lunes, 11 de marzo de 2013

Construyendo Recuerdos - "Capítulo 1"



-      Hace más de diez años que lleváis siendo pareja, creo… - el hombre entrado en años miró a su compañero sentado a su lado en el elegante sofá y se corrigió a sí mismo con un ligero carraspeo – creemos que deberíais avanzar en vuestra relación.
-      ¿A qué te refieres con “avanzar”? – aunque sabía perfectamente lo que su padre estaba queriendo decir, se vio en la obligación de preguntarlo, no tanto por él como por Carolina.
-      Hijos, ya sois mayores, tenéis casi veintiséis años, es hora de que formalicéis la situación.
-      Ya está formalizada Enrique, lleva dos años formalizada – le recordó a su “suegro” intentando parar la situación que se le venía encima y para la que sabía que no estaba preparada ni estaría nunca preparada.
-      Cariño, a lo que Enrique se refiere, es que dos años es tiempo suficiente, no podéis estar eternamente prometidos, debéis casaros.
-      ¿Casarnos? – pronunciaron la palabra a la vez y con el mismo tono de asombro y ausencia, que era tan difícil de entonar por alguna persona que no fueran ellos. Rara vez se ponían de acuerdo en algo, pero cuando de su relación se trataba, ambos, casi siempre, tenían la misma reacción.
-      Pues claro que casaros, no sé de qué os sorprendéis tanto, lo extraño es que seamos nosotros los que os lo tengamos que decir.
-      Pero papá… – intervino Carolina, mirando previamente a Eduardo, para comprobar si él iba a ayudarla a retrasar al máximo esa locura, pero como siempre, él era un misterio para ella, su rostro inquebrantable, no revelaba nada de lo que él pensara o quisiera hacer – aún es pronto para eso, Eduardo y yo preferimos esperar un poco más de tiempo, queremos organizar las cosas con calma, y pensando cada uno de los detalles con cuidado y amor – compuso en su rostro una de esas sonrisas que durante toda su vida había tenido que perfeccionar y miró a su prometido pidiéndole ayuda con la mirada - ¿verdad que sí amor?
-      Sí – tomó su mano y la acercó a sus labios para depositar en ella un casi inexistente beso – estoy de acuerdo con Carol, papá, Julio, nosotros queremos hacer las cosas bien, al fin y al cabo es nuestra boda – miró a Carolina con una sonrisa tan fingida y tan falsa como la que ella le acababa de dedicar a él – la única que vamos a celebrar, todo tiene que ser perfecto, y las prisas no son buenas para la perfección.
-      Bueno, está bien, os dejaremos tiempo, ¿Cuánto necesitáis? ¿dos meses, quizá tres? – intervino Enrique de nuevo un poco nervioso ante la vacilación de su hijo y su adorada ahijada.
-      Eso es muy poco tiempo, una boda de la categoría de la nuestra… - Carolina necesitaba ganar tiempo, tres meses era demasiado poco, ella por lo menos necesitaba tres años para hacerse a la idea de que su relación con Eduardo iba a ser para siempre.
-      Pero cariño, tú siempre has querido una boda intima, te has cansado de decírselo a tu madre cuando se encargaba de celebrar esas grandiosas fiestas en vuestro honor que tan poco os gustaban – su padre se acercó a ella, y la tomó de las manos cariñosamente – ¿Qué te ocurre ahora? No me digas que te asusta el matrimonio…
-      Por el amor de dios Julio, que cosas tienes, como le va a asustar el matrimonio si estos chicos se quieren con locura y están hechos el uno para el otro, - les miró a ambos - debéis poner fecha cuanto antes.
-      ¿Pero a que vienen esas prisas papá? tú nunca te has preocupado por nuestra relación – prefirió omitir el día en que con tan solo trece años les había juntado a Carolina y a él en el mismo despacho en el que se encontraban ahora y les habían estado hablando de lo bueno que sería para las dos familias y todo lo que las unía, ya que ellos era los únicos hijos que tenían, que ellos se relacionaran de otra manera y formalizaran una relación que permitiera que ambos linajes pasaran de ser unos grandes amigos a una gran familia.
-      No son prisas hijo, pero tienes que entendernos, nos hacemos mayores y no queremos perdernos nada de vuestras vidas….
-      Si os entendemos perfectamente, pero las prisas no son buenas consejeras… - continuó la defensa ella.
-      Pero no os preocupéis más, la boda se va a celebrar. – aseguró Eduardo.
-      ¿Cuándo? – la pregunta vino por parte de las tres personas que le estaban acompañando en la sala, pero los tonos utilizados fueron muy diferentes.
-      Nos gustaría que fuera en verano, así que tendremos que esperar un poco – dado que se encontraban casi en navidad, seis meses era lo más que podía pedir y conseguir para que Carolina lo asumiera - además una boda en pleno invierno resultaría un poco extraño ¿no creéis?
-      Tienes toda la razón Eddie ¿Cómo no hemos pensado en eso antes, Enrique?
-      Las ganas que tenemos de que la unión de los chicos esté por fin bendecida que nos hace olvidarnos de esos detalles de tradición.
-      Bueno, en ese caso – continuó el padre del chico – iremos a decírselo a las señoras de la casa para que empiecen a maquinar sobre el jolgorio – se encaminó hacia la puerta seguido de su compañero, amigo y futuro consuegro.


