domingo, 10 de marzo de 2013

El principio del fin



Ambos se habían enamorado antes incluso de conocerse. Los sueños habían sido su celestina y el destino su presentador. El encargado de que se conocieran y se dieran cuenta de que lo que sentían era parte de la realidad.

Se habían encontrado por las enrevesadas calles de la ciudad un millar de veces, tratándose como desconocidos, intimidados por la situación, por sus sentimientos. Hasta que, por fin, él se había atrevido a actuar, guiado por un impulso que ni siquiera había podido identificar, pero que les había otorgado la oportunidad de conocerse en el mundo real y tratarse como ya lo hacían en sueños, reconociéndose parte el uno del otro, sintiéndose las dos mitades de un mismo ser.

No les importaba nada más que ellos mismos. El resto del mundo no tenía ni voz ni voto en ellos, en sus corazones. Porque tan solo ellos eran dueños de sus acciones. Tan solo ellos comprendían lo que estaban sintiendo.

Pero como toda historia, la suya tenía un principio y un final. Un final predestinado mucho antes de que todo comenzara. Un final inevitable que nada tenía que ver con ellos y del que no podrían escapar.
  


9 de noviembre de 1938


-     Sarah, busca a los niños, reúnelos, tenemos que salir de aquí – su padre estaba tan sumamente alterado que no había motivo para preguntar las razones.
-           No encuentro a Noah, padre – había llevado al resto de sus hermanos pequeños a la sala en la que su padre, su madre, su abuela y sus tías recogían algunas de sus pertenencias en pequeñas maletas.
-       Tenemos que encontrarle, los alemanes están saqueando las tiendas vecinas, pronto llegarán aquí.
-           Yo le buscaré. No se preocupe, le encontraré.
-           No voy a permitir que salgas sola en estas condiciones.
-        Pero… padre, usted debe encargarse de poner a salvo al resto de la familia. Seguramente estará asustado por los gritos, se habrá escondido cerca del almacén.
-         Está bien, ve y encuéntrale, tráele antes de que todo esto estalle o todos estaremos perdidos.
-           Lo haré padre, lo haré.
-         Que Yahvéh te acompañe y te proteja, hija mía – el hombre besó la frente de su hija y la dejo ir con el corazón en un puño.


 
-           Nos dividiremos en este barrio – el jefe del grupo, con su pose de gran hombre a pesar de no contar con más de veinte años les lanzó una mirada de superioridad – acabaremos con todo lo que esté a nuestro alcance, les adelantaremos el trabajo a las fuerzas del führer para que vean de lo que son capaces las Hitlerjugend – elevó el brazo derecho con arrogancia – ¡Heil Hitler!
-           ¡Heil Hitler! –  respondieron al unísono la veintena de jóvenes de entre quince y veinte años que lo acompañaban imitando el gesto, quebrando la quietud de la noche.

 

Caminaba entre las sombras, escondiendo su figura en todo lo que le permitiera pasar desapercibida. Corriendo entre los oscuros callejones, pegada a la pared, deseando formar parte de ella, con la respiración entrecortada por el esfuerzo y el temor a lo que pudiera pasar.

Ni siquiera había recorrido la mitad del terreno que separaba su casa del almacén donde su padre guardaba el resto de los víveres que no cabían en el escaso espacio de la tienda, y ya escuchaba los disturbios, los gritos de los soldados cada vez más cerca, que no hacían sino ponerla nerviosa.

Tenía miedo de lo que pudiera pasar, de lo que sucedería si la encontraban vagando por las desiertas calles a esas horas de la noche, en plena revuelta.

Debía encontrar a Noah y llevársele con ella de vuelta a la casa, con el resto de la familia, para buscar un lugar en el que poder resguardarse, en el que poder sobrevivir.

