Ambos
se habían enamorado antes incluso de conocerse. Los sueños habían sido su
celestina y el destino su presentador. El encargado de que se conocieran y se
dieran cuenta de que lo que sentían era parte de la realidad.
Se
habían encontrado por las enrevesadas calles de la ciudad un millar de veces,
tratándose como desconocidos, intimidados por la situación, por sus
sentimientos. Hasta que, por fin, él se había atrevido a actuar, guiado por un
impulso que ni siquiera había podido identificar, pero que les había otorgado la oportunidad de conocerse en el mundo real y tratarse como ya lo hacían en
sueños, reconociéndose parte el uno del otro, sintiéndose las dos mitades de un
mismo ser.
No
les importaba nada más que ellos mismos. El resto del mundo no tenía ni voz ni
voto en ellos, en sus corazones. Porque tan solo ellos eran dueños de sus
acciones. Tan solo ellos comprendían lo que estaban sintiendo.
Pero
como toda historia, la suya tenía un principio y un final. Un final predestinado
mucho antes de que todo comenzara. Un final inevitable que nada tenía que ver
con ellos y del que no podrían escapar.
9 de noviembre de 1938
-
Sarah,
busca a los niños, reúnelos, tenemos que salir de aquí – su padre estaba tan
sumamente alterado que no había motivo para preguntar las razones.
-
No
encuentro a Noah, padre – había llevado al resto de sus hermanos pequeños a la
sala en la que su padre, su madre, su abuela y sus tías recogían algunas de sus
pertenencias en pequeñas maletas.
-
Tenemos
que encontrarle, los alemanes están saqueando las tiendas vecinas, pronto
llegarán aquí.
-
Yo
le buscaré. No se preocupe, le encontraré.
-
No
voy a permitir que salgas sola en estas condiciones.
-
Pero…
padre, usted debe encargarse de poner a salvo al resto de la familia.
Seguramente estará asustado por los gritos, se habrá escondido cerca del
almacén.
-
Está
bien, ve y encuéntrale, tráele antes de que todo esto estalle o todos estaremos
perdidos.
-
Lo
haré padre, lo haré.
- Que
Yahvéh te acompañe y te proteja, hija
mía – el hombre besó la frente de su hija y la dejo ir con el corazón en un
puño.
-
Nos
dividiremos en este barrio – el jefe del grupo, con su pose de gran hombre a
pesar de no contar con más de veinte años les lanzó una mirada de superioridad
– acabaremos con todo lo que esté a nuestro alcance, les adelantaremos el
trabajo a las fuerzas del führer para
que vean de lo que son capaces las Hitlerjugend
– elevó el brazo derecho con arrogancia – ¡Heil Hitler!
-
¡Heil Hitler! – respondieron al unísono la veintena de jóvenes
de entre quince y veinte años que lo acompañaban imitando el gesto, quebrando la
quietud de la noche.
Caminaba entre las sombras,
escondiendo su figura en todo lo que le permitiera pasar desapercibida. Corriendo
entre los oscuros callejones, pegada a la pared, deseando formar parte de ella,
con la respiración entrecortada por el esfuerzo y el temor a lo que pudiera
pasar.
Ni siquiera había recorrido la
mitad del terreno que separaba su casa del almacén donde su padre guardaba el
resto de los víveres que no cabían en el escaso espacio de la tienda, y ya
escuchaba los disturbios, los gritos de los soldados cada vez más cerca, que no
hacían sino ponerla nerviosa.
Tenía miedo de lo que pudiera
pasar, de lo que sucedería si la encontraban vagando por las desiertas calles a
esas horas de la noche, en plena revuelta.
Debía encontrar a Noah y
llevársele con ella de vuelta a la casa, con el resto de la familia, para
buscar un lugar en el que poder resguardarse, en el que poder sobrevivir.
-
No
entiendo por qué tenemos que estar haciendo esto. – caminaba junto a su
compañero, pero con más tranquilidad que él, con cansancio, sin ganas.
