jueves, 30 de mayo de 2013

Viaje en tren

Corro por el andén temerosa de no llegar a tiempo. Siempre el reloj avanza más deprisa que yo, pero nunca consigo hacer nada para remediarlo.
Escucho la voz que avisa que el tren deja la estación y aprieto aún más el paso.

No puedo perderlo. Me da igual esperar los diez minutos que tardaría en llegar el siguiente, pero no puedo pasar un día más sin verle.
Se ha convertido en una estúpida rutina. Si mi día no empieza teniéndole a él a dos filas de distancia, pudiendo observarle a escondidas, fantaseando con lo que podría ser y jamás será, no es lo mismo.

Subo al último vagón como cada mañana, intentando recuperar la compostura, y como siempre él está allí.
Llevo, involuntariamente mi mano al cabello, comprobando los destrozos que la carrera ha hecho al peinado que ha sido el causante del retraso.
Seguramente estoy desastrosa, con el rostro acalorado, el traje desarreglado y la respiración entrecortada, pero da igual, pues él mira distraídamente por la ventana, viendo sin ver, concentrado en sus pensamientos, esos que, tan solo por conocerlos, daría mi vida.

Camino hacia mi asiento intentando desviar la mirada de él, pero como siempre, me resulta más fácil pensarlo que hacerlo.
Me dejo caer sobre la silla con un suspiro y miro hacia la ventanilla, intentado ver más allá de los edificios en movimiento.

Quiero mirar hacia delante. Buscarle a escondidas. Empaparme de sus facciones para mantener su imagen viva en mi memoria. Pero la vergüenza de ser descubierta me sobrepasa.
Apenas desvío la mirada del paisaje unos segundos, aventurándome a ser sorprendida.

Mi parada está a punto de llegar y entonces me atrevo. Miro hacia él, pero en su lugar un anciano dormita contra el cristal. Frunzo el ceño contrariada. Desde que apareció en el tren por primera vez, nunca se había bajado antes que yo, nunca había cambiado su rutina.

Me levantó aún confusa, buscándole inconscientemente. Mi mirada revolotea distraída de un rostro a otro, sin encontrarle.
Mi desánimo aumenta. Apenas lo he visto, quizá a partir de ahora no le vuelva a ver, pues todos los días son un principio y un final para nosotros.

El tren toma una curva que no recuerdo que haya estado siempre en el recorrido y tropiezo al pasar, con las bolsas de la mujer sentada a mi lado. Mi cuerpo se precipita hacia delante y unos brazos frenan mi inminente caída contra el suelo.
Miro a mi alrededor sin separarme de mi sujeción y compruebo que nadie se ha percatado de mi traspiés. Poco a poco me separo de mi salvador, levantando el rostro, sonriendo, para agradecerle por la ayuda, pero mis palabras se atoran en mi garganta y en su lugar un gorgojeo apenas audible sale de mi boca, y no hace más que aumentar el calor de mis mejillas.
Parpadeó intentando aclarar mi mente, enfocar correctamente y desligar los sueños de la realidad. Pero él sigue allí, aún sujetándome y mirándome con esos ojos que durante meses he deseado conocer de cerca y averiguar su verdadero color.

El tren llega a su destino, es el momento de bajar. Sus manos se deslizan por mis brazos hasta deshacer el contacto que nos había mantenido unidos.
Doy un paso hacia atrás y, al escuchar el sonido de las puertas abrirse, me giró nerviosa, cada vez más sonrojada, y camino hacia ellas con prisa.
Poso mis pies sobre el andén y me quedo parada, de espaldas a las puertas. Ni siquiera sé que ha pasado, aún dudo de que sea real.

Inspiro profundamente intentando recuperar el control y acabar con los temblores que nacen del contacto de sus manos y me recorren todo el cuerpo.
      Escucho el pitido que indica que las puertas van a cerrarse y me giro, con el ceño fruncido, intentando comprender lo ocurrido, descubrir si he dejado de soñar. Pero él está ahí, frente a la puerta, frente a mí, mirándome con una sonrisa, que aún me confunde más.
Las puertas comienzan a cerrarse y él levanta una mano, se toca con dos dedos la sien y hace un gesto de despedida.
           
Las puertas se han cerrado, el tren se ha marchado y yo aún sigo en el mismo lugar, mirando hacia donde, minutos antes, él estaba sonriéndome como si realmente me conociera.


La ansiedad aún sigue apoderándose de mí.
Apenas he dormido, me he levantado dos horas antes de lo normal y he tardado en elegir mi ropa, tres cuartos de hora más de lo que acostumbro.
Llevo sentada en el banco del andén media hora. Los nervios bullen en mi estómago, como un ácido desgarra una tubería roñosa, desde la mañana anterior.
Apenas puedo contener las ganas de que llegue el momento de subirme a ese tren de nuevo, de verle y saber qué ocurrió ayer.