 

-         No entiendo por qué tenemos que estar haciendo esto. – caminaba junto a su compañero, pero con más tranquilidad que él, con cansancio, sin ganas.
-           Son órdenes, debemos cumplir la voluntad de nuestro führer.
-         Pues a mí no me hace gracia esto, esa gente tiene tanto derecho a trabajar como el resto, no están haciendo daño a nadie.
-        Pero ¿Qué estás diciendo, Johann?, pareces uno de eso mediocres hablando así. Nuestra raza es pura, ellos son vulgares, debemos acabar con ellos, no podemos permitir que se hagan fuertes y nos ataquen como ya han hecho, toda oposición debe ser aniquilada.
-           Hablas como ellos – le espetó con desprecio.
-           Soy uno de ellos, pero la cuestión es ¿de qué lado estás tú, Johann?
-        Yo no me alisté a las juventudes por propia voluntad, tú mejor que nadie lo sabes primo, nuestros padres nos obligaron a formar parte de todo esto.
-         ¿Y qué importa ahora eso?, pertenecer a las fuerzas del führer no solo es un orgullo, es una forma de vida, la mejor forma de vida.
-           Tú antes no pensabas así.
-           He abierto los ojos, he salido de la ignorancia que nos hacía débiles y ahora soy capaz de situarme del lado de los vencedores.
-        Si atacamos a un grupo de gente de pocos recursos de noche y de improviso no habrá vencidos ni vencedores, solo habrá masacre y asesinos.
-         No sé que te está pasado esta noche, pero por tú propio bien, espero que cuando vengan los jefes a pedir reportes te comportes como debes o tendrás problemas. – le dio un golpe en la espalda con la mano y continuaron la caza en silencio.

 

Entró en el almacén y paseó su vista por todos los rincones. Pronunció su nombre en voz baja, rogando para que el pequeño estuviera allí y pudiera dar con él. Caminó por el reducido lugar, buscando rendija por rendija, hueco por hueco, pero no estaba allí.

La congoja se apodero de su cuerpo. No sabía donde podría encontrarse su pequeño hermano. Tan solo contaba seis años de edad. Que estuviera por la calle solo a esas horas era una temeridad y mucho más con la situación que se estaba viviendo en esos momentos en el exterior.

Escuchó risas y se escondió tras una de las estanterías, alejada de los pequeños ventanos que pudieran descubrirla.

Contuvo el aliento hasta que las voces cesaron. Suspiró intentando soltar algo de la tensión que estaba sintiendo, pero una explosión la hizo quedarse sin aire, antes de conseguir su objetivo. El estruendo de cristales rotos y de los comercios ardiendo, la hizo taparse los oídos con las manos, aterrada porque el próximo lugar en explotar fuera en el que ella se encontraba, o aún peor, los lugares donde estuvieran Noah y su familia.

Intentó observar la realidad que se abría frente a ella a través de las pequeñas ventanas, pero lo único que podía distinguir era el refulgir de las llamas mientras se alimentaban de madera y sueños.

Se escabulló agazapada hacia la puerta, con lágrimas en los ojos, y salió a hurtadillas del viejo almacén, dirigiéndose de nuevo hacia la casa, rezando para que Noah hubiera regresado con su madre al sentirse asustado por las desgracias que se estaban desarrollando esa noche en las calles de la ciudad.
 


Caminaba unos metros por detrás de su primo sin saber muy bien que hacer. No quería continuar con eso, no quería estar en ese lugar. Él solo quería vivir una vida tranquila, lejos de guerras y de muertes. Pero sabía que eso en la época y la situación en la que vivía  no iba a ser tan fácil de conseguir.

-         Johann, ven aquí – la voz de Edwin le sacó de sus perdidos pensamientos y le devolvió a la realidad – Stein y los suyos están allí enfrente, quizá deberíamos ir a informar.
-           No hay nada de lo que informar.
-           Pero quizá necesitan ayuda….
-         Ve tú si quieres, yo te espero aquí – no quería enfrentarse a los discursos sin sentido del jefe de su sección, suficiente tenía con aguantar las peroratas de Edwin.
-          No puedo ir solo, pensará que te ocurre algo y sabes que tener a Stein en contra es lo peor que puede ocurrir.
-           Edwin, déjame en paz.
-           No me hagas arrastrarte.

Edwin se colocó frente a él y le miró con los ojos repletos de ira. Johann le mantuvo la mirada durante unos segundos, pero consciente de que no iba a ganar nada con esa situación, finalmente se rindió y acompañó a su primo al encuentro del resto.
 


Había conseguido atravesar la distancia que la separaba de su hogar sin ser descubierta, a pesar de que los estruendos y las voces eufóricas cada vez eran mayores.

Entró en el callejón en el que se encontraba la entrada delantera de la tienda que regentaban sus padres y que ocupaba una de las habitaciones de su casa y las llamaradas la cegaron.