-
Son
órdenes, debemos cumplir la voluntad de nuestro führer.
- Pues
a mí no me hace gracia esto, esa gente tiene tanto derecho a trabajar como el
resto, no están haciendo daño a nadie.
- Pero
¿Qué estás diciendo, Johann?, pareces uno de eso mediocres hablando así.
Nuestra raza es pura, ellos son vulgares, debemos acabar con ellos, no podemos
permitir que se hagan fuertes y nos ataquen como ya han hecho, toda oposición
debe ser aniquilada.
-
Hablas
como ellos – le espetó con desprecio.
-
Soy
uno de ellos, pero la cuestión es ¿de qué lado estás tú, Johann?
-
Yo
no me alisté a las juventudes por propia voluntad, tú mejor que nadie lo sabes
primo, nuestros padres nos obligaron a formar parte de todo esto.
- ¿Y
qué importa ahora eso?, pertenecer a las fuerzas del führer no solo es un orgullo, es una forma de vida, la mejor forma
de vida.
-
Tú
antes no pensabas así.
-
He
abierto los ojos, he salido de la ignorancia que nos hacía débiles y ahora soy
capaz de situarme del lado de los vencedores.
- Si
atacamos a un grupo de gente de pocos recursos de noche y de improviso no habrá
vencidos ni vencedores, solo habrá masacre y asesinos.
- No
sé que te está pasado esta noche, pero por tú propio bien, espero que cuando
vengan los jefes a pedir reportes te comportes como debes o tendrás problemas.
– le dio un golpe en la espalda con la mano y continuaron la caza en silencio.
Entró en el almacén y paseó su
vista por todos los rincones. Pronunció su nombre en voz baja, rogando para que
el pequeño estuviera allí y pudiera dar con él. Caminó por el reducido lugar,
buscando rendija por rendija, hueco por hueco, pero no estaba allí.
La congoja se apodero de su
cuerpo. No sabía donde podría encontrarse su pequeño hermano. Tan solo contaba
seis años de edad. Que estuviera por la calle solo a esas horas era una
temeridad y mucho más con la situación que se estaba viviendo en esos momentos
en el exterior.
Escuchó risas y se escondió tras
una de las estanterías, alejada de los pequeños ventanos que pudieran
descubrirla.
Contuvo el aliento hasta que las
voces cesaron. Suspiró intentando soltar algo de la tensión que estaba
sintiendo, pero una explosión la hizo quedarse sin aire, antes de conseguir su
objetivo. El estruendo de cristales rotos y de los comercios ardiendo, la hizo
taparse los oídos con las manos, aterrada porque el próximo lugar en explotar
fuera en el que ella se encontraba, o aún peor, los lugares donde estuvieran
Noah y su familia.
Intentó observar la realidad que
se abría frente a ella a través de las pequeñas ventanas, pero lo único que
podía distinguir era el refulgir de las llamas mientras se alimentaban de
madera y sueños.
Se escabulló agazapada hacia la
puerta, con lágrimas en los ojos, y salió a hurtadillas del viejo almacén,
dirigiéndose de nuevo hacia la casa, rezando para que Noah hubiera regresado
con su madre al sentirse asustado por las desgracias que se estaban
desarrollando esa noche en las calles de la ciudad.
Caminaba unos metros por detrás de
su primo sin saber muy bien que hacer. No quería continuar con eso, no quería
estar en ese lugar. Él solo quería vivir una vida tranquila, lejos de guerras y
de muertes. Pero sabía que eso en la época y la situación en la que vivía no iba a ser tan fácil de conseguir.
-
Johann,
ven aquí – la voz de Edwin le sacó de sus perdidos pensamientos y le devolvió a
la realidad – Stein y los suyos están allí enfrente, quizá deberíamos ir a
informar.
-
No
hay nada de lo que informar.
