- No ha estado mal la fiesta – se sentó en
una de las butacas del saloncito y miró a su alrededor incapaz de detener su
mirada en él.
Se sentía nerviosa, aún más que en el
momento de decir ”sí, quiero”.
Estaba con él en la suite nupcial del hotel más exclusivo de la ciudad, adonde
habían ido al concluir la fiesta en casa de sus padres, y no sabía lo que
vendría ahora. Al menos no quería pensar en ello. Ella tenía experiencia, había
tenido varios novios, cuando había estado estudiando en el extranjero,
paralelos a su relación con Eduardo y consentidos por él, al igual que él había
tenido algunas conquistas, aceptadas, de las que ella no quería saber nada.
Habían llegado a ese acuerdo hacía
bastantes años, la única condición que tenían que cumplir era que, ni su
familia ni la prensa, se enteraran de ello.
Pero ya hacía bastante tiempo que ambos
habían dejado sus amores de juventud atrás, años que ninguno de los dos tenía
una relación que hiciera posible plantearse una separación. Un rompimiento del
trato. Y ahora, estaban casados, juntos ”hasta
que la muerte los separe” y sin saber cómo compartir la intimidad que
nunca habían tenido que experimentar.
Habían dormido juntos en múltiples ocasiones,
no obstante, lo habían hecho como hermanos, sin rozarse, sin tocarse. Pero
ahora eran marido y mujer, se esperaba de ellos otro tipo de relación, muy
distinta a la que habían compartido hasta el momento, era lo que procedía, sin
embargo, a pesar de que en ese día se hubiera sentido totalmente extraña, hasta
el punto de replantearse todo lo que pensaba y creía, aún no estaba preparada
para ese paso, para la aceptación de esa situación que la hacía sentirse
ridícula y sobre todo avergonzada consigo misma y con el propio Eduardo.
- Ha estado muy entretenida – corroboró él
sirviéndose una copa - ¿Quieres tomar algo? – ella negó con la cabeza aún sin
mirarlo y él se dirigió hacia el gran ventanal y se quedó durante unos minutos con
la vista fija en el exterior sin decir nada mientras ella continuaba en
silencio mirando al infinito, perdida en sus pensamientos. - ¿Te encuentras
bien? – se había girado, había dejado de contemplar el paisaje nocturno para
contemplarla a ella, pero ella no se había percatado de ello.
- Si – asintió de nuevo, confirmando su
respuesta, aún sin mirarlo y volvió a guardar silencio.
- ¿En qué piensas? – se acercó a ella – si
es que puedo saberlo.
- En nosotros – la respuesta que brotó de
sus labios sin darse cuenta la agarró tan desprevenida que lo miró a los ojos,
por primera vez, desde que habían entrado en la habitación – en la boda, en lo
que significa – continuó, intentando justificarse.
- Y ¿Es bueno o malo?
- ¿El qué?
- Lo que estás pensando de nosotros.
- Supongo que es incalificable – se masajeó
las sienes suavemente – ni bueno ni malo…
- ¿Te duele la cabeza?
- Un poco.
- Será mejor que vayas a descansar, hoy ha
sido un día muy duro, te vendrá bien dormir y recuperar fuerzas, además mañana
saldremos temprano para coger el vuelo y necesitas estar descansada.
- ¿Y… - le miró sin saber si debía
preguntar, él podía considerarlo como una invitación para algo para lo que aún
no estaba preparada y dudaba que pudiera estarlo alguna vez, al menos, en algún
momento cercano - … y tú?
- Tengo que revisar unos documentos que me
quedaron pendientes y que tengo que terminar antes de la luna de miel, así que
iré en un rato, – se puso en pie frotándose el cuello – yo también estoy un
poco cansado.
- De acuerdo – ella se levantó y lo miró –
buenas noches entonces.
- Si, buenas noches, - se inclinó sobre
ella y le dio un beso en la frente – que descanses.
Caminó hacia la habitación, arrastrando
los pies, y sin poder dejar de pensar en lo que acababa de pasar. Eduardo iría
en unos momentos a la cama con ella. La posibilidad de que durmiera en otro
lugar era impensable, porque en esa habitación no había otro sitio en el que
pudiera descansar, y sería muy cruel por su parte pedirle que lo hiciera en el
sofá, cuando ya habían compartido la cama en otras ocasiones.