Forzó la vista intentado descubrir que estaba ocurriendo pero al darse cuenta de lo que estaba pasando su mundo se vino abajo. La realidad de la situación la superó.

Su tienda, su casa al completo estaba en llamas. No había rastro de ningún miembro de su familia y la terrible posibilidad de que no hubieran podido escapar a tiempo la rompía por dentro.

Se sujetó a la pared, doblada por el sufrimiento, con el rostro, ahora si, bañado de lágrimas de dolor y miedo, sin saber que hacer ni adonde ir.

 

-           Muy bien muchachos, todo está saliendo mucho mejor de lo que esperábamos. Ahora, nos dividiremos. Blaz y Dustin vendréis conmigo, debemos informar – el jefe de los Hitlerjugend comenzó a dar órdenes a sus subordinados – Gilbert llévate a Johann, Edwin y Frederick, continuar la batida por las tiendas, destruir todas las que aún estén de una pieza, Adolph… - Stein continuó con su discurso, mientras cada uno de los nombrados acataba las órdenes de inmediato.
-      Comencemos – les instó Gilbert al resto de su cuadrilla antes de que Stein terminara las órdenes.

Los cuatro comenzaron el camino de nuevo en la dirección en la que les había encomendado actuar. La disposición de ataque que les habían inculcado desde que habían sido reclutados les obligaba a armarse en parejas, por lo que Gilbert se colocó a la par de Frederick, y Edwin hizo lo propio junto a Johann, que caminaba a distinto ritmo que el resto, frenado por los sentimientos que toda esa actuación le provocaban.

El silencio de la noche roto por el alboroto que producía los asaltos de sus camaradas les rodeaba. Sus compañeros buscaban algo que a él le parecía odioso, injusto e inhumano y lo único que hacia al respecto era caminar junto a ellos, mirando a cada lado, observando la debacle que se estaba produciendo. Preocupado por la gente que viviera allí, preocupado por si ella estuviera pasando por la misma situación.

 

Escuchó pasos y voces acercándose y, nerviosa por lo que la pudieran hacer si la descubrían, salió corriendo sin percatarse, a causa de las lágrimas que le nublaban la vista, de la dirección que tomaba.

Entró en otro de los estrechos callejones que abundaban en el barrio y volvió a esconderse entre las sombras. Aguantó la respiración y cerró los ojos con fuerza al sentir como un grupo de personas pasaba por la entrada de la calle.

Les oyó llegar, hablar, reír y marcharse y lo que en realidad habían sido segundos a ella le parecieron horas. Estaba inquieta, nerviosa, le temblaba todo el cuerpo a causa de la tensión y del frío de la noche. Deseaba encontrar a su familia sana y salva, cerrar los ojos y que todo terminara, que todo volviera a la tranquilidad, pero era lo suficientemente inteligente como para saber que eso iba a ser imposible.
 


-          Por aquí está todo hecho. ¿Por qué no continuamos hacia la  salida del barrio? – propuso Frederick – seguramente Stein y el resto estén replegando a los hombres para dejar paso a los altos mandos.
-        No, seguiremos registrando la zona tal y como nos ordenaron – ordenó Gilbert queriendo asumir el mando de la pequeña unidad.
-       Podríamos dividirnos, que unos vayan a buscar al resto y otros sigan peinando la zona – expuso Edwin.
-           Esa no es mala idea. Está bien, Johann ve hacia la entrada, el resto venir conmigo.
-           Pero no es justo, yo propuse lo de ir… - se quejó Frederick.
-           He dicho que será Johann el que va a ir y eso es lo que hará. ¿Entendido? – Frederick bajó la cabeza acatando la orden sin más quejas – bien, ve yendo, si te informan de alguna novedad, vuelves y nos lo comunicas.
-           De acuerdo.
-           El resto seguirme.

Johann caminó en dirección contraria a la del resto con la intención de cumplir la única orden de la noche que no le causaba un conflicto interior consigo mismo. Tenía tantas ganas de acabar con todo eso que no veía el momento en que le dijeran que podía irse a casa, tranquilo.

Continuó atravesando la calle principal, dejando atrás callejones, lugares ardiendo en llamas y escombros por todas partes, hasta que una sombra en movimiento capto su atención.

Su interior le decía que en ese momento él era el que menos debía temer un ataque. Estaba, muy a su pesar, del lado de los vencedores, en el bando de los intocables y nadie se atrevería a hacerle nada por miedo a las repercusiones de ese acto.