-
Pero
quizá necesitan ayuda….
-
Ve
tú si quieres, yo te espero aquí – no quería enfrentarse a los discursos sin
sentido del jefe de su sección, suficiente tenía con aguantar las peroratas de
Edwin.
-
No
puedo ir solo, pensará que te ocurre algo y sabes que tener a Stein en contra
es lo peor que puede ocurrir.
-
Edwin,
déjame en paz.
-
No
me hagas arrastrarte.
Edwin se colocó frente a él y le
miró con los ojos repletos de ira. Johann le mantuvo la mirada durante unos
segundos, pero consciente de que no iba a ganar nada con esa situación,
finalmente se rindió y acompañó a su primo al encuentro del resto.
Había conseguido atravesar la
distancia que la separaba de su hogar sin ser descubierta, a pesar de que los
estruendos y las voces eufóricas cada vez eran mayores.
Entró en el callejón en el que se
encontraba la entrada delantera de la tienda que regentaban sus padres y que
ocupaba una de las habitaciones de su casa y las llamaradas la cegaron.
Forzó la vista intentado descubrir
que estaba ocurriendo pero al darse cuenta de lo que estaba pasando su mundo se
vino abajo. La realidad de la situación la superó.
Su tienda, su casa al completo
estaba en llamas. No había rastro de ningún miembro de su familia y la terrible
posibilidad de que no hubieran podido escapar a tiempo la rompía por dentro.
Se sujetó a la pared, doblada por
el sufrimiento, con el rostro, ahora si, bañado de lágrimas de dolor y miedo, sin
saber que hacer ni adonde ir.
-
Muy
bien muchachos, todo está saliendo mucho mejor de lo que esperábamos. Ahora,
nos dividiremos. Blaz y Dustin vendréis conmigo, debemos informar – el jefe de
los Hitlerjugend comenzó a dar
órdenes a sus subordinados – Gilbert llévate a Johann, Edwin y Frederick,
continuar la batida por las tiendas, destruir todas las que aún estén de una
pieza, Adolph… - Stein continuó con su discurso, mientras cada uno de los
nombrados acataba las órdenes de inmediato.
- Comencemos
– les instó Gilbert al resto de su cuadrilla antes de que Stein terminara las
órdenes.
Los cuatro comenzaron el camino de
nuevo en la dirección en la que les había encomendado actuar. La disposición de
ataque que les habían inculcado desde que habían sido reclutados les obligaba a
armarse en parejas, por lo que Gilbert se colocó a la par de Frederick, y Edwin
hizo lo propio junto a Johann, que caminaba a distinto ritmo que el resto,
frenado por los sentimientos que toda esa actuación le provocaban.
El silencio de la noche roto por
el alboroto que producía los asaltos de sus camaradas les rodeaba. Sus
compañeros buscaban algo que a él le parecía odioso, injusto e inhumano y lo
único que hacia al respecto era caminar junto a ellos, mirando a cada lado,
observando la debacle que se estaba produciendo. Preocupado por la gente que
viviera allí, preocupado por si ella estuviera pasando por la misma situación.
Escuchó pasos y voces acercándose
y, nerviosa por lo que la pudieran hacer si la descubrían, salió corriendo sin
percatarse, a causa de las lágrimas que le nublaban la vista, de la dirección que
tomaba.
Entró en otro de los estrechos
callejones que abundaban en el barrio y volvió a esconderse entre las sombras.
Aguantó la respiración y cerró los ojos con fuerza al sentir como un grupo de
personas pasaba por la entrada de la calle.
Les oyó llegar, hablar, reír y
marcharse y lo que en realidad habían sido segundos a ella le parecieron horas.
Estaba inquieta, nerviosa, le temblaba todo el cuerpo a causa de la tensión y
del frío de la noche. Deseaba encontrar a su familia sana y salva, cerrar los
ojos y que todo terminara, que todo volviera a la tranquilidad, pero era lo
suficientemente inteligente como para saber que eso iba a ser imposible.
