- Hace más de diez años que lleváis siendo
pareja, creo… - el hombre entrado en años miró a su compañero sentado a su lado
en el elegante sofá y se corrigió a sí mismo con un ligero carraspeo – creemos
que deberíais avanzar en vuestra relación.
- ¿A qué te refieres con “avanzar”? –
aunque sabía perfectamente lo que su padre estaba queriendo decir, se vio en la
obligación de preguntarlo, no tanto por él como por Carolina.
- Hijos, ya sois mayores, tenéis casi veintiséis
años, es hora de que formalicéis la situación.
- Ya está formalizada Enrique, lleva dos
años formalizada – le recordó a su “suegro” intentando parar la situación que
se le venía encima y para la que sabía que no estaba preparada ni estaría nunca
preparada.
- Cariño, a lo que Enrique se refiere, es
que dos años es tiempo suficiente, no podéis estar eternamente prometidos,
debéis casaros.
- ¿Casarnos? – pronunciaron la palabra a la
vez y con el mismo tono de asombro y ausencia, que era tan difícil de entonar
por alguna persona que no fueran ellos. Rara vez se ponían de acuerdo en algo,
pero cuando de su relación se trataba, ambos, casi siempre, tenían la misma
reacción.
- Pues claro que casaros, no sé de qué os
sorprendéis tanto, lo extraño es que seamos nosotros los que os lo tengamos que
decir.
- Pero papá… – intervino Carolina, mirando
previamente a Eduardo, para comprobar si él iba a ayudarla a retrasar al máximo
esa locura, pero como siempre, él era un misterio para ella, su rostro
inquebrantable, no revelaba nada de lo que él pensara o quisiera hacer – aún es
pronto para eso, Eduardo y yo preferimos esperar un poco más de tiempo,
queremos organizar las cosas con calma, y pensando cada uno de los detalles con
cuidado y amor – compuso en su rostro una de esas sonrisas que durante toda su
vida había tenido que perfeccionar y miró a su prometido pidiéndole ayuda con
la mirada - ¿verdad que sí amor?
- Sí – tomó su mano y la acercó a sus
labios para depositar en ella un casi inexistente beso – estoy de acuerdo con Carol,
papá, Julio, nosotros queremos hacer las cosas bien, al fin y al cabo es
nuestra boda – miró a Carolina con una sonrisa tan fingida y tan falsa como la
que ella le acababa de dedicar a él – la única que vamos a celebrar, todo tiene
que ser perfecto, y las prisas no son buenas para la perfección.
- Bueno, está bien, os dejaremos tiempo,
¿Cuánto necesitáis? ¿dos meses, quizá tres? – intervino Enrique de nuevo un
poco nervioso ante la vacilación de su hijo y su adorada ahijada.
- Eso es muy poco tiempo, una boda de la
categoría de la nuestra… - Carolina necesitaba ganar tiempo, tres meses era
demasiado poco, ella por lo menos necesitaba tres años para hacerse a la idea
de que su relación con Eduardo iba a ser para siempre.
- Pero cariño, tú siempre has querido una
boda intima, te has cansado de decírselo a tu madre cuando se encargaba de
celebrar esas grandiosas fiestas en vuestro honor que tan poco os gustaban – su
padre se acercó a ella, y la tomó de las manos cariñosamente – ¿Qué te ocurre
ahora? No me digas que te asusta el matrimonio…
- Por el amor de dios Julio, que cosas
tienes, como le va a asustar el matrimonio si estos chicos se quieren con
locura y están hechos el uno para el otro, - les miró a ambos - debéis poner
fecha cuanto antes.
- ¿Pero a que vienen esas prisas papá? tú
nunca te has preocupado por nuestra relación – prefirió omitir el día en que
con tan solo trece años les había juntado a Carolina y a él en el mismo
despacho en el que se encontraban ahora y les habían estado hablando de lo
bueno que sería para las dos familias y todo lo que las unía, ya que ellos era
los únicos hijos que tenían, que ellos se relacionaran de otra manera y
formalizaran una relación que permitiera que ambos linajes pasaran de ser unos
grandes amigos a una gran familia.
- No son prisas hijo, pero tienes que
entendernos, nos hacemos mayores y no queremos perdernos nada de vuestras
vidas….
- Si os entendemos perfectamente, pero las
prisas no son buenas consejeras… - continuó la defensa ella.