El tren se acerca, me dispongo, como cada mañana, para subirme en el último vagón y siento como las piernas me tiemblan. Las puertas se abren y subo.
Mi mirada se dirige inmediatamente al lugar de siempre, esta vez con un deseo incontenible de cruzarme con su mirada. Pero él no está, su asiento está vacío y con él se vacía mi corazón y mi esperanza. Mi sonrisa desaparece de mi rostro y siento sobre mis hombros todo el cansancio acumulado, a causa de la falta de sueño.
Me siento como una idiota que se ilusiona por una simple casualidad.

Camino desganada hacia mi acostumbrado lugar y entonces le veo. Está sentado frente a mi asiento. Me quedo parada en mitad del pasillo, y siento un par de empujones, pero ni siquiera soy consciente de ellos, pues sus ojos se han encontrado con los míos y todo lo demás ha dejado de tener sentido.
Aparto la vista cohibida y bajo la mirada hacia mis pies, intentado disimular el sonrojo que domina mi rostro.
Me siento en mi asiento, aún sin atreverme a mirarle. Él se recuesta en su lugar y sonríe. Levanto el rostro, intentando infundirme confianza, pero incapaz de soportar mirarle, desvío la vista hacia el exterior

La señora sentada junto a mí se marcha de mi lado y nos quedamos solos.
Él se echa hacia delante apoyando los codos en las rodillas y fija la vista en el suelo.
Aparto ligeramente la mirada de la ventana, consciente de que no me descubrirá tan fácilmente y me atrevo a mirarlo, pero él levanta la vista y nuestras miradas se encuentran de nuevo, sin embargo, en ese momento, pasada la sorpresa de verlo, la vergüenza vuelve a hacer gala y aparto otra vez la vista, aunque puedo verle sonreír, por el rabillo del ojo.
Se inclina más hacia delante, cargando su peso sobre los codos y me mira. Cambio de posición nerviosa por su mirada pero él no deja de hacerlo.

-      Me llamo Iker – me dice con lo que parece un susurro entre las voces de la gente de alrededor.

Levanto la mirada y la fijo en su rostro, sin saber muy bien qué decir o cómo comportarme. Ni siquiera sé lo que él espera, lo que busca, y eso me pone aún más nerviosa.
Me siento como una niña asustada en su primer día de clase y quiero morirme al pensar en lo imbécil que pareceré a sus ojos.
Quiero que el tren pare, bajarme de él y echar a correr hasta que la vergüenza y la estupidez abandonen mi cuerpo, pero en cambio todo sigue igual, el traqueteo del tren, las voces de las personas que están realizando el mismo viaje que nosotros, y su mirada escrutándome insistentemente con una taimada sonrisa asomando por las comisuras de sus labios.

-   Estaría bien que ahora me dijeras el tuyo. Por cortesía solamente.

Le miro con el ceño fruncido, sintiendo que me he perdido alguna parte importante de la conversación y ahora si sonríe abiertamente.

-    Solo tienes que decirme tu nombre. Aunque si no quieres hacerlo lo entenderé perfectamente, soy un desconocido para ti.
-      Ariana – susurro y su sonrisa aumenta, contagiando la mía.
-    Ariana – repite él saboreando las sílabas y provocándome un escalofrío que intento disimular. – bonito nombre.
-      Gracias.
-      No des las gracias por algo que es verdad.

Extiende la mano hacia mí sin dejar de sonreír, sin dejar de mirarme y solo entonces comienzo a creer que algo de esto puede ser real.

-      Encantado de conocerte, Ariana.

Entramos en un túnel, y todo se queda en la más absoluta oscuridad. Desvió la vista escasos segundos hacia la ventana para comprobar, vanamente, que seguimos el mismo recorrido de siempre, y devuelvo inmediatamente después la mirada hacia él, escondido por la penumbra.

Quiero creer que está esperando a que le estreche la mano, pero el temor a volver a la luz del día y ser descubierta buscándole me frena. Mis pensamientos fluyen, más rápido de lo que nunca antes lo han hecho y finalmente me atrevo a hacerlo.
Extiendo la mano hacia delante y a tientas consigo encontrar la suya, que aguardaba a ser estrechada.
Nuestras manos se unen, nuestras pieles entran en contacto y un nuevo hormigueo, igual al que el día anterior me provocó al sujetarme, me recorre desde la mano.