- Por aquí está todo hecho. ¿Por qué no
continuamos hacia la salida del barrio?
– propuso Frederick – seguramente Stein y el resto estén replegando a los
hombres para dejar paso a los altos mandos.
- No,
seguiremos registrando la zona tal y como nos ordenaron – ordenó Gilbert
queriendo asumir el mando de la pequeña unidad.
- Podríamos
dividirnos, que unos vayan a buscar al resto y otros sigan peinando la zona –
expuso Edwin.
-
Esa
no es mala idea. Está bien, Johann ve hacia la entrada, el resto venir conmigo.
-
Pero
no es justo, yo propuse lo de ir… - se quejó Frederick.
-
He
dicho que será Johann el que va a ir y eso es lo que hará. ¿Entendido? – Frederick
bajó la cabeza acatando la orden sin más quejas – bien, ve yendo, si te
informan de alguna novedad, vuelves y nos lo comunicas.
-
De
acuerdo.
-
El
resto seguirme.
Johann caminó en dirección
contraria a la del resto con la intención de cumplir la única orden de la noche
que no le causaba un conflicto interior consigo mismo. Tenía tantas ganas de
acabar con todo eso que no veía el momento en que le dijeran que podía irse a
casa, tranquilo.
Continuó atravesando la calle
principal, dejando atrás callejones, lugares ardiendo en llamas y escombros por
todas partes, hasta que una sombra en movimiento capto su atención.
Su interior le decía que en ese
momento él era el que menos debía temer un ataque. Estaba, muy a su pesar, del
lado de los vencedores, en el bando de los intocables y nadie se atrevería a
hacerle nada por miedo a las repercusiones de ese acto.
Por lo que se dirigió en esa
dirección, queriendo averiguar que había sido aquello, quizá alguien necesitara
ayuda, quizá podría salvar a alguien de esa pesadilla y redimir así, en cierta
medida, los actos de sus compañeros.
Salió de su escondrijo dispuesta a
dirigirse a una de las salidas transversales del barrio, consciente de que la
entrada principal sería su perdición. Aunque esa posibilidad ya no la importaba
demasiado. Ahora que no sabía lo que le podía haber pasado a su familia, ya
todo le daba igual.
Cruzó corriendo la calle,
escondiéndose en las sombras que la falta de iluminación otorgaba y llegó hasta
otra de las callejas. Aún le quedaba un gran terreno por recorrer para llegar a
la salida, pero debía de ser precavida y valerse de la oscuridad para conseguir
su objetivo.
Observó el interior del callejón
con cuidado, comprobando que no había nadie en él y avanzó con pasos
cautelosos. Había conseguido recorrer la mitad de la calle, cuando algo la
apresó por la espalda, la tapó la boca y la llevó hasta la pared, manteniéndola
en las sombras.
-
¿Sarah?
– retiró la mano de su boca, mirándola con sorpresa y miedo al ser consciente
de los peligros a los que habría estado expuesta – Dios santo Sarah ¿Estás
bien?
-
Johann
– ella se echó en sus brazos ahogando, en su pecho, el llanto que llevaba tanto
tiempo conteniendo.
-
Sarah…
- la estrechó contra él intentando dejar a un lado la situación que les rodeaba
– no sabía que estarías aquí, si lo hubiera sabido habría buscado la forma de
avisaros.
-
¿Qué
haces aquí?
- Me
obligaron a venir con la cuadrilla, todo fue demasiado rápido, y ¿tú? ¿estás
bien? ¿te hicieron daño? – Sarah negó con la cabeza intentando controlar las
lágrimas que se desplazaban por su rostro.
- Salí
a buscar a Noah y todo estalló, no le he encontrado, intenté regresar a casa
pero estaba ardiendo y mi familia… – se le quebró la voz al darse cuenta de la
realidad de sus palabras y Johann volvió a rodearla con sus brazos – no sé
donde está ninguno de ellos.
