pareciendo horribles, y como lo de callarme las cosas solo me ocurre cuando tengo enfrente a mi padre, y ya ni eso, se lo dije, mientras el chico se los situaba delante de él para mirarlos.



-          Si me dices la talla que usas te la sacaré, aunque déjame decirte que creo que esos pantalones no te van para nada.

-          Bueno… – el chico se me quedó mirando con la boca abierta – en realidad… – dejó el pantalón sobre el estante y se acarició la nuca – a mi mucho no me gustan pero como todos los chicos del instituto los llevan, pues…

-          Pues no deberías dejarte llevar por las modas, si realmente no te gustan no te los lleves – me miró con las cejas levantadas y yo ya no sabía si estaría metiendo la pata, pero es que ni siquiera tenía cuerpo para llevar esos pantalones, iba a parecer con ellos un esperpento, entre lo delgado que era él y lo anchos que eran los pantalones – mira estos otros - me volví y busqué entre los distintos tipos de vaqueros que había y escogí otros que le iban a quedar mucho mejor – estos te sentarán mucho mejor, ¿por qué no te los pruebas?

-          Sabes, creo que tienes razón – me sonrió – te voy a hacer caso – se los entregué.

-          Te acompaño a los probadores – le indiqué el camino y en el trayecto cogí una camiseta – mira esta te iría genial con los vaqueros, pruébatela también, ya verás que bien te queda.

-          Vale – la agarró y se metió en el probador.

-          Si necesitas algo más me dices.

-          Gracias.



Volví al lugar en el que estaba antes, mientras el chico se probaba todo lo que le había dado, e intenté volver a doblar las camisetas.



-          ¿Qué tal te ha ido con ese chico? – me preguntó patri ayudándome a doblarlas.

-          Bien, yo creo que he podido ayudarle.

-          Eso seguro, se le veía de un feliz cuando se ha metido al probador… - yo sonreí ante la satisfacción que me producía saber que podía ayudar, aunque fuera en algo tan tonto como esto, a alguien que no fueran mis amigos, por fin me sentía útil.



Unos minutos después el chico vino junto a nosotras y me dijo que se llevaba las dos cosas, entonces le indiqué que se dirigiera a la caja, donde le cobraría mi compañero, es decir, Darío, que nos miraba a los tres con una cara bastante extraña.



No le di mayor importancia y seguí hablando con Patri y doblando camisetas, o intentándolo, porque estaba visto que eso se convertiría en mi sino durante todo mi trabajo, porque era increíble lo lenta y negada que era para ello. Pero cuando menos nos lo esperábamos, el tal Darío, se puso detrás nuestro y nos habló de golpe, dándonos un susto de muerte.



-          Patri, nos dejas solos por favor, necesito hablar con ella – y me señaló como si fuera una prenda más.

-          Si, claro – ella dejó la camiseta sobre el estante y se alejó.

-          Tú dirás – le dije poniéndome frente a él y abrazando la camiseta que en ese momento tenía entre las manos.

-          ¿Por qué no le enseñaste a ese chico el pantalón que quería? – me preguntó él cruzándose de brazos y mirándome como si hubiera cometido el peor crimen del mundo.

-          Pero si sí que se lo enseñé – no entendía a que venía eso.

-          Y entonces ¿Por qué no se lo llevó?

-          Porque le enseñé otras cosas que le iban a quedar mejor y él pensó lo mismo, además ¿Qué más da? El chaval compró varias cosas.

-          Si, pero lo que compró no le da ni para una pernera del pantalón por el que te había preguntado y que si no llega a ser por ti hubiera comprado.

-          Bueno, pero es que al chico le iba a quedar mejor el….

-          No me importa lo que le vaya a quedar mejor, cuando alguien te pregunte por algo, tú se lo enseñas y punto, que para eso es para lo que estás aquí, así que deja de dártelas de reina de la moda y haz tu trabajo – se giró sin dejarme decir nada y se fue.



Era increíble, encima que había conseguido vender algo, el idiota me echaba la bronca. No entendía por qué a todo el mundo le daba últimamente por chillarme, alguna cosa en la vida haría bien como para que me felicitaran por algo.



En el descanso de la mañana, Patri se acercó a mí y me invitó a tomar un café en el bar. Yo acepté aunque no me gustaba el café, pero antes que pasar cinco minutos sola con el ogro mirándome como si quisiera comerme, era capaz de hacer cualquier cosa.



-          ¿Estás bien? – me preguntó Patri mientras yo revolvía mi cola cao distraídamente.

-          ¿Eh? – levanté la mirada hacia ella – si, ¿Por qué no? – le dije de forma autómata.