Esa disposición por su parte, esa
renuncia a realizar algo más que dormir, de una forma estúpida le había
conmovido. No le conocía muy bien, nunca había dedicado tiempo a conocerlo,
porque simplemente nunca había querido hacerlo, pero ahora, tenía la obligación
de hacerlo, al menos era lo que iba a tener que hacer, al fin y al cabo, iba a
pasar el resto de su vida con él.
Aunque eso ya no la disgustaba tanto como
hubiera pensado unos meses antes, sabía que Eduardo era una buena persona, eso
lo había sabido siempre, aunque también era frío, distante y reservado, o al
menos esa era la impresión que siempre le había dado.
Pero en el poco tiempo que llevaban
actuando como marido y mujer, la había demostrado que a pesar de lo que pudiera
pensar y lo que pudiera parecer, no era realmente así. Había tenido en cuenta
su opinión, se había preocupado por ella y la había tratado mejor que bien,
algo totalmente distinto a lo que estaba acostumbrada, viniendo de él.
Siempre estaban discutiendo, peleándose
por todo, y en muy contadas ocasiones habían disfrutado de momentos de
tranquilidad, como los que desde hacía unas horas había estado viviendo con él.
- Carolina, vamos tarde, perderemos el
avión – estaba apoyado en el marco de la puerta cruzado de brazos mirándola ir
de un lado a otro de la habitación como loca.
- No vamos a perder nada porque es un jet
privado que no sale si los pasajeros principales y únicos no están…
- Aunque sea un jet, de igual forma debe de
cumplir unos horarios de vuelo.
- Pero es que no encuentro el colgante de
mi madre – se paró un segundo para mirarle con los brazos en jarras – y si no
lo encuentro no me voy – y continuó su búsqueda afanosamente.
- Ahí ya has mirado – apuntó él cuando la
vio abrir uno de los cajones de la mesilla de noche – dos veces – recalcó al
oírla resoplar.
- Pues miraré una vez más, ¿Vale? – le miró
con enfado y se dirigió hacia el baño – podrías ayudar si tanta prisa tienes.
- Está bien – entró en la habitación, y se
acercó a la cómoda, comenzando a rebuscar entre los adornos que había sobre
ella - ¿Dónde lo viste por última vez? – le preguntó con el tono un poco más
elevado para que ella le escuchara desde la otra habitación.
- En mi cuello.
- ¿Y has mirado si está ahí? – le preguntó
él con sorna.
- Y tú has mirado si – apoyó una mano en la
puerta del baño y otra en su cadera y lo miró con enojo - por casualidad está en tu…
- Che – levantó un dedo para frenar sus
palabras – cuidadito con esa boca.
- Argg – caminó con pasos fuertes hacia una
butaca cercana y la comenzó a revisar – siempre consigues que diga cosas que no
quiero decir.
- Al contrario – se dirigió hacia la cama y
revolvió las sábanas – siempre impido que digas cosas que no tienes que decir.
- Eso es mentira.
- Ah, que no… - movió las almohadas – ey,
mira lo que encontré – recogió el colgante y se lo enseñó.
- ¡Lo encontraste! – se acercó a él con la
mano extendida para que se lo entregara – gracias.
- ¿Qué te hace pensar que te lo voy a dar?
– la preguntó mirándola con una sonrisita pícara.
- Eduardo… - le advirtió ella.
- ¿Por qué nunca me llamas Eddie? – arrugó
levemente la nariz y se dirigió hacia la puerta que daba a la salita de la
suite – todo el mundo me llama Eddie.
- Porque no me gusta cómo suena Eddie,
además ¿eso que tiene que ver? – se colocó a su lado y se puso de puntillas
para quitarle el colgante pero él alzó la mano por encima de su cabeza para
evitarlo, ya que aunque Carolina era alta, no lo era tanto como él - ¿Quieres
dármelo de una vez?
- ¿Y por qué no te gusta Eddie? A mí me
parece de lo más bonito.
- ¿No tenías tanta prisa porque nos fuéramos?
–le preguntó ella mirándole con una sonrisita de triunfo.
- Es verdad, perderemos el avión… – cerró
la mano en un puño con el colgante dentro, y se dirigió hacia la puerta – ya he
pedido que bajaran las maletas – sujetó el picaporte con la mano que tenía
libre y miró a Carolina – las damas primero.
- No me pienso moverme hasta que me des el
colgante de mi madre – se cruzó de brazos.