Cierro los ojos aprovechando el amparo del túnel y disfruto de ese momento, de ese contacto, con el hombre que ha estado presente en mis pensamientos desde la primera vez que le vi, por si no volviera a producirse.
Siento claridad sobre mi rostro y los abro inmediatamente, rezando en mi mente para que él no se haya dado cuenta por algún tipo de milagro celestial. Pero nunca he tenido suerte con el amparo de Dios, y él sigue estático, mirándome con un brillo especial, con esa sonrisa torcida que no consigue revelar nada.
Acaricia sutilmente mi mano con su pulgar, puedo sentirlo y me encanta, pero hago como que no ocurre nada, por el deseo de que no cese de hacerlo, por el miedo de que solo sea un juego.

      El altavoz anuncia mi parada. Mis hombros se tensan ante la electrónica voz, al sentir que este maravilloso sueño llega a su fin. Con reticencia separo mi mano de la suya, rompiendo nuestro contacto, provocando que ese cosquilleo que antes recorría mi estómago a causa de los nervios vuelva a él, por el dolor que me provoca este momento.

      Me siento como una estúpida al sentir que nunca más volveremos a encontrarnos, que esto ha sido algo que ha empezado y ha terminado al mismo tiempo, en este vagón de tren, entre dos desconocidos que apenas se han visto unas cuantas veces por coincidencia.
      Y siento ganas de reír y llorar al mismo tiempo, porque en realidad eso es lo que es, eso es lo que somos, dos desconocidos con nombre.

      Me pongo en pie y él hace lo mismo. Me encamino hacia la puerta y le siento tras de mí. Me apoyo contra la cristalera, en espera de que el tren finalmente llegue a mi parada y él se coloca frente a mí.

-     No dejarás de coger el tren ¿verdad? no ahora que por fin nos conocemos.
-     ¿a qué te refieres?
-    Sé que me has estado mirando – dice sin tapujos y yo me sonrojo más de lo que jamás lo he hecho, aparto la vista hacia la puerta rogando porque el tren pare y pueda salir corriendo de allí. – yo también te he mirado – continua, conduciendo mi rostro hasta conseguir que nuestras miradas se vuelvan a encontrar.
-     Bueno, yo….

El tren comienza a parar y ambos desviamos la mirada un instante hacia la puerta, para segundos después volver a mirarnos.

-      Dime que seguirás cogiendo este tren. – me pide.
-      Estoy obligada a hacerlo.
-      No te he preguntado eso. Yo sé que lo seguiré haciendo, por que así lo quiero.
-      Entonces, sí, seguiré cogiéndolo.
-      Bien. No me gustaría dejar de verte.
-    A mi tampoco. Pero podíamos darnos los teléfonos y acabar antes con esto.
-    Todo a su tiempo Ariana. – se inclina hacia a mí y por un momento pienso que me besará – todo a su tiempo – susurra en mi oído, antes de retirarse sonriendo y pulsar el botón verde que abre las puertas que me llevarán lejos de él.
-      Nos vemos mañana. – me despido bajando al andén.
-      Eso ni lo dudes.

Me vuelvo para mirarle y su sonrisa, fija en su rostro, es aún más resplandeciente.
Le correspondo, sonriendo yo también y me dice adiós con la mano, vuelvo a imitarle y las puertas se cierran.
El tren se marcha y yo aún sigo allí mirando como se aleja.

Un cosquilleo me recorre el cuerpo, un sentimiento de plenitud me invade, dándome fuerzas para hacer cualquier cosa.
Comienzo a reírme a carcajadas, sin importarme que la gente de mi alrededor me mire y me encamino hacia la salida deseando que llegue el próximo viaje en tren.



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Otro relato más que andaba por ahí, cogiendo polvo, desde que lo escribí para un concursillo. Es cortito pero espero que diga lo suficiente. A ver que os parece...




2 comentarios:

  1. Éste me ha gustado mucho!!
    Mucho mucho!!
    Ains este si que lo tendrías que seguir, con más encuentros de trenes. Cuando era más joven y yo me montaba en el tren siempre pensaba que algo así me iba a ocurrir. Ahora, que tengo pareja, ya no pienso eso, pero si imagino esa situación con cualquier chica y chico que están sentados a mi alrededor. No sé seré una enamoradiza de la vida jejeje

    Por cierto, te has presentado a muchos concursos!! jajajjaa

    Sigue desempolvando retratos ^^

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  2. Dios por un momento he pensado que iba a acabar como la canción de Jueves de La Oreja de Van Gogh. ¡Menos mal que no!

    De verdad que tienes una manera única de relatar el amor entre dos personajes que casi ni se tocan; tus textos siempre desbordan una ternura infinita, son geniales.

    Y nada, a ver con qué otros textos nos sorprendes (:

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