-          He oído lo que te ha dicho Darío y lo he flipado, nunca le había dicho algo parecido a nadie, y mira que ha habido algunas que se lo merecían de verdad.

-          Debe ser que soy un imán para las broncas – hice un amago de sonrisa y volví a revolver el cola cao.

-          Bueno pero tú no te preocupes, seguro que le has pillado en un mal momento y ha descargado contigo.

-          Eso también me suele pasar – sonreí irónicamente y la miré – pero sabes, me da igual lo que me diga, a ese chico le quedaba mucho mejor la ropa que se ha llevado y si no le gusta lo que hago pues que me despida, me da igual, pienso hacer lo que sienta, y si tengo que andar a bronca diaria pues lo haré, pero la próxima vez no me quedaré callada, nada de eso, le contestaré como se merece, eso haré – y cogí un bollo y le mordí con las mismas ganas que si le estuviera mordiendo la cabeza al idiota de Darío.





Finalmente llegó la hora de salir, y bendita fuera, porque estaba hasta las narices de las miraditas del “jefe”. Pero a pesar de todo, me lo estaba pasando genial, había conseguido ayudar, a mi forma, a cinco personas más, algo bastante satisfactorio en una tienda estilo self-service, por lo que me sentía tremendamente orgullosa de mí misma, e incluso había conseguido doblar, en condiciones, no solo las camisetas que Mar me había pedido que colocara, sino también un mogollón de ropa más, que don “no soy capaz de hablar sin ladrar” me había mandado que organizara, aunque en eso Patri me había estado echando una mano, de muy buen grado y habíamos estado hablando mucho, lo que me había hecho la tarea más agradable y me había hecho sentir cómoda a pesar de…, bueno a pesar de todo.





Leo me había venido a buscar pero me había mandado un mensaje avisándome de que estaba esperándome en el bar, porque sabía que no quería ni que apareciera por la tienda. Así que en cuanto que terminó mi turno me salí corriendo para no tener que verla la cara más a mi queridísimo compañero.



-          ¿Cómo te ha ido? – me preguntó entusiasmado, pero al ver mi cara, que imagino mostraba mi fastidio solo de pensar en que el señorito no se había dignado ni a decirme adiós, haciendo gala de su idiotez y su mala educación – uy, ¿Qué ha pasado?

-          Nada – sonreí y me senté junto a él, después de darle un beso en la mejilla – que el tipo ese que tu hermana tiene de ayudante es lo más pedante que he visto nunca.

-          ¿Darío? Pero si es muy simpático.

-          Si, eso he oído, lo que pasa es que aún no se ha dignado a demostrármelo, se conoce que le gusta más morderme en vez de hablarme.

-          ¿Qué te ha pasado con él?

-          Nada, simplemente que he llegado a la conclusión de que le odio profundamente – le sonreí y me bebí de un trago lo que quedaba de su coca cola mientras pensaba en lo que mañana me esperaba. Otro día de duro trabajo.



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Segunda parte de la seis que componen esta historia, que como ya dije, está elaborada según unas premisas que había que cumplir en el concurso para el que fue ideado. 
Espero que os guste.



3 comentarios:

  1. Cuando leí que la historia ya estaba acabada, la busqué completa y me la leí del tirón. Sólo puedo decir que me encantó, hasta me hiciste llorar con algunos capítulos.

    Es preciosa, de verdad.

    Una cosita-sugerencia sobre el blog: la letra esta que has puesto es muy bonita y tal, pero al leer mucho molesta un poco, y como los capítulos que subes son tan largos, quizá se hiciera más cómodo leerlo si la parte de texto fuera un poquito más amplio, ¿no?

    Son sólo ideas, no te lo tomes como una crítica, vaya.

    Un saludo ^^

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    1. Como os comenté al principio soy una novata en estas lides y todo lo que digais es bienvenido y muy tenido en cuenta y para nada me lo tomo como una crítica Silvia, estoy encantada de que me deis vuestra opinión y vuestras ideas, es más de eso se trata todo esto.

      He ampliado el campo del texto, y espero que así os resulte más cómodo, aunque si preferís que cambie las letras, investigaré y pondré otra más cómoda de leer, sólo tenéis que avisarme.

      Muchas gracias por comentar, espero seguir viéndote por aquí.

      Un besote!

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  2. Silvia me ha dado una idea.... y si busco la historia y la leo de un tirón?? Nooo, te dejaré que me vayas dando pequeños bocados de esta bonita galleta jajaja ME haces emocionarme con esta historia, no sé con el padre y todo eso..ains... sigo leyendo! ^^

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