- Perfecto – se encogió de hombros
sonriendo y salió al pasillo, guardándose la joya en el bolsillo del pantalón y
cerró la puerta tras de sí.
Miró a su lado, donde estaba sentado Eduardo
con los ojos cerrados, tan campante, mientras ella no podía soportar el enfado
que la recorría de arriba abajo.
Había corrido detrás de él por todo el
pasillo del hotel, pidiéndole que le entregara su colgante, mientras él se reía
de ella. Se habían estado peleando en el ascensor como dos niños pequeños, ella
intentando meterle la mano en el bolsillo del vaquero, mientras él se retorcía
para evitar que lo consiguiera, hasta que el ascensor se había parado en el lobby
del hotel, donde veinte pares de ojos, pertenecientes a una buena cantidad de niños
y ancianas, entre otros, les habían mirado como si fueran pervertidos.
Ella se había muerto de la vergüenza y se
había puesto tan colorada como su camiseta roja pasión, y en cambio él, se
había estado riendo sin parar, hasta que habían llegado a la limusina, donde
estaban sus cosas, y que les llevaría al aeropuerto.
Durante todo el trayecto había estado
intentando quitarle el colgante, tanto de forma pacífica y dialoga, como
agresiva y malhumorada. Pero todos sus intentos habían fracasado y Eduardo se
había negado a dárselo, debido a esa manía estúpida que tenía de intentar
hacerse el gracioso, cosa que, bajo su punto de vista, no se le daba demasiado
bien.
Continuaba enfadada, tremendamente disgustada,
con el que ahora era su esposo. Y lo que peor la hacía sentir era que, en la
noche, había creído que podían llegar a llevarse bien y a sentir por él algo
parecido a la amistad, pero tras ese jueguito de idiotas que él y solo él había
comenzado, había cambiado totalmente de opinión y se había dado cuenta que la
única relación que podía existir entre ellos era una basada en la agresividad
verbal e incluso física, al menos por su parte, porque cuando su “querido”
maridito se ponía gracioso, no había dios, ni persona humana que pudiera, o
quisiera, aguantarle.
- Espero que hayan tenido un buen vuelo
señores, y que disfruten de su estancia – les dijo el capitán del vuelo cuando
aterrizaron en el aeropuerto de Bora Bora, el paraíso al que les habían enviado
de viaje de novios sus padres, y en el que no iban a poder hacer otra cosa que
tostarse al sol, ya que obviamente y dada su situación y relación, otras cosas
no iban hacer.
- Muchas gracias Santiago – le dijo Eduardo
a la vez que le estrechaba la mano – y no dudes que vamos a disfrutar – sonrió
y colocó su mano en la cintura de Carolina, atrayéndola hacia él.
- Muchas gracias – repitió ella intentando
aumentar la distancia entre Eduardo y ella, pero sin lograrlo.
El chofer que les llevaría al fabuloso y
lujoso hotel, se acercó a ellos y recogió sus maletas mientras ellos caminaban
aún juntos siguiéndole.
- ¿Me quieres soltar de una vez?
- Cariño, tienes que relajarte – comenzó él
con una sonrisita mirando hacia el frente – cualquiera diría que estamos
enfadados – le dio un beso en el cabello – y los recién casados no se pelean.
- Pero es que nosotros no somos unos recién
casados normales – hizo fuerza, de nuevo, y esta vez consiguió que él apartara
la mano de su cintura y la dejara algo más de libertad – y que no quieras
devolverme mi colgante tampoco ayuda.
- Eres muy rencorosa – soltó una risita
furtiva y entrelazó sus dedos con los de ella, al tomarla de la mano.
- Y tú eres muy idiota – murmuró ella aún
molesta.
- Haré como que no lo he oído – se paró y
la miró - ¿Quieres el colgante?
- Está claro que sí – le miró como si fuera
tonto y no hubiera entendido lo que llevaba diciéndole desde que habían salido
del hotel, casi dos días antes.
- Bien entonces te lo daré, pero que conste
que lo hago para que dejes de quejarte de una vez – la miró de forma burlona y
buscó en su bolsillo.
- ¿Qué pasa? – le preguntó Carolina, al ver
la cara de sorpresa que había puesto él.
- Pues… – soltó una risita nerviosa – que
no está.
- ¿Cómo que no está?