Por lo que se dirigió en esa dirección, queriendo averiguar que había sido aquello, quizá alguien necesitara ayuda, quizá podría salvar a alguien de esa pesadilla y redimir así, en cierta medida, los actos de sus compañeros.


Salió de su escondrijo dispuesta a dirigirse a una de las salidas transversales del barrio, consciente de que la entrada principal sería su perdición. Aunque esa posibilidad ya no la importaba demasiado. Ahora que no sabía lo que le podía haber pasado a su familia, ya todo le daba igual.

Cruzó corriendo la calle, escondiéndose en las sombras que la falta de iluminación otorgaba y llegó hasta otra de las callejas. Aún le quedaba un gran terreno por recorrer para llegar a la salida, pero debía de ser precavida y valerse de la oscuridad para conseguir su objetivo.

Observó el interior del callejón con cuidado, comprobando que no había nadie en él y avanzó con pasos cautelosos. Había conseguido recorrer la mitad de la calle, cuando algo la apresó por la espalda, la tapó la boca y la llevó hasta la pared, manteniéndola en las sombras.


-           ¿Sarah? – retiró la mano de su boca, mirándola con sorpresa y miedo al ser consciente de los peligros a los que habría estado expuesta – Dios santo Sarah ¿Estás bien?
-        Johann – ella se echó en sus brazos ahogando, en su pecho, el llanto que llevaba tanto tiempo conteniendo.
-          Sarah… - la estrechó contra él intentando dejar a un lado la situación que les rodeaba – no sabía que estarías aquí, si lo hubiera sabido habría buscado la forma de avisaros.
-           ¿Qué haces aquí?
-         Me obligaron a venir con la cuadrilla, todo fue demasiado rápido, y ¿tú? ¿estás bien? ¿te hicieron daño? – Sarah negó con la cabeza intentando controlar las lágrimas que se desplazaban por su rostro.
-        Salí a buscar a Noah y todo estalló, no le he encontrado, intenté regresar a casa pero estaba ardiendo y mi familia… – se le quebró la voz al darse cuenta de la realidad de sus palabras y Johann volvió a rodearla con sus brazos – no sé donde está ninguno de ellos.
-          Tengo que sacarte de aquí, si alguien te ve por aquí… - no fue capaz de acabar la frase, apoyó su mejilla contra el oscuro cabello de ella y cerró los ojos durante un instante.
-           No puedes hacer eso, si alguien descubre que me has ayudado…
-     No me importa lo que ocurra – enmarcó con sus manos el rostro de ella y la miró intensamente – no voy a dejar que te pase nada malo ¿entiendes? No podría vivir si te pierdo, te amo demasiado para poder hacerlo.
-           Yo también te amo Johann, pero tienes que entender la realidad que nos rodea, alemanes y judíos son incompatibles…
-           Demostraremos que eso no es así.
-           No quiero que tú también mueras, no quiero que sea por mí.
-       Si tengo que morir, prefiero que sea por ti, por defender lo que siento, por proteger a la mujer que amo.
-           Johann….
-          Shhh – colocó un dedo sobre los labios de ella para silenciarla – no tenemos tiempo para esto – le sonrió esperanzadoramente y tras tomarla de la mano la condujo hacia el final del callejón.


Habían conseguido llegar hasta la calle paralela a la salida juntos. Tenían la oportunidad de salir de esa pesadilla tan cerca que les parecía algo increíble poder conseguirlo. Pero las cosas no les iban a resultar tan fáciles como habían pensado.

En uno de sus movimientos destinados a esquivar a los grupos que aún estaban patrullando por la zona, salieron a un pequeño patio interior al que se podía acceder por varias de las calles adyacentes.

Sarah, a pesar de conocer aquellas callejuelas a la perfección, estaba algo desorientada ante la turbación que le provocaba la situación y la cantidad de rodeos que habían tenido que dar, por lo que dudaban sobre el camino correcto.

         Pero no iban a dejar que esa pequeñez acabara con sus posibilidades, por lo que decididos a probar suerte, comenzaron a recorrer una por una cada senda que partía de esa plaza.

         Las dos primeras conducían a sendos callejones tapiados con ladrillos y telas metálicas que a pesar de dejar ver el resto de la ciudad no les permitían salir. Probaron de nuevo suerte con el tercero, pero el desplome de algunas partes de un antiguo edificio se lo impidió.