- Pero no os preocupéis más, la boda se va
a celebrar. – aseguró Eduardo.
- ¿Cuándo? – la pregunta vino por parte de
las tres personas que le estaban acompañando en la sala, pero los tonos
utilizados fueron muy diferentes.
- Nos gustaría que fuera en verano, así que
tendremos que esperar un poco – dado que se encontraban casi en navidad, seis
meses era lo más que podía pedir y conseguir para que Carolina lo asumiera -
además una boda en pleno invierno resultaría un poco extraño ¿no creéis?
- Tienes toda la razón Eddie ¿Cómo no hemos
pensado en eso antes, Enrique?
- Las ganas que tenemos de que la unión de
los chicos esté por fin bendecida que nos hace olvidarnos de esos detalles de
tradición.
- Bueno, en ese caso – continuó el padre
del chico – iremos a decírselo a las señoras de la casa para que empiecen a
maquinar sobre el jolgorio – se encaminó hacia la puerta seguido de su
compañero, amigo y futuro consuegro.
- ¿Cómo has podido hacer eso? – estaba tan
furiosa que no sabía cómo había sido capaz de aguantar, hasta que su padre y su
padrino les habían dejado solos, para partirle la cabeza al idiota que había
tenido la desgracia de soportar como prometido y ahora próximo marido.
- Era lo único que podía hacer – se justificó
él encogiéndose de hombros.
- No, idiota, podías haberme apoyado en lo
que decía, pero no, eres demasiado inútil, ni siquiera eso puedes hacer.
- Descarga tu enfado si quieres, a mi no me
importa.
- ¿Qué no te importa? ¿Acaso no lo
entiendes? Acabas de aceptar que nos casemos este verano.
- Lo sé perfectamente.
- ¿Y estás tan campante? Yo no quiero
casarme, y menos ahora – le miró despectivamente – y mucho menos contigo.
- Pues tendrás que ir haciéndote a la idea,
esto es algo que hace mucho tiempo estaba predestinado a pasar, y ni siquiera
tú vas a poder evitarlo.
- Te estoy hablando en serio Eduardo, - le
miró con la tristeza que sentía reflejada en sus ojos – yo no quiero casarme,
quiero hacer más cosas en mi vida que estar ligada a una continua carrera de
falsedades y apariencias como las que llevo viviendo desde hace trece años.
- Yo tampoco quiero hacerlo, pero es
nuestra obligación, debemos cumplir con nuestros actos, y hace mucho tiempo
decidimos que esto iba a seguir adelante con todas sus consecuencias.
- Éramos unos críos, por el amor de Dios.
- Lo éramos, pero el tiempo pasó y miles de
veces tratamos este tema y decidimos, nos comprometimos a continuar, a no
defraudarles, ahora es demasiado tarde para volver atrás, lo que no hicimos
entonces no podemos hacerlo ahora.
- Pero no nos queremos, ni si quiera nos
llevamos bien, ¿Qué futuro vamos a tener juntos?
- El que nosotros decidamos, podemos
aprender a tratarnos sin conflictos o convivir como vecinos sin relación, yo no
te voy a imponer nada y…
- Que no sea el matrimonio – intervino
ella, interrumpiéndole.
- … y tú no me vas a imponer nada a mí –
continuó Eduardo sin reparar en el comentario de ella.
- No puedo creer que no pienses hacer nada…
- Hay que aceptar las cosas como son.
- No estamos en la edad media, los
matrimonios concertados no existen en el mundo actual.
- Esto no es un matrimonio concertado Carolina.
- ¿No? – se cruzó de brazos y lo miro
desafiante – y entonces ¿Qué es?
- Una relación especial por el bien de
nuestras familias.
- Que nos obliga a nosotros a hacer algo
que no queremos hacer.
- Si sigues pensando así nunca vamos a
llegar a ningún lado.
- Lo que no entiendo es como tú no piensas
igual yo.
- Asumo mis actos y mis decisiones, cosa
que sí tu hicieras te vendría mucho mejor.
- Eres odioso en todos los sentidos, no te
soporto.
- Pues te recomiendo que te vayas
acostumbrando – abrió la puerta del despacho con una sonrisa fingida y la miró
– ¿Vamos, cariño?
- Imbécil – murmuró Carolina, saliendo de
forma precipitada.