- Pues eso, que no está en el bolsillo – la
miró mordiéndose el labio y sabiendo que se había metido en un buen lío.
- ¿Y… - intentó respirar profundamente para
calmarse, pero no lo conseguía del todo - … dónde se supone que está?
- No lo sé… se me debe haber caído en…
- ¿En dónde? – reclamó ella de nuevo.
- Esa es una buena pregunta…
- Eres un… - apretó los puños junto a su
cuerpo y le miró enfadada - … un… - resopló – es que ni nombre tienes… - giró
sobre sus talones y se dirigió con rapidez hacia la limusina, donde les
esperaba el chofer con la puerta abierta.
Pasaron todo el viaje hacia el hotel en
silencio. Eduardo había intentado en varias ocasiones decir algo, pero Carolina
no se lo había permitido, ninguna de las veces.
Le daba igual lo que pensaran los demás,
poco la importaban que toda esa gente se diera cuenta de que lo suyo no era el
matrimonio feliz y amoroso, que todo el mundo pensaba. No le hubiera importado
tener que fingir en público allí también, por lo que pudiera pasar, o la gente
que pudiera estar allí, pero en esos momentos, lo que más le apetecía era
partirle la cabeza a Eduardo con algo grande y contundente y no fingir una
adoración sin límites por él.
Ese colgante era importante para ella,
muy importante. Era una herencia familiar. Su madre se lo había entregado a
ella para que lo luciera en la boda, y su madre a ella, y así varias
generaciones atrás. Y ella lo había perdido, o más que ella, el gracioso de su
marido. Una joya que había durado tanto tiempo en su familia, se había perdido
en un minuto y ni siquiera sabía dónde ni cuándo.
- Lo siento mucho, Carolina… - oyó la voz
de Eduardo a su espalda, pero no se volvió, porque ya no estaba enfadada, ahora
solo estaba triste, y no quería que él la viera así. Lo único que había
significado algo, en esa gran mentira que había sido su matrimonio, se había
perdido y solo podía sentir que ahora la faltaba algo, algo realmente
importante. Necesitaba estar sola y tranquila, por eso había salido a la terraza
de su cabañita sobre el mar – me siento fatal… - se acercó a ella al ver que
continuaba sin decir nada – si quieres podemos buscar uno parecido y…
- No hay ninguno parecido… - dijo pausadamente,
aún sin volverse.
- Seguro que sí… ya verás cómo lo
encontramos – se acercó a ella y le colocó una mano en el hombro.
- Es una herencia de familia, - se giró y
le miró fugazmente ya que sentía como sus ojos se nublaban – es demasiado
antiguo para encontrar otro igual… – apartó suavemente la mano de él de su
hombro y se dirigió hacia el interior de la habitación – voy dormir un rato,
estoy cansada por el viaje.
Llevaban cuatro días en el paraíso y lo
único que habían hecho era comer y tomar el sol, y la mayoría de las veces, ni
siquiera lo habían hecho juntos.
Eduardo había estado la mayor parte del
tiempo enfrascado en largas conversaciones telefónicas o perdido a saber en dónde
y a saber con quién. Mientras Carolina, no había dejado de dar largos paseos
por la playa y tomar el sol tumbada en las confortables hamacas de cáñamo que
había por doquier.
- Esta tarde voy a bucear cerca del
arrecife – informó Carolina a su marido entre bocado y bocado.
- ¿Vas a ir sola? – la miraba con gesto
preocupado. Desde que había llegado, había estado distante, más de lo habitual,
y cada vez que hablaba con ella lo hacía escogiendo cuidadosamente las
palabras, como con miedo a cometer un error de nuevo.
- No, el hotel ha organizado una excursión,
y hay más personas apuntadas – explicó ella sin darle demasiada importancia al
asunto.
- Me gustaría ir contigo – Carolina detuvo
el tenedor a medio camino entre el plato y su boca y le miró fijamente - ¿Qué
pasa?
- ¿Tú quieres bucear? – él se encogió de
hombros – lo que quiero decir es que ¿tú sabes bucear?
- Tengo el título desde hace cuatro años,
cuando fui a
México con mis amigos, lo estuvimos probando y nos gustó, hicimos un curso rápido y cuando volví a casa hice el oficial.
México con mis amigos, lo estuvimos probando y nos gustó, hicimos un curso rápido y cuando volví a casa hice el oficial.