         Regresaron por tanto a la plaza para utilizar su última baza, el único camino que les quedaba por recorrer y que tenía que ser el correcto, pero al entrar en ella, la presencia de alguien más les sobresaltó.

         Johann se colocó frente a Sarah, intentando impedir que fuera descubierta y caminó con pasos precavidos hacia el exterior, dejándola a ella en las sombras, aún en el callejón.

        
-          Johann ¿Dónde te habías metido? nos hemos encontrado con Stein y no ha tenido noticias tuyas.
-           ¿Cómo has llegado hasta este lugar?
-         Y eso que más da ahora. Tenemos que regresar, te estábamos buscando, por eso algunos de los muchachos nos dispersamos en tu busca.

Edwin se giró y echó a andar hacia el camino por el que, minutos antes, habían entrado ellos. No había dado ni tres pasos cuando se volteó de nuevo y miró a su primo con gesto serio.

-           ¿te quedaste tonto esta noche? – desanduvo sus pasos para regresar a su lado y tirar de su brazo en la dirección correcta, pero Johann no se movió.
-           ¿Por qué no vas tú delante?
-          Vamos Johann, las cosas no están para juegos. ¿Qué te pasa? – le miró a los ojos, pero un destello tras él llamó su atención - ¿Quién hay ahí? – gritó para hacerse oír.

Caminó con paso firme pasando por al lado de Johann, pero antes de que pudiera adelantarle este le sujetó firmemente del brazo haciéndole retroceder.

-           ¿Qué te pasa?
-           Edwin, sal de aquí.
-           ¿Qué estás ocultando? – le miró con el ceño fruncido.
-         No estoy ocultando nada, lárgate y dile a Stein que me encontraste pero que me vuelvo a casa, que no me encuentro bien.
-           Ese cuento no se le va a tragar. Ni siquiera yo lo hago.
-       No puedo decírtelo – Johann le colocó una mano sobre el hombro y le miró con pesadumbre – no quiero meterte en problemas. Regresa con el resto. Sin preguntas.
-           No me gusta nada como te estás comportando últimamente.
-           Algún día te diré lo que ocurre y algún día espero que puedas entenderme.
-           Estás loco.

Edwin meneó la cabeza con vehemencia sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo y se dirigió hacia la calleja por la que había entrado. Johann esperó unos instantes a que él se retirara para dirigirse hacia Sarah que aún se mantenía escondida.

-          Tenemos que salir de aquí, no quiero meterle en problemas.
-          Siento todo esto.
-        No tienes por qué hacerlo, – la acarició el rostro con dulzura - nada de esto es culpa tuya Sarah.
-          Gracias Johann – Ella le abrazó – te quiero.
-         Yo también te quiero – depositó un beso en su suave cabello y la separó de él con una triste sonrisa – tenemos que ponernos en marcha.
-           Lo sé.

Unieron de nuevo sus manos y comenzaron a caminar hacia el extremo contrario de la plaza, la única salida con la que contaban. Pero antes de que consiguieran alcanzarla unas voces, seguidas del sonido de unos rápidos pasos, les llamaron la atención.

Johann reconoció casi al instante a quiénes pertenecían y supo lo que irremediablemente iba a suceder incluso antes de que ocurriera. E incapaz de hacer nada más, volvió a colocarse frente a Sarah con la vana intención de bloquear las miradas de los recién llegados.

-         Quédate tras de mí, no te muestres por ningún motivo y cuanto te lo diga, corre hacia la salida, sin mirar atrás – le susurró, sin apenas moverse.
-      Pero… ¿y tú? – Johann la miró sobre su hombro y la sostuvo de la mano, dándola un apretón.
-           Sin mirar atrás.

Devolvió la vista al frente y la fijó en sus compañeros, Gilbert, Frederick y el propio Edwin, que se acercaban a él mirándole con recelo.

