Ella estaba considerada por todo el mundo
una belleza andante, que además de una gran inteligencia, contaba con uno de
los imperios más importantes del mundo tras su apellido.
Él, un galán, de buena presencia y mejor
educación, que al igual que ella, disponía de estudios y graduados, y de una
inmensa fortuna a sus espaldas, que le acreditaban como uno de los hombres más
codiciados del mundo.
Por tanto su falsa relación era la más
conocida, comentada, criticada, y como no podía ser de otra manera, envidiada,
por todos y cada uno de los mortales que les conocían en persona o por medio
del papel cuché, ya fueran reyes o plebeyos.
Llevaban demasiado tiempo aparentando lo
que no eran. Tanto que habían caído en la rutina y en el juego que sus familias
habían diseñado para ellos.
Su relación era extraña y ambos lo
sabían. Eran conscientes de ello desde hacía mucho tiempo. A los ojos del mundo
se complementaban perfectamente, conectaban sin esfuerzo, de forma celestial,
por esa magia, que muchos, ajenos a ellos, llamaban amor. Y sin embargo, ellos
no eran amantes, ni pareja, ni siquiera podían considerarse amigos.
Hacía años, muchos en realidad, que sus familias
les habían unido. Un trato no escrito era su sentencia, y el cariño a sus
padres, junto con la promesa de no defraudarles, su verdugo.
Desde niños se conocían y habían
aparentado lo que ahora, conscientes de lo que todo ello conllevaba, comenzaba
a ahogarles. Pues, a pesar de su larga relación, nunca habían conectado ni se
habían complementado, ni siquiera nunca se habían entendido en realidad.
Eran tan diferentes, como el agua y el
aceite y ese era básicamente su mayor conflicto. Pues aunque en público sabían
comportarse complacientemente el uno con el otro, en privado, su relación era
una guerra abierta, en la que el único objetivo fijado, consistía en someter al
contrario.
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