- Oh – le miró sorprendida, no tenía la
menor idea de que tuviera el título de buceo, aunque en realidad tampoco sabía
que había ido con sus amigos a México – bueno si quieres… supongo que todavía
quedaran plazas libres, deberíamos ir después de comer a comprobarlo.
- O también podemos alquilar una lancha e
ir nosotros por nuestra cuenta.
- No sé pilotar una lancha... ni donde está
el arrecife.
- Bueno pero yo sí, y con una carta marina
en la que se indique dónde se encuentra podremos llegar.
- Entonces supongo que… - se encogió de
hombros, intentando parecer indiferente, aunque estaba totalmente sorprendida
de que él supiera hacer todas esas cosas, y sobre todo de que le gustara el
buceo, una de sus aficiones más profundas y secretas, que pocas veces podía
realizar – de acuerdo.
No habían pasado ni dos horas desde que
habían hablado de bucear, y ya estaban con la lancha, los equipos y en pleno
arrecife de coral, apunto de sumergirse.
Eduardo había conseguido todo a una
velocidad record. En lo que ella había ido a su cabaña a cambiarse y a recoger
algunas cosas para llevar con ellos, él había montado la excursión completa,
con tentempiés y bebidas incluidas.
Era eficiente, de eso no había duda,
cuando se proponía algo lo conseguía fuera como fuera, y siempre de la mejor
manera, siempre a lo grande.
- ¿Cuánta experiencia tienes? – le preguntó
Eduardo ayudándola a ponerse la botella de oxígeno a la espalda.
- He buceado algunas veces, pero no tengo
el título oficial como tú – se abrochó las cintas al pecho – ni tu experiencia
– apuntó con tono jocoso.
- Entonces no bajaremos a más de diez
metros – le dijo él sin demasiada importancia mientras se colocaba su arnés con
su bombona.
- ¿Qué? ¿Por qué no? – estaba indignada.
- Porque así no tendremos que hacer
descompresión y estaré más tranquilo.
- Y yo más aburrida… a diez metros con
bombona no es nada – se quejó ella - Yo quiero bajar más….
- Pues eso otro día – se acercó a ella y
revisó el controlador de oxígeno, comprobando que todo estuviera en orden y
funcionara perfectamente – hala, ya estamos.
Llevaban un buen rato sumergidos, siempre
sin sobrepasar la profundidad acordada, de lo que Eduardo se aseguraba
comprobando el manómetro continuamente.
Todo iba a la perfección hasta que Carolina,
comenzó a notar que no le llegaba el aire. Revisó el controlador y comprobó que
aún tenía oxígeno suficiente, por lo que dedujo que el problema sería del regulador,
así que aguantando la respiración se apartó el que tenía en la boca y se
introdujo el de repuesto, pero seguía sin llegarle aire a sus pulmones.
Miró a su alrededor pero no encontró
lo que buscaba, no veía por ninguna parte a Eduardo. Y se estaba empezando a
poner nerviosa, realmente nerviosa.
Sentía como se quedaba sin aire así que
hizo lo que pensaba que debía hacer, intentar salir a la superficie, pero
estaba muy lejos. Ahora diez metros le parecían una eternidad, aunque agradecía
haberle hecho caso a Eduardo, porque hubiera sido peor tener que subir desde
más profundidad, teniendo que elegir en hacer la descompresión correctamente o
quedarse sin aire.
Comenzó a nadar hacía arriba, pero cada
vez avanzaba menos, cada vez se hundía más. Volvió a mirar a su alrededor
buscando a Eduardo y por fin lo vio a unos metros de distancia de ella, por lo
que cambio de idea. Sería más fácil llegar hasta él que llegar arriba.
Nadó, o hizo el intento de nadar hacía
él, pero le parecía que un abismo los separaba. Su capacidad pulmonar no era
demasiada y había perdido mucho tiempo y aire en el intercambio de los
reguladores, por lo que su noción de la realidad, estaba seriamente dañada.
Intentó hacerle señales, pero él no
reparaba en ella. No la veía. Estaba cansada, demasiado cansada, todo a su alrededor
comenzaba a desaparecer, incluso la figura de Eduardo no era más que algo
borroso en la lejanía, en la oscuridad en que se había convertido todo.
Esta buena. Genial como todo lo que ecribesss. Veo que la has dejado parada, no se porque exactamente... Espero que la sigas porque me está haciendo gracia... Jajaja.
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