-           Johann ¿Qué está ocurriendo? – Gilbert se apresuró a hablar, frenando su marcha a unos cuantos metros de él y mirando detenidamente en derredor.
-           No ocurre nada.
-           Edwin nos dijo que te encontró pero no quisiste regresar – Johann miró a su primo, el cual desvió la mirada.
-           Pensaba regresar a casa, no me encuentro bien.
-           Stein está de camino, él es el encargado de decidir si puedes irte o no.
-           Entiendo.
-           ¿Cómo llegaste hasta aquí? Tus órdenes eran otras.
-           Lo sé, no tengo excusa.
-           Ya – Gilbert dio un paso más forzando la vista.
-           ¿ocurre algo? – preguntó Johann que cada vez estaba más nervioso.
-           Edwin no solo nos contó eso ¿Qué escondes?
-     No estoy escondiendo nada – se irguió y le miró aceptando el desafío que le estaba proponiendo con su actitud, dando un pequeño paso hacia un lado para evitar que descubriera a Sarah, que aún se mantenía oculta entre la oscuridad y su cuerpo.
-           No te creo.

Gilbert acortó la distancia que les separaba, colocándose frente a él y su mirada se desvió hasta la difuminada figura que había tras él. Se olvidó de Johann y se dirigió hacia donde se encontraba ella, tomándola del brazo y llevándola hacia la escasa claridad que producía los faroles de gas, con brusquedad.

-           ¿Qué significa esto? – le preguntó tirando del brazo de Sarah.
-           ¡Suéltala! – le urgió Johann adelantándose hacia él con actitud agresiva.
-           Johann… - se quejó Sarah con la voz entrecortada por el llanto.
-          Así que por esta escoria es por lo que nos estabas mintiendo. No has traicionada por una mediocre más.
-           Te he dicho que la sueltes – le repitió propinándole un empujón.
-           Estás metido en serios problemas Johann.
-       ¿Qué ocurre? – la ruda voz de Stein llenó al completo la pequeña plaza y provocó que todos giraran sus cabezas para observarle llegar acompañado por Dustin.

Johann estaba nervioso y furioso a la vez. Tenía que hacer algo para sacar a Sarah de esa situación y tenía que hacerlo rápido. Debía aprovechar ese momento, ahora que todos estaban pendientes de Stein.

La miró y ella a él. Se entendieron sin necesidad de palabras, tal y como siempre hacían. Ambos sabían lo que iba a ocurrir y no tenían tiempo para más. Por lo que Johann no se lo pensó dos veces, elevó el brazo derecho, cerrando su mano en un pesado puño y atizó con todas sus fuerzas a Gilbert en el rostro, desestabilizándole y provocando que soltara por unos instantes el brazo de Sarah, que aprovechando su libertad, echó a correr hacia el callejón que le serviría de salida, tal y como, momentos antes, le había pedido Johann que hiciera.

Siguió con su mirada cada uno de sus movimientos, consciente que seguramente esa sería la última vez que se verían. Que ella le vería. Las lágrimas se instalaron en sus ojos al aceptar ese pensamiento y parpadeó con rapidez para evitar derramarlas.

Abrió y cerró los ojos sin apartar la vista de ella tan centrado en esa visión que ni siquiera escuchó el sonido de la Walther P.38 de Stein al ser disparada. Ni siquiera fue consciente de lo que había ocurrido hasta que vio caer a Sarah al suelo.

         En ese momento, ante esa horrible realidad que se cernía sobre él, todas las piezas en el engranaje que era su cabeza encajaron haciéndole entender lo que había sucedido.

         Gritó con todas sus fuerzas y corrió hacia el lugar donde estaba su cuerpo echado bocabajo. Se arrodilló a su lado, la volteó con movimientos cuidadosos, temiendo, en vano, lastimarla y, desesperado, la acunó en sus brazos, queriendo creer que tan solo estaba sumida en un profundo sueño.

         La separó unos centímetros y la miró, con el rostro bañado en inconsolables lágrimas. Observó la sangre, que teñía la ropa de ambos, su rostro inexpresivo y supo que no podía engañarse, supo que no había nada que hacer.

         Acarició sus facciones con ternura, queriendo guardar en su memoria cada una de ellas para siempre. Besó sus labios aún calidos y le susurró un apenas audible te amo antes de ser arrebatado de su lado.


Dustin y Frederick, le tomaron cada uno de un brazo, tirando de él para que se pusiera en pie y le arrastraron un metro para colocarle frente a Stein, que aún sujetaba el arma en su mano, y que venía resguardado por Gilbert y Edwin, que mantenía la cabeza gacha.