Estaba alterada, demasiado nerviosa para
pensar con claridad, para comportarse con sentido y teniendo control sobre sus
actos.
Caminó por la playa, cercana a las
lujosas casas de sus padres y suegros, dejando que la brisa revolviera su
cabello y se llevara sus temores y sus dudas para poder cumplir con su cometido
como había prometido y como Eduardo iba hacer.
Eduardo. No sabía si era odio lo que
sentía por él, pero estaba segura que amor no era, ni siquiera cariño. Él la
sacaba de sus casillas, la provocaba, la alteraba, conseguía sacar su peor
parte. Odiaba como aceptaba todo lo que le proponían sin ninguna queja,
detestaba su buena disposición para todo, su frialdad, esa que no la permitía
descubrir nada de lo que él pensaba, sentía o quería. Algo que la ponía aún de
peor humor, y la hacía sentir aún más impotente en todo lo que la rodeaba.
Jamás había querido aceptar ese trato, al
menos no desde que había sido consciente de las implicaciones que conllevaban
todo lo que estaban viviendo, lo que desde hacía mucho tiempo estaban
representando.
Pero en cierto modo, Eduardo tenía razón.
Ya no había vuelta atrás. Ella, y también él, estaban atados a esa realidad de
la que eran marionetas y de la que no podían escapar. Por el bien de todos,
tenía que cumplir con lo pactado, aunque eso supusiera vivir el resto de su
vida bajo un máscara de tristeza y de falsedad que no iba a permitir su
felicidad, pero que, en cambio, iba a mantener a sus familias en paz y a su
padre con la estabilidad médica que él requería y ella necesitaba.
*+*+*+*+*+*+*
- Cariño, estás maravillosa, jamás ha
existido una novia más bella que tú – tomó la mano de su hija y la apretó con
ternura – estoy tan feliz.
- Gracias mamá – se giró hacia el espejo
para mirarse una vez más.
- Voy a ver si ya está todo preparado.
Estaba muy linda, su madre tenía razón,
no podía negarlo, el vestido de novia era precioso, y la quedaba muy bien,
aunque le quedaría aún mejor si su rostro no estuviera tan estático, tan
inexpresivo.
Llamaron a la puerta de la habitación lo
que consiguió sacarla de sus cavilaciones. Dio paso a la persona, fuera cual
fuera, que tocaba, y se giró para saber quién era a la vez que su mejor amiga
asomaba su linda y bien peinada cabeza por la puerta.
- Amiga, ¿Cómo estás?
- ¿tú como me ves? – sonrió tristemente,
pero daba igual, con Daniella nunca tenía que fingir, con ella podía ser ella
misma, porque era su mayor apoyo, la única que conocía la realidad de la
relación a la que en unos minutos iba a atarse de por vida.
- Físicamente, deslumbrante, en cuanto
salgas serás de nuevo la envidia de todos, pero… - se acercó a ella y la
condujo hasta el sofá donde la invitó a sentarse con ella y la tomo de la mano
– pero no se te ve muy animada con la idea de lo que va a pasar…. Cariño ¿Por
qué no acabas con esta locura de una vez? Aún estás a tiempo.
- Es demasiado tarde…
- No lo es hasta que el cura os declare
marido y mujer, y ni siquiera entonces es definitivo, siempre queda el
divorcio.
- El divorcio no es una opción, y suspender
la boda tampoco, no podría hacerle esto a mi familia… ni siquiera podría
hacérselo a Eduardo.
- Carol, piensa bien las cosas… no me
gustaría que tuvieras esa cara de tristeza durante el resto de tu vida.
- No te preocupes tanto Daniella, sé lo que
me hago – sonrió fugazmente y dirigió su atención hacia la puerta al escuchar
un suave repiqueteo en ella – debe ser mi madre – se puso en pie y se acercó al
espejo para mirarse una última vez – pasa mamá.
- No soy tu madre – la voz de Eduardo la
sorprendió tanto que se giró con tanta brusquedad, que acabó tirando, con la
mano, un frasco de perfume, de la mesilla que había junto a ella.
- Tú no puedes estar aquí – Daniella a toda
velocidad se colocó delante de su amiga – el novio no puede ver a la novia
antes de la boda.
- Solo será un momento, necesito hablar
contigo – continuó él sin prestar la más mínima atención a lo que Daniella
hiciera o dijera.