- Tengo
que sacarte de aquí, si alguien te ve por aquí… - no fue capaz de acabar la
frase, apoyó su mejilla contra el oscuro cabello de ella y cerró los ojos
durante un instante.
-
No
puedes hacer eso, si alguien descubre que me has ayudado…
- No
me importa lo que ocurra – enmarcó con sus manos el rostro de ella y la miró
intensamente – no voy a dejar que te pase nada malo ¿entiendes? No podría vivir
si te pierdo, te amo demasiado para poder hacerlo.
-
Yo
también te amo Johann, pero tienes que entender la realidad que nos rodea,
alemanes y judíos son incompatibles…
-
Demostraremos
que eso no es así.
-
No
quiero que tú también mueras, no quiero que sea por mí.
- Si
tengo que morir, prefiero que sea por ti, por defender lo que siento, por
proteger a la mujer que amo.
-
Johann….
- Shhh
– colocó un dedo sobre los labios de ella para silenciarla – no tenemos tiempo
para esto – le sonrió esperanzadoramente y tras tomarla de la mano la condujo
hacia el final del callejón.
Habían conseguido llegar hasta la
calle paralela a la salida juntos. Tenían la oportunidad de salir de esa
pesadilla tan cerca que les parecía algo increíble poder conseguirlo. Pero las
cosas no les iban a resultar tan fáciles como habían pensado.
En uno de sus movimientos
destinados a esquivar a los grupos que aún estaban patrullando por la zona,
salieron a un pequeño patio interior al que se podía acceder por varias de las
calles adyacentes.
Sarah, a pesar de conocer aquellas
callejuelas a la perfección, estaba algo desorientada ante la turbación que le
provocaba la situación y la cantidad de rodeos que habían tenido que dar, por
lo que dudaban sobre el camino correcto.
Pero no iban a dejar que esa pequeñez
acabara con sus posibilidades, por lo que decididos a probar suerte, comenzaron
a recorrer una por una cada senda que partía de esa plaza.
Las dos primeras conducían a sendos
callejones tapiados con ladrillos y telas metálicas que a pesar de dejar ver el
resto de la ciudad no les permitían salir. Probaron de nuevo suerte con el
tercero, pero el desplome de algunas partes de un antiguo edificio se lo
impidió.
Regresaron por tanto a la plaza para
utilizar su última baza, el único camino que les quedaba por recorrer y que
tenía que ser el correcto, pero al entrar en ella, la presencia de alguien más
les sobresaltó.
Johann se colocó frente a Sarah,
intentando impedir que fuera descubierta y caminó con pasos precavidos hacia el
exterior, dejándola a ella en las sombras, aún en el callejón.
- Johann
¿Dónde te habías metido? nos hemos encontrado con Stein y no ha tenido noticias
tuyas.
-
¿Cómo
has llegado hasta este lugar?
- Y
eso que más da ahora. Tenemos que regresar, te estábamos buscando, por eso
algunos de los muchachos nos dispersamos en tu busca.
Edwin se giró y echó a andar hacia
el camino por el que, minutos antes, habían entrado ellos. No había dado ni
tres pasos cuando se volteó de nuevo y miró a su primo con gesto serio.
-
¿te
quedaste tonto esta noche? – desanduvo sus pasos para regresar a su lado y
tirar de su brazo en la dirección correcta, pero Johann no se movió.
-
¿Por
qué no vas tú delante?
- Vamos
Johann, las cosas no están para juegos. ¿Qué te pasa? – le miró a los ojos,
pero un destello tras él llamó su atención - ¿Quién hay ahí? – gritó para
hacerse oír.
Caminó con paso firme pasando por
al lado de Johann, pero antes de que pudiera adelantarle este le sujetó
firmemente del brazo haciéndole retroceder.
-
¿Qué
te pasa?
-
Edwin,
sal de aquí.
-
¿Qué
estás ocultando? – le miró con el ceño fruncido.
- No
estoy ocultando nada, lárgate y dile a Stein que me encontraste pero que me
vuelvo a casa, que no me encuentro bien.
-
Ese
cuento no se le va a tragar. Ni siquiera yo lo hago.
- No
puedo decírtelo – Johann le colocó una mano sobre el hombro y le miró con
pesadumbre – no quiero meterte en problemas. Regresa con el resto. Sin
preguntas.
-
No
me gusta nada como te estás comportando últimamente.
-
Algún
día te diré lo que ocurre y algún día espero que puedas entenderme.
-
Estás
loco.
Edwin meneó la cabeza con
vehemencia sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo y se dirigió hacia
la calleja por la que había entrado. Johann esperó unos instantes a que él se
retirara para dirigirse hacia Sarah que aún se mantenía escondida.
- Tenemos
que salir de aquí, no quiero meterle en problemas.
- Siento
todo esto.
- No
tienes por qué hacerlo, – la acarició el rostro con dulzura - nada de esto es
culpa tuya Sarah.
-
Gracias
Johann – Ella le abrazó – te quiero.
- Yo
también te quiero – depositó un beso en su suave cabello y la separó de él con
una triste sonrisa – tenemos que ponernos en marcha.
-
Lo
sé.
Unieron de nuevo sus manos y
comenzaron a caminar hacia el extremo contrario de la plaza, la única salida
con la que contaban. Pero antes de que consiguieran alcanzarla unas voces,
seguidas del sonido de unos rápidos pasos, les llamaron la atención.
Johann reconoció casi al instante
a quiénes pertenecían y supo lo que irremediablemente iba a suceder incluso
antes de que ocurriera. E incapaz de hacer nada más, volvió a colocarse frente
a Sarah con la vana intención de bloquear las miradas de los recién llegados.
- Quédate
tras de mí, no te muestres por ningún motivo y cuanto te lo diga, corre hacia
la salida, sin mirar atrás – le susurró, sin apenas moverse.
- Pero…
¿y tú? – Johann la miró sobre su hombro y la sostuvo de la mano, dándola un
apretón.
-
Sin
mirar atrás.
Devolvió la vista al frente y la
fijó en sus compañeros, Gilbert, Frederick y el propio Edwin, que se acercaban
a él mirándole con recelo.
-
Johann
¿Qué está ocurriendo? – Gilbert se apresuró a hablar, frenando su marcha a unos
cuantos metros de él y mirando detenidamente en derredor.
-
No
ocurre nada.
-
Edwin
nos dijo que te encontró pero no quisiste regresar – Johann miró a su primo, el
cual desvió la mirada.
-
Pensaba
regresar a casa, no me encuentro bien.
-
Stein
está de camino, él es el encargado de decidir si puedes irte o no.
-
Entiendo.
-
¿Cómo
llegaste hasta aquí? Tus órdenes eran otras.
-
Lo
sé, no tengo excusa.
-
Ya
– Gilbert dio un paso más forzando la vista.
-
¿ocurre
algo? – preguntó Johann que cada vez estaba más nervioso.
-
Edwin
no solo nos contó eso ¿Qué escondes?
- No
estoy escondiendo nada – se irguió y le miró aceptando el desafío que le estaba
proponiendo con su actitud, dando un pequeño paso hacia un lado para evitar que
descubriera a Sarah, que aún se mantenía oculta entre la oscuridad y su cuerpo.
-
No
te creo.
Gilbert acortó la distancia que
les separaba, colocándose frente a él y su mirada se desvió hasta la difuminada
figura que había tras él. Se olvidó de Johann y se dirigió hacia donde se
encontraba ella, tomándola del brazo y llevándola hacia la escasa claridad que
producía los faroles de gas, con brusquedad.
-
¿Qué
significa esto? – le preguntó tirando del brazo de Sarah.
-
¡Suéltala!
– le urgió Johann adelantándose hacia él con actitud agresiva.
-
Johann…
- se quejó Sarah con la voz entrecortada por el llanto.
- Así
que por esta escoria es por lo que nos estabas mintiendo. No has traicionada
por una mediocre más.
-
Te
he dicho que la sueltes – le repitió propinándole un empujón.
-
Estás
metido en serios problemas Johann.
- ¿Qué
ocurre? – la ruda voz de Stein llenó al completo la pequeña plaza y provocó que
todos giraran sus cabezas para observarle llegar acompañado por Dustin.
Johann estaba nervioso y furioso a
la vez. Tenía que hacer algo para sacar a Sarah de esa situación y tenía que
hacerlo rápido. Debía aprovechar ese momento, ahora que todos estaban
pendientes de Stein.
La miró y ella a él. Se
entendieron sin necesidad de palabras, tal y como siempre hacían. Ambos sabían
lo que iba a ocurrir y no tenían tiempo para más. Por lo que Johann no se lo
pensó dos veces, elevó el brazo derecho, cerrando su mano en un pesado puño y
atizó con todas sus fuerzas a Gilbert en el rostro, desestabilizándole y
provocando que soltara por unos instantes el brazo de Sarah, que aprovechando
su libertad, echó a correr hacia el callejón que le serviría de salida, tal y
como, momentos antes, le había pedido Johann que hiciera.
Siguió con su mirada cada uno de sus
movimientos, consciente que seguramente esa sería la última vez que se verían.
Que ella le vería. Las lágrimas se instalaron en sus ojos al aceptar ese
pensamiento y parpadeó con rapidez para evitar derramarlas.
Abrió y cerró los ojos sin apartar
la vista de ella tan centrado en esa visión que ni siquiera escuchó el sonido
de la Walther P.38 de Stein al ser
disparada. Ni siquiera fue consciente de lo que había ocurrido hasta que vio caer
a Sarah al suelo.
En ese momento, ante esa horrible
realidad que se cernía sobre él, todas las piezas en el engranaje que era su
cabeza encajaron haciéndole entender lo que había sucedido.
Gritó con todas sus fuerzas y corrió
hacia el lugar donde estaba su cuerpo echado bocabajo. Se arrodilló a su lado, la
volteó con movimientos cuidadosos, temiendo, en vano, lastimarla y,
desesperado, la acunó en sus brazos, queriendo creer que tan solo estaba sumida
en un profundo sueño.
La separó unos centímetros y la miró,
con el rostro bañado en inconsolables lágrimas. Observó la sangre, que teñía la
ropa de ambos, su rostro inexpresivo y supo que no podía engañarse, supo que no
había nada que hacer.
Acarició sus facciones con ternura,
queriendo guardar en su memoria cada una de ellas para siempre. Besó sus labios
aún calidos y le susurró un apenas audible te
amo antes de ser arrebatado de su lado.
Dustin y Frederick, le tomaron
cada uno de un brazo, tirando de él para que se pusiera en pie y le arrastraron
un metro para colocarle frente a Stein, que aún sujetaba el arma en su mano, y
que venía resguardado por Gilbert y Edwin, que mantenía la cabeza gacha.
- Estoy
muy decepcionado contigo Johann, has cometido una terrible traición contra tus
compañeros, contra tus hermanos – comenzó una nueva perorata Stein.
-
Sois
unos malditos – les espetó con la voz cargada de angustia y dolor.
-
Hay
decenas de mujeres puras, implicadas en la causa y en cambio tuviste que
conformarte con una de esas.
-
No
lograreis conseguir vuestro objetivo. Sois despreciables, unos asesinos.
- Veo
que esa maldita te ha llenado la cabeza de ideas estúpidas en contra de los de
tu propia raza. – se carcajeó con soberbia – Pero aún así, a pesar de tu
traición, por respeto a tu familia, estoy dispuesto a darte una segunda
oportunidad. – se colocó frente a él y le miró fijamente - ¿Qué me dices
Johann? – Johann le correspondió con una mirada airada, llena de odio y le
escupió a la cara.
-
Púdrete
en el infierno maldito – le espetó con desprecio.
-
Que
así sea, tú has decidido tu futuro – sentenció Stein realizándole un gesto a
Gilbert a la vez que se limpiaba la cara en la manga de su casaca.
-
Tu
oportunidad – Gilbert tendió a Edwin el cuchillo que llevaba en su cinto y que
tan solo aquellos miembros de las Hitlerjugend
que habían hecho los méritos necesarios tenían y le miró expectante.
-
¿Q…
q… qué? – tartamudeó el aludido.
-
Te
ha traicionado a ti, nos ha traicionado a todos. Cumple la sentencia. – le
instó Stein que se había hecho a un lado para dejarle el camino libre.
-
Cumple
tu cometido y serás apto para tener tu propia arma – le animó Gilbert.
Edwin sujetó en su mano la
empuñadura del arma con energía desmedida y recorrió con pasos dudosos la
escasa distancia que le separa de su primo. Se colocó frente a él y le miró a
los ojos interminables segundos, antes de colocar la mano libre sobre su nuca y
atraerle la cabeza hacia la suya.
-
Lo
siento – le susurró al oído.
Y un segundo después le introdujo
de una sola acometida el cuchillo en el estómago, clavándoselo hasta la
empuñadura. Johann jadeó y todo se sumió en un incómodo silencio.
Edwin retiró el cuchillo con los
ojos cerrados y caminó hacia atrás un par de pasos, separándose de él. Gilbert
se acercó a él inmediatamente y le colocó una mano sobre el hombro,
felicitándole.
Frederick y Dustin soltaron a
Johann, que se desplomó de rodillas en el suelo, y se alejaron de él,
situándose junto al resto del grupo para observar el desenlace de, hasta
momentos antes, su camarada.
Johann se inclinó hacia delante,
apoyándose sobre las manos y tosió con dificultad, escupiendo sangre. Consiguió
recuperarse lo suficiente como para dejarse caer hacia atrás, arrastrarse sobre
el pavimento hasta llegar junto al cuerpo sin vida de Sarah y tomarla de la
mano.
Stein se le acercó de inmediato. Le
colocó un pie sobre el hombro empujándole para desplazarle hacia un lado y
poder verle la cara.
-
Blut
und ehre.
Le sentenció Stein, con esas
palabras, “sangre y honor”, recordando así el lema que rezaba en la empuñadura
de sus cuchillos de asalto y que les representaba tan bien, justo antes de
levantar el brazo en el que aún empuñaba la pistola y dispararle entre los ojos,
sin titubeo alguno.
Y
así terminó su historia, en un callejón cualquiera, de un barrio cualquiera, de
una ciudad cualquiera de Alemania. Con un final que, al igual que el resto de
su historia, se convirtió en humo, arrastrado por el tiempo, hasta llegar al
olvido y desaparecer de la memoria y de la realidad.
El
destino les había unido y el destino les separó en esa noche en la que había
comenzado el principio del fin, esa noche en la que ellos se convertirían en
unas cifras más sin nombre ni importancia y pasarían a la historia como
auténticos desconocidos, sin causa ni motivo.
*-*-*-*-*-*-*
Este
relato lleva años escrito. Debía haber sido parte de un concurso, cuya
premisa era basarse en un momento histórico del pasado, pero aquel
concurso al final nunca se realizó y por ello esta historia se quedó
escondido en una carpeta guardando polvo.
Y como con algo había que empezar...
Me ha gustado mucho, no sé si lo habías publicado antes por algún foro, o sólo como has dicho la dejaste guardando polvo, pero me yo no lo había leído hasta hoy, y como te he dicho y repito, me ha gustado mucho muchiiisimo! :)
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