-      ¿Cómo has podido hacer eso? – estaba tan furiosa que no sabía cómo había sido capaz de aguantar, hasta que su padre y su padrino les habían dejado solos, para partirle la cabeza al idiota que había tenido la desgracia de soportar como prometido y ahora próximo marido.
-      Era lo único que podía hacer – se justificó él encogiéndose de hombros.
-      No, idiota, podías haberme apoyado en lo que decía, pero no, eres demasiado inútil, ni siquiera eso puedes hacer.
-      Descarga tu enfado si quieres, a mi no me importa.
-      ¿Qué no te importa? ¿Acaso no lo entiendes? Acabas de aceptar que nos casemos este verano.
-      Lo sé perfectamente.
-      ¿Y estás tan campante? Yo no quiero casarme, y menos ahora – le miró despectivamente – y mucho menos contigo.
-      Pues tendrás que ir haciéndote a la idea, esto es algo que hace mucho tiempo estaba predestinado a pasar, y ni siquiera tú vas a poder evitarlo.
-      Te estoy hablando en serio Eduardo, - le miró con la tristeza que sentía reflejada en sus ojos – yo no quiero casarme, quiero hacer más cosas en mi vida que estar ligada a una continua carrera de falsedades y apariencias como las que llevo viviendo desde hace trece años.
-      Yo tampoco quiero hacerlo, pero es nuestra obligación, debemos cumplir con nuestros actos, y hace mucho tiempo decidimos que esto iba a seguir adelante con todas sus consecuencias.
-      Éramos unos críos, por el amor de Dios.
-      Lo éramos, pero el tiempo pasó y miles de veces tratamos este tema y decidimos, nos comprometimos a continuar, a no defraudarles, ahora es demasiado tarde para volver atrás, lo que no hicimos entonces no podemos hacerlo ahora.
-      Pero no nos queremos, ni si quiera nos llevamos bien, ¿Qué futuro vamos a tener juntos?
-      El que nosotros decidamos, podemos aprender a tratarnos sin conflictos o convivir como vecinos sin relación, yo no te voy a imponer nada y…
-      Que no sea el matrimonio – intervino ella, interrumpiéndole.
-      … y tú no me vas a imponer nada a mí – continuó Eduardo sin reparar en el comentario de ella.
-      No puedo creer que no pienses hacer nada…
-      Hay que aceptar las cosas como son.
-      No estamos en la edad media, los matrimonios concertados no existen en el mundo actual.
-      Esto no es un matrimonio concertado Carolina.
-      ¿No? – se cruzó de brazos y lo miro desafiante – y entonces ¿Qué es?
-      Una relación especial por el bien de nuestras familias.
-      Que nos obliga a nosotros a hacer algo que no queremos hacer.
-      Si sigues pensando así nunca vamos a llegar a ningún lado.
-      Lo que no entiendo es como tú no piensas igual yo.
-      Asumo mis actos y mis decisiones, cosa que sí tu hicieras te vendría mucho mejor.
-      Eres odioso en todos los sentidos, no te soporto.
-      Pues te recomiendo que te vayas acostumbrando – abrió la puerta del despacho con una sonrisa fingida y la miró – ¿Vamos, cariño?
-      Imbécil – murmuró Carolina, saliendo de forma precipitada.


Estaba alterada, demasiado nerviosa para pensar con claridad, para comportarse con sentido y teniendo control sobre sus actos.

Caminó por la playa, cercana a las lujosas casas de sus padres y suegros, dejando que la brisa revolviera su cabello y se llevara sus temores y sus dudas para poder cumplir con su cometido como había prometido y como Eduardo iba hacer.

Eduardo. No sabía si era odio lo que sentía por él, pero estaba segura que amor no era, ni siquiera cariño. Él la sacaba de sus casillas, la provocaba, la alteraba, conseguía sacar su peor parte. Odiaba como aceptaba todo lo que le proponían sin ninguna queja, detestaba su buena disposición para todo, su frialdad, esa que no la permitía descubrir nada de lo que él pensaba, sentía o quería. Algo que la ponía aún de peor humor, y la hacía sentir aún más impotente en todo lo que la rodeaba.

Jamás había querido aceptar ese trato, al menos no desde que había sido consciente de las implicaciones que conllevaban todo lo que estaban viviendo, lo que desde hacía mucho tiempo estaban representando.

Pero en cierto modo, Eduardo tenía razón. Ya no había vuelta atrás. Ella, y también él, estaban atados a esa realidad de la que eran marionetas y de la que no podían escapar. Por el bien de todos, tenía que cumplir con lo pactado, aunque eso supusiera vivir el resto de su vida bajo un máscara de tristeza y de falsedad que no iba a permitir su felicidad, pero que, en cambio, iba a mantener a sus familias en paz y a su padre con la estabilidad médica que él requería y ella necesitaba.


*+*+*+*+*+*+*


-      Cariño, estás maravillosa, jamás ha existido una novia más bella que tú – tomó la mano de su hija y la apretó con ternura – estoy tan feliz.
-      Gracias mamá – se giró hacia el espejo para mirarse una vez más.
-      Voy a ver si ya está todo preparado.

Estaba muy linda, su madre tenía razón, no podía negarlo, el vestido de novia era precioso, y la quedaba muy bien, aunque le quedaría aún mejor si su rostro no estuviera tan estático, tan inexpresivo.

Llamaron a la puerta de la habitación lo que consiguió sacarla de sus cavilaciones. Dio paso a la persona, fuera cual fuera, que tocaba, y se giró para saber quién era a la vez que su mejor amiga asomaba su linda y bien peinada cabeza por la puerta.

-      Amiga, ¿Cómo estás?
-      ¿tú como me ves? – sonrió tristemente, pero daba igual, con Daniella nunca tenía que fingir, con ella podía ser ella misma, porque era su mayor apoyo, la única que conocía la realidad de la relación a la que en unos minutos iba a atarse de por vida.
-      Físicamente, deslumbrante, en cuanto salgas serás de nuevo la envidia de todos, pero… - se acercó a ella y la condujo hasta el sofá donde la invitó a sentarse con ella y la tomo de la mano – pero no se te ve muy animada con la idea de lo que va a pasar…. Cariño ¿Por qué no acabas con esta locura de una vez? Aún estás a tiempo.
-      Es demasiado tarde…
-      No lo es hasta que el cura os declare marido y mujer, y ni siquiera entonces es definitivo, siempre queda el divorcio.
-      El divorcio no es una opción, y suspender la boda tampoco, no podría hacerle esto a mi familia… ni siquiera podría hacérselo a Eduardo.
-      Carol, piensa bien las cosas… no me gustaría que tuvieras esa cara de tristeza durante el resto de tu vida.
-      No te preocupes tanto Daniella, sé lo que me hago – sonrió fugazmente y dirigió su atención hacia la puerta al escuchar un suave repiqueteo en ella – debe ser mi madre – se puso en pie y se acercó al espejo para mirarse una última vez – pasa mamá.
-      No soy tu madre – la voz de Eduardo la sorprendió tanto que se giró con tanta brusquedad, que acabó tirando, con la mano, un frasco de perfume, de la mesilla que había junto a ella.
-      Tú no puedes estar aquí – Daniella a toda velocidad se colocó delante de su amiga – el novio no puede ver a la novia antes de la boda.
-      Solo será un momento, necesito hablar contigo – continuó él sin prestar la más mínima atención a lo que Daniella hiciera o dijera.
-      Está bien… por favor déjanos solos – le pidió a su amiga con una mirada de suplica.
-      Pero…
-      Por favor – volvió a pedir Carolina.
-      Oh, está bien… - se dirigió hacia la puerta murmurando – al fin y al cabo este matrimonio está suficientemente gafado, por un poco más…
-      Siempre tan simpática tu amiga… - comentó el chico mientras se dirigía hacia la novia y la mirada de arriba abajo.
-      Es la única con la que puedo contar, así que, por favor, no te metas con ella.
-      No he venido aquí para eso.
-      Entonces ¿Para qué has venido?
-      Estás realmente preciosa.
-      ¿Has venido para decirme eso? – le miró con una ceja levantada y con total desconcierto.
-      No, claro que no, solo constataba lo evidente.
-      Bien, entonces, gracias… tú tampoco estás mal.
-      ¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto? – le preguntó totalmente serio y sin ningún rastro de expresión en su mirada que representara lo que se le estaba pasando por la cabeza en ese instante.
-      ¿Adónde quieres llegar con esto? – no tenía ni la más remota idea de a qué venía eso y justo en ese momento, a escasos minutos de la boda que estaba a punto de celebrarse en el jardín de la casa.
-      Solo necesito saber si quieres seguir con esto, si quieres casarte conmigo.
-      Me parece que ya es un poco tarde para eso.
-      Aún no es tarde, si me dices que no quieres casarte, saldré ahí fuera y les diré a todos que hemos decidido cancelar la boda.
-      ¿Tú qué quieres hacer?
-      No importa lo que yo quiera, lo que quiero saber es lo que piensas tú.
-      Pienso que deberías volver a tu sitio y esperar a que baje y hacer como si no me hubieras visto vestida así – le volteó y le empujó sin conseguirlo hacia la puerta.
-      Carol – la sujetó las manos delicadamente – estoy hablando en serio, necesito saber que quieres hacerlo.
-      Es lo que debemos, no lo que queremos, siempre ha sido así.
-      Esta vez no es así, ahora lo que me importa es lo que quieres no lo que debes hacer.
-      Te lo agradezco – le colocó una mano en la mejilla y sonrió con ternura – pero deb… - él hizo el amago de interrumpirla y replicar, pero ella no le dejó y cambió el término que iba a utilizar – quiero seguir, quiero casarme contigo Eduardo.
-      ¿Completamente segura? – insistió él.
-      Completamente segura – ratificó ella – pero… ¿y tú? También tengo derecho a saber ¿No? ¿tú quieres casarte conmigo?
-      Si no quisiera, no habría aceptado – le dio un beso en la mejilla –te espero junto al altar - y salió del cuarto sin decir nada, dejando a Carolina con una extraña sensación.



Estaban frente al altar, y sin razón aparente estaba nerviosa. En condiciones normales, debería estar nerviosa, las bodas ponían nerviosas a las novias, al menos a las novias enamoradas, pero ella no era una novia enamorada, ella era una novia… ¿obligada? Podía haber dicho eso media hora antes, pero ese término ya no podía utilizarlo, no desde que Eduardo le había propuesto acabar con todo si ella quería.

            Ella estaba allí, frente al cura, junto a Eduardo, porque había querido. Aunque no sabía por qué había dicho que sí. Todo hubiera sido más fácil si hubiera aceptado la oportunidad que él le había ofrecido. Habría sido libre para hacer lo que quisiera, pero en cambio no lo había hecho, había aceptado, había hecho lo que tenía que hacer y a pesar de lo que unas horas antes pudiera haber pensado y sentido, no se arrepentía ni se sentía mal por ello.

Ya no estaba triste, ahora estaba nerviosa… como si fuera una novia normal.


-      … Yo os declaro marido y mujer. Hijo, puedes besar a la novia.

Y la besó. Era lo esperado. Después de que el sacerdote les declarara marido y mujer tendrían que besarse. Infinidad de veces se habían tenido que besar en público, pero esos besos habían sido fingidos, como los de las películas, sin ningún tipo de sentimiento.

Pero ahora eso no había sido así. El beso que él la había dado y que ella había correspondido, después de que el cura les hubiera dado su permiso, había sido distinto a todos aquellos, ese no había sido falso, había sido real, totalmente real.

No hay comentarios:

Publicar un comentario