-     Estoy muy decepcionado contigo Johann, has cometido una terrible traición contra tus compañeros, contra tus hermanos – comenzó una nueva perorata Stein.
-           Sois unos malditos – les espetó con la voz cargada de angustia y dolor.
-         Hay decenas de mujeres puras, implicadas en la causa y en cambio tuviste que conformarte con una de esas.
-           No lograreis conseguir vuestro objetivo. Sois despreciables, unos asesinos.
-        Veo que esa maldita te ha llenado la cabeza de ideas estúpidas en contra de los de tu propia raza. – se carcajeó con soberbia – Pero aún así, a pesar de tu traición, por respeto a tu familia, estoy dispuesto a darte una segunda oportunidad. – se colocó frente a él y le miró fijamente - ¿Qué me dices Johann? – Johann le correspondió con una mirada airada, llena de odio y le escupió a la cara.
-           Púdrete en el infierno maldito – le espetó con desprecio.
-           Que así sea, tú has decidido tu futuro – sentenció Stein realizándole un gesto a Gilbert a la vez que se limpiaba la cara en la manga de su casaca.
-         Tu oportunidad – Gilbert tendió a Edwin el cuchillo que llevaba en su cinto y que tan solo aquellos miembros de las Hitlerjugend que habían hecho los méritos necesarios tenían y le miró expectante.
-           ¿Q… q… qué? – tartamudeó el aludido.
-           Te ha traicionado a ti, nos ha traicionado a todos. Cumple la sentencia. – le instó Stein que se había hecho a un lado para dejarle el camino libre.
-           Cumple tu cometido y serás apto para tener tu propia arma – le animó Gilbert.

Edwin sujetó en su mano la empuñadura del arma con energía desmedida y recorrió con pasos dudosos la escasa distancia que le separa de su primo. Se colocó frente a él y le miró a los ojos interminables segundos, antes de colocar la mano libre sobre su nuca y atraerle la cabeza hacia la suya.

-           Lo siento – le susurró al oído.

Y un segundo después le introdujo de una sola acometida el cuchillo en el estómago, clavándoselo hasta la empuñadura. Johann jadeó y todo se sumió en un incómodo silencio.

Edwin retiró el cuchillo con los ojos cerrados y caminó hacia atrás un par de pasos, separándose de él. Gilbert se acercó a él inmediatamente y le colocó una mano sobre el hombro, felicitándole.

Frederick y Dustin soltaron a Johann, que se desplomó de rodillas en el suelo, y se alejaron de él, situándose junto al resto del grupo para observar el desenlace de, hasta momentos antes, su camarada.

Johann se inclinó hacia delante, apoyándose sobre las manos y tosió con dificultad, escupiendo sangre. Consiguió recuperarse lo suficiente como para dejarse caer hacia atrás, arrastrarse sobre el pavimento hasta llegar junto al cuerpo sin vida de Sarah y tomarla de la mano.

Stein se le acercó de inmediato. Le colocó un pie sobre el hombro empujándole para desplazarle hacia un lado y poder verle la cara.

-           Blut und ehre.

Le sentenció Stein, con esas palabras, “sangre y honor”, recordando así el lema que rezaba en la empuñadura de sus cuchillos de asalto y que les representaba tan bien, justo antes de levantar el brazo en el que aún empuñaba la pistola y dispararle entre los ojos, sin titubeo alguno.



Y así terminó su historia, en un callejón cualquiera, de un barrio cualquiera, de una ciudad cualquiera de Alemania. Con un final que, al igual que el resto de su historia, se convirtió en humo, arrastrado por el tiempo, hasta llegar al olvido y desaparecer de la memoria y de la realidad.

El destino les había unido y el destino les separó en esa noche en la que había comenzado el principio del fin, esa noche en la que ellos se convertirían en unas cifras más sin nombre ni importancia y pasarían a la historia como auténticos desconocidos, sin causa ni motivo.


 
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Este relato lleva años escrito. Debía haber sido parte de un concurso, cuya premisa era basarse en un momento histórico del pasado, pero aquel concurso al final nunca se realizó y por ello esta historia se quedó escondido en una carpeta guardando polvo.
 
Y como con algo había que empezar...
 


1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho, no sé si lo habías publicado antes por algún foro, o sólo como has dicho la dejaste guardando polvo, pero me yo no lo había leído hasta hoy, y como te he dicho y repito, me ha gustado mucho muchiiisimo! :)

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