- Está bien… por favor déjanos solos – le
pidió a su amiga con una mirada de suplica.
- Pero…
- Por favor – volvió a pedir Carolina.
- Oh, está bien… - se dirigió hacia la puerta
murmurando – al fin y al cabo este matrimonio está suficientemente gafado, por
un poco más…
- Siempre tan simpática tu amiga… - comentó
el chico mientras se dirigía hacia la novia y la mirada de arriba abajo.
- Es la única con la que puedo contar, así
que, por favor, no te metas con ella.
- No he venido aquí para eso.
- Entonces ¿Para qué has venido?
- Estás realmente preciosa.
- ¿Has venido para decirme eso? – le miró
con una ceja levantada y con total desconcierto.
- No, claro que no, solo constataba lo
evidente.
- Bien, entonces, gracias… tú tampoco estás
mal.
- ¿Estás segura de que quieres seguir
adelante con esto? – le preguntó totalmente serio y sin ningún rastro de
expresión en su mirada que representara lo que se le estaba pasando por la
cabeza en ese instante.
- ¿Adónde quieres llegar con esto? – no
tenía ni la más remota idea de a qué venía eso y justo en ese momento, a
escasos minutos de la boda que estaba a punto de celebrarse en el jardín de la
casa.
- Solo necesito saber si quieres seguir con
esto, si quieres casarte conmigo.
- Me parece que ya es un poco tarde para
eso.
- Aún no es tarde, si me dices que no
quieres casarte, saldré ahí fuera y les diré a todos que hemos decidido
cancelar la boda.
- ¿Tú qué quieres hacer?
- No importa lo que yo quiera, lo que
quiero saber es lo que piensas tú.
- Pienso que deberías volver a tu sitio y
esperar a que baje y hacer como si no me hubieras visto vestida así – le volteó
y le empujó sin conseguirlo hacia la puerta.
- Carol – la sujetó las manos delicadamente
– estoy hablando en serio, necesito saber que quieres hacerlo.
- Es lo que debemos, no lo que queremos,
siempre ha sido así.
- Esta vez no es así, ahora lo que me
importa es lo que quieres no lo que debes hacer.
- Te lo agradezco – le colocó una mano en
la mejilla y sonrió con ternura – pero deb… - él hizo el amago de interrumpirla
y replicar, pero ella no le dejó y cambió el término que iba a utilizar –
quiero seguir, quiero casarme contigo Eduardo.
- ¿Completamente segura? – insistió él.
- Completamente segura – ratificó ella –
pero… ¿y tú? También tengo derecho a saber ¿No? ¿tú quieres casarte conmigo?
- Si no quisiera, no habría aceptado – le
dio un beso en la mejilla –te espero junto al altar - y salió del cuarto sin decir
nada, dejando a Carolina con una extraña sensación.
Estaban frente al altar, y sin razón
aparente estaba nerviosa. En condiciones normales, debería estar nerviosa, las
bodas ponían nerviosas a las novias, al menos a las novias enamoradas, pero
ella no era una novia enamorada, ella era una novia… ¿obligada? Podía haber
dicho eso media hora antes, pero ese término ya no podía utilizarlo, no desde
que Eduardo le había propuesto acabar con todo si ella quería.
Ella estaba allí, frente al cura,
junto a Eduardo, porque había querido. Aunque no sabía por qué había dicho que
sí. Todo hubiera sido más fácil si hubiera aceptado la oportunidad que él le
había ofrecido. Habría sido libre para hacer lo que quisiera, pero en cambio no
lo había hecho, había aceptado, había hecho lo que tenía que hacer y a pesar de
lo que unas horas antes pudiera haber pensado y sentido, no se arrepentía ni se
sentía mal por ello.
Ya no estaba triste, ahora
estaba nerviosa… como si fuera una novia normal.
- … Yo os declaro marido y mujer. Hijo,
puedes besar a la novia.
Y la besó. Era lo esperado. Después de
que el sacerdote les declarara marido y mujer tendrían que besarse. Infinidad
de veces se habían tenido que besar en público, pero esos besos habían sido
fingidos, como los de las películas, sin ningún tipo de sentimiento.
Pero ahora eso no había sido así. El beso
que él la había dado y que ella había correspondido, después de que el cura les
hubiera dado su permiso, había sido distinto a todos aquellos, ese no había
sido falso, había sido real, totalmente real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario